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Diego Fernández

Biografía

Fernández, Diego. El Palentino. Palencia, s. xvi – ?, s. xvi. Cronista de las Guerras Civiles del Perú.

Fue natural de Palencia y por aquella circunstancia se le conoció más con el sobrenombre de el Palentino, “para diferenciarlo de otros Diego Fernández de la época” (Raúl Porras Barrenechea, 1986). De esquivo rastro documental en los archivos, él mismo, pareciera, cuidó de eludir la cuestión biográfica a lo largo de su obra. Fue hijo de Juan Fernández, según se desprende de los primigenios Libros de Cabildos de Lima y llegó con posterioridad al sofocamiento de la rebelión de Gonzalo Pizarro cuando obtuvo, por provisión real dada en Valladolid, el nombramiento de escribano de número para el cabildo de Lima (19 de diciembre de 1550), sin embargo, recién tomó posesión de su plaza el 19 de junio de 1553. Siendo escasos la relevancia y los beneficios de su paso por Lima pronto planeó su regreso a España; mas, en este contexto, surgió el alzamiento armado de Francisco Hernández Girón (también conocido como “la rebelión de los descontentos”), hecho que lo animó a quedarse, quizás ilusionado por la obtención de mercedes reales y un posible ascenso social estando al servicio de Su Majestad, como ya había sucedido con otros en anteriores guerras civiles en el Perú y como él mismo deja traslucir en la dedicatoria de su obra al Rey. Se integró al ejército que organizara la Real Audiencia de Lima para combatir esta rebelión, costeando los gastos de su presencia y así se encontró en la derrota de Villacuri (departamento de Ica: marzo de 1554) y en la victoria de Pucará (departamento de Puno: 8 de octubre de 1554). De esta época de su vida, afirmó Juan Pérez de Tudela que fue una “figura menos que secundaria en los acontecimientos que presenciara” (Pérez de Tudela, 1963). De gran participación o no, lo cierto es que el Palentino anduvo muy relacionado y, bajo la protección de algunos oidores, volvió a ocupar su antiguo cargo de escribano; mas, no contento con ello, obtuvo potestad para poder nombrar lugarteniente de escribanía, dado “que estáis enfermo, de manera que por vuestra persona no podéis usar ni ejercer el dicho oficio...” (Pérez de Tudela, 1963); así, con esta merced a su favor, a fines de 1554 propuso en la Ciudad de los Reyes, un apoderado suyo, para tal lugartenencia a Luis de Quesada, mas, ante el rechazo del cabildo limeño a la propuesta hecha, presentó posteriormente a Ambrosio de Moscoso (11 de enero de 1555) para mediana conformidad del cabildo, pues tal institución tenía por regla que los cargos públicos fuesen ejercidos personalmente por sus titulares; sin embargo, tal norma parece que no incomodaba a El Palentino, pues, según los Libros de Cabildo de la ciudad, para agosto de 1555 se hallaba proponiendo “por estar enfermo e entretanto que se va a curar” a Alonso Ortiz Navarrete como lugarteniente y con posterioridad nuevamente a Ambrosio de Moscoso. Afirma Pérez de Tudela el hecho de que tales “enfermedades” pudieron tratarse en realidad de una excusa durante el inicio de la redacción de su obra, esto, bajo los auspicios de quienes manejaban información, restringida para su época, sobre hechos tocantes a la pasada rebelión de Gonzalo Pizarro y la cercana de Hernández Girón. El mismo autor indica si no escribiría El Palentino bajo el manto protector del oidor Melchor Bravo de Saravia, encargado de la Audiencia de Lima desde la muerte del virrey Antonio de Mendoza, quizás para excusar, bajo la pluma de un escritor la deficiente actuación de la Audiencia limeña en los sucesos de Hernández Girón; en todo caso, ello pareciera también desprenderse de la lectura de la crónica de Diego Fernández, que en lo tocante a la rebelión gironista pareciera ser la versión de la Audiencia sobre los hechos suscitados y no escatimando elogios hacia la persona y actuación del oidor Bravo de Saravia. Pero es a partir de esa época también que comienza a notarse el clientelismo de que hiciera uso El Palentino en la redacción de su obra en pos de una mejoría social, actitud en realidad no exclusiva de él, sino circunstancia que se había gestado dentro de una sociedad en formación en el Nuevo Mundo.

Y es que los antiguos conquistadores —y los no tan antiguos también— viniendo, como venían, en pos de una vida mejor (“a valer un Perú” se decía en aquel entonces) consideraron en gran medida que todo lo buenamente ganable a costa de sacrificio y riesgo de sus vidas bien valían el dejar de lado actitudes éticas o principios moralistas al punto que aunque se contaron muchos, dentro del todo fueron la minoría quienes demostraron lealtad extrema a tal o cual parcialidad dentro de las guerras civiles; caso emblemático y comprobatorio de lo anteriormente dicho sería el de Lucas Martínez Vegazo, encomendero arequipeño a quien hasta en número de cinco oportunidades se le halla participando en bandos contrarios durante las guerras civiles, todo con tal de proteger sus —o ganar más— utilidades; casos como éstos podrían contarse por centenas y Diego Fernández no fue la excepción.

Llegado el nuevo virrey, Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete (29 de junio de 1556), pronto El Palentino supo ganarse su atención y fue nombrado con el título de “historiador y cronista de aquestos reinos” con un sueldo de 600 pesos anuales; esta actividad, bien remunerada, fue aprovechada por Fernández para recabar la información necesaria que se guardaba en los archivos del gobierno sobre las pasadas guerras e incluyendo en su historia, con desmesurados elogios, los aspectos referentes a la gestión del virrey y los que su hijo cumplía en Chile. Esta labor, sin embargo, no fue vista con buenos ojos por muchos, no faltando alguno quien sostuviera cómo el virrey “...inventa oficios nuevos que nunca acá los hubo ni menos son necesarios...[como uno] a quien dio el título de coronista, que se llama Diego Fernández...

y este escribe las proezas que él aquí hace y su hijo en Chile, y tiene escripto mucho, lo cual va a consultar con el mismo virrey para ver si le contenta, y el mismo virrey le dice poned esto de esta manera” (carta del contador Pedro de Rodríguez al Rey. Los Reyes, 30 de septiembre de 1557. Archivo General de Indias, Lima, 118). Sin embargo, muerto Hurtado de Mendoza durante el gobierno de su sucesor, el virrey conde de Nieva, fue conminado por el Consejo de Indias (real cédula de 12 de junio de 1559) a dejar dicha empresa, la de cronista, lo cual motivó que se embarcase para España y siguiese un pleito judicial que duró varios años, en medio de los cuales fue acusado de recibir un sueldo de 1.000 pesos de oro por un cargo y labor que el virrey Hurtado de Mendoza nunca estuvo facultado para nombrar. En 1573 aún se hallaba Fernández envuelto en líos judiciales, sin embargo, ello no impidió que presentara su crónica para recabar la autorización que le permitiría imprimirla; Francisco Tello de Sandoval, como presidente del Consejo de Indias, a la par que juzgaba su labor de cronista, por otro lado, amparó la licencia de impresión de su obra en 2 de febrero de 1568 y 11 de abril del mismo año, quizás, en el análisis de Pérez de Tudela, instado por las buenas referencias que se daban de él en el capítulo referido a la implantación de las Leyes Nuevas en la Nueva España. Así pudo dar a la luz la Primera y Segunda parte de la Historia del Perú (1571); pero luego, por intervención de Hernando de Santillán, quien presentó ante el Consejo de Indias sesenta y ocho objeciones a la obra de Fernández se interpusieron las parciales reservas de Juan López de Velasco, cronista mayor de Indias, quien, además de recomendar que la crónica fuese remitida al Perú, instó a que el Consejo de Indias retuviera los 1.500 ejemplares impresos hasta que una delegación viajase al Perú a verificar la fiabilidad de tal escrito. Es todo lo que se sabe con respecto a su vida.

Con respecto a su obra, su título es Primera y Segunda parte de la Historia del Perú que se mando a escrevir a Diego Fernández, veçino de la ciudad de Palencia. Contiene la primera lo sucedido en la Nueva España y en el Perú sobre la ejecución de las nuevas leyes, y el allanamiento y castigo, que hizo el Presidente Gasca, de Gonçalo Piçarro y sus sequaces, la segunda contiene la tyrannia y alçamiento de los Contreras, y de Sebastián de Castilla y de Françisco Hernadez Giron: con muchos otros acaescimientos y sucesos (Sevilla, Hernando Díaz, 1571 en folio). Su incautación por el Consejo de Indias hizo de la obra El Palentino una rareza bibliográfica, así lo indicó el padre Juan de Meléndez en el siglo xvii y lo mismo hacía ver González de Barcia en la edición de la Biblioteca [...] de Pinelo (título VIII, t. II, col. 649), aun cuando indicaba que para su época —1729— ya se había anulado la prohibición y se preparaba nueva edición de aquélla, mas, no se conoce de tal impresión; la singularidad de la penosa y casi anónima existencia de esta obra motivaron a que el coronel Manuel de Odriozola, basado en la edición de 1571, la incluyera en su Colección de Documentos Literarios del Perú (Primera Parte... vol. VIII: págs. 5-424; y Segunda Parte... vol. IX, págs. 3-364 + anexos documentales, 1876). En su Historia del Perú, el cronista palentino va siguiendo paso a paso, casi con la meticulosidad de un periodista, toda la actividad de don Pedro Lagasca desde que el 17 de septiembre de 1545 recibe en Valencia las cartas del Emperador y del príncipe Felipe II que le encomiendan hacer la pacificación del Perú “con blandura y moderación”.

Lo que en la Corte de Madrid se le da a entender es que se le envía a tierra firme para “mediar entre el Virrey y Gonzalo Pizarro y los del Perú para reducirlos a paz y volver al Virrey en su oficio y a la Audiencia como antes había estado” (aún no había llegado a España la noticia de que el virrey había sido asesinado).

Prescott conoció la obra, y a falta de mayores referentes para su época afirmó “ninguna historia de aquella época puede compararse con esta en la abundancia de pormenores; y á ella han acudido historiadores mas modernos como fuente inagotable para llenar sus páginas: circunstancia que es, por si sola, bastante testimonio de la general fidelidad y de la copia de detalles de la narración”, aun cuando le criticara su exacerbado parcialismo hacia la causa del Rey y sin mayores argumentos para defensa la causa del caudillo Gonzalo Pizarro. Con mayor basamento, Raúl Porras Barrenechea ha categorizado a Fernández dentro de su autorizada clasificación de cronistas del Perú como perteneciente al período de las guerras civiles y después de catalogar a Diego Fernández como “el cronista áulico de las Guerras Civiles del Perú” (y en cuya crónica, tan igual como en las demás de los cronistas de este período, se nota una tendencia cortesana u oficial dentro del relato), hace ver cómo éste fue de aquellos que “recogieran ecos de este mundo perturbado” refiriéndose a este período de violencia que remeciera las bases del Perú primigenio colonial. Reafirma la crítica de apasionamiento y parcialidad contra Gonzalo Pizarro y más aún, afirma “... sin embargo del talento literario de El Palentino, que lo tuvo, y reluce a veces fugazmente en su crónica, ésta carece de agilidad y de brío, se adereza de pesadas sentencias o moralejas de ocasión y llega por último, a la trascripción íntegra de documentos, cédulas y respuestas que enervan la narración...” (Porras Barrenechea, 1986). En conclusión, aunque la obra de El Palentino se constituye en un gran aporte de datos, los autores concuerdan en que no se puede fiar uno totalmente de la presencialidad de que sí hacen gala otros cronistas para la época de la “rebelión de los encomenderos” (pues así también se ha dado en llamar a la rebelión gonzalista); en todo caso, esta falencia muchas veces la subsanó con informes que oyera de quienes participaron en ella y, más aún, con los informes oficiales del bando real sobre lo acaecido en ella, residiendo allí la característica cortesana notada en su obra. En todo caso, de su relato, es digno resaltar los datos que sobre los incas inserta en el libro 3.º de su obra; el historiador peruano José Toribio Polo destacó además su utilidad para el estudio de la geografía peruana del siglo xvi “por la multitud de nombres de lugares que en su narración menciona” [(J. T. Polo. Diccionario Histórico [...] (inéd.)]. Asimismo, idéntica validez se ha de otorgar a la primera descripción de las actividades mineras indígenas que plasmó en su texto, basadas todas ellas en la obtención de plata, cobre y estaño por fundición. Los indios derretían la masa metálica al fuego y de esta manera separaban los metales, o sus mezclas. Preparaban para ello unos hornillos donde el viento soplase con fuerza utilizando leña o carbón. Estas fundiciones se llamaban guairas. Eran éstas unos hornos cónicos con muchas aberturas, para fundir el metal, y cuyo uso pre-colonial no impidió su popularización, hasta el hecho de que siguieron usándose hasta el siglo xviii, en convivencia y competencia directa con los métodos de amalgamación que poco después fueron usados.

Se asemejaban a simples crisoles con aberturas en su parte inferior, repletas de brasas y avivadas por el viento que subía del cerro. Teniendo en cuenta que se usaban en el cerro rico de Potosí, de cuyo mineral se extraía por este método hasta la mitad de plata pura, no es de extrañar que hubiera hasta quince mil guairas encendidas a la vez y que, de noche, la montaña pareciera una constelación de estrellas, como dijera algún cronista de la época Finalmente, la Historia... de El Palentino constituye uno de los pocos testimonios directos concerniente a los sucesos del Perú para los levantamientos de Sebastián de Castilla y Hernández Girón (1553-1554).

Su obra se enmarca dentro del terreno de la crónica indiana, pues cumple con las dos características que Porras identificara en este tipo de escritos para el contexto del siglo xvi peruano: pasión y presencialidad, lo cual quizá disculpa en parte su actitud a la hora en que escribió su mencionada crónica.

 

Obras de ~: La Historia del Perú y La Historia del alzamiento y tiranía de Gonzalo Pizarro, Sevilla, Hernando Díaz, 1571 (ed. de M. de Odriozola, en Colección de Documentos Literarios del Perú (Primera Parte... vol. VIII: págs. 5-424; y Segunda Parte... vol. IX, págs. 3-364 + anexos documentales, 1876; Primera parte de la Historia del Perú, ed. pról. y apéndices por Lucas de Torre, Madrid, Prudencio Pérez de Velasco, 1913).

 

Bibl.: G. de Llanos, Diccionario y maneras de hablar que se usan en las minas y sus labores en los ingenios y beneficios de los metales, Madrid, 1609 (ed. con un estudio de Gunnar Mendoza L. y un comentario de Thierry Saignes, La Paz, Museo Nacional de Etnografía y Folklore, 1983); J. Toribio Polo, Diccionario Histórico-Biográfico, Colección José Toribio Polo, Instituto Riva-Agüero, Lima-Perú (inéd.); M. de Odriozola, Colección de Documentos Literarios del Perú, ts. VIII y IX, Lima, Imprenta del Estado, 1876; J. Toribio Medina, Biblioteca hispano-americana (1493-1810), Santiago de Chile, Impreso y grabado en la casa del autor, 1897-1907; M. de Mendiburu, Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, t. IV, Lima, Imprenta “Enrique Palacios”, 1932 (2.ª ed. con notas bibliográficas publicada por Evaristo San Cristóbal); L. Capoche, Relación general de la Villa Imperial de Potosí, ed. y est. prelim. por Lewis Hanke, Madrid, Atlas, 1959 (Biblioteca de autores españoles, t. 122); J. Pérez de Tudela y Bueso, “Observaciones generales sobre las guerras civiles del Perú. Los cronistas Diego Fernández, Pedro Gutiérrez de Santa Clara y Juan Cristóbal Calvete de la Estrella”, est. prelim. a Crónicas del Perú, Madrid, Atlas, 1963, 5 vols. (Biblioteca de Autores Españoles); E. Romero de Valle, Diccionario Manual de Literatura Peruana y materias afines, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1966; R. Porras Barrenechea, Los Cronistas del Perú (1524-1650) y otros ensayos, ed., pról. y notas de Franklin Pease, Lima, Banco de Crédito del Perú, 1986; V. Abecia Baldivieso, Mitayos de Potosí: en una economía sumergida, Barcelona, Técnicos Editoriales Asociados, 1988; S. Francia Lorenzo, Palencia en América, Palencia, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Palencia, 1989; R. M. Buechler, Gobierno, minería y sociedad, La Paz, 1989; M. González, “El palentinismo del cronista Diego Fernández” (separata), en Actas del II Congreso de Historia de Palencia, t. IV, Palencia, 1990; S. Francia Lorenzo, “Palentinos en la Villa Imperial de Potosí (1550-1600)”, en Castilla y León en América (IV Congreso de la Asociación Española de Americanistas celebrado en Valladolid durante los días 28-30 de marzo de 1990), Valladolid, Caja España, 1991.

 

Jorge Huamán Machaca, Miguel López Pérez y Emelina Martín Acosta

Relación con otros personajes del DBE