Tamayo y Baus, Manuel. Madrid, 15.IX.1829 – 20.VI.1898. Escritor.
Manuel Tamayo y Baus nació en una familia relacionada con el mundo del teatro: su padre, José María Tamayo, era primer actor y director de escena, y su madre, Joaquina Baus, actriz y primera dama en el Teatro del Príncipe de Madrid. Su infancia y adolescencia se desarrollaron en ese ámbito teatral de Madrid, alternando con estancias en diversas ciudades (Sevilla, Cádiz, Málaga, Granada), en las que actuaba la compañía a la que pertenecían sus padres. Con rara precocidad, a los ocho años, Manuel leía teatro clásico español y teatro europeo en francés. Durante una prolongada estancia en Granada, hizo amistad con Manuel Cañete y Aureliano Fernández-Guerra, al que se debe la noticia sobre la primera aparición de Manuel en un escenario, a punto de cumplir los doce años, con ocasión del estreno de una obra de Bourgeois, Genoveva de Brabante, que él había traducido y “arreglado” para su puesta en escena. Al terminar la representación, el público pidió la salida al escenario del “novel ingenio”, que apareció junto a su madre, “Joaquina Baus, raro prodigio de talento y hermosura” (Fernández-Guerra, 1860, II: 293). Fue también en Granada donde conoció a la que habría de ser su esposa: María Emilia Máiquez (“Amalia” la llamará él), hija de un empresario teatral y sobrina del famoso actor Isidoro Máiquez.
De nuevo en Madrid en 1843, Manuel se dedicó a la traducción de textos dramáticos y soñaba con crear obras originales. Esta absorbente dedicación al teatro, que alternó, a partir de 1846, con un trabajo como “escribiente” en el Ministerio de Comercio, le impidió una formación universitaria, que ni valoraba ni echaba en falta (R. Esquer Torres, 1961: 370-372). Si precoz había sido como lector, también lo fue como autor teatral: en 1847 estrenó en el Teatro de la Cruz, de Madrid, Juana de Arco, adaptación de una obra de Schiller (La doncella de Orleans), que había leído en francés. En la puesta en escena actuaron sus padres (la madre como protagonista), lo mismo que en la que se considera su primera obra original: El cinco de agosto (1849), que no logró el favor del público. Acostumbrado el joven autor a los temas, ambiente y formas expresivas de los dramas románticos, la obra es muestra de “un romanticismo desaforado” y ya anacrónico: “escenarios nocturnos en el patio del castillo o entre sepulcros; sin que faltaran puñal, veneno y demás ingredientes tétricos; enfática y sonora versificación” (A. Sánchez, 1970: 9).
En 1849 se casó con Amalia, por la que sintió una honda admiración toda su vida y a la que convirtió en modelo de algunas de las protagonistas de su teatro, según lo manifiesta en la dedicatoria a Locura de amor: “Una mujer amante de su marido quise pintar en esta obra: los defectos y vicios de Doña Juana inventólos mi fantasía; copia, aunque imperfecta, son de las tuyas sus buenas cualidades [...]”. En 1852 estrenó Lo positivo, comedia en la que fustiga en tono moralista el desmedido afán de lucro de la pujante burguesía y su repercusión en la pérdida de valores morales. Ese mismo año murió su madre, a la que dedicó Ángela, bien acogida por el público. Por estas fechas, A. Gil de Zárate le consiguió un puesto en el Ministerio de Gobernación. En 1853 estrenó Virginia, una tragedia que algunos críticos consideraron la mejor del siglo xix, y que para otros, en cambio, adolece de “mala retórica” y de falta de “hondura y originalidad” (F. Ruiz Ramón, 1967: 411). En 1854 estrenó un drama histórico, La ricahembra, escrito en colaboración con su amigo Aureliano Fernández Guerra.
Ese mismo año, al iniciarse el Bienio Progresista, quedó cesante de su empleo en el Ministerio de Gobernación.
Su vinculación, por amistad e ideología, a políticos reaccionarios como Nocedal puede explicar esta cesantía. Signo de esa amistad es la dedicatoria de su comedia Hija y madre (1855) a dicho político, del que exalta el “sumo talento, valor extraordinario y nobleza nunca superada” en la defensa de sus “íntimas convicciones en el revuelto campo de la política”.
En dicho año estrenó el mencionado drama histórico Locura de amor, emotivo y bien estructurado, cuya protagonista es doña Juana de Castilla, a quien el amor, los celos y la muerte de su marido le provocan una demencia patética. En 1856, Narváez recuperó el poder, y Tamayo y Baus fue readmitido y ascendido de cargo en el Ministerio de Gobernación. Ese mismo año estrenó La bola de nieve (sobre el tema de los celos entre dos parejas de novios, celos que se van agrandando como una “bola de nieve” hasta provocar una ruptura que pudo evitarse), en la que “se percibe el cambio de la fórmula de la comedia bretoniana a la alta comedia” (M. A. Muro, 2003: 1971). A sus veintinueve años (1958), fue elegido por unanimidad académico de la Real Academia Española (silla O), dirigida en ese momento por dos dramaturgos: Martínez de la Rosa, como director, y Bretón de los Herreros, como secretario. El 12 de junio de 1859 leyó su discurso de ingreso en torno a La verdad considerada como fuente de belleza en la literatura dramática, que se ha interpretado como un “manifiesto del realismo escénico” (A. Sánchez, 1970: 13). La contestación corrió a cargo de Aureliano Fernández-Guerra. En 1860 se publicó el primer poema conocido de Tamayo y Baus, titulado Castillejos, un romance de exaltación épica de las tropas españolas y del general Prim en la batalla de los Castillejos (“¿dónde el soberbio caudillo/ que tales portentos obra?/ Cercado allí de agarenos,/ muerte inevitable arrostra”), que relaciona con un pasado heroico y guerrero (“Venceréis: para esta guerra/ dio el héroe de Ceriñola/ su bastón de mando a O’Donnell/ y el Cid a Prim su Tizona”) y en el que se percibe un espíritu de cruzada (“Cada cristiano en la liza/ mil pechos infieles rompa/ brille en los aires de Yago/ la espada exterminadora”), congruente con el tradicionalismo reaccionario de sus amigos políticos.
En 1863 estrenó Lances de honor, una diatriba contra la pervivencia del duelo por cuestiones de honor, bárbara usanza entre ciertos “caballeros” de las clases altas y medias.
En 1867 estrenó su obra más lograda: Un drama nuevo. La acción, situada en Londres en 1605, desarrolla una tragedia de celos: un viejo bufón de la compañía de Shakespeare pide a éste que le permita interpretar el papel trágico de su nuevo drama, en el que un anciano aristócrata descubre que su esposa se ha enamorado del joven huérfano que él había adoptado.
Este drama coincide, en lo esencial, con lo que ocurría en la vida real de los actores: la joven esposa de Yorik, Alicia, está enamorada de Edmundo, abandonado de niño por sus padres y al que Yorik recogió y atendía como a un hijo. En el transcurso de la representación, Yorik se percata de su desgracia, al serle entregada, por el envidioso Waldo, una carta de Alicia a Edmundo, en la que le propone huir juntos. La ficción se convierte en realidad: los jóvenes actores se sienten avergonzados al representar la tragedia de su amor culpable. Yorik, a su vez, enfurecido al desempeñar el papel de marido celoso que se enfrenta en duelo al amante, asume dicho papel con crudo realismo y hiere de muerte a Edmundo. El grito desesperado de Alicia alerta sobre la tragedia real a Shakespeare, que entra en escena para explicar al público la imposibilidad de seguir con la representación por la muerte de Edmundo. Ficción y realidad fundidas: es el recurso dramático de “teatro en el teatro”. La acogida del público y de la crítica fue excepcional. Se tradujo a varias lenguas y se representó en numerosos teatros de Europa y América: en 1874, con el título de Yorik, en un teatro de la Quinta Avenida de Nueva York, y en 1898 en París, con “un éxito resonante” (A. Sanchez, 1970: 39).
En junio de 1868 se le había nombrado jefe de la Biblioteca Universitaria de Madrid, puesto en el que cesó en septiembre al producirse la revolución “Gloriosa”.
De esta época data un extenso poema, firmado con seudónimo y atribuido a Tamayo y Baus (España sin honra, canto épico a la revolución de septiembre), que constituye una inflamada condena de tamaña “vergüenza”: “Ya en las arenas andaluzas saltan/ ¡Prim...
Serrano... Topete...!/ ¡Mirad! ¡La brisa infectan!”. Lo cierto es que, a partir de este momento, Tamayo y Baus inició, inspirado en el ideario carlista, una etapa de compromiso político contra el nuevo régimen. En 1870 estrenó Los hombres de bien, crítica destemplada de la hipocresía e indiferencia de las clases acomodadas, que contemplaban impasibles los abusos e injusticias de un seductor amoral, Leandro Quiroga, símbolo de la creciente degradación ética y social. La fría acogida del público y de la crítica a la obra movió a Tamayo a abandonar la creación dramática. Consecuente con su credo político, en 1871 se presentó como candidato carlista al Congreso de los Diputados por la circunscripción riojana de Santo Domingo de la Calzada y Haro. Su carta-manifiesto a los electores finalizaba con una extraña amalgama de religión y política: “Yo soy católico, y por consiguiente carlista”. De hecho, formó parte de la Junta Central Tradicionalista, y al estallar la nueva guerra carlista, se le desterró de Madrid, adonde volvió al ser indultado el 2 de octubre de 1872 (A. Sánchez, 1970: 12).
En 1874, apartado ya de la política activa, Tamayo y Baus fue nombrado secretario perpetuo de la Real Academia Española. Al sobrevenir la Restauración, aceptó la Monarquía liberal de Alfonso XII. Años más tarde, Cánovas del Castillo, a propuesta del ministro de Fomento, Alejandro Pidal y Mon, le nombró director de la Biblioteca Nacional y jefe superior del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios (1884).
Desde entonces hasta su jubilación, Tamayo realizó una meritoria labor intelectual y administrativa colaborando, como secretario de la Real Academia Española, en la revisión del Diccionario de la Lengua y de la Gramática. En 1894 contribuyó a la organización del traslado de la Real Academia Española desde la calle Valverde al actual edificio de la calle de Felipe IV, y en 1895 ejerció la misma función en el traslado de la Biblioteca Nacional desde el Palacio de Oriente hasta la actual sede del paseo de Recoletos. En 1897, por razones de salud, se jubiló como director de la Biblioteca Nacional. Agravada su enfermedad, murió el 20 de junio de 1898. El duelo fue presidido por el jefe del Gobierno, Francisco Silvela, y por Juan Valera, en representación de la Real Academia Española. Legó a ésta su biblioteca personal y el conjunto de manuscritos y borradores de sus obras, y esta institución agradeció a la viuda los “servicios” del que fue “gloria y ornamento de nuestro instituto” y “honor el más alto de la literatura española de este siglo”. Era el reconocimiento debido al laborioso académico y al creador de una obra dramática de la calidad estética de Un drama nuevo, por la que merece ser recordado como uno de los más insignes dramaturgos del siglo xix español.
Obras de ~: Juana de Arco, drama en cuatro actos y un prólogo en verso, Madrid, Imprenta de La Luneta, 1847; Ángela, drama en cinco actos y en prosa, Madrid, Imprenta D. F. R. del Castillo, 1852; Virginia, tragedia en cinco actos, Madrid, F. Abienzo, 1853; Locura de amor, drama en cinco actos, Madrid, F. Obienzo, 1855; Hija y madre, drama en tres actos, Madrid, Imprenta José Rodríguez, 1855; La bola de nieve, drama en tres actos y en verso, Imprenta D. A. Barrial, 1856; La verdad considerada como fuente de belleza en la literatura dramática. Discurso leído ante la Real Academia Española [...], Madrid, Imprenta M. Rivadeneyra, 1859 (en A. Fernández-Guerra, Discursos leídos en las recepciones públicas que ha celebrado desde 1847 la Real Academia Española, vol. II, Madrid, Imprenta Nacional, 1860); Lo positivo, comedia en tres actos, Madrid, Imprenta de José Rodríguez, 1862; Lances de honor, drama en tres actos, Madrid, Imprenta José Rodríguez, 1863; Un drama nuevo, Madrid, Imprenta de José Rodríguez, 1867; Los hombres de bien, drama en tres actos, Madrid, Imprenta de M. Ginesta, 1870; La ricahembra, Madrid, Prensa Moderna, 1931; Obras Completas, pról. de A. Pidal y Mon, Madrid, Fax, 1947.
Bibl.: A. Fernández-Guerra, Discursos leídos en las recepciones públicas que ha celebrado desde 1847 la Real Academia Española, op. cit.; N. H. Tayler, Las fuentes del teatro de Tamayo y Baus: originalidad e influencias, Madrid, Gráficas Uguina, 1959; R. Esquer Torres, “Epistolario de Manuel Tamayo y Baus a Manuel Cañete”, en Revista de Literatura (Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas [CSIC]), t. XX (julio-diciembre de 1961), págs. 367-405; El teatro de Tamayo y Baus, Madrid, CSIC, 1965; F. Ruiz Ramón, Historia del teatro español, vol. I, Madrid, Alianza, 1967, págs. 407-412; R. Esquer Torres, Un aspecto desconocido de Tamayo y Baus: su obra lírica, Castellón de la Plana, Sociedad Castellonense de Cultura, 1968; A. Sánchez, “Introducción”, en M. Tamayo y Baus, Un drama nuevo, Salamanca, Anaya, 1970; G. Flynn, Manuel Tamayo y Baus, New York, Twayne, 1973; A. Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, Real Academia Española, 1999, págs. 184-185; M. A. Muro, “La comedia: desde Bretón de los Herreros a Tamayo y Baus”, en F. J. Huerta (ed.), Historia del Teatro Español, II. Del siglo xviii a la época actual, Madrid, Gredos, 2003, págs. 1943-1973.
Demetrio Estébanez Calderón