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Isidoro Máiquez Rabay

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Biografía

Máiquez Rabay, Isidoro. Cartagena (Murcia), 17.III.1768 – Granada, 17.III.1820. Actor.

El cartagenero Máiquez era hijo de un gran aficionado al teatro, que abandonó su trabajo para probar fortuna en los escenarios. La tradición cuenta que aprendió sobre ellos los primeros rudimentos del arte de la interpretación. Esos mismos testimonios tradicionales señalan que su modo de interpretar no gustaba a la mayoría del público por ser frío y poco comunicativo. Fue en provincias donde conoció a Antonia Prado, importante actriz por entonces, mayor que él, con la que se casó.

Conviene señalar que las acusaciones de frialdad y distanciamiento, de voz que transmitía poco, han de ser puestas entre paréntesis o al menos matizadas, pues tanto se trata de rumores, como que se producen en una época en que el mundo de la actuación estaba cambiando, aunque la mayoría de los cómicos y del público prefería aún una interpretación amanerada y gesticulante, que poco tenía que ver con lo que décadas más tarde acabaría triunfando: un tipo de declamación verosímil, cercana a las emociones y sentimientos del personaje.

Isidoro Máiquez pasó a trabajar a Madrid, en la compañía de Manuel Martínez en el teatro del Príncipe, en 1791, tras rodar por ciudades como Valencia, Málaga y Granada. Desde muy pronto se manifestó su criterio independiente en enfrentamientos con los compañeros y con la administración municipal; enfrentamientos que se repitieron a lo largo de su vida, ya por celos de los colegas, ya porque el actor intentara elevar la consideración social y el respeto por su profesión, ya porque en los años finales de su vida se le hiciera pagar su condición de liberal. En varios momentos se opuso a decisiones arbitrarias de las autoridades que iban en detrimento de los derechos de los actores. Quizá el caso más claro de su actitud reivindicativa, de su consideración de que los actores eran útiles a la sociedad y, por tanto, habían de ser considerados en consecuencia, esté en la disputa con los músicos el año 1815, cuando éstos les consideraron indeseables, según la corriente tradicional, a pesar de que las Cortes de Cádiz les habían reivindicado de esa nota.

Sin embargo, como se sabe, nada de lo aprobado por las Cortes podía esgrimirse como argumento en aquellas fechas. El debate, en el que se implicó al Consejo de Castilla y a otras altas instancias, acabó concluyendo que los cómicos eran gente honrada.

Si en lo social Máiquez mostró su condición de reformista, en lo estético y artístico también. Tras proponer, sin éxito, al Ayuntamiento de Madrid, que entonces se encargaba de los teatros, varias medidas destinadas a mejorar lo material de los teatros, consiguió de Manuel Godoy el permiso para viajar a París y estudiar con Talma, el famoso actor trágico. Este viaje, entre 1799 y 1801, debe encuadrarse en aquella política borbónica de pensionar a alumnos o a profesionales aventajados, que viajaban a Europa para estudiar y perfeccionarse. Del mismo modo que Leandro Fernández de Moratín había recorrido parte del continente, en teoría, reconociendo sus teatros, el actor viajó al lugar donde se consideraba que estaba la vanguardia de la representación. Máiquez no sabía francés y, al parecer, sus primeros tiempos en la capital fueron difíciles, aunque contó con la ayuda de españoles, como Mariano Carnerero, que le introdujeron en los entornos adecuados, de manera que conoció a Talma y a otros actores, y, cuando volvió a España, traía perfeccionado un método de interpretación moderno, que integraba su gusto previo por la economía de medios, por la verosimilitud, junto a la declamación algo formal, “a la francesa”, de carácter esencialmente trágico, en la que Talma era especialmente hábil.

La manera de interpretar de Isidoro Máiquez, tras su paso por París, no imitaba al francés; según los testimonios de quienes le vieron trabajar (Moratín, Revilla y otros), había adaptado lo que le resultaba útil de la manera francesa a las características de la comedia española antigua y a la nueva de costumbres, así como a la tragedia, que, mientras él trabajó, tuvo una digna representación en las tablas españolas. En las tres fórmulas consiguió notables éxitos.

Su modo de representar implicaba convertirse en el personaje, y que no primara el actor sobre éste. Implicaba también ajustar la indumentaria, la iluminación y la escenografía a la situación que se interpretaba. La actuación debía responder a las condiciones del personaje, de la situación, etc., y debía ser lo que hoy llamamos natural, “realista”, teniendo en cuenta que los conceptos son convenciones históricas que cambian.

Máiquez manejaba muy bien los recursos para producir emoción y patetismo, y en este sentido queda constancia del partido que sacaba a los silencios, así como de la peculiar condición de su voz, muy apta para personajes graves. El también actor y más tarde profesor de la Escuela de Declamación Española, fundada en 1831, Andrés Prieto, así lo consigna en su libro de texto Teoría del arte dramático. Máiquez brillaba de modo especial al interpretar personajes extremados en sus pasiones, pero también en los caracteres de la comedia antigua española. La suya era una interpretación burguesa, no sólo en el sentido de incorporar los valores de esa naciente clase a su profesión, sino también en el hecho de ajustar sus maneras interpretativas a la reproducción del mundo moral y estético que la burguesía representaba. La naturalidad es lo que caracterizó su modo de interpretar.

La fuerte personalidad de este actor, así como su sentimiento y compromiso histórico, se manifestaron también en su posición política. Durante la Guerra de la Independencia trabajó en Madrid para José I, tras haber sido liberado de su prisión en Bayona. Sin embargo, Máiquez era un liberal que desde el teatro apoyó esa causa, mediante la puesta en escena de tragedias con mensaje, tanto patriótico como republicano. Tragedias que a menudo eran traducciones de Alfieri en las que el ideal constitucional se veía refrendado por su identificación con la república romana. Se trata de obras como Bruto, Roma libre (Vittorio Alfieri), Pelayo, de Quintana, Megara, La Numancia. Por ello, al acabar la Guerra, fue encarcelado junto con conocidos liberales, como Agustín Argüelles, Manuel José Quintana, Juan Nicasio Gallego, Antonio Sabiñón, Dionisio Solís, Bernardo Gil. Los últimos, hombres de teatro.

Cuando fue “purificado”, continuó trabajando y llegó a tener un grupo de actores a los que transmitió sus maneras de hacer, a pesar de que tradicionalmente se ha señalado que no dejó escuela. Varios de esos cómicos fueron luego profesores en la Escuela de Declamación, de manera que las enseñanzas y el ejemplo recibidos de él pasaron a las nuevas generaciones.

Puede decirse que, aunque otros lo habían intentado antes e incluso ejercieron en alguna ocasión, con él nació la figura del director de escena.

Murió en 1820 en Granada, enfermo y loco, donde se encontraba desterrado por sus enfrentamientos con las autoridades, que no olvidaban su pasado liberal.

 

Bibl.: J. de la Revilla, Vida artística de Isidoro Máiquez, primer actor de los teatros de Madrid, Madrid, Medina y Navarro Editores, 1874; Á. González Palencia, “Nuevas noticias sobre Isidoro Máiquez”, en Revista de la Biblioteca, Archivo y Museos (Madrid), n.º 56 (1948), págs. 73-128; J. Rodríguez Cánovas, Isidoro Máiquez, Cartagena, 1968 (col. Almarial); J. Campos, Teatro y sociedad en España (1780-1820), Madrid, Editorial Moneda y Crédito, 1969; A. Colao, Máiquez: discípulo de Talma, Cartagena, Ayuntamiento, 1980; J. Álvarez Barrientos, “El actor español en el siglo xviii: formación, consideración social y profesionalización”, en Revista de Literatura (Madrid), n.º 100 (1988), págs. 445-466; D. T. Gies, The Theatre in Nineteenth- Century Spain, New York, Cambridge University Press, 1994; J. Vellón Lahoz, “Isidoro Máiquez y Dionisio Solís: el actor en la evolución de la dramaturgia en el siglo XIX”, en A. S. Pérez Bustamante et al., Actas del I Congreso de Historia y Crítica del Teatro de Comedias, El Puerto de Santa María, Fundación Pedro Muñoz Seca, 1995, págs. 370-376; J. Álvarez Barrientos, “Problemas de método: la naturalidad y el actor en la España del siglo XVIII”, en Quaderni di Letterature Iberiche e Iberoamericane (Università degli Studi di Milano), n.º 25 (1996), págs. 5-21; “El cómico español en el siglo XVIII: pasión y reforma de la interpretación” y J. Vellón Lahoz, “El ‘justo medio’ del actor: Isidoro Máiquez y sus teóricos”, en E. Rodríguez Cuadros (coord.), Del oficio al mito: el actor en sus documentos, t. II, Valencia, Universitat, 1997, págs. 287-337; M. Romero Peña, El teatro en Madrid durante la Guerra de la Independencia, Madrid, FUE, 2006; E. Cotarelo y Mori, Isidoro Máiquez y el teatro de su época, introd. de J. Álvarez Barrientos, Madrid, ADE, 2008; A. M.ª Freire, Entre la Ilustración y el Romanticismo. La huella de la Guerra de la Independencia en la literatura española, Alicante, Universidad, 2008.

 

Joaquín Álvarez Barrientos