Blanco García, Francisco. El Padre Blanco. Astorga (León), 3.XII.1864 – Jauja (Perú), 30.XI.1903. Religioso agustino (OSA), maestro en Teología, escritor, crítico literario.
Fueron sus padres Hipólito y Ana; él, maestro de escuela, ella, una sencilla y hacendosa ama de casa. En aquella escuela primaria y bajo la guía de su padre, “adquirió —dicen sus biógrafos— tal caudal de conocimientos que sólo pueden explicarse por una precocidad asombrosa”. Y de la escuela de su padre al seminario diocesano de su ciudad natal, en el que sobresalió, sobre todo, en el estudio y conocimiento de la lengua latina, tanto que, a los doce años, era la admiración de profesores y condiscípulos; éstos acudían constantemente a él, buscando la solución de las dificultades que encontraban; una ayuda que él prestaba con exquisita amabilidad e incluso con placer.
Por otra parte, ya durante su estancia en el Seminario de Astorga se manifestó su precoz vocación literaria; allí proyectó la publicación de un pequeño periódico que recogiese artículos sobre temas patrióticos, morales y religiosos. Y como no podía contar con dinero para publicarlos a imprenta, decidió sacarlos manuscritos. Condiscípulos y amigos serían sus destinatarios. He aquí lo que, entre otras cosas, escribía en uno de sus números, ante un panorama social poco alentador: “Aún veo brillar un crepúsculo de aurora en medio de la densa bruma que nos rodea; aún mi corazón español dice que en esta tierra bendita que el cielo nos dio por Patria, que en esta España [...], existen hijos capaces de regenerar nuestra tan decaída sociedad [...] Éstos, amados lectores, son los sentimientos que acaricia mi alma, y de los que desea participéis vuestro amigo y condiscípulo”.
De aquellos días de su estancia en el seminario es también su composición poética “A la Santa Cruz”, publicada en un número extraordinario del Magisterio Español en un día de viernes santo. Otra composición de aquellos mismos días fue una oda dedicada a la “Conversión de San Agustín”, cuando ya había decidido seguir la vocación religiosa en el colegio de los Padres Agustinos en Valladolid, decisión que, en efecto, llevó a cabo en 1867. Y a la ciudad del Pisuerga se fue con apenas trece años de edad. Hasta cumplir los quince, edad canónica para iniciar el noviciado, tuvo que esperar dos años; en ellos continuó estudiando Humanidades y cursó el primer año de Filosofía. Tras el año del noviciado, vivido con ilusión y ejemplaridad, tuvo lugar su profesión religiosa el 7 de diciembre de 1880. Digno de nota fue el hecho de que por esas mismas fechas el padre Tomás Cámara anunciaba: “Tenemos Revista”, comunicando con ello la licencia otorgada para publicar la Revista Agustiniana, en la que muy pronto el padre Blanco comenzaría a publicar sus primeros artículos. Años más tarde, cambiado ya el nombre por el de La Ciudad de Dios, él mismo llegaría a ser su director.
Y de aquel gran maestro que fue el padre Cámara recibió sus primeras enseñanzas a partir del segundo curso de Filosofía que realizó en el mismo Colegio de Valladolid y, junto con ellas, el entusiasmo y el afán de saber, característicos del que sería más tarde obispo de Salamanca. Los cursos siguientes de la carrera eclesiástica los hizo el joven Francisco en el monasterio de La Vid, pequeña población de la provincia de Burgos, a orillas del Duero. Estudios éstos a los que se dedicó con gran entusiasmo, lo que no le impidió continuar con su afición a la literatura y muy concretamente a lo publicado en el siglo XIX. Su afán por salir al paso de tantas ideas demoledoras de la fe y las costumbres le llevó a pensar en una obra de crítica literaria, analizando los valores y defectos, tanto religioso-morales como literario-artísticos, que fuese detectando en la lectura de las obras de cada uno de los autores. Por entonces se conformaba sencillamente con recopilar datos y rellenar fichas que le pudiesen servir para llevar a cabo su proyecto.
En todo caso, su vocación de escritor, que le venía de lejos, alcanzó un alto grado de madurez con apenas diecisiete años, fecha en que un trabajo suyo, titulado “La reforma de Santa Teresa”, recibió el primer premio en el certamen nacional celebrado en Salamanca en honor de la santa abulense. A partir de 1882, irán apareciendo sus artículos en la ya prestigiosa Revista Agustiniana, fundada apenas un año antes.
En 1885, al hacerse cargo los agustinos del monasterio de El Escorial, fray Francisco Blanco, sin haber acabado aún los estudios teológicos, fue uno de los destinados a él como profesor del Real Colegio Alfonso XII. Además de las clases en el colegio, tenía que concluir la carrera eclesiástica e iniciar la de Filosofía y Letras en la Universidad Central; y de todo ello dio cumplida cuenta. En la universidad tuvo la oportunidad de entrar en comunicación con importantes hombres de letras, que le iban a estimular a llevar adelante los trabajos de crítica literaria que traía entre manos y ya había comenzado a publicar en La Ciudad de Dios, nuevo nombre que llevaba ahora la Revista Agustiniana.
Terminada brillantemente la carrera de Filosofía y Letras, pudo dedicarle más tiempo a su tema favorito, al punto de que, alentado por sus amigos Tamayo y Baus y Menéndez Pelayo, y apoyado también por sus superiores religiosos, se decidió, a principios de 1891, a entregar a la imprenta la primera parte de La Literatura Española del siglo XIX, a la que siguió en el mismo año la segunda parte. De 1894 a 1900 ocupó el cargo de director de La Ciudad de Dios, al tiempo que continuaba trabajando los temas de crítica literaria del siglo XIX, y así, en 1896 aparecía la tercera parte, dedicada a las literaturas regionales e hispano-americanas. Y aún tenía tiempo para dedicárselo al estudio biográfico-crítico de uno de los personajes más queridos por él, fray Luis de León.
La Literatura Española del siglo XIX, sobre todo su primera parte, fue acogida por los más con verdadero entusiasmo, tanto por sus acertados juicios críticos como por su elegancia artístico-literaria. De Menéndez Pelayo, Emilia Pardo Bazán, Juan Valera y Francisco F. Villegas, son los mejores elogios. “En el autor —escribe Juan Valera—, aunque muy joven aún, se descubren prendas y condiciones que le hacen apto para tan difícil empresa. Su leguaje es correcto, natural y castizo; su estilo fácil, animado y sobrio, y su juicio imparcial y sereno”. Francisco F. Villegas, por su parte, añade: “El libro del padre Blanco es una de las obras más interesantes y mejor escritas de cuantas recientemente se han publicado en España, y más acreedora, ciertamente, al aplauso de las personas cultas que otras muchas para cuyo elogio se han agotado todas las exageraciones del ditirambo”. Para Emilia Pardo Bazán “urge encarecer, como se merece el estilo fácil, grato, ya elevado, ya sencillo, a veces elocuente, y en general adecuado y propio, que distingue al padre Blanco [...]. Rara vez un autor se ha formado su estilo peculiar e inconfundible a los años del padre”.
En cuanto a la segunda parte, dedicada a las obras de los autores de la segunda mitad del siglo, vivos muchos de ellos, no le tembló el pulso a la hora de trazar la crítica de no pocos de ellos; por lo mismo, era lógico que quienes se sintieron minusvalorados —los Clarín, Bonafoux, fray Candil y otros perdonavidas— lanzasen rayos y centellas contra el atrevido “frailuco” que se atrevía a enjuiciar sus obras y a criticar sus ideas.
Sus escritos se publicaron en la Revista Agustiniana, nombre con el que fue fundada por el padre Tomás Cámara en 1881, y que, a partir de 1888, se llamó La Ciudad de Dios; nada menos que ochenta y nueve artículos. Gran parte de ellos iban a constituir lo que serían sus obras La Literatura Española en el siglo XIX (primera y segunda parte) y Las Literaturas regionales en España y Literatura Hispano-Americana (tercera parte). Existen, además, numerosos trabajos suyos de temas varios en revistas o periódicos como Estudios de erudición española, La Ilustración Católica, El Lábaro (Salamanca), El Guadalete (Jerez de la Frontera), El Buen Consejo (El Escorial, Real Colegio de María Cristina), El bien social y Revista Católica (Lima), El pensamiento astorgano y Astorica (Astorga). Cultivó también el género poético, y así otras diez composiciones suyas se encuentran en La Ciudad de Dios, así como algunas más en varias de las revistas citadas anteriormente.
Enfrascado en el estudio biográfico-crítico sobre fray Luis de León, del que sólo pudo dejar completa la primera parte, una primorosa biografía, le sorprendió o, por mejor decir, se le agravó la enfermedad que venía padeciendo: la tuberculosis. De modo que hubo de hacer en 1900 un alto en sus trabajos, por orden de los superiores, para tratar de recuperarse. Pero ni las aguas de Panticosa ni la oración fervorosa en el santuario de Lourdes ni la estancia tranquila en casa de su hermano médico en Jerez de la Frontera ni, finalmente, sus casi dos años en Jauja (Perú), como último recurso, le devolvieron la salud. Y en la famosa ciudad peruana acabó sus días el 30 de noviembre de 1903, a los treinta y nueve años, aún no cumplidos.
El acontecimiento fue recogido con especiales acentos de tristeza por la prensa peruana, que reconocía la pérdida que suponía la desaparición del padre Blanco para las letras españolas. “El homenaje a sus virtudes y talento —escribe el padre C. Muiños— comenzó en los mismos funerales, a los que asistieron todas las autoridades y personas de representación en Jauja, pronunciando en su honor un elocuente discurso el señor Gordillo, director del instituto. La prensa de Lima dedicó a su memoria sentidísimos artículos, como después toda la prensa hispano-americana. Ni que decir tiene que también en España, cuando se recibió la noticia, hubo numerosas muestras de pesar”.
Enterrado inicialmente en el convento de los padres franciscanos de Ocopa, ciudad cercana a Jauja, veinticinco años más tarde fue trasladado al monasterio de El Escorial, recibiendo sepultura en la que hace el número cuarenta y dos del claustrillo oeste, junto a la puerta lateral que da acceso al comedor. Sobre la nueva lápida se grabó esta sencilla inscripción: “Aquí yace / fray Francisco / Blanco García/ religioso agustino / de este Real Monasterio / escritor / y / literato insigne / 30 de noviembre / 1903 / RIP”.
Obras de ~: El Laurel de Ceriñola. Drama en un acto, Madrid 1889; La Literatura Española en el siglo XIX. Primera Parte, Madrid, Sáenz de Jubera Hermanos editores, 1891-1894, 3 vols.; La Literatura Española en el siglo XIX. Tercera Parte (Las Literaturas regionales y La Literatura Hispano-Americana), Madrid, 1894; Fray Luis de León. Estudio biográfico del insigne Poeta agustino, Madrid, Marceliano Tabarés, 1904; La Literatura Española en el siglo XIX. Segunda Parte, Madrid, 1991.
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Teófilo Viñas Román, OSA