Calleja Fernández, Saturnino. Quintanadueñas (Burgos), 11.II.1853 – Madrid, 7.VII.1915. Editor y escritor de cuentos y libros escolares.
El fundador de la Editorial Calleja, nacido en Quintanadueñas (Burgos), se trasladó a Madrid en 1868, y, con vocación decidida, se dedicó durante ocho años a adquirir una formación profesional completa, tanto en el negocio de la edición como en las técnicas de las tareas relacionadas con ella, como la impresión, la encuadernación, el grabado, etc., ejercitando siempre sus conocimientos en la práctica que le facilitaban algunos familiares como su hermano Luis y el editor Agustín Sáenz de Jubera, a la vez que entraba en contacto con el mundo de la enseñanza. En 1876, Fernando Calleja, su padre, abrió una librería (y taller de encuadernación) en Madrid (en la calle de la Paz) y tres años más tarde se la vendió a Saturnino: radican en estos hechos el origen de la famosa Casa Editorial Saturnino Calleja y el que, en los libros que publicaba, apareciera en su portadilla el dato de “Casa fundada en el año 1876”.
Una vez al frente de la librería, Saturnino Calleja empezó a diseñar el nuevo rumbo del negocio, con cuatro objetivos concretos y ambiciosos. Por un lado, como buen epígono de la Ilustración y de su optimismo pedagógico, intentar alfabetizar al mayor número de personas, ya que a finales del siglo XIX no sabía leer y escribir más de la cuarta parte de los españoles; por otro, convencido de que el éxito de la tarea educativa se consigue mediante una actividad atractiva, editar libros que instruyeran deleitando; también, renovar el escaso, caro y anticuado material de enseñanza y libros escolares de que disponían los maestros en España, y, por último, como gran y ambicioso organizador, crear una empresa de altos vuelos, necesaria para alcanzar las tres metas anteriores.
Y así, en los primeros años de la octava década del siglo XIX, Calleja comenzó a renovar manuales educativos, creó las primeras series de su colección de cuentos para niños (sin duda alguna la actividad que le dio fama universal en España y en América: recuérdese la frase común de “Tiene más cuento que Calleja”), e inició su política de precios populares.
Para ello subvirtió los códigos pedagógicos reinantes, concediendo a las ilustraciones de los libros y de los cuentos un papel de primer orden, pedagógica y artísticamente hablando —especialmente en el caso de las cubiertas— y seleccionando como dibujantes a artistas contemporáneos de máxima categoría.
Por otra parte, actualizó los datos científicos de libros y manuales escolares, revisó su estilo literario y ofreció sobre un mismo tema publicaciones distintas.
En lo que respecta a los cuentos, además de presentarlos con portadas estéticamente seductoras, de añadirles bases de datos instructivos y de asignarles ya en aquellos tiempos una función interactiva, Calleja fue el primero que los editó en series en España (en 1884), al tiempo que tiraba varias ediciones de los mismos —con diferentes tamaños, papel y encuadernación, pero con el mismo contenido—, con el fin de adaptarse a las distintas economías. Comercialmente, como él mismo manifestó desde los primeros años de la editorial, su lema fue el de “vender mucho y barato, y tener alientos y espíritu expansivo para exponer capital”.
El rápido despegue de la empresa le obligó a cambiar de ubicación un par de veces, hasta que en 1896 inauguró un gran complejo editorial en Madrid, en la calle Valencia, número 28. A partir de ese momento, Saturnino Calleja primero, y sus hijos después, convirtieron la casa en una de las más importantes editoriales españolas y americanas. Editaron libros de todo tipo, de las más diversas temáticas, lo mismo autores clásicos que de actualidad, con diferentes enfoques o ideologías, desde diccionarios hasta novelas, pasando por devocionarios o libros de Medicina, y llegaron a tirar muchísimos volúmenes, de lo que puede ser un indicio las cifras correspondientes a un año intermedio, el de 1899: tres millones cuatrocientos mil volúmenes, correspondientes a ochocientos setenta y cinco títulos, cifras superadas constantemente en años posteriores, llegando a ser la segunda editorial española en el año de la muerte de Saturnino Calleja, y posteriormente la número uno. Fallecido el fundador, la Editorial Calleja conoció una etapa aún más brillante y modernista, bajo el mando de su hijo Rafael y la dirección literaria de Juan Ramón Jiménez y la artística de Salvador Bartolozzi.
Aunque, como se ha dicho antes, atendieron a todo tipo de público, la preferencia con mucho fue siempre para los niños y los jóvenes. Para ellos estaban destinadas tres secciones de la editorial: la de “Cuentos y Bibliotecas para niños”, la de “Obras pedagógicas de primera enseñanza” y la de “Material de escuelas”. La primera comprendía numerosas colecciones: Biblioteca de Recreo, Juguetes Instructivos, Joyas para Niños, Leyendas Morales, Recreo Infantil, Cuentos para Niños, Biblioteca Escolar Recreativa, Narraciones Bíblicas, Biblioteca Ilustrada para Niños, Biblioteca Enciclopédica para Niños y Biblioteca Perla; a las que se unían otras series como la de cine, la de pinturas infantiles, fábulas, El Teatro de la Infancia, y más tarde, ya fallecido Saturnino Calleja, la serie de Pinocho y Chapete (a partir de 1917) o la revista Pinocho. Semanario infantil (a partir de 1925). La segunda sección abarcaba lo referente a los manuales escolares, unas veces de modo suelto, otras en series y otras bajo la forma de enciclopedia.
De ellas, las principales colecciones fueron El Pensamiento Infantil (Método de lectura progresiva de acuerdo con la capacidad intelectual evolutiva de los niños); Lecciones de una Madre (versión para niñas del método anterior); Método Completo de Primera Enseñanza Cíclica o Progresiva (compuesto a su vez por tres colecciones de otras tituladas Albores de la Enseñanza, Guía de la Primera Enseñanza y Biblioteca de las Escuelas, destinada cada una a los niños del primer grado, del segundo y de la enseñanza primaria superior, respectivamente). Posteriormente a 1911, la Casa Editorial Saturnino Calleja publicó otras series más innovadoras, como la Colección Escolar Calleja, Textos Escolares por Calleja o Nuevos Textos Escolares, por V. Hueso, y, en su afán por ampliar la oferta y por modernizar la enseñanza, todavía se editaron otras dos colecciones, las Obras Principales de Lectura y Estudio y los Cursos Graduados Ortiz. La tercera sección apuntada, la de “Material escolar”, se preocupó por vender a los maestros una buena parte del material administrativo necesario en las escuelas, así como una serie de recursos didácticos que apoyaran una enseñanza activa, como mapas históricos y geográficos, atlas, abecedarios, métodos de caligrafía, pizarras artificiales y naturales, medallas escolares o láminas murales sobre diversas materias.
Pero en el haber de contribuciones de Saturnino Calleja al adelanto de la sociedad española, a la regeneración del país, hay que reseñar también el apoyo que prestó al magisterio, mediante la creación de dos revistas, La Ilustración de España (1884) y El Heraldo del Magisterio (1890) y la convocatoria y celebración de una Asamblea Nacional del Magisterio (2 de enero de 1891). La oposición del Ministerio de Fomento y un bache de su salud impidieron que culminara sus intentos de subir los sueldos de los maestros y de mejorar la enseñanza. En cambio sí tuvo más éxito en su actividad de apoyo a los editores y libreros, mediante la creación de la Asociación de la Librería de España (1901), de la que fue director entre 1904 y 1906, y a la que pertenecieron más de mil quinientos libreros. También puso en marcha una revista que tuvo larga vida, Bibliografía Española. Revista general de la librería, de la imprenta y de las industrias que concurren a la fabricación del libro, como tribuna y portavoz de aquella sociedad.
El compromiso que Calleja defendía en la labor editora, especialmente en su caso con todo lo referente al mundo de la educación, le motivó a conocer constantemente el panorama español y europeo en cuestión de manuales escolares y de literatura infantil y juvenil, y en muchas ocasiones contribuyó a su cambio mediante la elaboración personal de algunos libros de texto, o mediante la actualización de párrafos desfasados en el lenguaje, en los conceptos o en los datos de libros de autores antiguos. Esta actividad como escritor la ejerció también con muchos cuentos para niños, redactándolos por entero o adaptando los clásicos al marco geográfico e ideológico de los niños españoles.
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Julio Ruiz Berrio