Hervella y Cano, Teodora. Teodora Lamadrid. Zaragoza, 26.XI.1820 – Madrid, 21.IV.1896. Actriz.
Hija de Juana María Cano, natural de Morón (Sevilla), y de Jerónimo Hervella Lamadrid, natural de Hermitas (Galicia). Como su hermana mayor Bárbara, adoptó el segundo apellido paterno para su carrera artística, que comenzó a una edad temprana. Con ocho años ya representaba papeles infantiles en los escenarios. Dada su precocidad, el empresario Juan Grimaldi la contrató, junto a su hermana, en 1832 para trabajar como dama joven en los teatros madrileños del Príncipe y de la Cruz.
Casó muy joven con Basilio Basili (Macerata, 1803-Nueva York, 1890), un profesor de canto y música italiano, hijo del músico Francisco Basili y de María Filipucci, que había llegado a la capital española en 1827 para cantar el Otello de Rossini y decidió no volver a Italia. Contribuyó al nacimiento del género de la ópera española con obras como El novio y el concierto, estrenada el 12 de marzo de 1839 en el teatro del Príncipe, en la que participó su cuñada Bárbara Lamadrid; o El ventorrillo de Crespo, estrenada en el teatro del Circo en julio de 1841, en la que cantó su mujer Teodora Lamadrid. La actriz no gozaba de grandes facultades vocales, pero corrigió esta deficiencia, brillando tanto en el drama como en la comedia. Por eso, cuando el 9 de enero de 1843 se ejecutó en el teatro del Príncipe una varada función y, entre las piezas, se representó por primera vez la zarzuela en un acto titulada Los solitarios, con letra de Manuel Bretón de los Herreros y música de Basilio Basili, por los actores Teodora Lamadrid, Matilde Díez y Julián Romea, se decía de ellos en el cartel que anunciaba la obra que “Ninguno de los tres presume de cantor, y por tanto no abrigan otra pretensión que la de dar a los espectadores esta prueba más de lo muy reconocidos que están a su benevolencia”.
Convertida en primera dama, dejó el teatro de la Cruz en 1844 para volver al teatro del Príncipe, en el que permaneció seis años en la cabecera de cartel. Después fue contratada por Joaquín Arjona como primera actriz del teatro de los Basilios, en el cual se estrenó la pieza teatral Adriana Lecouvreur, escrita por Eugène Scribe en 1851, que supuso la consagración definitiva de la actriz. Fue retratada por el pintor Manuel Cabral y Aguado Bejarano como protagonista de este drama que narra los amores de una actriz francesa con Mauricio, en realidad conde de Sajonia.
Tras este éxito personal y profesional, su repertorio se fue engrosando en los años sucesivos con obras tanto de clásicos, como El desdén con el desdén, de Agustín Moreto, o La villana de Vallecas, de Tirso de Molina, una de sus más repetidas interpretaciones, así como de autores contemporáneos. Fue una de las actrices más aclamadas por el público durante el Romanticismo. Como su hermana Bárbara Lamadrid, representó papeles dramáticos, como el de Azucena del drama romántico El trovador de Antonio García Gutiérrez, o Isabel de Segura de la obra Los amantes de Teruel, de Juan Eugenio Hartzenbusch. Destacaron también las interpretaciones de Teodora Lamadrid en el drama histórico La rica hembra (1854), de Aureliano Fernández-Guerra y Orbe, así como en La campana de Almudaina (1859), de Juan Palou y Coll, o en ¡Bienaventurados los que lloran! (1866) de Luis Mariano de Larra. Manuel Tamayo y Baus llegó a imponer la condición de que sus obras fuesen estrenadas por la actriz, entre cuyos títulos se encuentran especialmente Virginia, en 1851; Locura de amor, en 1855, en la que la actriz sobresalió en el papel de reina, y, en 1862, con más de cuarenta años, mereció los elogios de Calvo Revilla cuando estrenó Lo positivo, que arregló para ella Tamayo. Un año antes, descolló en El tanto por ciento, en 1861, de Adelardo López de Ayala, con quien Teodora Lamadrid mantuvo una intensa relación epistolar entre 1852 y 1867. Una correspondencia en la que descubre una vida desdichada y un matrimonio desgraciado con el músico italiano, con el que tuvo dos hijos. El hijo varón, Ernesto, nacido en Madrid el 8 de julio de 1842, murió a temprana edad, mientras que Enriqueta, nacida también en Madrid el 24 de diciembre de 1846, cuando comenzaba a destacar siguiendo los pasos de su madre, falleció todavía muy joven algún tiempo después, originando el consiguiente dolor y soledad en la vida de la actriz. En las últimas cartas a Adelardo López de Ayala pensaba en su retiro de los escenarios, sin embargo, un ventajoso contrato en 1870 le hizo trasladarse a América, donde continuó cosechando triunfos. A su retorno a España, abandonó definitivamente las tablas y se dedicó a la docencia en la Escuela Oficial de Declamación del Conservatorio de Madrid, puesto en el que había sucedido, después de retirarse, a su rival Matilde Díez. Un último infortunio fue a sumarse a la amarga vida de Teodora Lamadrid con la pérdida de todos sus ahorros, unas 250.000 pesetas de la época, invertidas en obligaciones de la quebrada casa de Osuna y, como su hermana mayor, murió arruinada y sola y olvidada de todos.
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María Luisa Rovira y Jiménez de la Serna, condesa de Corbul