Coello, Claudio. Madrid, 2.III.1642 – 20.IV.1693. Pintor.
Hijo de un broncista portugués, originario de Viseu y establecido en Madrid en la década de los treinta, Claudio Coello se educó con Francisco Rizi manteniéndose muchos años en su taller, donde, según el testimonio de Palomino, que le conoció, estudiaba con suma atención los dibujos del maestro y formó su estilo, cuidando con más atención que Rizi, la minuciosa preparación de sus obras y dando “por mejorar un contorno treinta vueltas al natural”.
Existen obras fechadas desde muy pronto, cuando andaba todavía en el taller de Rizi, e incluso datos documentales de una obra de responsabilidad que no se ha conservado: el retablo del altar mayor de la iglesia desaparecida de Santa Cruz de Madrid en 1666. A esta década pertenecen los lienzos de Susana y los viejos, 1663 (Ponce, Puerto Rico, Museo Ferré), Triunfo de San Agustín, 1664 (Museo del Prado) que le muestran ya enteramente formado y en posesión de todos los recursos de su arte, nutrido de la tradición veneciana y del conocimiento de la pintura flamenca postrubeniana y de cuanto se hacía en Italia en el medio romano triunfal, conocido a través de Herrera el Mozo, presente en Madrid desde 1653. En 1664, siguiendo a Palomino, conoce a Valdés Leal, que viajó a Madrid y coincidieron en la Academia, donde se juntaban los pintores para dibujar figuras. En 1668 firma uno de los conjuntos más ambiciosos y espectaculares que de él se han conservado: el retablo del convento benedictino de San Plácido de Madrid. El altar mayor tiene un enorme lienzo de la Anunciación con los profetas y sibilas, de complejísima composición inspirada en un grabado de Rubens libremente interpretado, y los laterales, dedicados a santos benedictinos, unos a Santa Gertrudis y el otro a San Benito y Santa Escolástica con una técnica ligera y nerviosa que brilla especialmente en las predelas dedicadas a motivos de la Pasión y alegorías eucarísticas. Son abundantes las referencias documentales de la actividad de Coello en los años posteriores, aunque muchos corresponden a obras perdidas. En 1669 está fechada la Virgen con el Niño y las Virtudes Teologales, del Museo del Prado, y ente 1671 y 1672 trabaja, juntamente con José Ximénez Donoso (h. 1632-1690), que había estado en Italia, en la catedral de Toledo, donde pintan al fresco el techo del vestuario de Canónigos con arquitecturas fingidas y grupos de ángeles niños que sostienen los atributos del episcopado. Y en la Casa de Panadería de la Plaza Mayor de Madrid, las pinturas al temple de la escalera y el gran salón, contratadas en agosto de 1672, igualmente con arquitecturas fingidas y alegorías de la Casa de Austria, que testifican la herencia de Mitelli y Colonna a través de Rizi y Carreño.
En 1674 Coello contrae matrimonio, teniendo como testigo Francisco Rizi. La esposa murió un año después. En ese mismo año (1674) firma el contrato para la pintura del retablo de la parroquial de Torrejón de Ardoz (Madrid). De los seis lienzos contratados sólo se conserva el grande, Martirio de San Juan Evangelista, obra espléndida, con amplio desarrollo escenográfico, cuidadosamente preparada a través de dibujos, algunos conservados, que muestran su vinculación a la tradición veneciana, especialmente veronesiana, y el ímpetu teatral y retórico de Rubens.
En agosto de 1677 contrae segundo matrimonio, que le dio seis hijos, el segundo de los cuales fue apadrinado por Carreño en 1682. En 1679-1680, Coello participa muy activamente en las decoraciones festivas que se erigieron en Madrid para la entrada de la esposa de Carlos II, María Luisa de Orleans. A Coello correspondió preparar algunas de las más espectaculares arquerías de arquitecturas efímeras y pintura al temple. El éxito de estas obras, que sólo se conoce por descripciones y algunos grabados fragmentarios, le valieron el nombramiento de pintor del rey, en la vacante causada por la muerte de Dionisio Mantuano en 1683. En estos años realiza varias obras de importancia. Entre las que se han conservado, el retablo mayor de la iglesia de Ciempozuelos (1680), dedicado a Santa María Magdalena, donde se vale de la imagen que de la santa pintó Ribera, que se hallaba entonces en El Escorial (hoy en la Academia de San Fernando), dotándola de un espectacular cortejo angélico. En 1684 va a Zaragoza a ocuparse de la decoración total al fresco de la iglesia del colegio agustino de Santo Tomás de Villanueva, conocido como la Mantería. Se ocupó en ello un año, contando con la colaboración de Sebastián Muñoz (h. 1650-1690), recién vuelto de Italia, donde había trabajado algún tiempo con Carlo Maratta.
Vuelto a Madrid en 1685, en agosto de ese año falleció Rizi que estaba pintando el lienzo de la Sagrada Forma para El Escorial y Coello recibió el encargo de concluirlo. Palomino dice que no le agradó la composición de Rizi y la empezó de nuevo de su propia invención. La tela, que ocupa el testero de la sacristía del monasterio, es sin duda su obra maestra. El cuadro, que representa la misma nave de la sacristía en un alarde especular digno de Velázquez, ofrece una vivísima imagen de la realidad de la corte, con una galería de retratos —incluido el rey— de todos los que asistieron a la ceremonia de reconsagración de la basílica después de la profanación de Valenzuela.
El cuadro es portador, como se ha dicho, de un triple sentido: como documento histórico, alegoría religiosa y manifiesto político. Y como Carreño fallece en ese mismo año, en el siguiente, 1686, se le concede a Coello el puesto de pintor de Cámara para suceder al pintor asturiano. El lienzo está firmado en 1690, y los abundantes dibujos y bocetos parciales preparatorios dan cuenta de la rigurosa preparación con que se llevó a cabo.
Simultáneamente a este gran lienzo, realizó algunas otras obras importantes, no conservadas, como una serie de frescos en la Galería del Cierzo del Alcázar, pero su salud debía de estar ya delicada, pues en enero de 1691 escribe al prior de los premonstratenses de San Norberto de Madrid que, a causa de su enfermedad no puede ponerse a trabajar en los encargos que tiene pendientes, pero que en cuanto mejorara se pondrá a ello.
En los últimos años de su vida trabajó para iglesias y conventos fuera de Madrid. En 1691 se le nombró pintor oficial de la catedral de Toledo y realizó el retablo de la iglesia de la Asunción, en Calzada de Oropesa (Toledo), del que sólo se conserva la parte superior firmada con la Coronación de la Virgen y dos Ángeles Músicos también firmados en 1691. También firmados en el mismo año se encuentran el Santo Tomás de Villanueva y el San Juan de Sahagún del destruido convento de Agustinos de Salamanca, hoy en la iglesia salmantina de las Carmelitas de Abajo.
La última obra que pintó fue seguramente el Martirio de San Esteban para el convento dominico dedicado a este santo en Salamanca, firmada en 1693.
La llegada a Madrid en 1692 de Luca Giordano causó en Claudio Coello una profunda depresión, que, según Palomino, le llevó a la muerte. En abril de 1693 se encontraba gravemente enfermo; el día 15 de ese mes redactó su testamento y el 20 murió.
Palomino, que le conoció bien e incluso llegó a colaborar con él, da una semblanza de Coello un tanto contradictoria, pues “el semblante no era muy grato y además de esto adusto y melancólico”, “era Claudio de un genio muy podrido y recóndito, y no se si diga, envidioso” y “era su trato desabrido y poco amistoso”, y por el contrario “mostraba ser de genio agudo, especulativo y cogitativo, como verdaderamente lo fue, con gran felicidad, gusto y capricho en lo que pensaba y lo concebía en su mente y gran facilidad y producirlo y actuarlo”, y a pesar de todos sus defectos toda la profesión, que le amaba por su gran habilidad, “lamentó su muerte“ con gran sentimiento, pues “tanto como esto puede el mérito de la habilidad, que subsana cualquiera otras nulidades”.
Coello es sin duda la personalidad más fuerte del último barroco madrileño. Su obra es muy extensa, y cultivó todos los temas devocionales habituales en su tiempo. Los lienzos de composición compleja son ejemplos magníficos de su tratamiento escenográfico, de solemne opulencia, pero a la vez de delicada maestría en la ejecución y un tratamiento del color suculento.
En las figuras solas, sean santos o Vírgenes Inmaculadas, su arte se impregna de un sentido de monumentalidad y solemne majestuosidad muy personal, sin renunciar a la suntuosidad barroca aunque manteniendo siempre en los rostros y en los pormenores de ambientación un singular realismo que le distingue de su maestro Rizi.
Coello hubo de tener muchos colaboradores y discípulos y su estilo se prolonga hasta bien entrado el siglo xviii. Palomino (fallecido en 1726) es sin duda el más importante y conocido de sus seguidores (aunque hubo de sumar a su influencia la de Luca Giordano). Juan Vicente Ribera (nacido hacia 1665, y fallecido después de 1724) y las obras religiosas de Miguel Jacinto Meléndez (1676-1734) se han atribuido en ocasiones a Coello.
En ocasiones, como ya se ha dicho, colaboró con artistas como José Ximénez Donoso y Sebastián Muñoz, con los que, a veces, puede también haberse confundido.
Y Juan Martín Cabezalero (c. 1634-1673), condiscípulo suyo en el obrador de Carreño, ha sido confundido con él al menos una vez.
En Aragón, la huella de los frescos de la Mantería de Zaragoza y el prestigio de su condición de pintor del Rey, dejaron también su impronta en Vicente Berdusan (1632-1697), Jerónimo Secano (h. 1638-1710) o Francisco del Plano (c. 1658-1739) e incluso en obras anónimas, como las pinturas al fresco de la iglesia de Cetina.
Obras de ~: Cristo servido por los ángeles, propiedad particular, Barcelona, 1661; La visión de San Antonio de Padua, Chrysler Museum, Norfolk (USA), 1663; Santa Catalina de Alejandría, Meadows Museum, Dallas (USA), c. 1665; San José, Museum of Art, Toledo (USA), 1666; San Miguel, The Sarah Campbell Foundation, Houston (USA), 1665-1670; La Virgen y el Niño, con San Luis y otros santos, Museo del Prado, Madrid, c. 1668; La Virgen y el Niño con las Virtudes Teologales y santas, Museo del Prado, Madrid, 1669; La Virgen del Rosario y Santo Domingo, Academia de San Fernando, Madrid, c. 1670; Cristo y Santa María Magdalena en casa del fariseo, propiedad particular, Madrid, 1676; Inmaculada Concepción, Museo Goya, Castres (Francia), 1676; La Virgen del Pilar se aparece a Santiago, Hearst-San Simon State Historical Museum, San Simeon (USA), 1677; Desposorios místicos de Santa Gertrudis y Martirio de San Plácido, Museo de la Encarnación, Corella (Navarra), c. 1683; Santa Catalina, Wellington Museum, Londres, 1683; Santa Rosa de Lima y Santo Domingo, Museo del Prado, Madrid, 1684-1685; Retrato del Padre Cabanillas, Museo del Prado, Madrid, c. 1685; Inmaculada Concepción, Tribunal Supremo, Madrid, c. 1685; La Sagrada Familia, Museo de Bellas Artes, Budapest, c. 1690; Retrato de Doña Nicolasa Manrique, Instituto Valencia de Don Juan, Madrid, c. 1690.
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Alfonso E. Pérez Sánchez