Arredondo, Isidoro Bernardo. Colmenar de Oreja (Madrid), 11.XI.1655 – Madrid, III.1702. Pintor y grabador.
Nacido en Colmenar de Oreja el 11 de noviembre de 1655 es bautizado el día 22 de ese mes en la iglesia parroquial de la misma villa, siendo sus progenitores, Cristóbal Arredondo y Águeda Lanieta, al parecer acomodados hacendados locales. Su infancia y adolescencia permanecen oscuras; si bien, una vez despierta la vocación artística de Isidoro, en edad ya tardía, sus padres deciden enviarle a la Corte para que aprenda pintura.
Marcha pues Arredondo a la capital madrileña, hacia 1673-1675, entrando en el taller del villenense José García Hidalgo (1645-1717), discípulo de Carreño, que había estado en Roma, y que desde su llegada a Madrid en 1672 gozaba de un creciente prestigio artístico. En esta escuela, Arredondo adquiere las bases más sólidas de su dibujo, permaneciendo en ella quizá un año, o algo más.
Sin embargo, Palomino, que conoció y trató a los dos artistas, cuenta que Arredondo, no pudiendo soportar el carácter de su maestro, sólo estuvo en este taller “unos meses” al ser García un “hombre de raro y extravagante humor”.
Prosigue Arredondo su aprendizaje con otro importante artista: Francisco Rizi (1614-1685), pintor del Rey y a la sazón uno de los más fecundos e imaginativos de todo el panorama pictórico madrileño.
Sus relaciones con este maestro son buenas hasta el punto de colaborar con él en algunos de sus encargos reales y llegar a casarse con su ahijada, María de Beguillas, una joven “doncella” oriunda de Valladolid, a la que Rizi había criado en su casa desde niña.
La protección del viejo maestro madrileño, perpetuada incluso hasta después de su muerte, pues le lega al discípulo todo su estudio de pintura: dibujos, borroncillos, libros, compases, trazas y perspectivas, hace que la carrera de Arredondo se acelere en palacio. El 16 de julio de 1685 se le nombra, a los veintinueve años, pintor del rey ad honorem sin gajes, y un mes más tarde, el 16 de agosto, obtiene la plaza con salario, esta vez por la muerte de Rizi, acaecida el 2 de agosto. La rapidez con que se tramitaron estos dos nombramientos palatinos y el desconocimiento público que en ese momento suponía el nombre de Arredondo en la Corte, causó el asombró general entre los pintores de la época.
Palomino recuerda bien el suceso y dice que “la primera noticia que tuvimos de tal pintor había en el mundo, fue haberle hecho Merced de su Pintor el Señor Carlos II”.
Comienza, pues, Arredondo su carrera cortesana.
El mismo año de 1685, inmerso ya en el ambiente artístico madrileño, participa como grabador junto a otros destacados artistas en el malogrado libro que el Ayuntamiento de Madrid pretendía sacar sobre la entrada en la Corte de la reina María Luisa de Orleans en ocasión de sus bodas reales con Carlos II (1680).
Su actividad para palacio comienza también a ser importante en estas fechas: decora al fresco un gabinete de la Reina y varios tramos de la galería del Cierzo (1686) con historias diseñadas por Claudio Coello de la fábula de Psique y Cupido. Un par de años más tarde, en 1688, obtiene su primer triunfo sonado en palacio al realizar un juego —hoy perdido— de dieciocho estampas “luminadas” que ilustraban una comedia celebrada en honor del cumpleaños del rey Carlos II. Los elogios que hizo el Monarca de esta obra fueron tales que Arredondo pretendió un ascenso en palacio solicitando ese año la plaza de ayuda de la furriera; petición que no fue estimada por la Casa Real.
La llegada a Madrid en 1690 de la segunda mujer de Carlos II, Mariana de Neoburgo, le emplea de nuevo como decorador mural junto a otros pintores del Rey en diversas obras de importancia para el palacio del Buen Retiro. En esta ocasión pinta los aposentos de la nueva Reina y el frontis del despacho del Rey. Ese mismo año también se le encarga la restauración de los frescos realizados por Francisco de Herrera el Mozo en la cúpula de la capilla de Nuestra Señora de Atocha (1665), colaborando con otro importante pintor del rey, Sebastián Muñoz, que moriría en este trabajo mientras pintaba a consecuencia de una caída del andamio.
Su prestigio en la Corte es ya grande y consta ahora su actividad en algunos encargos públicos de carácter religioso. Para la iglesia de Nuestra Señora de Constantinopla realiza, en 1693, los lienzos de los retablos colaterales. Pinta una santa Clara con la custodia y una apoteosis de san Luis obispo, ambos actualmente en el Museo del Prado. Estas obras, de cierto empeño y ampulosidad barrocas, constituyen sin duda las muestras más significativas de su estilo personal, fusionando la corrección del dibujo de García Hidalgo y sus audaces rompimientos del plano con el movimiento y colorido de Rizi.
De ese año es también otro importante conjunto de lienzos realizados para el Gremio de Plateros madrileños, sito en la iglesia de San Salvador.
Algunos de sus cuadros, hoy en el Palacio Real de Madrid, están dedicados a pasajes de la vida de su patrón, san Eloy, mostrando entre complicadas escenografías barrocas, los tipos y avances “jordanescos” que absorbe en ese momento la pintura barroca madrileña.
Paralelamente también desarrolla con asiduidad otras tareas profesionales, como la de tasador de pinturas, que le proporcionan en estos años, aparte del prestigio como artista, ganancias económicas con que mantener a su crecida familia compuesta de su mujer y cuatro hijos: Félix, María, Mariana y Teresa. El 1 de mayo de 1695 hay constancia de que su economía no es muy holgada, pues reclama al Rey los salarios que se le adeudaban como pintor de cámara, solicitando de nuevo la plaza de ayuda de la furriera, que empero vuelve a quedar sin respuesta.
Al año siguiente, en 1696, participa como “pintor notorio” junto a Ruiz de la Iglesia, Palomino, Matías de Torres, Manuel de Castro y Juan Delgado, en el viejo pleito sostenido contra la Hermandad de los Siete Dolores sobre la obligatoriedad —entonces indigna para los pintores— de tener que sacar perpetuamente todos los años un “paso” en procesión el Viernes Santo. Vive ahora en la calle Real de Santa María y su economía sigue sin mejorar. En 1698 la “estrechez” económica de la familia Arredondo es tal que pide ese año Isidoro a la Casa Real se le adeude todos sus atrasos que se remontan a varios años.
En 1700, a la muerte de Carlos II, se le nombra, junto a Ruiz de la Iglesia, tasador oficial de las pinturas de la colección real. Ese año, según el testimonio de su compañero Palomino, Arredondo comenzó a sufrir una larga y dolorosa enfermedad que empezó con unos “flatos, que le molestaban mucho; y después de varios remedios, se le subieron a la cabeza, y especialmente a un oído, donde era tal el tormento, que padecía, que le mandaron sangrar”. A consecuencia de la sangría, fallece a primeros de marzo de 1702, a los cuarenta y siete años de edad, otorgando testamento el 9 de febrero del mes anterior. Deja por herederos a sus cuatro hijos y declara se le entierre en la parroquia de San Nicolás.
Su inventario de bienes refleja una posición acomodada con abundantes muebles, vestidos, tapices, cacharros y pinturas salvadas, no obstante, de sus precariedades económicas.
El perfil moral que refiere Palomino es el de un hombre muy querido y apreciado por su “amable, modesto, y apacible trato”.
Obras de ~: Lienzos con pasajes de la vida de San Eloy, Palacio Real (Madrid), 1693; Santa Clara con la custodia, 1693, Museo del Prado; Apoteosis de San Luis, Obispo, Museo del Prado; Santa Clara (dibujo), National Gallery of Scotland, Edimburgo (Escocia); Santa Teresa en éxtasis (dibujo), Museo del Prado.
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Álvaro Piedra Adarves