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Mariana de Neoburgo

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Biografía

Mariana de Neoburgo. Düsseldorf (Alemania), 28.X.1667 – Guadalajara, 16.VII.1740. Reina consorte de España por su matrimonio con Carlos II de España y condesa Palatina del Rin.

Mariana de Neoburgo nació en el palacio de Benrath en Düsseldorf, capital del Ducado de Berg. Sus padres eran el elector palatino del Rin, Felipe Guillermo de Neoburgo, e Isabel Amalia de Hesse-Darsmtadt. Pertenecían a la familia de los Wittelsbach, de gran abolengo en Alemania, de fe católica y que estaba dividida en dos ramas: la palatina y la bávara. La madre de Mariana estuvo embarazada en veinticuatro ocasiones y dio a luz diecisiete vástagos, nueve hijos y ocho hijas, de los cuales sobrepasaron la infancia catorce. Tanto Mariana como sus hermanas tuvieron una educación dirigida a dar gloria y prosperidad a la casa de Neoburgo, lo que lograron a través de sus matrimonios. Leonor Magdalena, la mayor, fue emperatriz; María Sofía llegó a ser reina de Portugal; Eduvigis se convirtió en princesa de Polonia; Dorotea logró ser gran duquesa de Parma, y Mariana contrajo matrimonio con el monarca hispánico Carlos II.

El soberano español había perdido a su primera esposa, María Luisa de Orleans, el 12 de febrero de 1689, de manera inesperada y cuando contaba sólo veintiséis años. Ambos llevaban unidos diez años y, aunque felices en su emparejamiento, en ese tiempo no habían conseguido el deseado heredero que diera continuidad a la dinastía de los Austrias. Es por ello que el 22 de febrero de 1689 el Consejo de Estado instaba al rey a que tomara nueva esposa. Las candidatas que fueron presentadas como las más adecuadas fueron tres: la infanta Isabel Luisa de Portugal, hija del primer matrimonio del rey Pedro II; Ana María Luisa de Medici, hija del gran duque Cosme III de Florencia; y Mariana de Neoburgo. La elegida fue esta última, debido tanto a la fecundidad demostrada por su madre, como al hecho de que era la única aspirante por la que no corría sangre francesa por sus venas. Asimismo, era la candidata apoyada por el emperador Leopoldo I, quien estaba casado con la hermana mayor de Mariana. El 8 de marzo Carlos II anunciaba al Consejo de Estado su decisión y el 15 de mayo se hacía pública la elección. El 28 de julio se firmaron las capitulaciones matrimoniales en Viena y se dieron órdenes para que la boda se celebrase lo antes posible. La ceremonia por poderes tuvo lugar en Neoburgo el 28 de agosto de 1689 y el rey de Hungría José I actuó en lugar del novio. No obstante, a través de un aderezo de diamantes con un retrato de Carlos II que portaba la nueva reina, regalo de la reina viuda Mariana de Austria, se hizo efectiva la presencia del monarca, ya que allí donde estaba su imagen estaba él.

El conde de Mansfeld, embajador de la Corte imperial en España, fue el encargado de diseñar la ruta y llevar a la reina a España. Se decidió hacer el viaje hasta España por vía marítima a través del Atlántico para así evitar escenarios de guerra o lugares que tendrían que rendir costosos recibimientos a la nueva soberana. El 3 de septiembre comenzaba el largo viaje de Mariana que, debido a la tardanza de la flota inglesa que iba a asegurar su viaje ante la amenaza francesa y a las inclemencias del tiempo, se prolongó hasta el 27 de marzo de 1690, momento en el que el barco en el que navegaba, The Duke, ancló en el pequeño puerto de Mugardos. El 6 de abril la reina desembarcaba, admirando a los presentes su porte elegante, la blancura de su piel, su larga melena rubia rojiza y su rostro alegre y agradable. Una vez unida a la comitiva regia que la esperaba comenzó una ruta que la llevó por diferentes localidades gallegas, como La Coruña o Santiago de Compostela, donde la soberana dio gracias al Apóstol por llegar sana y salva a España. No olvidó el cálido recibimiento que recibió en La Coruña y en 1691 y 1695 mandó a la colegiata de la ciudad sendas piezas de orfebrería litúrgica en agradecimiento, las cuales se conservan todavía. Posteriormente, atravesaron Castilla y León, hasta que el 3 de mayo la reina hizo su entrada en Valladolid. Allí se encontró con Carlos II y se ratificaron sus esponsales.

La entrada oficial de Mariana de Neoburgo en Madrid se produjo el 22 de mayo de 1690. Ella, montada a caballo sobre un equino blanco ricamente enjaezado, recorrió la ciudad desde el Palacio del Buen Retiro, pasando por la calle Mayor, hasta llegar al Alcázar de Madrid. Con ocasión del recibimiento se modificó una puerta que se había creado con motivo de la entrada de su antecesora, María Luisa de Orleans, dedicando una inscripción conmemorativa a la nueva reina. Esta puerta, colocada en su día como acceso al Palacio del Buen Retiro, se conserva en la actualidad en una ubicación algo distinta y da entrada a los jardines del parque del Retiro delante del Casón, siendo uno de los vestigios que en Madrid quedan de la soberana.

La nueva reina fue recibida con regocijo en la Corte. Estos primeros momentos eran de satisfacción y concordia según contaba su hermano, Luis Antonio, al elector palatino en una carta: “Es imposible ponderar bastante el cariño que la reina ha despertado en todo el mundo, la alegría y el contento de que da muestras el pueblo y lo satisfechos que Sus Majestades están el uno del otro; parece una bendición de Dios y no cabe dudar que la verdadera bendición llegará también pronto”. Sin embargo, su imposibilidad de dar la anhelada sucesión al trono prontamente hizo que se perdiera su popularidad. A esta pérdida de favor también contribuyó el hecho que sus más cercanos colaboradores, un grupo de alemanes denominados como “la camarilla alemana”, designados por su padre el Elector para acompañarla y defender los intereses políticos del Palatinado, se dedicaron a mermar las arcas españolas. Entre estas personas que pasaron a ser de su más absoluta confianza y la asesoraban estaban la condesa Berlepsch, quien se convirtió en su dueña de honor, el doctor Christian Geleen, el músico de cámara Pietro Galli y su confesor el padre Rhem, sustituido en 1692 por el padre Gabriel de Pontifeser. A estos se les unió poco después Enrique Xavier Wiser, que se convirtió en el secretario particular de la reina. Especialmente Wiser y la condesa de Berlepsch serán acusados de utilizar su posición privilegiada para hacerse con grandes fortunas, siendo destituido Wiser en 1695 y partiendo la condesa de España en 1699. Por su parte el padre Gabriel consiguió que los soberanos financiaran, en 1699, la construcción de un convento de frailes capuchinos en su localidad natal de Chiusa, que aún se conserva.

Fue a través de estas personas que Mariana comenzó a ganarse las antipatías de la Corte y se convirtió en el objetivo de las críticas y sátiras de la época. En estas se le imputaba el desgobierno de la nación, el expolio del Alcázar y se la acusaba supuestamente de haber tenido varios amantes, entre ellos el almirante de Castilla o su primo, Jorge de Hessen-Darmstadt, así como buscar sólo su beneficio y el de su familia. Todos estos rumores cortesanos dieron origen a su impopularidad y al comienzo de su leyenda negra. Muchas de esas acusaciones tan sólo eran libelos para minar la figura de la reina, cuya posición era complicada al no conseguir engendrar un heredero. De hecho, en la actualidad ha podido probarse que, aunque hizo envíos de obras de arte a su hermano Juan Guillermo, la mayor parte fueron adquiridas en el mercado madrileño o fueron fruto de regalos. Tan sólo un cuadro de la colección real, La reconciliación de Jacob y Esaú, de Rubens, el cual formó parte de las decoraciones del Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid, fue enviado a Alemania.

En cuanto a su relación con la reina viuda Mariana de Austria esta no fue de complicidad, como los enemigos de la madre de Carlos II temieron con la elección de otra reina alemana. Ambas eran dos mujeres muy distintas, casi opuestas. Mientras que Mariana de Austria era sobria, austera y muy recatada, Mariana de Neoburgo era coqueta, de gustos caros y muy espléndida con las personas que la rodeaban. Mantuvieron opiniones diferentes, tanto en la política, como en lo referente a la sucesión de España y Mariana de Austria demostró poseer una mayor influencia sobre su hijo que su esposa. En 1691, ante la elección de un nuevo gobernador de los Países Bajos, el candidato de la reina madre, Maximiliano II Manuel, se impuso a Juan Guillermo de Neoburgo, hermano de Mariana de Neoburgo; y en 1694 el nombramiento del obispo de Lieja enfrentó de nuevo a ambas mujeres, siendo nuevamente elegido el candidato de Mariana de Austria, José Clemente de Baviera. En lo referente a la sucesión al trono de España ambas también exhibieron preferencias distintas. Tras el nacimiento en 1692 de José Fernando de Baviera, fruto del matrimonio entre Maximiliano Manuel, elector de Baviera, y María Antonia, nieta de Mariana de Austria, la  reina madre, se mostró como una defensora a ultranza del partido bávaro. Por su parte, Mariana de Neoburgo hacía ostensible su apoyo al archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador Leopoldo I y de su hermana Leonor Magdalena. Pero, aún con todas sus diferencias, Mariana de Neoburgo llegó a apreciar y a querer a su suegra. Al caer esta enferma en 1696 se apresuró a solicitar médicos a su hermano el elector palatino, pero el cáncer se encontraba ya muy avanzado y Mariana de Austria falleció el 16 de mayo de 1696.

La mayor dificultad que Mariana de Neoburgo afrontó durante sus diez años de reinado junto a Carlos II fue la incapacidad de la pareja de concebir un heredero al trono, lo que marcó sus vidas y el destino del reino. Como consecuencia de ello la reina afrontó continuos problemas de salud, estando varias veces al borde de la muerte. Ello era debido a los fuertes tratamientos a los que era sometida para quedar embarazada, cayendo ya gravemente enferma en 1691. Para rogar por el restablecimiento de la reina se sacó en procesión a la Virgen de Atocha y se llevó el cuerpo de san Isidro en presencia de la soberana. Tras su curación esta encargó como muestra de agradecimiento una nueva urna de plata para albergar las reliquias del santo patrón de Madrid, urna que todavía se conserva en la actualidad.

El anhelo por la deseada descendencia causó repetidas falsas alarmas de embarazo que solían ir precedidas de la enfermedad de la soberana. En el verano de 1696 se creyó de nuevo que la reina podía estar embarazada, pero poco después se encontró gravemente indispuesta, tenía fiebre alta, dolor de cabeza, dolor en la matriz, fuertes vómitos y hemorragias. Los médicos españoles se apresuraron a contener la sangre para salvar al posible feto: “de tal modo se aplicaron a contener la sangre, que, contrariada la naturaleza, no sólo provocó el grave acceso, sino hemorragias por todas partes, hasta por ojos, oídos y boca”. Su estado llegó a ser tan grave que se le administraron los últimos sacramentos. Una vez que la reina estuvo repuesta en septiembre de 1696 cayó gravemente enfermo Carlos II, lo que resultó inquietante ya que este no había hecho todavía testamento. El soberano se vio forzado por el Consejo de Estado a designar sucesor y nombró como su heredero en caso de fallecimiento a su sobrino nieto José Fernando de Baviera. Con ello Carlos II atendía a los deseos de su difunta madre y Mariana de Neoburgo fue culpada por el emperador Leopoldo I de no haber hecho lo suficiente a favor de sus pretensiones. Sin embargo, no se convocaron unas Cortes Generales para ratificar el documento. Por ello, tras la firma en octubre de 1697 de la paz de Ryswick, Luis XIV se mostró generoso, aspirando a partir de ese momento a conseguir la Corona de España para la dinastía borbónica.

Ante el deteriorado estado de los soberanos tras la enfermedad padecida en 1696, lo que se denota en algunos de los retratos de la época, la reina comprendió que las nuevas tensiones a las que iba a ser sometido su marido podían perjudicar su salud. Por ello decidió alejarlo de la Corte y en el verano de 1698 planificó una jornada en Toledo, a la cual no podían acceder los diplomáticos para que no pudieran asediar al rey con sus pretensiones. Sin embargo, el rey iba debilitándose y la llegada de un nuevo confesor regio, fray Froilán Díaz, empeoró la situación. Comenzó a someter al rey a una serie de exorcismos para eliminar el supuesto hechizo que padecía, lo que causó grandes problemas de conciencia en Carlos II que creía que su alma no se salvaría. Se acusó de estos hechizos tanto a la reina madre como a Mariana de Neoburgo, hasta que esta logró ponerles fin.

En octubre de 1698 Carlos II conocía de la firma de un tratado de repartición de los territorios de España entre Francia, Inglaterra y Holanda. Esto llevó al soberano a la reafirmación del testamento de 1696 nombrando nuevamente como su sucesor a José Fernando de Baviera. En el documento Mariana quedaba a resguardo económicamente, ya que Carlos II dotaba a su esposa de una buena renta anual y, al mismo tiempo, la reina firmó un acuerdo con Maximiliano II Manuel que también le reportaba dinero y otra serie de ventajas. La tranquilidad que el testamento procuró a los monarcas duró poco. En febrero de 1699 moría el pequeño José Fernando y se iniciaba la lucha frente a frente entre Francia y el Imperio por la Corona hispánica. La reina intentó convencer al rey de que era la casa de Austria la que debía continuar con la Corona de España en caso de faltar él. Sin embargo, en la Corte el ambiente era cada vez más profrancés, conscientes de que ante un ataque de Francia no se podrían defender las fronteras, con lo que designar al nieto de Luis XIV como heredero era la mejor opción para mantener unidos los territorios. Finalmente, ante su agravamiento de salud y las amenazas de guerra por parte de Francia, Carlos II hizo testamento el 2 de octubre de 1700 a favor del duque de Anjou. Señal de que la reina desconocía lo que estaba ocurriendo es que el 1 de octubre el padre Gabriel había asegurado al embajador imperial, que “la Reina sigue amparando los derechos del emperador contra el cardenal y el presidente de Castilla. No creo que el Rey se decida a contrariar a su consorte y a despojar a la Augustísima Casa”.

El 1 de noviembre de 1700 fallecía Carlos II en el Alcázar de Madrid y Mariana quedaba viuda. En su testamento el soberano no se olvidaba de su esposa a la que dejaba una pensión de 400.000 ducados, todas sus joyas, los bienes privativos que pertenecían al soberano y el gobierno de aquella ciudad de sus reinos donde decidiera trasladarse a vivir. Asimismo, hasta la llegada del duque de Anjou Mariana debía formar parte de la Junta de Gobierno. Sin embargo, en los dos meses y medio posteriores a la muerte de su esposo fue quedándose sola y algunos de sus sirvientes más próximos, como su mayordomo mayor, el conde de Santisteban, dimitieron de sus cargos. El 16 de enero de 1701 la reina abandonaba el Alcázar de Madrid y se alojaba en el Palacio de las Maravillas, residencia de su nuevo mayordomo mayor, el duque de Monteleón. Allí permaneció hasta que ante la inminente entrada de Felipe V en Madrid fue apremiada a dejar la Corte. Su destino fue la ciudad de Toledo, donde hizo su entrada el 4 de febrero de 1701. La soberana se alojó inicialmente en el Palacio Arzobispal, mientras que se llevaban a cabo una serie de mejoras para acogerla en el Alcázar de la ciudad. Pocos de sus sirvientes de confianza la acompañaron, tan sólo su mayordomo mayor, el duque de Montelón, su confesor, el padre Gabriel, el doctor Geleen, el cantante Pietro Galli, el pintor Jan van Kessel II o la condestablesa María Mancini le fueron fieles. El doctor Geleen informaba así al elector Juan Guillermo sobre el estado de su hermana: “es verdaderamente digna de lástima; casi todos los aduladores y cortesanos la abandonaron”.

El 9 de abril de 1701 Mariana se instalaba en el Alcázar de Toledo y una vez establecida invitó a Felipe V a visitarla. El encuentro entre ambos tuvo lugar el 3 de agosto y Mariana agasajó a su sobrino con una espléndida comida y un toisón de brillantes. El encuentro fue agradable y la reina creía que con ello estaba más próximo su regreso a la Corte. Sin embargo, Felipe V estaba advertido por su abuelo, Luis XIV, sobre el posible peligro que el contacto con la reina viuda suponía ya que se la consideraba proaustriaca. El 3 de agosto de 1703, cuando la guerra de Sucesión ya se había iniciado, pero no se había dejado sentir en España, Mariana fue invitada a Aranjuez a conocer a la nueva reina, María Luisa Gabriela de Saboya. Ahí también coincidió con la princesa de los Ursinos y fue la última vez que vio a Felipe V antes de su exilio. La expansión del conflicto a España truncó definitivamente las esperanzas de Mariana de una vuelta a la Corte y de hecho se la aisló aún más, apartando de su lado al padre Gabriel y controlando su correo para que no sirviera de fuente de información al enemigo: “No me dejan en paz y dicen de mis cartas mil cosas que no hay en ellas; así que me veo forzada a no escribir más”. Se la dejó sin percibir su pensión y cuando envió a su secretario a Madrid para reclamar las sumas que la adeudaban se le detuvo y encarceló. Ante esta situación cuando su sobrino, el archiduque Carlos, fue proclamado como Carlos III en Cataluña, y el 2 de julio de 1706 entró en Madrid como soberano, la reina viuda aceptó recibir el estandarte real de Carlos III en el Alcázar de Toledo, mostrándose así a favor de este como legítimo rey de España. Sin embargo, las tropas de Felipe V consiguieron hacerse con el terreno perdido y se apoderaron de nuevo de Madrid. El rey decidió castigar severamente a los que se habían declarado en favor del archiduque y entre ellos estaba Mariana de Neoburgo, a la que se resolvió desterrar.

El 20 de agosto de 1706 Felipe V envió a Toledo al duque de Osuna, quien fue el encargado de notificar a la reina su traslado de residencia y acompañarla en su viaje. El traslado de Mariana era una cuestión política delicada ya que, por temor a un posible levantamiento, no se quería hacer ver a la nobleza que había ruptura con la anterior dinastía. A la reina se le indicó que iban a llevarla a Burgos ante “lo aventurada que estaba su Real persona y decoro” en Toledo. Pese a las reticencias de la soberana el 22 de agosto salía de la ciudad del Tajo. Viendo que se encarcelaba a parte de su servicio y que no se la dejó llevar la mayor parte de sus pertenencias, mandó durante el viaje cartas tanto a algunos nobles como al soberano quejándose de que se la trataba “no como que soy ni como Reina que he sido de España, sino es como si fuera la vasalla más inferior y delincuente”. Sus cartas no hicieron más que empeorar su situación y su destino final fue la localidad francesa de Bayona, cerca de la frontera con España, donde podría estar controlada tanto por Luis XIV como por Felipe V. El 20 de septiembre de 1706 era recibida en Bayona por el Ayuntamiento al completo, ya que era para la pequeña localidad un honor que la reina se asentara allí. Lo que la reina pensaba que sería una situación transitoria se convirtió en un exilio de treinta y dos años.

Mariana de Neoburgo residió en el centro de Bayona en diversas casas de alquiler e incluso arrendó alguna propiedad a las afueras para gozar de temperaturas más templadas en el verano, la caza en el otoño, y de extensos jardines donde poder pasear. Finalmente, hacia 1722 decidió adquirir y reedificar un palacio extramuros de la ciudad, el Château de Marracq, el cual decoró a la moda y habitó por temporadas a partir de 1727.

Sobre todo durante los primeros años de su exilio en la localidad francesa la reina fue sometida a vigilancia. Consciente de esta situación intentaba mostrase fiel a Felipe V y a la política de Francia. Por ello celebraba todas las buenas nuevas que llegaban desde ambas Cortes, como compromisos, bodas y nacimientos, con luminarias, conciertos musicales y representación de comedias. Con el paso del tiempo la soberana se sintió halagada por los honores que se le rendían en Bayona y se fue integrando en la sociedad local de forma tranquila, acudiendo de forma diaria a escuchar misa en alguno de los conventos de la ciudad y recibiendo a su paso a las diversas personalidades que viajaban hacia España. Una de las visitas más destacadas fue la de su sobrina Isabel Farnesio, hija de su hermana Dorotea Sofía de Neoburgo, duquesa de Parma, que en 1714 se convirtió en la nueva esposa de Felipe V. Mariana acudió a Pau a encontrase con ella el 21 de noviembre de 1714 y la agasajó con valiosos presentes, como un carruaje y varias joyas de perlas y diamantes. Durante varios días se celebraron banquetes, bailes y representaciones teatrales. De la relación forjada entre tía y sobrina da fe el hecho de que tras el nacimiento el 20 de enero de 1716 del primogénito de Felipe V e Isabel Farnesio, el infante Carlos, que se convirtió más adelante en Carlos III, Mariana fuera designada como madrina del niño. En el bautismo, celebrado el 25 de agosto de 1716 en Madrid, actuó en nombre de la reina su camarera mayor, la condesa de Altamira.

Además de su restricción de movimientos, durante los treinta y dos años que la reina pasó en Bayona dos fueron principalmente los problemas que afrontó. Uno fue el económico, ya que no recibió la pensión estipulada en el testamento de Carlos II, por lo que sus deudas se acumulaban y eran sumamente cuantiosas a su marcha de la villa francesa. De estas dificultades se quejó en numerosas ocasiones y en 1721 Felipe V decretaba que se le concediese la totalidad de lo estipulado por Carlos II, pero aun así Mariana de Neoburgo tuvo dificultades para recibir el dinero acordado. El otro problema fue la constante puesta en duda de su comportamiento moral. Si bien en la ciudad de Bayona era querida y respetada por la gente y se menciona su generosidad hacia el lugar, sus órdenes religiosas y sus gentes, también hubo un grupo de personas que a través de su correspondencia se hicieron eco de murmuraciones que la relacionaban con su secretario de lengua francesa, el caballero Jean de Larrétéguy. Se llegó a decir que la reina había contraído matrimonio con él y que fruto de la relación había nacido una hija. Sin embargo, de esto no existen evidencias. De hecho, en 1732, el padre Larramendi, confesor de la soberana, tuvo que dirigirse a Sevilla, donde estaba instalada la Corte desde 1729, para defender a la reina de las calumnias que Antonio Hoces, antiguo mayordomo mayor de esta, había vertido sobre ella y ante la posibilidad de que pudiera ser ingresada en un convento debido al comportamiento reprobable que se la achacaba. El padre Larramendi elaboró cinco memoriales en los que hizo una encendida defensa de la piedad, devoción y vida recogida de la soberana. En ellos negaba las acusaciones esgrimidas por Hoces de que la reina se hubiera casado en dos ocasiones de forma clandestina, primero con el caballero Larrétéguy y después con monsieur Brethous, y que hubiera tenido sendos hijos de estas relaciones. Los argumentos del jesuita fueron contundentes y estuvieron apoyados con once certificados de personalidades de la Corte de Bayona que abogaban por la irreprochable conducta de la reina viuda. Con ello se limpió la reputación de Mariana y se consiguió del rey una carta por la cual se le daba libertad “para venirse a cualquiera ciudad de España, fuera de la corte”.

Si bien durante los diez años que pasó en España cayó enferma varias veces y estuvo al borde de la muerte al menos en dos ocasiones, en los años que pasó en Bayona no volvió a presentar las dolencias que la aquejaron durante su reinado. No fue hasta finales de la década de los años veinte cuando comenzó a tener achaques, especialmente de los huesos, y por ello fue a tomar los baños a Cambo y Tercis. En 1730 cayó gravemente enferma y redactó un primer testamento, el cual fue revocado por un segundo documento escrito en 1737. Ante la avanzada edad de la soberana y lo precario de su salud los reyes de España decidieron en 1738 que volviera a España a terminar sus días, aunque no en la Corte, sino que se la alojó en Guadalajara. 

El 17 de septiembre de 1738 Mariana abandonaba Bayona para dirigirse al Palacio del Infantado de Guadalajara. Sin embargo, una recaída durante el trayecto la obligó a detenerse en Pamplona hasta abril de 1739. Finalmente, el 10 de mayo de 1739 entraba en la ciudad alcarreña y algo más de un mes después, el 17 de junio, se reencontraba con su sobrina y Felipe V en Alcalá de Henares. Allí pasaron juntos tres días disfrutando de festejos e Isabel regaló a su tía una caja de charol con ciento cuarenta y cuatro abanicos. Al volver a Guadalajara el estado de Mariana empeoró, pero aún resistió un año más, falleciendo el 16 de julio de 1740.

Su cuerpo fue llevado al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, el 25 de julio de 1740, mientras que su corazón fue depositado en el monasterio de las Descalzas Reales, tal y como la soberana estipuló en su testamento. En este documento dejó como su heredera universal a su sobrina, Isabel Farnesio, y también señaló el destino de una serie de bienes que le eran muy preciados, como es el caso de los Cuatro Continentes de plata realizados por Lorenzo Vaccaro que donó a la Virgen del Sagrario de la Catedral de Toledo. También destaca la finalidad que la soberana dejó establecida para el Château de Marracq, el cual según su voluntad debía retenerse “para hacer una fundación perpetua por el honor de mi nombre, y bien de mi alma”. Sin embargo, el palacio, tras estar abandonado, fue vendido en 1775 y el dinero obtenido de la venta fue destinado al Hospital General de Madrid para que este tuviera un fin piadoso, como había querido la soberana.

 

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Gloria Martínez Leiva

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