Moreto y Cavana, Agustín. Madrid, 9.IV.1618 baut. – Toledo, 28.X.1669. Dramaturgo.
Nació en Madrid de padres italianos dedicados al comercio y con una posición económica desahogada. Fue bautizado en la parroquia de San Ginés el 9 de abril de 1618. Cursó Artes en la Universidad de Alcalá, licenciándose en 1639, año de su primera publicación conocida: un soneto en Lágrimas panegíricas de homenaje a Pérez de Montalbán. Tres años después era clérigo de órdenes menores y como tal tomó posesión de un beneficio en la iglesia de Santa María Magdalena en Mondéjar (Toledo), del que, después de un largo pleito que llegó incluso al Tribunal de La Rota, tuvo que dar parte a Pedro Manjarrés de Heredia, que se lo disputó. A pesar del beneficio de Mondéjar, parece que residió de continuo en Madrid, con breves escapadas a Sevilla y Aragón. En Madrid concurría a las academias literarias y en 1649 pertenecía a la Academia Castellana. En 1656 se encontraba en Sevilla, donde escribió unas loas para el Corpus y donde, según una curiosa noticia de los Avisos de Barrionuevo (del 21 de febrero de 1657), tuvo lugar uno de los pocos lances que alteraron la sosegada vida de Moreto. Por motivos desconocidos, disputó con unos vizcaínos que le persiguieron para tomar venganza y se vio obligado a abandonar la ciudad. En 1657, el arzobispo de Toledo, Baltasar de Moscoso y Sandoval, le pidió su colaboración para reorganizar el Hospital de la Hermandad del Refugio: “Para cuidar de él nombró a don Agustín Moreto, capellán suyo, hombre bien conocido en el mundo por su festiva agudeza, que, renunciados los aplausos que le daban merecidamente los teatros, consagró su pluma a las alabanzas divinas, convertido el entusiasmo o furor poético en espíritu de devoción. Y para que su asistencia fuese continua, le dispuso posada en el mismo Hospital [...]”. Los últimos años de la vida de Moreto transcurrieron en Toledo. A pesar de la afirmación de que abandonó el teatro, se cree que Moreto siguió escribiendo obras seculares hasta 1664, aproximadamente.
Cuando murió, el 28 de octubre de 1669, se encontraba escribiendo la comedia sacra Santa Rosa del Perú, que, posteriormente, fue acabada por Lanini.
Es habitual destacar en la biografía de Moreto su carácter apacible y modesto, sin grandes ambiciones.
Con frecuencia se alude a su testamento para demostrar su humildad y buenos sentimientos. En él pide que sus escasos bienes se den a los necesitados y que le entierren en el Pradillo del Carmen, el cementerio de los pobres, petición que no fue satisfecha, ya que sus restos mortales descansan en la capilla de la Escuela de Cristo, en la parroquia de San Juan de Toledo.
A pesar de llevar la vida propia de un hombre mesurado y prudente, se han atribuido a Moreto ciertas aventuras de capa y espada que hoy han caído en el más absoluto desprestigio. Se llegó a decir que había dado muerte a Baltasar Elisio de Medinilla, cosa imposible, ya que cuando murió el poeta, Moreto tenía dos años.
Moreto, en su época, con una producción dramática de unas setenta comedias, compitió a menudo con Calderón por el aplauso del público, y puede ser considerado, junto con Lope, Alarcón, Tirso, Calderón y Rojas Zorrilla, uno de los seis dramaturgos más importantes del Siglo de Oro. Sin embargo, la crítica posterior, especialmente la del siglo xix, ha exagerado la falta de originalidad de los temas de sus obras dramáticas, basándose en el conocido y repetido Vejamen de la Academia Castellana de Jerónimo de Cáncer, publicado en 1651, en el que, entre bromas y veras, se acusa a Moreto de entrar a saco en las comedias de otros autores. Y aunque no hay más remedio que estar de acuerdo con que en la obra dramática de Moreto hay una gran deuda para con sus fuentes literarias en cuanto a la temática, no debe de ser exagerado este aspecto hasta el punto de que oscurezca el verdadero valor de su teatro. Afortunadamente, en los estudios posteriores a la mitad del siglo pasado se subraya la clara evolución que en el Siglo de Oro hubo en la actitud hacia la comedia: de hacer hincapié en la novedad y en la invención aconsejadas por Rueda o Lope de Vega, se tendió hacia un mayor interés en la perfección que se manifiesta en los autores del ciclo de Calderón.
Lo que tiene interés para el crítico actual es la técnica dramática. Se juzga la obra como un producto final, y se condena un sistema crítico que sólo enfocaba las semejanzas temáticas. Por ello, se está volviendo a valorar la producción dramática de Moreto.
Agustín Moreto escribió la mayoría de sus obras dramáticas en colaboración con otro u otros escritores y, como la mayoría de ellos, descuidó la publicación de su teatro. En vida solamente publicó doce comedias en la Primera parte de comedias (1654), que son las que hoy ofrecen garantías de autenticidad. Otras fueron publicadas sueltas o formando parte de distintos volúmenes, pero, como era usual en la época, con todo tipo de alteraciones y falsas atribuciones. El estudio de R. L. Kennedy clarifica un poco la enmarañada bibliografía sobre el teatro de Moreto y propone una clasificación del mismo, dividiéndolo en teatro religioso (San Franco de Sena o el lego del Carmen, Antes morir que pecar) y teatro profano y subdividiendo este último en comedias de argumento (Amor y obligación, El parecido en la corte) y comedias de carácter (El desdén con el desdén, El lindo don Diego).
La obra dramática de Moreto se caracteriza por dos rasgos fundamentales que coinciden con los de la personalidad del dramaturgo: la discreción y la reflexión.
Si se compara a Moreto con los tres grandes dramaturgos del Siglo de Oro (Lope de Vega, Tirso y Calderón), hay que admitir su menor brillantez, pero, como afirma Fernández Guerra, si bien no tiene la fuerza creadora de ellos “llegó a superarlos en el conocimiento de la escena, en el mecanismo de desenvolver y regularizar la acción, de venir pronto al asunto, de disponer y justificar los acontecimientos, dando sumo atractivo a la exposición, gran novedad a los incidentes, interés y efecto a la obra”. Ruiz Ramón ha señalado la cualidad esencial sobre la que reposa el humor de Moreto en sus obras de más éxito: la “abstracción cómica de la realidad individualizada genéricamente en una figura o tipo teatral, protagonista y motor de la acción”, de suerte que la vis cómica no parte de la intriga, sino del “tipo” en torno al cual se teje la intriga.
Pero este juicio no puede aplicarse a la obra dramática de Moreto en general; sólo atañe a un tipo de obras en las que Moreto fue especialista: la llamada comedia de figurón que se centra en un personaje protagonista grotesco y caricatural, como es El lindo don Diego.
Para Alonso Cortés el mayor defecto del teatro de Moreto “estriba en ser demasiado reflexivo”, ya que tiende con frecuencia a la expresión de pensamientos sentenciosos y morales.
Pedraza y Rodríguez clasifican las comedias de Moreto en tres grupos: de carácter o sicológicas (El desdén con el desdén, No puede ser..., De fuera vendrá quien de casa nos echará, El poder de la amistad, El licenciado Vidriera); de enredo (El parecido en la corte, El valiente justiciero, Yo por vos, vos por otro, La confusión de un jardín), y de santos (San Franco de Sena, La adúltera penitente, Vida de San Alejo, El Cristo de los milagros). Las comedias más acertadas son las de carácter y algunos títulos de enredo, y lo más flojo de la obra dramática de Moreto, el teatro religioso. Mackenzie apunta que “la fama de que Moreto gozaba en su propia época tenía mucho que ver con su éxito y producción en el género cómico”, afirmación que corrobora con el testimonio de contemporáneos del dramaturgo, como Cubillo de Aragón o Gracián, para quien Moreto era “el Terencio de España”. Las obras más famosas de Moreto, El desdén con el desdén y El lindo don Diego, se sitúan precisamente en el territorio de la llamada comedia cómica: El desdén con el desdén como prototipo de comedia palatina en la que la simplicidad y el esquematismo constructivo producen una arquitectura de gran eficacia cómica; en El lindo don Diego la fuente principal de la comicidad mana del personaje del figurón, un lindo vanidoso y narcisista cuyo aspecto moral y físico componen un conjunto ridículo, y a cuya necedad se oponen el ingenio y el desparpajo de la pareja de criados formada por el gracioso Mosquito y Beatriz.
Mención aparte merece el dramaturgo Agustín Moreto como excelente entremesista. Según Cotarelo, que no incluye entremeses de Moreto en su Colección, es el entremesista de mayor gracia del siglo xvii, después de Cervantes y Quiñones de Benavente. De la importancia que tiene el gracioso en sus comedias y del agudo sentido de la comicidad que en ellas demuestra, se desprende la facilidad que tiene para el cultivo del entremés.
Entre la treintena de piezas menores que se le atribuyen en diversas colecciones y manuscritos, se encuentran algunas de las más graciosas y mejor logradas del teatro barroco.
En general, Moreto urde sus piezas sobre la gracia y resortes cómicos de los caracteres escénicos y hace poco uso de elementos cómicos verbales. Recurre frecuentemente al canto y a la música, lo que da a su obra gran movilidad y alegría. A pesar de estos méritos, son muy pocas las ediciones modernas de sus entremeses, bailes y loas (no escribió, que se sepa, jácaras y mojigangas). En el entremés de Doña Esquina, el carácter de la protagonista está trazado con verdadera riqueza de matices psicológicos; en El aguador, el tipo de mujer que pretende encumbrarse socialmente queda magistralmente retratado: Doña Estafa, pretenciosa de títulos y riquezas, es burlada por el aguador que se hace pasar por un mariscal francés. Francisco Rico, en el afán de “sugerir la necesidad de estudiar las comedias del Siglo de Oro a la luz del más amplio contexto espectacular de que solían formar parte”, edita la comedia de Moreto El desdén, con el desdén, acompañada de dos obras cortas de este mismo autor: el entremés de Las galeras de la honra y el baile entremesado de Los oficios. Las galeras de la honra es un entremés de tendencia más satirizante que la mayoría de los de Moreto: se trata de un desfile satírico de diversos personajes que, después de exponer su problema, “forzados de la honra”, son obligados a remar en galeras.
En el entremés de Los gatillos se suceden una serie de escenas llenas de colorido que reflejan el despertar bullicioso de figones y tenderetes en los aledaños de la Plaza Mayor madrileña; la pieza incide en una vena característica del teatro menor en la que Moreto fue maestro: el costumbrismo.
Obras de ~: Primera parte de las comedias de [...], Madrid, por Diego Díaz de la Carrera, a costa de Mateo de la Bastida, 1654; Segunda parte de las comedias de [...], Valencia, 1676; Verdadera tercera parte de las comedias de [...], Valencia, 1676; Comedias escogidas, coleccionadas por L. Fernández Guerra y Orbe, Madrid, Atlas, 1950 (Biblioteca de Autores Españoles, XXXIX); El lego del Carmen. San Franco de Sena, ed. de F. Smieja, Salamanca, Anaya, 1970; El desdén con el desdén. Las galeras de la honra. Los oficios, ed. de F. Rico, Madrid, Clásicos Castalia, 1971; El valiente justiciero, ed. de F. P. Casa, Salamanca, Anaya, 1971; El parecido en la corte, ed. de J. de J. Prades, Salamanca, Anaya, 1973; El lindo don Diego, El desdén con el desdén, ed., pról. y notas de N. Alonso Cortés, Madrid, Espasa Calpe, 1976 (Clásicos Castellanos, n.º 32) (6.ª ed.); El lindo don Diego, ed. de F. P. Casa y B. Primorac, Madrid, Cátedra, 1978 (2.ª ed.); El lindo don Diego, ed. V. García Ruiz, Madrid, Espasa Calpe, 1993 (Col. Austral); Loas, entremeses y bailes de Agustín Moreto, ed. de M. L. Lobato, Kassel, Reichenberger, 2003; M. L. Lobato (dir.), Primera parte de comedias, Kassel, Reichenberger, vols. I-IV, 2008-2011; M. L. Lobato (dir.), Segunda parte de comedias, Kassel, Reichenberger, vol. VIII, 2013; M. L. Lobato (dir.), Segunda parte de comedias, Kassel, Reichenberger, vol. V, 2016.
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Celsa Carmen García Valdés