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Carlos Jiménez Díaz

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Biografía

Jiménez Díaz, Carlos. Madrid, 10.II.1898 – 18.V.1967. Médico.

Hijo de un comerciante de ultramarinos y sin antecedentes de médicos o universitarios en la familia, realizó sus estudios preliminares en el Centro de Instrucción Comercial y el bachillerato en el instituto de San Isidro. Decidió ser médico básicamente por la influencia y atracción que en él despertó la figura de Santiago Ramón y Cajal, que había sido galardonado con el Premio Nobel de Medicina. Estudió la carrera en la Facultad de Medicina de Madrid, siendo durante ese período alumno interno en el Hospital de San Carlos y en la Beneficencia Provincial. En 1921 obtuvo el grado de doctor con Premio Extraordinario, tras la defensa de la tesis Los factores esenciales de la dieta y el crecimiento. Su época de estudiante quedó marcada por su decepción de la enseñanza que recibía asistiendo a clase de forma irregular. Pocos profesores le produjeron admiración, entre ellos Teófilo Hernando, Juan de Azúa y Alejandro San Martín, aunque realmente el único maestro que le marcó profundamente fue Ramón y Cajal. A pesar de ello, mantuvo buenos recuerdos de las enseñanzas recibidas de Jacobo López Elizagaray y Francisco Rozabal Farnés en el Hospital Provincial durante su época de alumno interno. Acabada la carrera consiguió una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para desplazarse a Alemania, a Berlín, donde trabajó junto a Karl von Noorden, Adolf Strumpell, Otto Lubarsch, Frederick Kraus en aspectos clínicos y anatomopatológicos, y posteriormente a Frackfurt con Paul Michaelis para hacerlo en bioquímica y con Adolf Bickel en medicina experimental.

A los veintidós años realizó sus primeras oposiciones a la cátedra de Barcelona y, aunque no las ganó, dejó una tremenda huella en el tribunal que le juzgó.

En 1923, siendo muy joven, pues acababa de cumplir veinticinco años, ganó por oposición la cátedra de Patología y Clínica Médicas de la Facultad de Medicina de Sevilla. Allí, en el Hospital de Las Cinco Llagas sufrió una gran decepción al observar las terribles condiciones en las que debería de trabajar, por lo cual se planteó pedir el traslado a una Facultad que estuviese mejor dotada. Sin embargo, en esa corta estancia fue capaz de aglutinar a un compacto grupo de discípulos que le seguirían posteriormente, algunos de los cuales llegarían a ser catedráticos de la Universidad. Vacante Madrid, se convocó oposición libre en 1927 a la cátedra de igual denominación en la Facultad de Medicina de Madrid, plaza que obtuvo, y que había sido ocupada anteriormente por Manuel Alonso Sañudo.

Cuando llegó a Madrid, el ambiente científico en la medicina dejaba mucho que desear. Los profesores eran ante todo grandes teóricos y realizaban una aplicación práctica de sus conocimientos que no producía gran atractivo entre los alumnos más exigentes. Por otra parte, la ciencia médica española, muy estimulada e incluso estimada a finales del siglo xix, había sufrido un estancamiento salvo en algunas disciplinas.

Jiménez Díaz tomó como ejemplo a los mejores, y ante todo a Ramón y Cajal, comprendiendo que era posible hacer una medicina de altura en España pero en base a una gran formación, conocimiento de idiomas, al estímulo de un equipo de trabajo y a la realización de investigación. Su concepto de lo que para él era una medicina moderna pasó por estos principios y, profundo conocedor de los avances más importantes realizados en la medicina de su época, apostó por una medicina fisiopatológica y anatomopatológica, teniendo siempre presente el método experimental como fuente de conocimiento. Su compromiso con la Universidad fue manifiesto a lo largo de su vida, pero con una interpretación personal que no se practicaba en esos momentos en ella. Para él la docencia era inseparable de la asistencia y la investigación, incluso de la formación de los médicos ya licenciados. Un todo continuo difícil de separar. De ahí que su proyecto personal contemplara una unión clara y evidente de todas ellas. En esos años las limitaciones de las Facultades de Medicina eran tremendas incluso para la docencia, no disponiendo los hospitales universitarios de camas suficientes para la enseñanza práctica. Ésta fue la razón por la que en 1943 opositó y obtuvo la plaza de profesor clínico del Hospital Provincial de Madrid, por entonces compatible con el desempeño de la cátedra en el Hospital de San Carlos.

Anteriormente, en su etapa en Sevilla comenzó a diseñar lo que sería la obra de su vida. Un centro donde la enseñanza, la asistencia y la investigación médica fueran un todo fuertemente unido e inseparable. Ya en Madrid, la puesta en marcha de su proyecto vital se produjo en 1934, cuando creó, con el apoyo del banquero Pablo Garnica Echeverría, la Asociación Protectora de la cátedra que regentaba. Un año después se transformó en el Instituto de Investigaciones Médicas, el cual se instaló en la Ciudad Universitaria, poniendo ya en marcha en su seno los departamentos de Anatomía Patológica, Bioquímica, Microbiología y Nutrición y Hormonas.

La Guerra Civil Española supuso sin duda un fuerte parón a este proyecto, ya que sus miembros se dispersaron y las instalaciones sufrieron una absoluta destrucción.

Jiménez Díaz salió de Madrid y, tras pasar unos meses en Francia, Inglaterra e Italia, se instaló finalmente en San Sebastián, donde se reencontró con algunos de sus colaboradores con los que comenzó a realizar algunos estudios experimentales en perros.

Tras finalizar la guerra, lo que no era más que un embrión de proyecto, dio lugar al desarrollo del sueño definitivo. Aglutinó nuevamente a sus colaboradores e instaló en 1940 el Instituto en la calle Granada. Aunque en 1945 volvería de nuevo a la Ciudad Universitaria, en 1953 por Decreto Oficial le fue concedido el edificio del Instituto Rubio que había sido reconstruido por la Dirección General de Regiones Devastadas.

A partir de ese momento, ese centro total que tanto había ansiado, lo denominó Clínica de Nuestra Señora de la Concepción. Con anterioridad a ponerse en marcha este último proyecto, Jiménez Díaz se había trasladado a Rochester para ver de cerca la clínica que habían montado los hermanos Mayo, recogiendo cuantas ideas consideró importantes para su proyecto.

Más tarde, en 1963, se creó la Fundación Jiménez Díaz con el objetivo de dar una estructura más sólida tanto desde el punto de vista jurídico como económico a su obra.

La actividad del profesor Jiménez Díaz fue impresionante.

Dotado de una gran personalidad produjo en su entorno una fuerte atracción, por lo que rápidamente creó un grupo de colaboradores llenos de ilusión. Su visión de la medicina y de la investigación, claramente apartada de las tendencias imperantes hasta el momento, causó un tremendo entusiasmo en los que le rodeaban. Hablaba de otra medicina y de otra forma de hacerla. Preconizó una medicina científica, pero a la cama del enfermo. Dotó a su Clínica de una estructura realmente revolucionaria. Instauró el sistema de residentes para formación de posgraduados, creó servicios de especialidades, unidades de investigación, y todo ello bajo el rigor científico que él marcó. El diseño, creación, organización y desarrollo de la Clínica Nuestra Señora de la Concepción, sin apartarse de esa medicina científica con la que él soñó, es sin duda lo más importante de su obra. Esta clínica respondía a criterios muy parecidos a otras instituciones que estaban funcionando en España, pero ninguna en Madrid: Hospital de la Santa Cruz y San Pablo en Barcelona reinaugurado en 1910, Hospital de Basurto en Bilbao inaugurado a finales del siglo xix o la Casa de Salud de Valdecilla en Santander creada en 1929.

Jiménez Díaz aportó a la medicina española un claro rigor intelectual en la exploración clínica y en el diagnóstico, en la necesidad de la formación continuada del médico para elevar el nivel medio de la medicina y del trabajo en equipo, así como una voluntad decidida para conseguir ayuda moral y material de una sociedad con pocas inquietudes científicas.

Su capacidad para crear escuela fue de primera magnitud. Puede decirse que creó la escuela de medicina interna más importante que ha existido nunca en España, llenando la universidad de catedráticos que se formaron junto a él, además de un gran número de médicos que se imbuyeron de sus pensamientos clínicos e investigadores. Entre los discípulos más destacados sobresalen, entre otros, José Cruz Auñón, Manuel Díaz Rubio, Felipe Morán Miranda, Eduardo Ortiz de Landázuri, Vicente Gilsanz García, Eloy López García, Carlos de Oya Salgueiro, José María Segovia, Miguel Garrido Peralta, José Perianes Carro, Rafael Alcalá Santaella, Mariano Jiménez Casado y Alfonso Merchante Iglesias.

La producción científica del doctor Jiménez Díaz fue enorme. Entre sus libros cabe destacar sus Lecciones de Patología Médica (Madrid, 1934-1952), que es su pensamiento vivo y no un libro dirigido a plasmar las descripciones de las enfermedades. En él se preocupó más de plantear problemas y resolverlos mediante la presentación de enfermos concretos. Estas Lecciones causaron gran impacto y no siempre fueron aceptadas por todos y más en una época donde en el mundo universitario parecía que interesaba más la teorización. Más tarde acometería su Tratado de la Práctica Médica (Madrid, 1959, 1963, 1964), con los tomos de enfermedades renales, aparato respiratorio y circulatorio, que no pudo terminar. Realizó, además, importantes contribuciones en todos los campos de la medicina interna. En el caso de las nefropatías, realizó estudios sobre las glomerulonefritis, introdujo el término disnefria y describió algunas entidades, como la nefropatía hematúrica intermitente, años después relacionada con depósitos de IgA, o la nefropatía producida por puromicina. Muy importantes en su momento fueron sus estudios sobre la enfermedad asmática y las de carácter alérgico, introduciendo el concepto de disreacción y haciendo propuestas para su tratamiento con mostazas nitrogenadas en algunos casos severos de dicha enfermedad. En el campo de la hipertensión arterial intuyó la secreción de determinados factores por la pared arterial, hecho que sería confirmado muchos años después con el descubrimiento de la producción de óxido nítrico. Estudió la capacidad del riñón de producir sustancias vasoactivas denominando hipertensina a lo que más tarde se llamó por otros autores como angiotensina. Sus estudios sobre el latirismo, tanto clínicos como su producción experimental mediante la administración de aminoácidos neurotóxicos y su prevención mediante la tiroxina, marcaron un hito internacional. Es difícil encontrar un área donde no hiciera meritorias aportaciones, siempre como consecuencia del trabajo en equipo, destacando, además de las mencionadas, las realizadas sobre enfermedades endocrinas, diabetes, enfermedades hematológicas, del metabolismo calcio- fósforo, en el campo de las vitaminas y de la nutrición, o de la patología digestiva. Gran pensador y generador de conceptos en base a sus observaciones personales y los estudios experimentales que realizó a lo largo de su vida, introdujo términos no conocidos hasta ese momento y que en algunos casos tuvieron gran fortuna, como el de lesión bioquímica, dismieloidia, autoplasmocividad o autoagresividad, además de los ya comentados.

Jiménez Díaz fue, sin duda, uno de los médicos que más prestigio tuvo no sólo en la sociedad científica sino también en la sociedad civil. Fue sin duda el médico de referencia para cuantos problemas clínicos surgían en la práctica diaria, disfrutando de una consulta privada de gran magnitud, que compatibilizó, en base a sacar horas de donde fuera, con su actividad en la Facultad de Medicina y en su Instituto. En el aspecto científico, no existió congreso al que no fuera invitado especialmente, haciéndolo siempre con la presentación de actualizadas ponencias o comunicaciones originales. Su prestigio fuera de España le llevó a ser designado presidente del Congreso Internacional de Medicina Interna celebrado en Madrid en 1956.

En su pasión por crear ciencia y difundirla participó activamente en cuantas revistas científicas existían en su época. Sin embargo, su desacuerdo con el funcionamiento de algunas, donde la tolerancia para la publicación de artículos era muy grande, y con la idea además de transmitir todo cuanto se hacía en su cátedra e Instituto y por los discípulos de su escuela, fundó y dirigió la Revista Clínica Española (Madrid, 1940) y el Bulletin of the Institute for Medical Research (Madrid, 1948), este último con el objetivo de poder hacer llegar a los autores de fuera de España las publicaciones en inglés de su Instituto. Esta revista dejó de editarse unos veinte años después, cuando las publicaciones médicas del Instituto comenzaron a ser aceptadas en las revistas internacionales.

Fue fundador y presidente de la Sociedad Española de Medicina Interna, y además, inquieto con el imparable desarrollo de las especialidades médicas, hizo lo propio con las Sociedades de Cardiología y de Alergia, que también llegó a presidir. Fue igualmente presidente de la Sociedad Internacional de Medicina Interna. Recibió un considerable número de distinciones, y entre ellas miembro de honor de la American Heart Association, de la American Academy of Allergy y de la American College of Allergy. Fue distinguido con la Gran Cruz de Alfonso el Sabio, de la Orden Civil de Sanidad, Medalla de Oro del Trabajo, doctor honoris causa por la Universidad de Lima y Oporto. En 1960 recibió el Premio March, cuyo importe donó a su Instituto. Fue presidente de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra.

En 1932 fue elegido académico de número en la Real Academia Nacional de Medicina, pero por razones diversas no ingresó hasta el año 1956 con un discurso sobre La disreacción y las enfermedades alérgicas, ocupando la vacante por fallecimiento de Antonio María Vallejo de Simón.

 

Obras de ~: Factores esenciales de la dieta y el crecimiento, Madrid, 1920; Contribución al estudio de la autointoxicación intestinal, Madrid, Hijos de M. G. Hernández, 1920; Los procesos del metabolismo celular, Barcelona, Editorial Científico- Médica, 1924; El asma y otras enfermedades alérgicas, Madrid, Editorial España, 1932; La disreacción y las enfermedades alérgicas (discurso de recepción de ~ y contestación del Sr. Carlos Gil y Gil), Madrid, Real Academia Nacional de Medicina, 1932; Significación biológica de la alergia, Madrid, Cruz y Raya, 1933; con A. del Cañizo, Enfermedades del riñón (nefritis), Madrid, Editorial Ruiz Hermanos, 1934; Lecciones de Patología Médica, tomadas taquigráficamente por el doctor J. de Paz Montalvo, Madrid, Editorial Científico-Médica, 1934-1952; Las hipertensiones arteriales, Madrid, Editorial Científico-Médica, 1944; Conferencias sobre algunos problemas de la Patología Interna, Madrid, Editorial Científico Médica, 1944; con C. Marina Fiol, Enteropatías crónicas del delgado, Zaragoza, Heraldo de Aragón, 1947; La ataraxia en las enfermedades alérgicas, Madrid, Instituto Ibys, 1950; con P. de La Barreda, A. F. de Molina y R. Alcalá, “La secreción interna de la pared arterial y regulación de la presión arterial”, en Revista Clínica Española, 31 (1951), págs. 373-378; La investigación científica y la enseñanza y orientación de la medicina, Madrid, Paz Montalvo, 1952; El asma e infecciones afines (Normas prácticas de diagnóstico y tratamiento), Madrid, Editorial Paz Montalvo, 1953; Los métodos de exploración clínica y su valoración: El médico explorando a su enfermo, Madrid, Editorial Paz Montalvo, 1954; Nuevos horizontes en la patogénesis, Madrid, Editorial Paz Montalvo, 1954; El asma infeccioso, Madrid, Editorial Paz Montalvo, 1956; Autenticidad y formalismo en la labor docente, Santander, Universidad Menéndez Pelayo, 1957; “La medicina como ciencia”, en Revista Clínica Española (RCE), 31 (1957), págs. 75-80; Tratado de la Práctica Médica, Madrid, Editorial Paz Montalvo, 1959 (1963, 1964); Historia de mi Instituto, Madrid, Editorial Paz Montalvo, 1965; “Reflexiones sobre el asma bronquial”, en Prensa Médica Argentina, 53 (1966), págs. 532-534; “Cirrosis mesenquimales”, en RCE, 15 (1967), págs. 195-215; “Fenómeno funcional y enfermedad”, en Anales de la Real Academia Nacional de Medicina, 84 (1967), págs. 175-188.

 

Bibl.: C. Jiménez Díaz, Historia de mi Instituto, Madrid, EPM, 1965; R. Méndez, “Don Carlos Jiménez Díaz”, en Archivos del Instituto de Cardiología de México, 37 (1967), págs. 415-417; E. Mazzei, “Dr. Carlos Jiménez Díaz”, en Prensa Médica Argentina, 54 (1967), págs. 612-614; M. Gómez Santos, Cinco grandes de la Ciencia Española. Severo Ochoa, Carlos Jiménez Díaz, Fernando de Castro, Francisco Grande Covián, Francisco Orts Llorca, Madrid, 1968; J. L. Peset, “Carlos Jiménez Díaz ante la teoría del saber científico”, en RCE, 121 (1971), págs. 329-334; “Carlos Jiménez Díaz y el ejercicio de la Medicina”, en Medicina & Historia, 21 (1973); M. Jiménez Casado, Doctor Jiménez Díaz. Vida y Obra. La persecución de un sueño, Madrid, Fundación Conchita Rábago de Jiménez Díaz, 1993; H. Oliva Aldamiz, Maestros y Dómines, Madrid, Ibáñez & Plaza Asociados, 1997; “Don Carlos. Retrato de un maestro”, en J. Portugal y M. Díaz-Rubio (eds.), Perspectivas en Medicina Interna, Madrid, Editorial Panamericana, 1998, págs. 1-6.

 

Manuel Díaz-Rubio García

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