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Juan de Azúa y Suárez

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Biografía

Azúa y Suárez, Juan de. Madrid, 1.IX.1858 – 5.V.1922. Médico, dermatólogo.

Tras pasar su infancia en Siruela (Badajoz) se trasladó a Madrid a casa de su tío Juan Suárez Monge, destacado médico homeópata. Quizás influido por éste, estudió la carrera de Medicina en la Facultad de Medicina de San Carlos. Muy inquieto y buen estudiante, fue durante ese período alumno interno en diversas cátedras, viviendo muy de cerca el hospital y pasando la mayor parte del día en él, asimismo acudía con frecuencia los fines de semana. Siendo estudiante del penúltimo curso, perdió el ojo izquierdo debido a la inoculación accidental de pus de un enfermo afectado de ceguera de origen gonorreico.

Una vez finalizada la carrera en 1879, optó por la vida hospitalaria y preparó diversas oposiciones, consiguió, primero una plaza en el Hospital de la Princesa y años después, en 1886, en la Beneficencia Provincial de Madrid. A partir de ese momento tomó la decisión de dedicarse totalmente a las enfermedades de la piel, para lo cual decide solicitar el ingreso en el Hospital de San Juan de Dios, donde permaneció toda su vida. Lo hizo basado en que la tradición dermatológica de dicho hospital era enorme y estaba reconocido como el hospital europeo más longevo en dicha especialidad. Trasladado posteriormente el hospital a unas nuevas dependencias, dispuso de un gran servicio dedicado exclusivamente a la dermatología y a las enfermedades venéreas, lo cual suponía un avance de gran magnitud, ya que por esa época la dermatología estaba incluida dentro de las enseñanzas de la Patología Médica. Autodidacta de formación, siempre recordó la importancia que tuvo en ella la influencia que recibió de José Eugenio de Olavide, considerado como el creador de la dermatología en España, y de Eusebio Castelo. Dedicó su vida al Hospital de San Juan de Dios y en él desarrolló su concepción de la dermatología. Hasta su llegada, la dermatología estaba estructurada en el hospital de tal forma que sólo se podían ver a aquellos pacientes que estuvieran ingresados. Por el contrario, Azúa pensaba que muchos de estos pacientes no debían ser ingresados y podían ser vistos y seguidos en una consulta externa. Su lucha por esta forma tan simple de entender la asistencia a sus pacientes duró muchos años, hasta que pudo convencer a la dirección del hospital del gran avance que ello suponía. Esto le permitió disponer de mayor autonomía y, por otra parte, de sistematizar la atención a sus pacientes de forma diferente a como se realizaba hasta ese momento. La modélica organización de la consulta de dermatología del Hospital de San Juan de Dios traspasó incluso nuestras fronteras y fue imitada en otros hospitales de Europa.

En 1886 tiene lugar un acontecimiento extraordinario en la Facultad de Medicina de Madrid. Se establece un curso especial de Dermatología y Sifiliografía hasta entonces ausente en los estudios de medicina como asignatura independiente. Azúa es encargado de dicho curso y en el año 1892 es nombrado profesor especial de la entonces enseñanza libre de Dermatología de la Facultad de Medicina de Madrid. Poco tiempo después esta asignatura fue implantada en la enseñanza obligatoria y se creó la primera cátedra de Dermatología en España, para la que fue nombrado catedrático numerario en 1911, previo el informe reglamentario favorable de la Real Academia Nacional de Medicina, la Facultad de Medicina de la Universidad Central y el Real Consejo de Instrucción Pública.

A partir de ese momento, simultaneó su trabajo en el Hospital de San Juan de Dios con su responsabilidad docente en la Facultad de Medicina de San Carlos, llevando muchos alumnos a aquel hospital por el gran volumen de enfermos que tenía. Una de sus obras fundamentales fue la creación, en 1909, junto a Fernando Castelo, Antonio Regidor, Olavide hijo, Miguel Serrano y Manuel Sanz Bombín, de la Sociedad Española de Dermatología y Sifilografía la cual cambió de nombre en el año 1926 y a partir de entonces se denominó Academia Española de Dermatología y Sifilografía. También ese año fundó la revista Actas Dermo-Sifiliográficas, la cual continúa siendo en la actualidad la publicación española más importante de su especialidad. Su labor creadora se completó con la fundación de la Revista Clínica de Madrid que realizó con otros médicos, entre los que destacaban Juan Madinaveitia Ortiz de Zárate, León Cardenal Pujals y José Goyanes Capdevilla.

En un inicio, Juan de Azúa se sumó a la corriente dermatológica diatésica que preconizaba José Eugenio de Olavide y según la cual las enfermedades de la piel eran la expresión externa de dolencias internas. Sin embargo, muy influido por la escuela de Viena, liderada por Ferdinand von Hebra, y su propia experiencia práctica, pronto abandona esa tendencia. Fue un clínico de extraordinario talento, que basaba su forma de entender la enfermedad en la observación más que en el estudio de los libros, de los cuales aseguraba que sólo le eran de utilidad una vez estudiado directamente el enfermo. Era tal su capacidad inagotable que hacía personalmente la historia clínica delante de sus alumnos para demostrarles cuánto se podía conseguir con una correcta anamnesis. Aunque muy influido por la escuela vienesa, Azúa fue reconocido como un autodidacta que reclamaba como fuente de sus enseñanzas una y otra vez “al que tiene algo que decir: el enfermo”. Es llamativo, pero muy significativo, que a diferencia de otros maestros de su época, dejó una importante escuela sin haber escrito un tratado de la especialidad. Para él, el libro era el enfermo. Era precisamente esto lo que atraía a los que querían dedicarse a la dermatología. De su escuela salieron, entre otros, figuras tan destacadas como Miguel Serrano, Enrique Alvárez y Sainz de Aja y José Sánchez Covisa, este último continuador de su obra, tanto en el Hospital de San Juan de Dios como al frente de la cátedra de Dermatología y Sifiliografía de la Facultad de Medicina de Madrid.

Gozó de enorme prestigio, y sin duda alguna fue uno de los clínicos con mayor personalidad a finales y principios de siglo, con gran influencia en la medicina de esa época, alcanzando sus aportaciones difusión internacional. La razón por la que nunca escribió un libro, a pesar de su gran experiencia y sus múltiples contribuciones científicas, era, según él, por la falta de disponibilidad del tiempo necesario para ello, ya que llegaba a ver hasta más de trescientos pacientes al día.

Su primera presencia en un congreso internacional tuvo lugar en 1894, en Roma, donde presentó una novedosa comunicación sobre las enfermedades cutáneas contagiosas y venéreas, preconizando ya por entonces determinadas medidas para su prevención, presentándolas en forma de lo que llamó Avisos sanitarios. Estos avisos sanitarios (referentes a la sífilis y la blenorragia) tuvieron honda repercusión entre la clase médica y no médica, por cuanto significaba hacer llegar al paciente la realidad de su propia enfermedad, hecho que ayudaba a prevenir el contagio, y al médico transmitía un mensaje sobre la importancia del diagnóstico precoz, un correcto tratamiento y el establecimiento de las correspondientes medidas preventivas. Sin embargo, y a pesar del prestigio que por entonces ya gozaba, el Congreso Médico Internacional celebrado en Madrid en 1903 fue la gran oportunidad para Azúa, ya que en él se dio a conocer ante los dermatólogos de otros países que habían acudido. Sus contribuciones a la dermatología fueron varias y entre ellas destacan dos entidades que fueron descritas originariamente por él. Una, la que denominó como dermatitis de lavado y que presentó inicialmente como comunicación en el Primer Congreso Hispano-Portugués de Cirugía. Dicha dermatitis se trata de un eccema de contacto irritativo que se presentaba en camareros, lavanderas y criadas, y hacía especial énfasis en que su origen estaría en un agente irritativo externo frente a las teorías imperantes en ese momento que todo lo achacaba a enfermedades internas. La otra descripción relevante fue la relativa al pseudoepitelioma o piodermitis vegetante, una dermatosis infecciosa causada por estafilococos muy vinculada a trabajadores de establos en contacto con el estiércol, siendo esta enfermedad conocida desde entonces como enfermedad de Azúa.

Frente al concepto clasificatorio etiopatogénico de las enfermedades de la piel ligado a la escuela francesa, iniciado por Jean Louis Alibert y continuado por Antoine P. E. Bazin, Azúa se sumerge siguiendo los conceptos de Ferdinand von Hebra en una nueva clasificación de las dermatosis. Las dividió partiendo de criterios anatomopatológicos, según su origen, en debidas a trastornos circulatorios y enfermedades de los vasos de la piel, a inflamaciones y exudaciones, a dermatitis parasitarias, a trastornos de la nutrición, a neoplasias, a dermatosis nerviosas y a otras varias, clasificación que fue muy bien acogida y aceptada por el mundo dermatológico más exigente. Entre sus aportaciones cabe destacar, además, que fue el primero en vincular a una etiología bacteriana a algunos de los eccemas. Sobresalió también como terapeuta que preconizaba los tratamientos tópicos y limitados muy acordes con su concepción de las lesiones dérmicas. Un gran número de sus propuestas terapéuticas aparecen en el escrito Vademecum clínico terapéutico. En 1909, Paul Erlich y su ayudante Sakahiro Hata presentaron en el Congreso Internacional de Medicina el descubrimiento y beneficios del salvarsán en tratamiento de la sífilis. A partir de ese momento, Azúa se convierte en uno de los más firmes defensores y difusores en España de la terapéutica salvarsánica, y, comisionado por el Gobierno español, se desplazó, en 1910, a Frankfurt al Laboratorio de Química Fisiológica para asesorarse directamente de Paul Ehrlich sobre los pormenores del salvarsán y su uso terapéutico, realizando a su vuelta a España diversas publicaciones para mejor conocimiento de los médicos de los beneficios de la terapia salvarsánica. Se le puede considerar, pues, uno de los más importantes innovadores en el campo de la venereología, siendo el primero en utilizar en España el neosalvarsán. Introdujo con Olavide un aparato de finsenterapia, un precursor de las actuales cabinas de rayos ultravioletas, para el tratamiento de diversas afecciones. Trabajó igualmente en el terreno de la medicina preventiva proponiendo diversas medidas para evitar el contagio de las distintas dermatosis, de la misma forma que de las enfermedades venéreas. Fue tal su autoridad en este campo que recibió el encargo de redactar el Reglamento sobre Prostitución por el Consejo de Sanidad.

Su prestigio como hombre de ciencia le llevó a ser nombrado presidente de la Academia Médico-Quirúrgica de Madrid (1898). En 1922 fue elegido académico de la Real Academia Nacional de Medicina sin poder hacer el ingreso debido a su fallecimiento. Sin embargo, el también académico Ángel Pulido Fernández leyó, en 1924, el discurso que había preparado al efecto titulado Clasificación, estadística y comentarios dermatológicos. En él exponía según conceptos anatomopatológicos una nueva clasificación de las enfermedades dermatológicas. Este trabajo era uno preliminar para un extenso libro que estaba preparando.

 

Obras de ~: “Resultats therapeutiques et hygieniques de l’hospitalisation interne et externe des malaties atteint d’affections cutanees, veneriennes et syphilitiques ”, en Actas del XI Congresso Medico Internazionale (Roma, 29 de marzo-5 de abril de 1894), vol. V, Turín, Rosenberg & Sellier, 1894, págs. 230-232; Vademecum clínico terapéutico, Madrid, Romo y Fussel, 1898; Dermatitis profesionales por el lavado, Acta Congreso Hispano-Portugués de Cirugía y sus Especialidades Naturales, Madrid, L. Aguado, 1898, págs. 428-431; “Clasificación dermatológica”, en Revista Española de Sifiliografía y Dermatología, 1 (1899), págs. 98-103, 147-151, 198- 204, 244-250, 287-297, 395-401 y 425-438; Dermografía dermatológica y sifilográfica de Madrid, Madrid, Imprenta de Ricardo Rojas, 1901; Tratamiento del prurito: Las púrpuras, Madrid, Fortanet, 1903; con C. Sala y Pons, Nécrobioses cutanées primitives multiples par stase capillaire y Pseudo-epithéliomas entancés, Madrid, Fortanet, 1903; Higiene y Medicina colectivas: Reglamentación sanitaria de la prostitución. Profilaxis y terapéutica colectivas de las enfermedades venéreas, Madrid, Ricardo Rojas, 1905; Hidroterapia mineral en las dermatosis y sífilis, Madrid, Ricardo Rojas, 1907; “Pseudos-épithéliomes cutanées”, en Annales Dermatologie et Syphiliografie, 5 serie (1903), págs. 745-746 (1908); “Curas con alquitrán de hulla, en varias dermatosis”, en Actas Dermosifiliográficas (AD), 1 (1909), págs. 1-9; Serodiagnóstico de la sífilis. Método con amboceptor antihumano y complemento humano, Madrid, Centro Gráfico-Artístico, 1910; “Piodermitis crónica, vegetante, papilomatosa, en placas con reacción epitelial quística córnea”, en AD, 1 (1910), págs. 339-346; con C. Sala y Pons, Pseudosepitheliomes cumanés: un cas nouveau et description générale de la maladie, Madrid, Centro Gráfico Artístico, 1911; “Ensayo clínico del 606”, en AD, 2 (1911), págs. 114-301; “Salvarsanterapia”, en AD, 11 (1919), págs. 227-245; “Clasificación, estadística y comentarios dermatológicos”, en AD, 16 (1924), págs. 91-135.

Bibl.: J. de Azúa, “Autobiografía de Azúa”, y M. Fernández Criado, “Azúa íntimo”, en AD, 14, (1922), págs. 259- 260 y 273-276, respect.; V. Gimeno, “¡Ha muerto el profesor Azúa!”, en El Siglo Médico, LXIX (1922), págs. 523-525; B. Fernández Gómez y F. Cubero del Castillo, “Vida médica del dermatólogo español don Juan de Azúa”, en Ecos españoles de Dermatología y Sifiliografía, 9 (1934), págs. 725- 745; E. Álvarez y Sainz de Aja, “Don Juan de Azúa Suárez (1858-1922). Apuntes para su historia”, en Hospital General, 2 (1962), págs. 175-176; J. Gómez Orbaneja, “Juan de Azúa y Suárez (1859-1922)”, en Homenaje al Médico Español, Madrid, Beecham, 1981; R. Castejón, “Juan de Azúa y la Venereología española”, en Enfermedades de Transmisión Sexual, 8 (1994), págs. 295-296; A. García Pérez y E. del Río de la Torre, “Los orígenes de la enseñanza de la dermatología en España”, en AD, 88 (1997), págs. 421-433; X. Sierra Valentí, Juan de Azúa y su tiempo, Madrid, Editorial Saned, 1999.

 

Manuel Díaz-Rubio García

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