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Miguel Antonio Catalán Sañudo

Biografía

Catalán Sañudo, Miguel Antonio. Zaragoza, 9.X.1894 – Madrid, 11.XI.1957. Químico y físico especializado en Espectroscopia.

Hijo de Agustín, catedrático de Psicología, Ética y Derecho de Instituto de Enseñanza Media, y de María, Miguel Catalán estudió el bachillerato en el Instituto General y Técnico de Zaragoza, donde se graduó en 1909 con la calificación de sobresaliente y Premio Extraordinario. Fue también en Zaragoza donde cursó estudios universitarios, licenciándose en Ciencias, Sección Químicas, en 1913 (título expedido el 2 de junio de 1914), de nuevo con sobresaliente y Premio Extraordinario, aunque no fue el número uno de su promoción, sino el dos. Da idea de la escasa demanda que entonces tenía la carrera de Ciencias, al menos en Zaragoza, el que en su promoción de Ciencias se graduaron siete estudiantes, la mayoría (cinco) en Químicas como él.

Nada más graduarse comenzó a trabajar, y lo hizo en dos frentes: el académico y el industrial. En el primero, el 27 de octubre de 1913 fue nombrado ayudante interino de la Sección de Ciencias del Instituto de Zaragoza, puesto que ocupó hasta el 24 de octubre de 1915, aunque debió de pasar temporadas en excedencia, ya que, como se verá, ese período coincidió con estancias suyas en Madrid. Al día siguiente de esta última fecha (esto es, 25 de octubre de 1915) tomó posesión del puesto de ayudante numerario de la Sección de Ciencias del Instituto General y Técnico, también de Zaragoza, para el que había sido nombrado después de presentarse a un concurso oposición. Su vinculación con el mundo de la educación secundaria fue algo que mantuvo una parte importante de su vida, como catedrático de Instituto y también como autor de libros de textos de Física y Química destinados a estudiantes de bachillerato.

En lo relativo a su relación con el mundo industrial, está el que desde el 1 de octubre de 1913 hasta el 30 de septiembre de 1915 desempeñó —compatibilizándolo con sus puestos docentes— el cargo de químico de la Sociedad Aragonesa de Portland Artificial (esto es, cemento). Pero ni la docencia secundaria ni la industria colmaban sus ambiciones. Deseaba avanzar en la ciencia y por ello se trasladó a Madrid con la intención de doctorarse. En la capital vivió al principio en una pensión de la calle del Arenal, en la que era conocido como “el sabio” o “el alpinista”, imperando más este último, ya que era, y continuó siéndolo el resto de su vida, un gran amante de la naturaleza, realizando frecuentes excursiones a la sierra madrileña.

En Madrid se vinculó enseguida (desde enero de 1915) con el Laboratorio de Investigaciones Físicas de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), que dirigía Blas Cabrera y que había sido fundado oficialmente en 1910. Su elección no pudo ser más afortunada, ya que este laboratorio sería el centro de investigación en Física y Química- Física de España hasta 1936. En un documento que el propio Catalán preparó en 1918, depositado en el Archivo de la JAE, resumió, en el impersonal estilo de las solicitudes oficiales, su vinculación inicial con este centro: “En el Laboratorio de Investigaciones Físicas de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas lleva trabajando desde 1° de Enero de 1915 habiendo seguido el curso de Química-física a cargo de los Dres. Moles y Guzmán, tomado parte en el curso de Electroanálisis a cargo del Dr. Guzmán, seguido el curso de Espectrografía que dirige el Dr. A. del Campo, y ha colaborado en el curso que Mr. Urbain, Catedrático de la Sorbone, dio en dicho laboratorio en los meses de Marzo y Abril próximos pasados”.

Catalán se unió a la sección de Espectroscopia del Laboratorio, que dirigía Ángel del Campo y Cerdán (1881-1944), catedrático de Análisis Químico de la Facultad de Ciencias de Madrid, quien también fue su director de tesis. Ésta estuvo dedicada a la Espectroquímica del magnesio. Nuevas líneas en su espectro y en el de la plata. Fue juzgada el 22 de junio de 1917 por un tribunal formado por José Muñoz del Castillo, Eugenio Piñerúa Álvarez, Felipe Lavilla Llorens, Ignacio González Martí y Ángel del Campo. Recibió la calificación de sobresaliente. Con su tesis y con otros dos artículos que publicó previamente (1916 y 1917) en los Anales de la Sociedad Española de Física y Química sobre cuestiones que formaban parte de su investigación doctoral, comenzó la carrera científica de Catalán. La espectroscopia, un campo limítrofe entre la química y la física en el que se estudiaba la estructura de las líneas del espectro de los elementos químicos y al que aquellos trabajos estaban dedicados, será a partir de entonces su hogar profesional.

Antes incluso de haber obtenido el título de doctor, Catalán se había planteado la posibilidad de ampliar sus estudios en el extranjero. Habida cuenta de su relación con el Laboratorio de Investigaciones Físicas de la JAE, no podía ignorar las posibilidades que esta institución ofrecía con su política de pensiones. Y, efectivamente, el 6 de febrero de 1917 presentó una solicitud de pensión “por un año, comenzando en el próximo Octubre y en las condiciones ordinarias, para ampliar estudios de ‘Química-Física’ y en especial en ‘Espectrografía’ en los Estados Unidos de América o en Suiza y si la guerra mundial hubiera terminado [...] para Alemania, Inglaterra o Francia”.

Su solicitud fue aprobada por la JAE, para un año en Estados Unidos, pero no pudo disfrutar de la beca, porque, como explicó en una carta que envió más tarde, el 5 de febrero de 1919, al secretario de la Junta, José Castillejo, “el Ministerio de la Guerra se negó a concederme el necesario permiso para ir a los Estados Unidos, por ser este un país en guerra y estar yo dentro del servicio de los tres años” (Catalán pertenecía al reemplazo de 1915, pero se acogió a los beneficios de la Ley de Reclutamiento y Reemplazo y sólo tuvo que cumplir cinco meses de servicio activo, aunque no por ello fue licenciado; así fue nombrado cabo el 1 de julio de 1916 y sargento el 1 de mayo de 1917). En este mismo documento señalaba que “habiendo desaparecido en la actualidad las causas que impedían mi marcha, yo pienso solicitar de nuevo pensión en la convocatoria de este año, para ver si puedo alcanzar los Estados Unidos antes de comenzar el curso próximo”. El 27 de febrero de 1919 presentó la solicitud en cuestión. Quería “estudiar Químicafísica y Espectrografía con los profesores A. Noyes y Th. Lyman en la Universidad de Harvard y en el Institute of Technology de Boston” (se refería en realidad al Massachusetts Institute of Technology). Es interesante mencionar que en esta solicitud también incluía el siguiente párrafo: “Además desearía hacer prácticas adecuadas a una formación de profesorado de segunda enseñanza por las diversas escuelas de los Estados Unidos”.

Este deseo tenía que ver con la situación profesional de Catalán, que el 11 de octubre de 1919 había sido nombrado aspirante al Magisterio secundario en la sección de Ciencias Físico-químicas del Instituto- Escuela de Madrid. Poco después ganaba por oposición la cátedra de Física y Química del Instituto General y Técnico de Palencia, no tardando en obtener por concurso la cátedra del Instituto de Ávila. Sin embargo, antes incluso de que lograse esta cátedra, la JAE intervino para que Catalán no se moviese de Madrid. El 14 de abril de 1920, Santiago Ramón y Cajal se dirigía, como presidente de la Junta, al ministro de Instrucción Pública para que Miguel fuese “agregado al servicio del Instituto-Escuela, en virtud de lo que prescribe el art. 8° del Real Decreto de 10 de Mayo de 1918, con destino a las enseñanzas de Física y Química”. No está de más recordar en este punto que el Instituto-Escuela era una de las creaciones de la JAE. El 30 de abril, una Real Orden aprobaba la solicitud de la Junta y Catalán quedó adscrito al Instituto-Escuela como catedrático, una situación que se mantendrá hasta que, en 1934, logró una cátedra universitaria.

De hecho, durante algún tiempo Catalán mantuvo serias dudas acerca de si dedicarse a la investigación científica o a la enseñanza secundaria. Evidencia en este sentido es una carta (no datada, pero con la anotación “Curso 1919-1920”) que dirigió a Castillejo, en la que escribía: “En mi deseo de continuar la labor emprendida, tanto en el terreno pedagógico como en el de investigación, tres soluciones son posibles para lo que debo hacer el año próximo. La primera consistiría en abandonar el Instituto-Escuela y el Laboratorio e irme a mi cátedra de Ávila, con lo cual quedaría bruscamente cortada mi labor y mi preparación y sería casi perdido todo lo hecho en estos años. La segunda consiste en seguir por un año agregado al Instituto- Escuela para seguir mi preparación pedagógica, asistir al laboratorio de investigación y después marchar un año al extranjero a terminar esa preparación. Esta presenta el inconveniente de que retrasaría mi vuelta hasta dentro de dos años y me sería imposible prestar mi colaboración al Instituto-Escuela cuando es posible que más se necesitara, es decir, dentro de un año. La tercera consiste en que este año marche ya al extranjero, de este modo si mis servicios pudieran ser útiles a principio de otro curso estaría ya preparado”.

Fue esto último lo que hizo: viajar al extranjero utilizando la pensión de la Junta que había solicitado y obtenido, aunque finalmente no la empleó en Estados Unidos, sino en Inglaterra, más concretamente en Londres, a donde llegó en septiembre de 1920. A pesar de que al principio planeó trabajar con William M. Hicks, en Sheffield, terminó en Londres (en la parte científica del Imperial College, denominada entonces Royal College of Science) junto a Alfred Fowler, autor del influyente Report on Series in Line Spectra (1922). Era una elección mucho más adecuada en el plano científico que la de Hicks. En la capital inglesa obtuvo su mayor éxito: el descubrimiento de los multipletes, que presentó en un extenso artículo publicado en 1922 en las Philosophical Transactions of the Royal Society: “Series and other regularities in the spectrum of manganese”. El descubrimiento de Catalán consistió en demostrar que grupos formados por numerosas líneas distribuidas sin regularidad aparente en el espectro del manganeso podían tener un origen común. Generalizaba de esta manera las ideas que se tenían con respecto a los dobletes y tripletes de los metales alcalinos y alcalinotérreos. De hecho, la introducción de los multipletes constituyó un paso importante en el desarrollo de la teoría cuántica (y subsidiariamente de la astrofísica), ya que permitió, al ser aplicada a los espectros complejos, avanzar en la interpretación de la estructura electrónica de los átomos que producen tales espectros. No es sorprendente, por consiguiente, que los resultados de las investigaciones de Catalán atrajesen pronto la atención de científicos de otros países, como el astrofísico estadounidense Henry Norris Russell, que años más tarde, en una situación política complicada (la de la Guerra Civil española), se esforzó por ayudarlo.

Otro científico que se fijó en el descubrimiento de los multipletes fue el prestigioso e influyente físico de Múnich Arnold Sommerfeld, cabeza de una escuela de físicos en la que se formaron algunos tan distinguidos como Werner Heisenberg, Wolfgang Pauli, Hans Bethe o Felix Bloch. El interés de Sommerfeld se vio facilitado por el encuentro que se produjo entre ambos en Madrid, adonde Catalán había regresado en el otoño de 1921. En marzo y abril de 1922, el físico alemán dictó una serie de conferencias en las facultades de Ciencias y de Farmacia de la Universidad de Madrid, y fue entonces cuando conoció a Catalán y supo de sus resultados. Con ellos, Sommerfeld desarrolló más y mejor su idea de introducir en la física cuántica un nuevo número cuántico, algo que constituyó un paso importante en el desarrollo que condujo a la mecánica cuántica de 1925. De hecho, a partir de entonces se estableció una colaboración entre Catalán y Sommerfeld. Con el apoyo de éste, que solicitó a la International Educational Board de la Fundación Rockefeller una ayuda, el científico español viajó a Múnich donde pasó el curso 1924-1925. Lo hizo acompañado de su esposa, Jimena Menéndez-Pidal (1901-1990), hija de Ramón Menéndez-Pidal, con la que se había casado después de regresar de Londres.

En Múnich, Catalán trabajó sobre todo con Karl Bechert, un ayudante de 24 años de Sommerfeld. La colaboración resultó tan satisfactoria que se prolongó un año más, ya que Bechert obtuvo otra beca de la Fundación Rockefeller para pasar el curso siguiente (1925-1926) en Madrid. Juntos publicaron seis artículos (tres en español y tres en alemán), sobre la estructura del espectro del cobalto neutro y del paladio, y “Sobre algunas relaciones en los espectros ópticos”.

En Madrid, Catalán continuó asociado al Laboratorio de Investigaciones Físicas y al Instituto-Escuela. El Laboratorio procuraba suministrarle lo que necesitaba para sus investigaciones, pero el desarrollo de éstas hacía tal tarea difícil. Así, en un documento depositado en el archivo de la JAE, y que aunque no está firmado fue sin duda preparado por Blas Cabrera hacia 1924, en el que se informaba acerca de la situación de los distintos grupos del centro, se señalaba: “Espectroscopia. Los estudios realizados por Catalán han agotado ya la capacidad de nuestro exiguo material espectrográfico. Para que él y sus colaboradores puedan continuar su obra bien conocida en el mundo científico sería necesario la adquisición de dos o tres espectrógrafos de gran poder de resolución y capaces de cubrir la mayor región posible del espectro”. La ayuda llegó a la postre de nuevo de la mano de la International Educational Board de la Fundación Rockefeller, que tras unas largas negociaciones con el Gobierno español —iniciadas en 1921 con una solicitud realizada por Castillejo— terminó dotando (al aportar 420.000 dólares) a los físicos y químico-físicos del Laboratorio de la JAE dirigido por Cabrera de un nuevo, espléndidamente dotado, Instituto Nacional de Física y Química, que abrió sus puertas oficialmente el 6 de enero de 1932. Catalán participó activamente en el proceso que condujo al establecimiento del nuevo centro, tanto entrevistándose con los delegados de la Fundación que visitaron España para comprobar la seriedad de los trabajos de los investigadores españoles, como viajando por diversos centros europeos (Basilea, Berlín, Postdam, Ámsterdam y Copenhague) para recabar información a utilizar en el diseño del Instituto. Mientras realizaba estas tareas, continuó con sus investigaciones, entre las que destacan sus trabajos sobre el espectro del hierro, que inició en 1924. Se trataba de un tema importante, ya que al ser uno de los elementos que figuraba con mayor intensidad en el espectro de las radiaciones emitidas por el Sol, ciertas longitudes del espectro del hierro servían de patrón para la determinación de las longitudes de ondas de los espectros de otros elementos. Fruto de sus investigaciones fue un extenso artículo (150 páginas), el más largo que publicó a lo largo de su vida, que en 1930 publicó en los Anales de la Sociedad Española de Física y Química con el título de “Estructura del espectro del hierro”.

Además de con Sommerfeld y Bechert, Catalán estableció por aquellos años relaciones con otros científicos extranjeros, como William F. Meggers, del National Bureau of Standards, de Washington, D.C. La colaboración con este espectroscopista estadounidense fue especialmente intensa y prolongada; de hecho, el último trabajo de Catalán publicado fue en colaboración con Meggers y con Olga García-Riquelme (se titulaba “The first spectrum of Manganese, Mn I”, y apareció en el Journal of Research of the National Bureau of Standards en 1964, esto es, después de la muerte de Catalán.

En 1932, su carrera experimentó un cambio importante al recibir una cátedra controlada por la Real Academia de Ciencias, la denominada cátedra Conde de Cartagena, creada por la Fundación Conde de Cartagena (en realidad creó varias cátedras, estando la del químico y físico aragonés dedicada a “Espectrografía y estructura del átomo”). Según la reglamentación de la dotación, “todos los catedráticos, profesores y ayudantes dependientes de Instrucción Pública y Bellas Artes, que sean al mismo tiempo o fueren nombrados en lo sucesivo, profesores, pensionados o becarios de las Fundaciones Cartagena, en España o en el extranjero, podrán ser declarados, a su instancia, excedentes de sus cargos en el profesorado oficial por un plazo máximo de cinco cursos académicos y mínimo de uno, dejando de percibir el sueldo y demás emolumentos legales, como funcionarios del Estado, desde que hagan la oportuna notificación, aunque conservando siempre su número y puesto en el escalafón y su misma cátedra, a la cual se reintegrarán en cuanto lo soliciten, transcurridos dichos términos”.

El ocupar esta cátedra permitía a Catalán, por consiguiente, verse libre de sus obligaciones docentes en el Instituto-Escuela y dedicar más tiempo a la investigación. No obstante, no dejó de enseñar, aunque ahora lo hiciera en la Universidad Central. Así, durante el año académico 1932-1933 desarrolló un curso relacionado con la física atómica y la espectroscopia. De hecho, la Cátedra conde de Cartagena no le benefició sólo a él, ya que también incluía ayudas para colaboradores del catedrático. De esta manera, se vieron favorecidos R. E. Gaviola, profesor de la Universidad de Buenos Aires, Manuel Antunes, profesor del Liceo de Lisboa, Francisco Poggio, catedrático del Instituto- Escuela, María Paz García del Valle, licenciada en Ciencias Químicas, y Rosa Bernis, licenciada en Ciencias Físicas.

También por entonces (al menos desde el curso 1932-1933), Catalán intentó ampliar el rango de sus intereses científicos, introduciéndose en el estudio del efecto Raman (en honor del físico hindú Chandrasekhara Ventaka Raman, que lo estudió con especial éxito en 1928). No profundizó, sin embargo, mucho en este campo, publicando únicamente un artículo en 1936 en colaboración con uno de sus estudiantes, L. Yzu.

No agotó Catalán los cinco años de la cátedra del Conde de Cartagena, ya que obtuvo una cátedra de nueva creación en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid, dedicada a “Estructura atómico molecular y espectroscopia”. La correspondiente oposición tuvo lugar a mediados de junio de 1934. Aunque habían firmado la convocatoria otras tres personas, ninguna se presentó a los ejercicios, que Miguel Catalán superó con éxito. Dejaba de ser catedrático de Instituto y se convertía en catedrático de Universidad.

No obstante, el horizonte favorable que se abría ante el futuro de Catalán se vio pronto oscurecido por el comienzo de la Guerra Civil española. El inicio de la contienda le sorprendió, junto a su esposa Jimena y a su hijo Diego (que con el tiempo se convertiría en un eminente filólogo), en la casa de campo que su suegro, Ramón Menéndez-Pidal, tenía en San Rafael, en la provincia de Segovia, en, como escribió en 1987 Diego Catalán, “tierra de nadie”. Después de un día de bombardeos por las avionetas de Cuatro Vientos, la familia Catalán huyó a El Espinar, desde donde enseguida se trasladó a la ciudad de Segovia, controlada por las fuerzas comandadas por el general Franco. Allí Miguel entró a formar parte del profesorado del Instituto de Bachillerato, prestando también servicios en un Centro de Información de Heridos. Sin embargo, sus antecedentes hicieron de él un sospechoso de las autoridades. Los antecedentes en cuestión eran de dos tipos. Uno, su relación con la Junta para Ampliación de Estudios, institución a la que los vencedores de la guerra nunca vieron con buenos ojos, entre otras razones, por sus conexiones con la Institución Libre de Enseñanza, especialmente combatida por el franquismo. Por otra parte, estaba el ser familiar de Menéndez Pidal, a quien no se consideraba adicto a la “causa nacional”, como muestra el siguiente pasaje de un informe preparado entonces en Burgos: “Ramón Menéndez Pidal: Presidente de la Academia Española. Persona de gran cultura, esencialmente bueno, débil de carácter, totalmente dominado por su mujer. Al servicio del Gobierno de Valencia como propagandista en Cuba”. En este mismo informe, por cierto, a Catalán, a quien, entre otros errores, se le llamaba “Ramón Catalá”, se le caracterizaba de la siguiente manera: “Un mentecato, célula comunista, juguete de su mujer y de su suegra. Era Dr. en Ciencias cuando se casó con Gimena; como regalo de bodas le dieron una cátedra en el Instituto de Segovia, de donde era natural. Se amañó un tribunal especial para él y la Institución lo consagró como sabio y profesor de la Central.” Con informes como éste, no es extraño que llegara a ser acusado incluso de espionaje, aunque finalmente pudo librarse de tales cargos y continuar en Segovia enseñando en el Instituto.

Lo que no pudo fue beneficiarse de las ofertas de trabajo en el extranjero que, como ayuda y en reconocimiento de sus méritos, recibió durante los años de la guerra. La correspondencia que ha sobrevivido muestra que fueron sobre todo científicos estadounidenses (Russell, Meggers, Charlotte Moore, George Harrison y Allen G. Shenstone) los que con mayor rapidez e interés se ocuparon de su situación. Así, el 23 de octubre de 1936, y después de solicitar a Meggers una copia de un artículo de Catalán y Antunes sobre el cobalto, hidrógeno y nitrógeno, Henry N. Russell escribía a su colega de Washington: “Estoy muy preocupado por el muy importante trabajo de Catalán sobre el hierro, y más todavía por el propio Catalán, en estos trágicos días”. El 27 de agosto de 1937, George T. Harrison, director del Laboratorio de Investigación del Departamento de Investigación del Massachusetts Institute of Technology (MIT), le escribió a Segovia, ofreciéndole un puesto en su institución. Y otro tanto hizo en 1938 Russell desde Princeton.

Sin embargo, la situación en la que se encontraba Catalán en España hizo imposible que pudiese beneficiarse de semejantes ofrecimientos. El final de la guerra no modificó sustancialmente esa situación. Continuaron llegándole ofertas de trabajo en Estados Unidos, pero no se le permitía abandonar España, y en Madrid las facilidades para continuar con sus investigaciones habían desaparecido. No podía entrar en su antiguo laboratorio, que desde 1939 formaba parte del nuevo Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la institución que sustituyó a la Junta para Ampliación de Estudios, y había sido separado de su cátedra. Muestra de las dificultades con las que se enfrentaba es la carta que desde Madrid dirigió a Russell el 18 de agosto de 1940: “Mi trabajo procede con algunas dificultades porque ya no trabajo en el Instituto Nacional de Física y Química (Rockfeller), en el que se ha cerrado la Sección de Espectroscopia. No me es posible consultar una biblioteca científica, de manera que desde julio de 1936 estoy prácticamente aislado del mundo”.

Apartado de la universidad, y en general de la enseñanza pública, para ganarse la vida tuvo que recurrir a trabajar durante diferentes períodos de tiempo para los “Mataderos de Mérida”, las fábricas de productos químicos Zeltia, Industria Riojana y los laboratorios IBYS. Vitaminas, DDT, células fotoeléctricas y colorímetros figuraron entre sus intereses de aquella época. Producto de estos trabajos, del que realizó para Zeltia (pasó al menos parte de los veranos de 1942 y 1943 en el centro que esta empresa tenía en Porriño, Pontevedra), fueron dos artículos que publicó en1939 y 1942 en la Revista Clínica Española en colaboración con Francisco Grande Covián, a quien había conocido durante sus años de estudiante en Madrid. Grande Covián trabajaba entonces en el Instituto de Investigaciones Químicas de Jiménez Díaz, y Catalán acudió a él en busca de ayuda para algunos problemas que tenía con las determinaciones de la vitamina A, de la que se ocupaba. Juntos demostraron que en algunos de los productos que Catalán estudiaba existían sustancias inhibidoras de la reacción de Carr y Price que él empleaba para la determinación de la vitamina. A continuación fue Catalán quien ayudó a Grande Covián en el análisis de los gases respiratorios.

Otra actividad a la que se dedicó entonces fue a colaborar en un proyecto que inició su esposa: el establecimiento de un colegio privado que recuperase el espíritu del Instituto-Escuela. Tal fue, en efecto, el origen del Colegio Estudio, en el que Catalán dio clases de Física y Química y de Matemáticas entre 1940 y 1946. También escribió, en colaboración con Andrés León, varios libros de física y química elementales (Física y Química, 1939, 1943, 1947), actividad en la que tenía experiencia: también junto a Andrés León, había publicado con la Junta para Ampliación de Estudios y el Instituto-Escuela tres libros de este tipo, titulados Exposición de la enseñanza cíclica de la Física y la Química, Primer curso (1931), Segundo curso (1934) y Tercer curso (1935).

A comienzos de 1946, recuperó su cátedra universitaria. Gracias a unas notas que sobrevivieron entre sus papeles, se sabe que dictó su primera lección el 2 de febrero de aquel año. El guión que preparó para aquella ocasión comenzaba con un escueto y sin duda emocionante: “Decíamos ayer”. Sin embargo, la recuperación de su cátedra no significó que se le abriesen las puertas de la investigación oficial, localizada entonces no en la universidad, carente como estaba de prácticamente todo tipo de recursos, sino en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. No obstante, su prestigio y el que continuase recibiendo ofertas de trabajo de Estados Unidos terminarían favoreciendo su entrada en el Consejo, no en su viejo Instituto Rockefeller (ahora bautizado como Instituto de Química-Física Rocasolano), sino en el Instituto de Óptica Daza de Valdés, dirigido por José María Otero Navascués, quien en 1950 nombró a Catalán jefe del Departamento de Espectros. Allí formó un buen equipo, con investigadores como Fernando Rico, Olga García Riquelme, Rafael Velasco y Laura Iglesias Romero, que sobrevivió a su muerte. La estructura de espectros de distintos elementos (como los del paladio, hierro, bismuto, sodio y manganeso) ocupó el lugar central de sus investigaciones.

Reanudada su actividad universitaria, finalmente pudo viajar a Estados Unidos en 1948, pasando 15 meses trabajando en el National Bureau of Standards con Meggers y Charlotte Moore, en el MIT con Harrison y en la Universidad de Princeton con Shenstone. Tras aquel primer viaje, estuvo otras veces. Durante el curso 1950-1951, por ejemplo, trabajó en problemas de niveles de energía, invitado por la Universidad de Princeton y el National Bureau of Standards. Shenstone y Meggers fueron de nuevo sus anfitriones y enlaces. En 1953, volvió a Princeton para pasar un semestre.

Otra muestra de que volvía a ser admitido en la España “oficial” fue su elección, en la sesión del 30 de marzo de 1955, como miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid. Otero Navascués y Emilio Jimeno Gil fueron los que le propusieron. “Los méritos científicos del Prof. Catalán, singularmente en el estudio de espectros atómicos”, manifestaban en su escrito de presentación, “son tan relevantes y su personalidad tan universalmente conocida que creemos huelga una relación particularizada de sus trabajos y publicaciones”. No llegó, sin embargo, a pronunciar el preceptivo discurso de entrada en la Academia debido a su muerte, aunque había comenzado a prepararlo; el título que estaba manejando era el de “Los elementos químicos” (han sobrevivido algunos borradores fragmentarios).

Aunque la espectroscopia continuó siendo hasta el final de su vida la disciplina científica a la que se dedicó, se interesó también por otras cuestiones. Una de ellas fue la energía nuclear, omnipresente en todo el mundo desde el lanzamiento de las bombas atómicas de agosto de 1945. Se sabe que Catalán incluyó la cuestión de la energía nuclear en sus cursos en la Facultad. Además se ocupó del tema en algunas conferencias de carácter general, como la que dictó dentro de un ciclo dedicado a la guerra que organizó el Seminario de Estudios Internacionales “Jordán de Asso” del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En aquella ocasión habló sobre “Efectos de las explosiones atómico-nucleares con fines de guerra”. Sin embargo, su esfuerzo más elaborado en lo que a la física nuclear se refiere lo llevó a cabo fuera de España, en Venezuela, en un curso intensivo sobre esa materia que desarrolló entre el 3 y el 23 de febrero de 1955 en la sede del Colegio de Ingenieros. El texto de aquellas conferencias fue publicado en 1959, esto es, dos años después de su muerte, con el título Lecciones de Física Nuclear.

De Caracas, Catalán se trasladó a la Universidad de Princeton, donde continuó con sus colaboraciones con los científicos de allí. De regreso a España, pasó por Buenos Aires, donde patrocinado por la Institución Cultural Española y la Comisión de Energía Atómica argentina dictó (30 de agosto, 6, 13, 20 y 27 de septiembre) un curso de cinco lecciones sobre “Problemas atómicos” en la Facultad de Ciencias Exactas; además, el 3 de septiembre habló de “El átomo” en la Sociedad Científica Argentina. Era, como se ha visto, un conferenciante y profesor muy solicitado en Hispanoamérica.

La actividad de Miguel Catalán en la década de 1950 era muy intensa. Además de tareas como las mencionadas, cabe señalar que en 1952 había sido elegido en Roma consejero de la Joint Commision for Spectroscopy de la International Union of Scientific Union. Inmerso en toda esta actividad, el 11 de noviembre de 1957, a los sesenta y tres años, falleció en Madrid después de una breve (dos días) e inesperada enfermedad. Estaba trabajando entonces en espectro de átomos múltiplemente ionizados (carentes de dos electrones) en elementos químicos de transición, frecuentes en algunos tipos de estrellas, en colaboración con Meggers, Shenstone y Olga García Riquelme. Como ya se indicó, el artículo fruto de este trabajo se publicó en 1964. Seis años después, en 1970, la Unión Astronómica Internacional dio el nombre de “Miguel A. Catalán” a uno de los cráteres de la cara oculta de la Luna, el situado en 46° Sur y 87° Oeste, en reconocimiento a la importancia que el descubrimiento de los multipletes tuvo en el desarrollo de la astrofísica.

 

Obras de ~: Espectroquímica del magnesio. Nuevas líneas en su espectro y en el de la plata, tesis doctoral, Zaragoza, Artes Gráficas, 1917; “Series and other regularities in the spectrum of manganese”, en Philosophical Transactions of the Royal Society of London, A 223 (1922), págs. 127-173; “Sur la structure des spectres d’arc des elements del colonnes VI et VII de la Table périodique”, en Comptes rendus de l’Académie des Sciences, 176 (1923), págs. 84-85; “Los espectros y la tabla periódica”, en Anales de la Sociedad Española de Física y Química, 21 (1923), págs. 321-329; “Relation between pressure shift, temperature class, and spectral terms”, en Nature, 114 (1924), págs. 192- 193; con K. Bechert, “Die struktur des Kobaltspektrum”, en Zeitschrift für Physik, 32 (1925), págs. 336-369; con K. Bechert, “Über das Bogenspktrum des Palladiums”, en Zeitschrift für Physik, 35 (1926), págs. 449-463; “Estructura del espectro del hierro”, en Anales de la Sociedad Española de Física y Química, 28 (1930), págs. 1239-1385; con A. León, Exposición de la enseñanza cíclica de la Física y la Química, Madrid, Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas/ Instituto-Escuela, 1931 (Primer curso), 1934 (Segundo curso), 1935 (Tercer curso); con L. Yzu, “El espectro Raman del ácido sulfúrico”, en Anales de la Sociedad Española de Física y Química, 34 (1936), págs. 26-47; con A. León, Física y Química, Madrid, Librería E. Prieto, 1939; con F. Grande Covián, “La existencia de sustancias inhibidoras de la reacción de Carr y Price en algunos productos vitamínicos”, en Revista Clínica Española, 7 (1942), págs. 321-324; con F. Grande Covián, “La aplicación de la ley de Beer al desarrollo de color en la reacción de Carr y Price de la vitamina A”, en Revista Clínica Española, 7 (1942), págs. 340-341; “Efectos de las explosiones atómico-nucleares con fines de guerra”, en La Guerra moderna, Zaragoza, Universidad, 1955, págs. 57-87; Lecciones de Física Nuclear, Caracas, Fundación Eugenio Mendoza y Universidad Nacional de Zulia, 1959; con William Meggers y O. García-Riquelme, “The first spectrum of Manganese, Mn I”, en Journal of research of the National Bureau of Standards, 68A (1964), págs. 9-59.

 

Bibl.: W. F. Meggers, “Miguel A. Catalán”, en Physicalia, n.º 28 (enero-febrero de 1958), págs. 11-12; E. Bernis, “Miguel Catalán”, en Revista de Occidente, n.º 115 (octubre de 1972), págs. 91-102; V. Varadaraja Raman, “Catalán, Miguel Antonio”, en C. C. Gillespie (ed.), Dictionary of Scientific Biography, vol. 3, New York, Charles Scribner’s Sons, 1970-1980, págs. 124-125; R. Velasco, El mundo atómico de Miguel Catalán, Madrid, Comité Español de Espectroscopia e Instituto de Óptica, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1977; F. R. Rico Rodríguez, Miguel A. Catalán, Santander, Amigos de la Cultura Científica, 1983; D. Catalán, “Miguel Catalán”, en Boletín Informativo de la Fundación Juan March, n.º 172 (1987), págs. 3-18; J. M. Sánchez Ron, Miguel Catalán. Su obra y su mundo, Madrid, Fundación Ramón Menéndez Pidal/Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1994.

 

José Manuel Sánchez Ron

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