Ponce de León, Rodrigo. Marqués (II) y duque (I) de Cádiz, marqués de Zahara (I), conde de Arcos (III), señor de Marchena (VII), marqués de Marchena, de Rota, de Mairena del Alcor, de Bailén. Mairena del Alcor (Sevilla), 1444 – Sevilla, 27.VIII.1492. Noble.
Segundo de los hijos varones de Juan Ponce de León, conde de Arcos, y de la que fue su segunda esposa, Leonor Núñez. Ésta había llegado a Andalucía como criada de Leonor de Guzmán, primera mujer de Juan Ponce, quien la hizo su amante aun a costa de la ruptura del matrimonio. Pese a que Leonor de Guzmán murió en 1441, la boda entre los padres de Rodrigo no pudo celebrarse hasta 1448 por la oposición del conde don Pedro, padre de Juan Ponce, al matrimonio de su heredero con la antigua criada. Así las cosas, el futuro marqués de Cádiz nació muy posiblemente en la heredad de la Torre de los Navarros, cerca de la localidad sevillana de Mairena del Alcor, en la que transcurrieron los primeros años de su vida.
Hubo de pasar luego a Marchena, centro de los estados paternos, para vivir en el seno de la atípica y prolífica familia del conde, compuesta por cerca de treinta hijos habidos con al menos, ocho mujeres distintas.
La vida del joven Rodrigo cambió drásticamente a resultas de la muerte de su hermano primogénito, Pedro, en 1459, y convertirse en heredero de la casa.
Ello llevó al inmediato intento de anulación de su compromiso matrimonial con Beatriz Marmolejo, a la que había desposado “por palabras de presente” el 6 de febrero de 1457. Beatriz era hija de Pedro Fernández Marmolejo, señor de Torrijos, y de Alcalá de Juana Dorta, en el Aljarafe sevillano. Lo que era una buena boda para un segundón se convertía en un grave problema para la política matrimonial de Juan Ponce de León, quien ya en 1460 proponía a Juan Pacheco, marqués de Villena y poderoso valido de Enrique IV, el enlace de Rodrigo con una de sus hijas. Para ello, fue preciso conseguir la anulación de los esponsales previos, lo que, junto con los vaivenes políticos de esos años, demoró el arreglo hasta 1470.
Ya desde su primera juventud, Rodrigo se convirtió en un importante apoyo de su padre en el gobierno de su casa y en la defensa de la frontera. En 1462 saltó a la fama por su brillante intervención, al frente de la hueste condal, en la batalla del Madroño, cerca de Teba, donde desbarató una importante cabalgada mandada por el infante granadino Muley Hacén. Rodrigo, que hacía sus primeras armas, se comportó en ella con gran valor y resolución, siendo gravemente herido en un brazo.
Poco después, en agosto de ese año, participó en la conquista de Gibraltar, propiciada por el alcaide de Tarifa, Alfonso de Arcos, y en la que tomaron parte las milicias de Jerez y de las villas gaditanas cercanas a la plaza, además de las huestes del conde de Arcos y del duque de Medina Sidonia. La disputa que se desató entre el joven Rodrigo y el duque por entrar los primeros en la ciudad, y el intento de éste de apoderarse secretamente de la fortaleza, acabó en un grave enfrentamiento en el que los cronistas de la época vieron el preludio de los problemas posteriores entre ambas casas.
No obstante, entre 1463 y 1467 Ponces y Guzmanes actuaron como aliados en los graves conflictos civiles que asolaron Andalucía y toda Castilla. Primero, hasta junio de 1465, apoyando a Enrique IV frente al ahora rebelde Juan Pacheco y su hermano, Pedro Girón.
Desde esa fecha, y después de la llamada “farsa de Ávila”, en el partido del infante-rey don Alfonso y contra Enrique IV. Pese a todo, el conde de Arcos, como tantos magnates de la época, trató de mantener cierta equidistancia y aprovechar las aguas revueltas para obtener importantes recompensas de las fuerzas en lid y, sobre todo, tratar de afirmar su poder en Sevilla, donde los Guzmán gozaban de una posición muy superior. En todo ello, su hijo Rodrigo era agente principal, ya en las luchas callejeras libradas en la ciudad para expulsar a los enriquistas, primero, y luego contra Stúñigas o Saavedras, ya en la ocupación de la ciudad de Cádiz, llevada a cabo a fines de 1466. Esta acción, que se presentó como preventiva de ciertos movimientos de los enriquistas locales contra el dominio alfonsino, entregó al linaje una ciudad de gran importancia estratégica que iniciaba su auge mercantil. De hecho, existía ya una promesa o concesión condicionada de Alfonso (XII) a Juan Ponce de León por los servicios que le estaba prestando. La intervención de los Ponce se vio facilitada también por los poderes que el conde de Arcos y el duque de Medina Sidonia habían recibido en agosto de 1465 para garantizar la obediencia del Reino de Sevilla al nuevo Monarca, los cuales los constituían en auténticos virreyes.
Aunque muy contrariado, don Alfonso hubo de respaldar el golpe de mano de los Ponce en Cádiz.
Más tarde, una vez fallecido su hermano, Enrique IV reconoció el dominio señorial en junio de 1469 y en enero de 1471, esta vez con la concesión del título de marqués de Cádiz a don Rodrigo. Con la incorporación de Cádiz, los Ponce de León trataban de compensar los recientes éxitos de sus entonces aliados, pero siempre rivales, los Guzmanes, quienes se acababan de hacer con Gibraltar y Huelva. Esta escalada fue seguida del estallido de un episodio banderizo entre los dos linajes en 1467 y 1468 que tuvo por escenario a Sevilla y a Jerez de la Frontera, aunque la muerte del infante-rey en julio de 1468 les obligó a buscar una avenencia que permitiese a ambos afrontar sin riesgos el cambio de situación.
La nueva adhesión de Ponces y Guzmanes a Enrique IV y la reconciliación de Juan Pacheco con el Monarca dieron nuevas alas a los proyectos matrimoniales de Rodrigo con una de las hijas del marqués de Villena. Finalmente, la designada fue Beatriz, firmándose las capitulaciones el 21 de noviembre de 1470 y celebrándose los esponsales por poderes en Segovia el 20 de marzo de 1471. La dote consistió en un millón de maravedís en heredades y metálico, medio millón más en ajuar y un juro de 150.000 maravedís anuales.
Poco antes, a principios de ese año, había muerto el conde Juan Ponce de León, tras serle concedido el marquesado de Cádiz el día 20 de enero. La influencia de Juan Pacheco fue decisiva en esta importante merced, que confirmaba plenamente la señorialización de Cádiz, así como en otras de carácter económico que por entonces recibió Rodrigo, como la de todas las nuevas minas que se hallasen en Andalucía, o en el nombramiento como corregidor de Jerez de la Frontera, cargo obtenido en 1470.
Todas estas ventajas tenían como contrapartida situar al marqués de Cádiz en la órbita de Pacheco y distanciarlo definitivamente del duque de Medina Sidonia, principal obstáculo en Andalucía a la hegemonía del de Villena. A este factor político nuevo hay que añadir la vieja rivalidad en Sevilla y la aversión creciente entre don Rodrigo y el nuevo pariente mayor de los Guzmán, don Enrique, joven de su misma edad.
Todo ello abocó a un gran estallido de violencia banderiza que se extendió entre 1471 y 1474. A un primer conato, acaecido en marzo, siguió el definitivo a fines de julio. Toda Sevilla se vio involucrada en el enfrentamiento. La población se inclinó muy mayoritariamente por los Guzmán, sobre todo después del incendio del templo de San Marcos por los partidarios del marqués. Rodrigo se hizo fuerte en la collación de Santa Catalina, pero finalmente hubo de huir de la ciudad, acompañado por doscientos jinetes, para buscar refugio en Alcalá de Guadaira, de cuya fortaleza era alcaide su cuñado Fernán Arias de Saavedra.
Las casas de los Ponce en Sevilla y las de cientos de sus allegados fueron saqueadas por la multitud.
La reacción de Rodrigo Ponce no se hizo esperar: el 2 de agosto salió con su hueste, muy reforzada con la llegada de vasallos y aliados procedentes de la campiña sevillana, y a marchas forzadas se dirigió a Jerez de la Frontera mientras que sus enemigos le esperaban en Sevilla. Al día siguiente ocupó la ciudad, donde sus numerosos partidarios le abrieron las puertas y le entregaron el alcázar. Su cargo de corregidor, confirmado por Enrique IV pocas semanas después, dio legitimidad al dominio establecido por el marqués en Jerez.
Con este golpe de mano, Rodrigo Ponce consiguió una sólida base desde la que hacer frente a la guerra desatada y restablecer un cierto equilibrio de fuerzas.
Sus posiciones se extendían desde la bahía de Cádiz, donde poseía Rota y la propia ciudad gaditana, hasta el curso alto del Guadalete a través de los amplios términos de Jerez y Arcos de la Frontera. Desde aquí enlazaban con las tierras de la “banda morisca”, contigua a la frontera granadina, donde los Ponce de León, además de su antiguo señorío sobre Marchena, habían tejido una amplia red de alianzas y parentescos que incluían a los alcaides de localidades como Morón, Osuna y Estepa. Las gentes de la frontera, con una preparación militar muy superior al resto, proporcionaron al bando de Rodrigo Ponce, muy inferior en hombres y en recursos al de su rival, una superioridad táctica indiscutible.
El marqués contaba también con el apoyo del alcaide Luis de Godoy, hombre de Pacheco, en Carmona, enfrentado al potente partido contrario en esa localidad, y con el control de los castillos serranos de Alanís y Constantina, además de núcleos de partidarios en Écija y otras localidades, así como con la alianza de Alonso de Aguilar en Córdoba.
Con este despliegue, Rodrigo Ponce cortaba en dos las posesiones del duque de Medina Sidonia, extendidas por las actuales provincias de Huelva y Cádiz, y hacía posible el bloqueo de Sevilla. Éste fue el principal empeño de sus fuerzas, impidiendo el suministro marítimo de la ciudad en años de malas cosechas como los de 1471 y 1472, y dificultando los procedentes de Extremadura. El dominio a campo abierto de las tropas del marqués permitió a éste presentarse, antes de que terminase el verano, ante los muros de Sevilla, verdadero objetivo del conflicto, pero el temor recíproco impidió el choque. El duque replicó con un alarde paralelo ante Jerez, sin mayores efectos. En noviembre de 1471 se pactó una primera tregua por cuatro meses ante la inminencia de un viaje de Enrique IV a Andalucía, lo que hacía esperar una solución política del conflicto. La tregua fue aprovechada por el marqués para tomar la villa musulmana de Cardela, con fama de inexpugnable, lo que consolidó un prestigio militar creciente que contrastaba con la abulia guerrera atribuida al duque Enrique de Guzmán. El aplazamiento de la visita real y la reanudación de los enfrentamientos en marzo de 1472 dio paso a la etapa más dura de la guerra, en la que los sevillanos trataron de romper el dogal con un contraataque victorioso sobre Luis de Godoy en Carmona y con la toma del castillo de Alanís en enero de 1473. Además, Enrique trató de desestabilizar al bando rival captando a Manuel Ponce de León, hermano del marqués, quien intentó, sin éxito, apoderarse de Marchena el 13 de enero de 1473, y favoreciendo la recuperación de Cardela por los granadinos a mediados de agosto.
Rodrigo respondió con contundencia a estas acciones. En marzo de 1473, organizó un ataque marítimo y terrestre contra Sanlúcar de Barrameda, pocos días después de que dos hermanos del duque muriesen y otro fuese capturado en un cruento combate de caballería en las cercanías de Alcalá de Guadaira. En abril corrió los alrededores de Sevilla, tomando Alcalá del Río y destruyendo varias torres del entorno sevillano. Sin embargo, el gran éxito del marqués no llegó hasta el 27 de diciembre de 1473, cuando Pedro de Vera, alcaide por entonces de Arcos, tomó por sorpresa Medina Sidonia, asestando un duro golpe al prestigio del duque.
Este triunfo fue seguido de la captura de la torre de Lopera en marzo de 1474 por el mismo caballero.
Estas victorias de los Ponce forzaron a Enrique de Guzmán a réplicas en las que puso en juego todo el poder de su casa y de Sevilla. Tras varias incursiones sobre Carmona, Alcalá del Río, Arcos y Utrera, concentró sus fuerzas ante Alcalá de Guadaira a fines de abril, estableciendo un asedio formal. El marqués acudió al socorro con todas las fuerzas que pudo movilizar, planeando de nuevo el riesgo de un choque tan decisivo como incierto.
Para entonces, las haciendas de los contendientes estaban exhaustas y la tierra al límite tras años de rapiña y malas cosechas. Todo ello favoreció el papel mediador del conde de Tendilla y de Alonso de Velasco, hermano del conde de Haro, quienes en un tiempo brevísimo consiguieron la firma de las paces de Marchenilla el 20 de mayo de 1474. El resultado garantizaba la restitución general de bienes y el mantenimiento del statu quo político y militar, la devolución de Medina Sidonia al duque y de Castellar a Fernán Arias de Saavedra, deudo y aliado del marqués, y otorgaba poder a éste para armar almadrabas en Cádiz, lo que vulneraba el monopolio ducal. Con todo, quizá el principal éxito de los Ponce en estas paces era tratar de igual a igual a sus rivales.
Poco después, la situación política de Rodrigo Ponce de León se agravaría considerablemente. La alianza del duque con los futuros Reyes Católicos le había obligado a profundizar su dependencia de Pacheco y de Enrique IV. Estos motivos, y la estrecha vinculación de los intereses comerciales gaditanos con Portugal y Génova, le habían arrastrado al campo favorable a la princesa doña Juana. La muerte de Pacheco en octubre de 1474 y la del Rey en diciembre lo dejaron sin apoyos, en tanto que el dominio de Sevilla por Enrique de Guzmán se hacía completo. El resultado de la batalla de Toro amenazaba con convertirlo en un rebelde, por lo que Rodrigo Ponce de León se apresuró a someterse a los Reyes. El 30 de abril de 1476 recibió garantías para su casa y estados y la confirmación de las principales mercedes recibidas, así como el perdón real por su tardía obediencia.
La presencia de la Reina en Sevilla desde julio de 1477, seguida poco después por don Fernando, fue ocasión de una reconciliación completa, sellada por la famosa escena en el alcázar, a donde acudió el marqués solo, de noche y sin previo aviso para hincar la rodilla ante la Reina y diluir las sospechas que sobre su fidelidad extendían sus enemigos, tan poderosos en la ciudad. Poco después, los Reyes viajaron a Jerez, donde el marqués les hizo entrega del mando, como ya había hecho de las fortalezas de Alcalá de Guadaira y Constantina. Desde ese momento se convirtió en el adalid de la causa real, contribuyendo eficazmente al sometimiento del mariscal Fernán Arias de Saavedra en 1478.
La finalización de las treguas pactadas en 1475 con Granada por tres años, aunque prorrogadas en 1478, dio paso a un período de agitación fronteriza en la que Rodrigo Ponce se sumergió de inmediato. Ya en 1477, en respuesta a la recuperación granadina de Cardela, saqueó e incendió la cercana villa de Garciago, para recobrar Ortejícar en 1478, tomada por los moros al conde de Urueña, y apoderarse luego del castillo de Montecorto, que los rondeños capturaron de nuevo a fines de 1479. En 1481 entró hasta el corazón de la Serranía, atacando Villaluenga, corriendo Ronda durante tres días y derribando la fuerte torre del Mercadillo. En este ambiente, no puede extrañar el asalto de los moros a Zahara, considerado, sin embargo, primer acto de la definitiva guerra de Granada (27 de diciembre de 1481).
El marqués de Cádiz fue, sin duda alguna, el principal caudillo militar de la Guerra de Granada. Además, su conocimiento del terreno y sus numerosos contactos en el campo musulmán le hicieron un consejero especialmente valioso y acertado. La actividad que desarrolló a lo largo de la década de 1480 fue incansable, participando en prácticamente todas las campañas de la guerra y manteniéndose siempre alerta y sobre las armas cuando éstas llegaban a término.
Su iniciativa y caudillaje fueron fundamentales en la toma de Alhama (28 de febrero de 1482), respuesta a lo de Zahara y golpe de grandes consecuencias desde los puntos de vista estratégico y moral.
Aunque en 1483 conoció la amargura de la derrota en la Ajarquía (21 de marzo), donde perdió a numerosos familiares y vasallos, en octubre fue parte principal en la victoriosa batalla de Lopera, éxito de gran importancia porque quebrantó el poder de los moros de Ronda y Málaga e hizo posible la inmediata reconquista de Zahara por el mismo Rodrigo Ponce de León (29 de octubre de 1483). El impacto de esta recuperación en la frontera y aún en todo el Reino fue enorme, satisfaciendo tanto a los Reyes, que se la cedieron por juro de heredad, además de elevar su marquesado de Cádiz a ducado, incrementado con el título de marqués de Zahara.
Excede las posibilidades de estas páginas el relato pormenorizado de los servicios del marqués en las campañas de los años siguientes, coronadas con la conquista de Ronda (22 de mayo de 1485) y su Serranía y con la de Málaga en 1487. Era costumbre del rey don Fernando enviarlo por delante del ejército con una vanguardia que tenía por objetivo aislar la plaza que se proponía cercar e impedir la llegada de refuerzos enemigos. Era ésta una operación muy peligrosa y de gran trascendencia para el buen éxito posterior, la cual Rodrigo Ponce de León siempre ejecutó con diligencia y maestría. Su prestigio era común a moros y cristianos. Aquéllos solían recurrir a él para allanar el camino de las negociaciones y tratos, pues era proverbial su fidelidad a lo pactado, además de su clemencia y generosidad. Los Reyes, por su parte, le daban muestras continuas de su aprecio. Así, en junio de 1486 doña Isabel le pidió que la escoltase en su visita a la hueste y a las plazas conquistadas en la campaña de esa primavera. Rodrigo Ponce de León salió a recibirla en la linde de la vieja frontera, en la Peña de los Enamorados, cerca de Archidona, y por Loja la llevó hasta Íllora, donde la esperaba don Fernando con todo el ejército. Del mismo modo, en el invierno de 1487 a 1488, ausente el Rey de Andalucía, le fue encargada la guarda y supervisión de toda la frontera y de las plazas conquistadas, lo que realizó personalmente, recorriéndolas desde Ronda a Alhama, por Marbella y Málaga.
Aunque su salud empezó a resentirse hacia 1488, ello no le impidió estar presente de principio a fin en el durísimo cerco de Baza (junio-diciembre de 1489) y en las entregas de Almería y Guadix. Finalmente, y como no podía ser menos, desde abril de 1491, y tras recuperarse de una grave recaída de su enfermedad, estuvo en la Vega de Granada y en el campamento de Santa Fe, donde aún tuvo ocasión de brillar en algunos encuentros con los moros, antes de asistir a la toma de la ciudad. Para el cronista Andrés Bernáldez, “este fue el cavallero que más trabajó, de los grandes de Castilla, en la guerra, e desque Alhama tomó non ovo entrada que el rey fiziese que él no fuese en ella en todos los diez años que duró la conquista del reino de Granada. Él fizo el comienço e vido el fin, e ovo su parte de la gloria e vitoria; que él fue presente en la entrega de Granada, que fue el sello de la conquista”.
Como subrayaron algunos cronistas de la época, Rodrigo Ponce emerge de la Guerra de Granada como un nuevo Cid. En efecto, su comportamiento durante esos años le alcanzó la admiración y estima no sólo de los Reyes, sino de toda la sociedad, como muy pronto habría de verse con ocasión de su entierro en la misma ciudad que le había expulsado en 1471. El marqués-duque de Cádiz era visto como modelo de vasallo y colaborador de la Monarquía, pero también como un capitán legendario y compendio de las virtudes de la Caballería, entre las que se incluía una religiosidad muy marcada, con especial énfasis en la devoción mariana. Es notable también la inclinación mesiánica en los últimos años de su vida, sin duda bajo la influencia de los acontecimientos políticos y militares que le había tocado vivir y, en buena medida, protagonizar, manifestada en la carta que dirigió a los nobles castellanos en 1486. En ella se profetizaba que el rey Fernando no sólo conquistaría en breve Granada, mas todo el norte de África y Jerusalén.
Pero la rica personalidad de Rodrigo Ponce de León no se agota en el perfil militar y caballeresco. Fue también un más que estimable gobernante de sus estados, que engrandeció con las mercedes recibidas y mejoró con inteligentes medidas que aprovecharon las favorables circunstancias económicas generales de la segunda mitad del siglo XV. Así, por ejemplo, Cádiz dio pasos decisivos en su conversión en uno de los principales puertos atlánticos, cabeza del comercio africano. Chipiona fue repoblada desde 1477, Pruna adquirida en 1482 y el lugar de La Puente de Suazo, luego Isla de León y actual San Fernando, incorporado en 1490. Además, como ya se sabe, en 1484 los Reyes le cedieron Zahara, con título de marqués, y en 1490 la serranía de Villaluenga (Villaluenga, Grazalema, Benaocaz, Archite, Ubrique, Cardela y Aznalmara), a la que en 1491 se sumó Casares.
Antes de morir en el mismo 1492, Rodrigo Ponce de León había conseguido también resolver el arduo problema de la sucesión en el mayorazgo de la casa, ya que no tuvo hijos con Beatriz Pacheco. Esta ausencia fue suplida por la mayor de las tres hijas que había tenido con Inés de la Fuente, una vecina de Marchena, antes de su matrimonio con Beatriz Pacheco.
Francisca de León casó con su primo Luis Ponce de León, primogénito de la línea legítima del linaje más próxima, y el hijo de ambos, llamado Rodrigo como su abuelo, fue el llamado a recoger sus derechos, títulos y señoríos en el testamento de 15 de agosto de 1492. Éstos comprendían, en ese momento, las ciudades de Cádiz, con título ducal, y de Arcos, con título de conde, y las villas de Marchena, Rota, Mairena del Alcor, Bailén, Zahara —con título de marqués—, Casares, Pruna, Aznalmara y Cardela con los lugares y aldeas de la serranía de Villaluenga, y los lugares de Los Palacios, Paradas, Chipiona y La Puente de León, así como los castillos de Lopera y Gigonza; las casas principales en Sevilla, en la collación de Santa Catalina, y otras en Carmona, Málaga y Granada, además de las salinas de Tarfia, aceñas y un enorme conjunto de bienes rústicos ubicados, fundamentalmente, en las villas y lugares de su señorío. También se consignan importantes situados y participaciones en las rentas reales.
Puesto que el nieto elegido era de muy corta edad, y aunque vivían sus padres, Rodrigo Ponce de León nombró como tutora a Beatriz Pacheco, prohibiendo expresamente que Francisca y su marido, que ya habían renunciado a cualquier derecho sucesorio sobre el mayorazgo, administrasen los bienes del heredero.
Como herencia propia, Francisca había sido beneficiada con un mayorazgo menor basado en el castillo y heredamientos de La Monclova, que más tarde debería recaer en el titular del mayorazgo principal. Con todas estas disposiciones, Rodrigo Ponce de León pretendía blindar el mayorazgo de la casa de Arcos contra las apetencias de otros miembros del linaje con los que, no obstante, el futuro duque de Arcos hubo de pleitear años después. Entre otros, el hermano menor de Rodrigo Ponce de León, Manuel, enemistado con el pariente mayor de la casa desde 1473, que se hacía llamar “conde de Arcos” y pretendió el mayorazgo hasta la avenencia conseguida en 1515.
Las otras dos hijas del marqués, María y Leonor, casaron respectivamente con Rodrigo Mexía, señor de Santa Eufemia, y con Francisco Enríquez de Ribera, adelantado mayor de Andalucía. Leonor fue beneficiada con un mayorazgo menor, fundado en la década de 1480, que incluía el lugar de Guadajoz y un importante lote de donadíos y tierras en Carmona y el término de Sevilla. María, en cambio, sólo recibió la dote y una suma de dinero para la adquisición de heredades.
Rodrigo Ponce de León murió en Sevilla el 27 de agosto de 1492, sólo tres días después de que Enrique de Guzmán, su viejo enemigo, lo hiciese repentinamente en Sanlúcar. Como el cronista Andrés Bernáldez supo narrar con emoción, el pueblo se echó a la calle para acompañar el cortejo fúnebre, “e assí ivan gentes aconpañándolo y onrrándolo, como cuando fazen la fiesta del Corpus Christi en Sevilla, aunque era de noche”. Fue enterrado en la capilla mayor del Monasterio de San Agustín, panteón de su linaje. Su sepulcro, como los restantes de los Ponce de León, fue destruido durante la ocupación napoleónica.
Andrés Bernáldez dejó una excelente descripción del aspecto físico de Rodrigo Ponce: “Era onbre de buen cuerpo, derecho, más mediano que grande; de muy rezios mienbros, braços e piernas; muy grand cavallero de la gineta. Era blanco en el cuerpo, e roxo en la cara e cabellos e pescueço, e tenía algunas pintas por el pescueço e manos. Era hermoso de gesto, la cara más larga que angosta ni luenga: no había en ella reprehensión; la habla e órgano della muy clara e muy buena; los cabellos roxos e crespos, e las barvas roxas”.
Rodrigo Ponce de León consiguió brillar con luz propia en una generación excepcional y durante una época deslumbrante. Su talla política, como la de tantos nobles de entonces, fue aumentando con el transcurrir de los años y en la medida en que fue haciendo suyos los proyectos e ideales de la Monarquía. De hombre de bandería, destinado a la continua emulación de sus rivales y al incremento de fortuna y poder a toda costa, creció hasta convertirse en un verdadero mito, en un nuevo Cid, un héroe de leyenda que se extinguió al mismo tiempo que lo hacía la frontera a la que debió su fama y en la que encontró ocasión de realizar la vida de caballero para la que había nacido. Esta celebridad guerrera en un medio en el que sus antepasados ya habían destacado, le convirtió también en auténtico refundador de su linaje, sustituyendo otras referencias pertenecientes a un pasado remoto y emancipando su memoria de la sombra proyectada por el linaje rival de los Guzmán, al que los Ponce de León debían su primera fortuna en Andalucía. Además, el magnífico mayorazgo fundado en 1492 identificaría durante siglos a la casa de Arcos y le ofrecería las bases materiales para que su descendencia pudiera instalarse perdurablemente entre la más alta nobleza española.
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Rafael Sánchez Saus