Ponce de León y Ponce de León, Rodrigo. Duque de Arcos (I). ?, c. 1490 – Marchena (Sevilla), 1530. Noble, ricohombre.
El primer duque de Arcos sucedió a su abuelo homónimo, el célebre marqués de Cádiz, siendo un niño de tan sólo dos años de edad. Este segundo Rodrigo era hijo de Francisca Ponce de León (hija del marqués y de una vecina de Marchena llamada Inés de la Fuente) y de Luis Ponce de León, señor de Villagarcía y bisnieto del primer conde de Arcos. En la persona del joven duque confluían pues dos líneas familiares: la de los condes de Arcos de la Frontera y la de los señores de Villagarcía. Al designarlo como su sucesor directo, el marqués de Cádiz evitaba que su yerno y padre del niño gobernara la casa, al tiempo que restaba argumentos a las posibles reclamaciones sucesorias de otros parientes, dada la ilegitimidad no sólo de su hija Francisca, sino también de sí mismo. Para solventar los problemas de la minoridad del joven duque, el marqués de Cádiz designó a su viuda, Beatriz Pacheco, albacea, tutora y administradora del niño hasta que alcanzase los diecisiete años de edad, tareas en las que sería auxiliada por Cristóbal de Eslava, regidor de Écija. Los Reyes Católicos supieron aprovechar las dificultades que atravesó el linaje para recuperar la ciudad de Cádiz en 1493. A cambio, concedieron algunas mercedes, confirmaron al nieto del marqués los oficios que desempeñara su abuelo y elevaron a ducal el título condal de Arcos, que disfrutaron tanto el joven heredero como su abuela y tutora. Beatriz Pacheco desempeñó tales funciones desde la muerte del marqués, en agosto de 1492, hasta 1498, año en que las traspasó a Luis Méndez Portocarrero. Debido a su corta edad, el duque no pudo participar en las importantes operaciones militares llevadas a cabo por los Reyes Católicos en el tránsito de los siglos xv al xvi. Sí lo hicieron en cambio sus vasallos, que no dejaron de sofocar el levantamiento de los musulmanes granadinos en 1499 o la rebelión de las serranías de Ronda y Villaluenga poco después.
Significativamente, tanto los antiguos cronistas del linaje como los historiadores modernos, destacan los importantes pleitos a que hicieron frente el duque de Arcos y sus tutores. Uno de estos pleitos fue el que interpuso María Ponce de León, hija de Luis Ponce de León —primogénito de don Pedro, el hijo mayor del conde don Juan— reclamando el estado de Arcos. La cuestión quedó zanjada en 1494 con el pago por parte de Beatriz Pacheco de cuatro millones de maravedís.
Mucho más complejo resultó el pleito comenzado por Manuel Ponce de León el Valiente en otoño de 1492.
Tras dos décadas de litigio, se concertaron las partes.
Rodrigo Ponce de León, hijo de don Manuel, cedía al homónimo duque de Arcos sus derechos sucesorios a cambio de la villa de Bailén —acompañada del título condal— y de 20.000 ducados de oro.
En 1504, tras la muerte de Luis Méndez Portocarrero, Rodrigo accedió al gobierno personal de la casa, con tan sólo catorce años de edad. Beatriz Pacheco le había cedido en 1495 sus derechos sobre la herencia del marqués de Cádiz, pero siguió conservando los bienes que éste le dejó por testamento de manera vitalicia hasta su muerte en abril de 1511. El fallecimiento de Beatriz supuso un cambio de perspectiva para el duque, que por primera vez asumía el control efectivo de todos los bienes vinculados a su mayorazgo y comprobaba cómo se desvanecía el recuerdo de los prolongados años de minoría tutelada.
Sin pérdida de tiempo, tomó posesión de los bienes de la duquesa, comenzando, el 2 de mayo, por la ciudad de Arcos de la Frontera. Paralelamente, Rodrigo parece experimentar un renovado interés por las tareas de gobierno. Muestra de ello son la promulgación de las ordenanzas de Monte Palacio, en Marchena, el 24 de abril, o los contactos establecidos con los regidores de Carmona que, individualmente y en número significativo, le prestaron juramento de fidelidad.
Las décadas iniciales del siglo xvi conocieron momentos de gran inestabilidad política y social. Por una parte, se asiste a un rebrote de la antigua animadversión hacia los Guzmán. De hecho, desde 1516 el duque de Arcos se unió al conde de Urueña y a su hijo Pedro Girón contra el duque de Medina Sidonia, a cuyo señorío aspiraba don Pedro por su matrimonio con Mencía de Guzmán. La llegada de Carlos I a la Península calmó momentáneamente los ánimos. Sin embargo, la Guerra de las Comunidades provocó importantes disturbios en Sevilla. Aunque Rodrigo no participó personalmente, sí lo hizo su hermano Juan de Figueroa, quien se apoderó de los reales Alcázares. Al parecer, el duque de Arcos no aprobó la acción de su pariente, que lo colocaba en una difícil situación ante el Rey.
No menos azarosa fue la vida matrimonial del primer duque de Arcos. Beatriz Pacheco procuró hacia 1495 el matrimonio del jovencísimo duque con su sobrina Isabel, hija de Diego López Pacheco, marqués de Villena. El matrimonio se llevó a efecto en 1500.
Al morir Isabel en 1521, el duque casó con Juana Girón, hija del conde de Urueña Juan Téllez Girón.
También ésta murió pronto, por lo que Rodrigo desposó a su hermana, María Girón, que le dio dos hijos: Luis Cristóbal, que será el segundo duque de Arcos, y Ana, quien tras su matrimonio con el conde de Feria y marqués de Priego, alcanzará cierta notoriedad por su vida religiosa al profesar, bajo el nombre de Ana de la Cruz, en el Monasterio de Santa Clara de Montilla.
María Girón también murió en vida del duque, por lo que Rodrigo tuvo aún tiempo de casarse por cuarta vez con Felipa Enríquez, a la que dejó viuda.
Del testamento del primer duque de Arcos sorprende ante todo la decisión de no dejar ninguna manda a los criados por no disponer de bienes suficientes para satisfacer las deudas y cargos en él contenidos.
El hecho resulta en sí mismo desconcertante, sobre todo si se tiene en cuenta que Rodrigo Ponce de León percibía rentas por valor de 30.000 ducados anuales, cantidad similar a las de las casas de Alba, Béjar o el Infantado. Como advierte Federico Devís, los problemas del duque de Arcos provenían de la escasa disponibilidad de bienes no sujetos a vínculo de mayorazgo, lo que obligó a la hacienda ducal a nutrirse de empréstitos cada vez más difíciles de pagar, que llevaron a enajenar —temporal o definitivamente— propiedades como Casares, La Monclova, las salinas de Tarfía, la torre de Lopera, la dehesa de Gigonza, tierras en Mairena del Alcor o la mismísima Isla de León. Los prolongados y costosos pleitos, las posteriores avenencias, los litigios por rentas y tierras en el seno de sus propios señoríos, la participación de Rodrigo en las alteraciones políticas de comienzos del siglo xvi, algún proyecto militar o la fundación del Convento de San Pedro Mártir de Marchena explican en buena medida la precariedad de las arcas ducales.
Bien es cierto que, para contrarrestar los cuantiosos gastos, el duque procuró nuevas fuentes de renta, como demuestran sus inversiones para la producción de azúcar en Casares, la construcción de salinas en la Isla de León y Rota, o los intentos de hacer efectiva la cesión a su abuelo de las explotaciones mineras del arzobispado de Sevilla y los obispados de Córdoba, Jaén y Cádiz.
Rodrigo Ponce de León, de carácter enfermizo y profundamente religioso, otorgó testamento en Marchena el 5 de abril de 1530. Ordenaba ser enterrado en el Convento dominico de San Pedro Mártir, que él mismo había fundado en la localidad. Solicitaba asimismo que trasladasen allí los cuerpos de sus tres esposas difuntas, aunque sólo llegó a depositarse el de María Girón. Los restos del primer duque de Arcos no descansaron en el Convento de San Agustín de Sevilla, panteón familiar desde el siglo xiv, pero sirvieron para fortalecer el estrecho vínculo del linaje con la capital de sus estados señoriales. La predilección del duque por los dominicos responde a que tenía por confesor al célebre fray Domingo de Valtanás, a quien designó como albacea.
Bibl.: D. García Hernán, Los grandes de España en la época de Felipe II: los duques de Arcos, Madrid, Universidad Complutense, 1993; J. L. Ravé Prieto, El alcázar y la muralla de Marchena, Ayuntamiento de Marchena, 1993; F. Devís Márquez, Mayorazgo y cambio político. Estudios sobre el mayorazgo de la Casa de Arcos al final de la Edad Media, Cádiz, Universidad, 1999; J. L. Carriazo Rubio, Los testamentos de la Casa de Arcos (1374- 1530), Sevilla, Diputación de Sevilla y Ayuntamiento de Marchena, 2003; “El duque de Arcos y los regidores de Carmona a comienzos del siglo xvi”, en VV. AA., Carmona en la Edad Moderna. III Congreso de Historia de Carmona, Universidad de Sevilla y Ayuntamiento de Carmona, 2003, págs. 125-131.
Juan Luis Carriazo Rubio