Pérez de Guzmán y Meneses, Enrique. Duque de Medina Sidonia (II), conde de Niebla (IV), marqués de Gibraltar (I). ?, c. 1434 – Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), 25.VIII.1492. Adelantado mayor y capitán general de la frontera de Andalucía.
Hijo de Juan Alonso de Guzmán el Bueno y Figueroa —VI señor de Sanlúcar de Barrameda, III conde de Niebla y I duque de Medina Sidonia— y de María de Meneses y Fonseca, doncella de noble linaje portugués, Enrique Pérez de Guzmán, como todos los de su estirpe, era descendiente del mítico Guzmán el Bueno, el defensor de Tarifa, así como pariente de la dinastía real, pues Leonor de Guzmán, otro miembro ilustre de la familia, era madre de los Trastámara. La casa de Guzmán, pues, era linaje de la más alta nobleza de Andalucía tanto por las dimensiones de sus señoríos como, consecuentemente, por el gran peso político del que gozaban, especialmente visible a partir del siglo XV.
El padre de Enrique Pérez de Guzmán, el I duque de Medina Sidonia, se había casado con la hija del III conde de Medinaceli y María de la Cerda, pero no tuvieron descendencia y, según el cronista Palencia, se habían separado a poco de casarse por suponerla Juan de Guzmán “manchada” con repetidos adulterios.
Aunque esa noticia no está confirmada, sí, en cambio, es notorio el adulterio del I duque, del que se conoce una descendencia extramatrimonial numerosa, concretamente una docena de bastardos de ocho mujeres diferentes. Los hijos de la unión entre Isabel de Meneses y Juan de Guzmán, padres de Enrique, fueron legitimados por Cédula Real en 1460, si bien el matrimonio sólo se produjo en fecha cercana a la muerte del duque y, también según el cronista Palencia, para darle gusto a su hijo primogénito. La madurez institucional del mayorazgo impidió separaciones patrimoniales: además de la muerte prematura de dos de los varones de la unión —Alonso y Pedro—, otros siguieron la carrera eclesiástica y no hubo descendencia en la rama femenina, por lo que se evitó la representación del linaje, y los problemas derivados de las luchas entre familia en que incurrieron otras casas andaluzas, caso de sus eternos rivales: los Ponce de León.
Enrique de Guzmán se casó con Leonor de Mendoza y Rivera, hija del adelantado de Andalucía Per Afán de Ribera y de María de Mendoza, condesa de los Molares, y toda su vida estuvo indisolublemente unida a la de su padre, de quien heredó una rivalidad, que rozaba el odio, con el otro linaje sevillano de primera magnitud y ya citado, los Ponce de León.
El primogénito de Juan de Guzmán, al igual que el de sus eternos rivales, vivió, desde su juventud, las convulsiones producidas por la rebelión nobiliaria de l464, destacándose junto con su padre, como firme defensor de Alfonso XII (1465-1468) frente a Enrique IV. Durante el reinado del jovencísimo Rey —que pocas semanas después de ser alzado le confirmó al I duque el mayorazgo que tenía hecho en Enrique— se produjo la entrega de Gibraltar —conquistada en l462— con su señorío por juro de heredad. Era el 30 de julio de l466. Particularmente, el rey Alfonso le hizo merced al heredero de los Guzmán de la lombarda y demás pertrechos que tomó de los alcázares y atarazanas de Sevilla con el fin de combatir la ciudad.
Asimismo, se concedió un privilegio a padre e hijo para que pudieran ostentar en su escudo las llaves de la ciudad de Gibraltar con una leyenda: “Johanes primus dux et Enricus filius eius optinuere”. Asimismo, Alfonso XII le hizo entrega a Enrique de Guzmán de una merced por confiscación de los cueros de Sevilla a compartir con el primogénito del linaje rival, Rodrigo Ponce de León.
Tras la desaparición de Pedro Girón, maestre de Calatrava y hermano del todopoderoso Juan Pacheco, marqués de Villena, de la escena andaluza, en 1466, los dos linajes rivales sevillanos sellaron un pacto para repartirse tierras del área gaditana y xericense fuera de toda influencia foránea. Concretamente se dirimían las plazas que Beltrán de la Cueva poseía en tenencia, esto es, Gibraltar, Jimena de la Frontera y la ciudad de Cádiz, lugares todos que cobrarían excepcional importancia tras la desaparición del Reino de Granada, poco tiempo después. Un episodio dentro de este contexto es el de Cádiz y Jimena de la Frontera, que en el final del reinado de Alfonso —primavera de 1468— demostró a las claras las pésimas relaciones entre Guzmanes y Ponces de León, entre el conde de Arcos y el duque de Medina Sidonia, secundados siempre en sus odios por sus respectivos primogénitos, Rodrigo y Enrique.
Ese mismo año, en diciembre, fallecía Juan de Guzmán y el nuevo II duque, Enrique, se preparó a continuar su política, esta vez como titular. Era, en palabras de Palencia, “gallardo mancebo aunque de espíritu avaro y viciosamente educado entre halagos y deleites, tan contrarios a la virtud porque su padre, muy dado a los placeres, le amó siempre con extremo, como lo demostró pocos días antes de morir casándose con su madre”.
El acto de Guisando, por el que se proclamó heredera a la futura Reina Católica, obligó a los próceres sevillanos a tomar partido. Como antiguos alfonsinos acabaron por aceptar a Isabel, no sin superar algunos inconvenientes. Y es que el duque, en un principio, se negó a prestar su colaboración a los príncipes, porque temía que, de realizarse el matrimonio aragonés, perdería el pleito que tenía entablado con los Enríquez —parientes de Fernando— a causa de la sucesión de la casa de Niebla. Aun así, se convirtió en firme bastión de la causa isabelina, siendo uno de los primeros que recibió la comunicación de su boda.
Durante estos años de las postrimerías del reinado de Enrique IV, Andalucía se había convertido en un campo de batalla dividido en dos bandos, en donde no se reconocía al Rey, que se vio obligado a realizar un viaje a aquellas tierras, donde no fue bien recibido.
Al duque de Medina Sidonia —fuerte en Sevilla y Huelva y enriquecido por el comercio— le apoyaba el adelantado mayor, Pedro Enríquez, en su lucha contra el marqués de Cádiz —que dominaba Jerez, Arcos, Carmona y Morón—. El conde de Tendilla actuó entre ambos para llevar a cabo una tregua que se rompería al filo de 1472. Al año siguiente, el marqués de Cádiz, Rodrigo, yerno de Pacheco, había tomado Medina Sidonia, dando muerte a su alcaide.
Pero entre l470 y 1477, Enrique de Guzmán disfrutó de la cúspide del poder. En Sevilla, Enrique había expulsado de la ciudad —de la que ostentaba el título de alcaide de los Reales Alcázares y Atarazanas— a su eterno rival, que también había heredado a su padre, controlando toda la vida municipal.
En 1473, los príncipes se confederaron, a través de Pedro de la Cuadra, con Enrique de Guzmán, con la promesa de que varios comendadores de la Orden de Santiago le darían sus votos para que alcanzara el maestrazgo, si bien debía de combatir a Pacheco, suegro del marqués de Cádiz, y defensor de la causa de Juana. Es más, Fernando pidió incluso ayuda a su padre —envío de cuatro galeras para vigilar el Estrecho— para reforzar al duque y contentarlo de manera que pudiera mantenerlo a su servicio. Bajo esas condiciones, Enrique de Guzmán acataría a Isabel como princesa de Asturias y a los príncipes como sucesores en Castilla y así, durante la guerra sucesoria, el duque de Medina Sidonia se mostró totalmente entregado a la causa de los futuros Reyes Católicos.
Éstos efectuaron un viaje a Andalucía en 1477, con el fin de restaurar definitivamente el poder monárquico e intentar solucionar la inquietud que provocaba el problema de los conversos, lo que no impidió que al II duque de Medina Sidonia se le respetara prácticamente la totalidad de su patrimonio —dejando aplazadas algunas cuestiones en Huelva y Jimena y para siempre sus proyectos sobre Sevilla—. Tan cordiales llegaron a ser las relaciones entre el Guzmán y los Monarcas, que la mujer del duque, Leonor, fue la madrina del príncipe heredero Juan. Con el tiempo —1488— también le confirmarían el señorío de Gibraltar, con título de marqués, señorío que, en 1466 y l469, le habían hecho entrega Alfonso XII y Enrique IV. Se produjo entonces, con respecto a Gibraltar, un proyecto singular, que fracasó, para que los conversos andaluces —protegidos por el duque de Medina Sidonia— pudieran residir en aquel lugar sin tensiones.
Por esta época, finales de la década de 1470, otros frentes —como la cuestión del maestrazgo de Santiago que le llevó al enfrentamiento y derrota con Gutierre de Cárdenas— también reclamaron la atención de Enrique de Guzmán, pero principalmente el duque se ocupó de cuidar sus estados territoriales —librando algunas batallas con linajes rivales—, construyendo castillos en Vejer, Barbate, Zahara, Conil y Chiclana para proteger la actividad pesquera y particularmente las almadrabas de estos dos últimos lugares, cuyas rentas convertían a su titular en extraordinariamente rico. Asimismo, Enrique de Guzmán adquirió de los cartujos la alquería de la Vaca, finca en la frontera con Portugal, conquistando al titular del Reino vecino la isla de Antonio o Primera.
Durante la Guerra de Granada, Enrique de Guzmán destacó de manera extraordinaria participando muy directamente en algunas campañas, caso de Alhama y Ronda. En el primer lugar, socorrió a su eterno enemigo, Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, con quien escenificó una aparatosa reconciliación —el “abrazo” de marzo de 1482— durante el cerco de Málaga. Curiosamente, el duque de Medina Sidonia, que prestó fuertes sumas a los Reyes —4.000.000 de maravedís— para financiar la conquista y envió sus tropas bajo el mando de su hijo Juan, no recibiría nada a cambio.
Enrique de Guzmán murió repentina y misteriosamente el 25 de agosto de 1492 —año en que, curiosamente también murió su rival Rodrigo, marqués de Cádiz—. Probablemente falleció en la capital de sus estados señoriales, Sanlúcar de Barrameda, una población extraordinariamente embellecida y en donde había construido un nuevo palacio ducal en el que habitualmente residía.
Su herencia pasó a su único hijo, Juan, futuro III duque de Medina Sidonia. Su heredero continuó el legado de su padre siendo famoso, tanto por continuar sus luchas contra los Ponce de León —concretamente el duque de Cádiz—, como por sus hazañas en calidad de capitán general de la frontera de Andalucía.
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Dolores Carmen Morales Muñiz