Castilla, Juana de. La Beltraneja, La Excelente Señora. Madrid, 28.II.1462 – Lisboa (Portugal), 1530. Princesa de Castilla.
Nacida dentro del matrimonio de Enrique IV y Juana de Portugal, ningún documento fehaciente permite resolver las acusaciones que, en su tiempo, contra sus padres se formularon. Isabel no fundó sus derechos en el supuesto origen adulterino, sino en la ilegitimidad de aquel matrimonio: “ni está ni pudo estar legítimamente casado con ella” dados los antecedentes de disolución del anterior en razón de impotencia y la falta de dispensa pontificia. Vino al mundo el 28 de febrero y pocos días más tarde, en las Cortes de Madrid, fue jurada por sucesora. Pero ya en este momento, el marqués de Villena hizo levantar testimonio notarial que repartió entre otros nobles, afirmando que se veía obligado a jurar, por miedo, privando de este modo a quien tenía mejor derecho que ella. En este momento, se refería a Alfonso, hermano del Rey. Esta protesta tuvo efecto un año más tarde cuando, al producirse el alzamiento de la Liga de nobles contra Enrique IV, que había entregado el poder a Beltrán de la Cueva y Pedro González de Mendoza, se declaró en panfletos que Beltrán y el Rey sabían muy bien quién era el padre de la niña. Un panfleto no puede ser tomado como evidencia. Juana, su madre, trató de defender sus derechos buscando la ayuda de su hermano Alfonso V, rey de Portugal. Estalló una guerra civil y los nobles obligaron primero a Enrique a reconocer a Alfonso como heredero —con compromiso de matrimonio con la niña— y luego le depusieron proclamando al infante rey.
La guerra civil no permitió la victoria de ninguno de los bandos. Enrique IV prefería seguir la vía de las negociaciones y en 1467, mediante acuerdos establecidos con el obispo Alfonso de Fonseca y el marqués de Villena, la Reina fue entregada al primero de ambos para su custodia mientras su hija permanecía como rehén en casa de los Mendoza, uno de los cuales era precisamente Beltrán de la Cueva. Los amores de la madre con Pedro de Castilla —esta vez hubo dos hijos declaradamente adulterinos— y la muerte de Alfonso cambiaron las cosas. Isabel fue reconocida en Guisando como legítima heredera, y Enrique firmó una comunicación al reino en Casarrubios del Monte en septiembre de 1468 declarando que sólo a ella correspondía la legitimidad. Los Mendoza protestaron pero no estaban, tampoco, en condiciones de aducir pruebas concluyentes. En este momento Juana, con seis años, no era otra cosa que un instrumento en manos de las facciones. Víctima inocente de tales querellas se trataba de buscar para ella un matrimonio conveniente. Villena propuso entonces un plan que eliminaría obstáculos dándole a ella todo el poder: Isabel casaría con Alfonso V de Portugal siendo enviada a este reino, y Juana con el hijo de éste, Juan. De este modo ambas serían previsiblemente reinas.
Pero Isabel se negó a contraer este matrimonio y casó en cambio con Fernando, el heredero de Aragón (1469). Villena, que se sentía amenazado en sus ambiciones trató de deshacer los actos de Guisando montando en Val de Lozoya una ceremonia (1470) en que Enrique IV y su esposa declararon que Juana era hija suya legítima y por tal la tenían. Demasiado tarde: la nobleza, las ciudades y los grandes señoríos, como Asturias y Vizcaya, se declararon en favor de Fernando e Isabel y Enrique IV acabaría reconciliándose con ellos en diciembre de 1473. Como una parte de esta reconciliación, los príncipes aceptaron que se buscase para Juana un “matrimonio conveniente” que fuese indemnización del daño que, con la ilegitimidad, se le causaba. Se pensó entonces en Enrique, llamado Fortuna, hijo del infante Enrique y de su segunda esposa, Beatriz Pimentel, primo en consecuencia de Fernando el Católico y nieto del conde de Benavente. Pero Enrique, desconcertado por las maniobras del marqués de Villena, renunció a este matrimonio creyéndolo un engaño. Con el tiempo, este personaje desempeñó cargos del más alto relieve en el sistema de los Reyes Católicos.
Juana estaba en manos de los Pacheco cuando murió Enrique IV en 1474. Los nobles rebeldes la llevaron a la frontera de Portugal y acordaron su matrimonio con Alfonso V, que de esta manera pasó a ser defensor de la causa de su sobrina. Ésta firmó un manifiesto al reino acusando a sus rivales de haber dado muerte al Rey, pero la guerra terminó en derrota. Al abrirse en Alcántara las negociaciones en 1478, el destino de Juana era una de las cuestiones delicadas. Isabel aceptó un compromiso de la “hija de la reina” con su propio hijo, Juan, de un año de edad, fijándose además una indemnización para el caso de que la boda, para la que faltaban quince años, no llegara a consumarse. Cuando estaba acordado, y también que Juana residiría hasta entonces en Portugal bajo custodia de Beatriz de Braganza, la muchacha, que llegaba ahora a los diecisiete años, anunció que se retiraba a un monasterio. Isabel se encolerizó, temiendo que hubiera en esto un engaño, pero fray Hernando de Talavera le advirtió que no podía oponerse a una vocación ni tampoco al año de noviciado que se necesitaba.
Así, Juana ingresó en Santa Clara de Coímbra, de donde no saldrá, salvo en cortos períodos por razón de epidemias. En Portugal le otorgaron el título de Excelente Señora.
Bibl.: J. B. Sitges, Enrique IV y la Excelente Señora llamada vulgarmente doña Juana la Beltraneja, Madrid, Establecimiento Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1912; G. Marañón Posadillo, Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, Madrid, Espasa Calpe, 1997; R. Pérez-Bustamante y J. M. Calderón Ortega, Enrique IV. 1454-1474, Burgos, Diputación Provincial de Palencia-Burgos, 1998; L. Suárez Fernández, Enrique IV, Barcelona, Ariel, 2001.
Luis Suárez Fernández