Acuña y Portugal, Juan. Conde (III) y duque (I) de Valencia de Don Juan, conde de Gijón y Pola de Pravia (I). ?, p. s. XV – 1475. Noble.
Hijo de Pedro de Acuña y Portugal, II conde de Valencia, y de Leonor de Quiñones pertenecía Juan de Acuña a la cuarta generación de un linaje que, procedente de Portugal, estaba llamado a convertirse en uno de los primeros del reino. Entre sus parientes cercanos no sólo se encontraba el arzobispo Alfonso Carrillo, el I conde de Buendía, Pedro, o los hermanos Juan Pacheco, marqués de Villena y Pedro Girón. Juan de Acuña y Portugal era, además, primo tercero del Rey.
Como su padre, Pedro, destacó en las operaciones militares granadinas con hombres y armas. Alcaide de las Torres y Puertas de León, desde la llegada al trono (1454) de Enrique IV fue uno de los pocos nobles que, en palabras del cronista Enríquez del Castillo “jamás hicieron mudanza”. Anteriormente se había opuesto al condestable Álvaro de Luna en cuya caída participó su cuñado, Pedro Suárez de Quiñones, casado con su hermana Beatriz y padre del futuro I conde de Luna, Diego, con quien, más adelante, Juan de Acuña tendría que enfrentarse.
En 1464 estalla la rebelión nobiliaria que iba a llevar a la guerra civil y a la dualidad monárquica a Castilla a través de un pariente de Juan: el marqués de Villena, antiguo favorito y ahora resentido con Enrique IV. Los Quiñones, parientes asturianos del conde de Valencia, se mostraron firmes partidarios, como buena parte de los nobles, del nuevo monarca —Alfonso XII— mientras que él, desmarcándose de la adhesión del linaje Acuña, resultó ser un firme bastión de la resistencia enriqueña. Poco antes de estallar aquella rebelión, Juan Pacheco le había prometido a Enrique IV neutralizar a los Quiñones resucitando el condado de Noreña que pertenecía al obispo de Oviedo. El proyecto significaba la partición de Asturias y el retorno a la situación existente antes de la creación del Principado. Pero ni siquiera así era posible garantizar las fidelidades. A principios del año 1464, el III conde de Valencia, junto con los de Luna y Benavente, habían suscrito un pacto de seguridad recíproca equivalente a la formulación de un principio: los intereses patrimoniales de las grandes casas debían predominar sobre los intereses políticos generales del reino.
No se sabe si la adhesión a Enrique IV de Juan de Acuña era tan desinteresada o realmente aspiraba a la restauración de la herencia de Alfonso de Trastámara —bastardo de Enrique II— esto es, los territorios asturianos de Gijón, Pravia y el castillo de San Martín. Esto provocó el enfrentamiento del conde de Luna —apoyado por el marqués de Astorga— con su sobrino carnal el conde de Luna. Enrique IV premió a su partidario con el condado de Gijón y la Pola de Pravia. En 1465, además, el Monarca le superó en dos grados el título que sobre su villa de Valencia de Don Juan tenía. Ya no era conde; ahora era el I duque de Valencia de Don Juan.
En Asturias, paralelamente a los enfrentamientos en el reino, se produjo otra pequeña guerra civil en donde, además de los Quiñones y su pariente el conde de Valencia se mezclaban los intereses de los linajes asturianos —Quirós, Valdés y Balbín—. En junio de 1466, el poder del conde de Luna sobre el principado era total. Juana Enríquez, la condesa de Luna, que actuaba como mediadora entre parientes, en nombre de su marido, se comprometía —11 de abril de 1466— a cambio del castillo y fortaleza de Oviedo, lograr que el rey Alfonso pagara a Juan de Acuña los seiscientos mil maravedíes que le adeudaba Enrique IV por los gastos que hizo en el socorro y abastecimiento de la ciudad de Oviedo obligando a entregar al conde de Valencia los vasallos y derechos —en prenda— que el conde de Luna tenía en sus tierras. Aquello traería, años después, problemas sin fin porque, al no disponer de esa suma, el conde de Luna había hipotecado el pago en las rentas de una serie de villas. Ese contencioso lo heredaría el IV conde de Valencia, Enrique.
Alfonso XII murió en 1468 y, como era de esperar, el III conde de Valencia siguió en la obediencia de Enrique IV. Entonces se produjeron los actos de Guisando en los que el monarca reconoció a su hermana Isabel como heredera del reino. Sólo unas semanas después de esos hechos, el 15 de noviembre de 1468, desde Colmenar de Oreja, Enrique IV revocaba y anulaba la merced de las villas de Pravia y Gijón hecha a Juan de Acuña por cuanto se había reconocido a la infanta como princesa heredera y, en consecuencia, princesa de Asturias. Cuando poco tiempo después, el Monarca la despojaba de su condición de heredera volviendo a reconocer a su hija, el I duque de Valencia no dudó en apoyar a la pequeña Juana hasta el final de sus días.
Cuando estalló la guerra de sucesión, Juan de Acuña se alió con los partidarios de Juana, particularmente con su sobrino, el II marqués de Villena, Diego López Pacheco. Esto le hizo caer en desgracia y suele afirmarse que el título y dignidad de ducado, por segunda vez —antes lo había ostentado su bisabuelo el infante Juan de Portugal— y ya de forma definitiva, se extinguió en su persona, no perpetuándose en sus sucesores.
Pero quizás su mayor desgracia fue su alevosa y prematura muerte relatada por el cronista Hernando del Pulgar: apuñalado por su propio cuñado Juan de Robles, señor de Villarmentero y marido de María, su media hermana.
Casado con Teresa Enríquez, hija de Enrique Enríquez, I conde de Alba de Liste, y de María de Guzmán, fue padre de cinco hijos, tres de ellos varones: su heredero en el mayorazgo y IV conde de Valencia, Enrique, Martín, señor de Matadión, y Alonso Enríquez.
El I duque de Valencia de Don Juan fue enterrado, junto con sus padres y abuelos, en la capilla mayor del monasterio de Santo Domingo de la villa cuyo título ostentaba.
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Dolores Carmen Morales Muñiz