Enríquez del Castillo, Diego. Segovia, c. 1431 – c. 1503. Cronista, capellán real y consejero del rey Enrique IV de Castilla.
Nacido en el seno de una familia noble, en una fecha imposible de precisar (mientras que algunos de sus estudiosos sitúan su nacimiento en 1431, otros lo retrasan hasta 1443), sus primeros años de vida permanecen en la más absoluta oscuridad. En su juventud realizó estudios eclesiásticos, que le llevaron a obtener el grado de licenciado en Teología en la Universidad de Salamanca. Posteriormente, entró al servicio del futuro Enrique IV, entonces Príncipe de Asturias, en calidad de capellán. Unos años después, y ya con Enrique sentado en el trono castellano, se convirtió en su cronista (3 de mayo de 1460), con los siguientes emolumentos: 15 maravedís diarios de ración, más 20.000 maravedís anuales en concepto de quitación, cantidades a las que hay que unir diversas mercedes difíciles de cuantificar, debido a que carecían de periodicidad, y también al hecho de que se otorgaban por la prestación de servicios concretos.
La confianza que el Monarca llegó a depositar en él queda fehacientemente demostrada a través de su nombramiento como miembro del Consejo real, lo que le llevó a desplegar una actividad política de cierta intensidad, que se inició en relación con el nacimiento y bautizo de la princesa Juana (1462), coincidiendo en su desarrollo, por tanto, con los desórdenes que acompañaron a los últimos años del reinado. Esta faceta de la vida de Enríquez del Castillo es relativamente bien conocida, pues se refleja en las páginas de la crónica que dedicó a Enrique IV.
Fundamentalmente, actuó como mensajero entre el Soberano y los nobles que contra él se sublevaron en los años finales del reinado (por ejemplo, en 1463 fue enviado, junto con Pedro González de Mendoza, a parlamentar con los cabecillas de los nobles sublevados), pero también como enlace entre el Monarca y aquellos de sus súbditos que permanecieron fieles a él (en 1468, cumpliendo el encargo del Soberano, agradeció su lealtad a la ciudad de Toledo). Incluso, en algún momento llegó a participar en hechos de armas, como cuando en 1465 defendió con éxito la plaza fuerte de Alfaro frente a los enemigos de su Rey, a los que después desalojó de Calahorra, aunque en otras ocasiones se limitó a contemplar el desarrollo de las operaciones militares, considerándose obligado a ello por su oficio de cronista, tal como sucedió durante el desarrollo de la batalla de Olmedo en 1467.
Su posición en la Corte le permitió relacionarse con otros ilustres miembros de la misma, entre ellos Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque, que le encargó en 1466 traducir la obra del italiano Paris de Puteo titulada De re militari, vertida al italiano por el mismo autor con el título de Il duello. Enríquez del Castillo trabajó sobre el texto en italiano, lo que evidencia el conocimiento que tenía de esa lengua, al tiempo que ilustra sobre la formación que había recibido durante su juventud, a la que no debieron de ser ajenas las tendencias humanísticas, que en ese momento se estaban introduciendo en la Península Ibérica. Incluso, estas circunstancias han llevado a plantear la hipótesis de que hubiera residido durante su juventud en la Corte napolitana de Alfonso V de Aragón, avalada por el descubrimiento de unos poemas realizados en el Nápoles del Magnánimo y firmados por Diego del Castillo, nombre con el que también era conocido el cronista, y que aparece, igualmente, como firma en algunas composiciones poéticas relacionadas ya con el ámbito castellano, pero que también identifica al poeta cancioneril contemporáneo.
Su lealtad al Soberano en los tiempos convulsos del final del reinado le ocasionó más de un quebranto. Estaba en Segovia en 1467 cuando los partidarios de Alfonso, el hermanastro y contrincante de Enrique IV, se hicieron con el poder en la ciudad; su casa fue asaltada y él apresado, pese a que disponía de un seguro. Los asaltantes se apoderaron de dos arcas que contenían libros y papeles, entre ellos las páginas que llevaba escritas de la crónica del reinado. La lectura de esas páginas hizo que fuera condenado a muerte, aunque la sentencia no se ejecutó porque era eclesiástico, si bien sus escritos sobre Enrique IV le fueron arrebatados, para ser entregados al también cronista Alonso de Palencia, con la intención de que los reformara.
Fue precisamente en esos años finales del reinado cuando Enríquez del Castillo adquirió una mayor dimensión pública, quizá porque el Soberano andaba falto de servidores leales. Asimismo, fue en esos años cuando expresó de forma más abierta sus ideas políticas, que también quedaron ampliamente reflejadas en las páginas de su crónica. Destacan sus reflexiones en torno al ministerio regio, así como acerca de las relaciones entre el Soberano y sus vasallos; en esas reflexiones adquiere especial relieve la figura de Enrique IV, en el que parece encarnarse el buen rey, en contraposición con unos vasallos que muchas veces no cumplen con sus deberes hacia el Soberano. Son éstos los motivos que han llevado a considerar que su crónica es, al mismo tiempo, un tratado político, muy próximo, por sus contenidos, a los ‘espejos de príncipes’, de frecuente redacción en esos momentos.
Tras la muerte de Enrique IV, Enríquez del Castillo pretendió continuar en la Corte, así que escribió a la reina Isabel, solicitándole que le mantuviera a su servicio, pero la Soberana le rechazó. Ese rechazo significó el fin de su actividad como cronista y de su carrera política. Poco es lo que se sabe de su vida a partir de ese momento.
En 1479, mientras residía en Guadalajara, envió una carta a Diego de Valera, a la sazón corregidor en Segovia, que fue contestada con presteza, y que demuestra la amistad que debía de unir a ambos hombres, pese a sus diferencias políticas, sin que ninguna de las dos cartas aporte noticias de relieve sobre la situación de Enríquez del Castillo tras su salida de la Corte.
Lo que sí parece evidente es que fue en esos años oscuros cuando se consagró a la redacción de su crónica sobre el reinado de Enrique IV; posiblemente, haya que datar la primera redacción hacia 1481, con una revisión o redacción definitiva entre 1485 y 1502. Parece que el trabajo lo realizó mientras residía en la ciudad de Toledo.
La crónica ha sido objeto de polémica entre los estudiosos. Mientras que algunos consideran que Enríquez del Castillo fue un firme defensor de la institución monárquica, así como que su obra se caracteriza por una objetividad inhabitual en los tiempos en los que fue escrita, otros, por el contrario, opinan que es una buena muestra de la parcialidad del cronista, empeñado en todo momento en presentar de forma favorable a Enrique IV. También ha sido muy discutida la calidad literaria de la crónica, elevada para unos, escasa para otros. Independientemente de esas consideraciones, lo que parece indudable es que se trata de una fuente esencial para el conocimiento del reinado de Enrique IV.
Poco después de la terminación de su obra, en 1503, actuó como testigo en un pleito entre el duque del Infantado y el marqués de Villena. Ésta es la última noticia que se conserva sobre Enríquez del Castillo, lo que ha llevado a suponer que su muerte pudo producirse en ese mismo año. Fue enterrado en la iglesia de San Quirce, donde estaba la capilla funeraria de su familia.
Obras de ~: Crónica del rey Don Enrique IV, ed. de A. Sánchez Martín, c. 1481-1502 (Valladolid, Universidad, 1994).
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Boletín de Literatura Sapiencial, 7 (2003).
María del Pilar Rábade Obradó