Iglesias Posse, Pablo. Ferrol (La Coruña), 17.X.1850 – Madrid, 9.XII.1925. Obrero tipógrafo, socialista, uno de los fundadores del Partido Socialista Obrero Español y de la Unión General de Trabajadores.
Nació en el seno de una familia muy humilde: el padre estaba empleado en el peonaje del Ayuntamiento de Ferrol y la madre trabajaba en labores domésticas cerca de la guarnición de la plaza. Su hermana Elisa murió a causa de la escarlatina en 1854, y ese mismo año nació su hermano Manuel. Acudió a la escuela pública en 1856, pero, en el otoño de 1859, al desaparecer su padre, la familia tuvo que abandonar Ferrol para buscar un incierto amparo en Madrid. En La Coruña, después de transportar penosamente sus pobres enseres, arreglaron viaje con un arriero maragato.
El largo y esforzado trayecto minó la salud de los dos hermanos. En la capital de España, sin el socorro del hermano de Juana Posse que había fallecido, se instalaron en una buhardilla de la plaza de la Morería y malvivieron con lo poco que ganaba la madre en una banca de lavar del Manzanares. A los pocos meses, en este estado de necesidad, los hermanos Iglesias Posse ingresaron en el Hospicio de San Fernando. En la vieja imprenta de este centro asilar Paulino pudo aprender las bases del oficio de tipógrafo. El trato del atrabiliario regente de la imprenta hospiciana y las penosas condiciones del centro comportaron que decidiese marcharse.
Unos meses después, el 23 de mayo de 1863, fue dado de baja. Desde este año prosiguió el aprendizaje de tipógrafo en imprentas de la capital. Primero en la calle de la Manzana donde se imprimía el Diario Universal, después en la de Patricio González en la calle del Limón, en la que estaba arrendada por Marcelo Alcubilla en la calle de la Bola aprendió algunos rudimentos de mano de Antonio Peñuelas, en la imprenta de la calle de Valverde y en la de Espinosa asimiló las fórmulas. La necesidad de mejorar el oficio y su extrema pobreza le obligaron a ajustarse en la imprenta de Julián Peña, de las más duras de Madrid. En 1867 se instaló con su madre en la Travesía de Cabestreros; en este domicilio murió su hermano Manuel a causa de la tuberculosis. En 1868, consumada La Gloriosa, asistió a las lecciones del Colegio Internacional y el de San Carlos. A pesar de que los tipógrafos participaron activamente en la Revolución de Septiembre, Paulino continuaba sumido en la implacable necesidad, trabajaba en la imprenta de Fernández y se movía dentro de los círculos de solidaridad de los tipógrafos madrileños.
Y es que la tipografía se mantenía como un oficio estático y gremial, sin que los viejos operarios aceptasen nunca la denominación de proletarios.
Cuando se constituyó el primer núcleo de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) en Madrid, Iglesias trabajaba en la imprenta de La República Ibérica. Con oficio reconocido, cobraba jornales regulares, lo que le permitió afrontar otras cuestiones más allá de la mera supervivencia. Asistió a las clases nocturnas que, promovidas por Ruiz Zorrilla, se impartían en el Ministerio de Fomento; y aunque todo ello era muy rudimentario en la instrucción, sin duda tenía sed de aprender. En esta época incrementó las dispersas lecturas —sin sistematización, ni método alguno— de libros baratos, adquiridos siempre en librerías de lance o en el ropavejero. Singulares lecturas de la popular colección editada por Ayguals de Izco.
El 5 de enero de 1870 apareció La Solidaridad y en un ciclo de conferencias organizado en febrero por este semanario se dio a conocer el joven Iglesias. En los círculos de tipógrafos, en las reuniones del Café de la Luna, Iglesias destacó en la lucha por las tarifas y en el rechazo al viejo pactismo gremial. El 13 de marzo de 1870 ingresó en la sección de tipógrafos de la Federación Madrileña de la Internacional, donde militaba el grupo de operarios tipógrafos con los que había establecido sólidos lazos. El 26 de junio de 1870 se le eligió delegado del Consejo Local y en agosto de ese año figura ya como miembro de la Federación Local; éstos son sus primeros encargos societarios. De mero espectador de las acciones emprendidas pasó a la militancia efectiva, que no a la decisión. El 10 de septiembre de 1870 aparece su primer artículo: “La guerra”, inserto en La Solidaridad y firmado únicamente con las iniciales. Eran las primeras líneas que salían de su pluma y fueron publicadas. Era una visión de la guerra franco-prusiana redactada con tópicos corrientes, aunque con un buen conocimiento de la situación. Es la defensa del pobre, convertido en carne de cañón, atrapado en la tupida telaraña de los poderosos.
En febrero de 1871, la Federación Local de Madrid preparó unos actos en los Estudios de San Isidro. Se programaron estas conferencias durante nueve domingos.
La prohibición del Ministerio de la Gobernación dio al traste con la continuidad del programa, en el que debía intervenir Iglesias. Asimismo, el 2 de mayo se organizó un acto en el Café Internacional y en esta jornada participó activamente el joven Iglesias.
La bárbara actuación de la “partida de la porra” atropelló a los reunidos, pero toda la prensa les situó provechosamente ante la opinión pública. Y fue a mitad de junio de 1871 cuando se comenzó a publicar La Emancipación, con moldes fáciles, en imprenta conocida y despachándolo a suscripción. Iglesias figuraba en su consejo de redacción, a la vez que actuaba como representante de la comarca del norte en el consejo federal de la región española. Era, sin duda, un paso importante, aunque de momento un poco corto.
Las maniobras del Gobierno para declarar a la Internacional fuera de la ley se agudizaron en las Cortes durante el mes de octubre de 1871, lo que provocó la reacción del Consejo Local de la Federación Madrileña.
El acto de protesta, realizado en el teatro de los Campos Elíseos, fue moderado por Iglesias, lo que representaba un avance en sus compromisos societarios y también en su notoriedad. Además, en las negociaciones que se emprendieron para fijar las tarifas en la tipografía destacó Iglesias junto a Anselmo Lorenzo, manifestando su más completo desacuerdo con los modos pactistas. A pesar de esta oposición, la Asociación General del Arte de Imprimir (AGAI) se constituyó con moldes gremiales, sin mediar una propuesta efectiva para emprender la lucha, y de ello se resentirá la organización en los primeros años.
Con la Internacional declarada gubernativamente fuera de la ley (17 de enero de 1872), las reuniones volvieron a la clandestinidad, sin embargo aprovecharon las redes de sociabilidad de los tipógrafos.
La polémica entre bakuninistas y marxistas, aunque la mayoría se inclinaba por los primeros, laminó las fuerzas de los internacionalistas. El pequeño grupo de La Emancipación, ahora con la cobertura de Paul Lafargue —exiliado en España—, se destacó como contrario a las posturas de esa mayoría, y el 8 de julio de 1872 fundaron la Nueva Federación Madrileña (NFM) sin posibilidad de acuerdo con el Consejo Federal de la Región Española. Avalada por las resoluciones internacionales, la NFM se abrió paso entre la afiliación, aunque con corto trayecto; pues el 12 de abril de 1873 desapareció La Emancipación y el “grupo de los nueve” se dispersó. Iglesias continuó trabajando en la imprenta de La República Federal y se mantuvo al día de las reuniones de la AGAI. La deriva de los acontecimientos políticos situó las acciones de los asociados en el secreto. El pronunciamiento del general Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874 dio al traste con la República y situó a la Monarquía de don Alfonso. Cánovas del Castillo constituyó el Ministerio-Regencia con amplios poderes. En aquella situación, las reuniones de los societarios eran de tapadillo y aprovechando cualquier resquicio legal. El empeoramiento de las condiciones en la tipografía y los bajos salarios provocaron la huelga de 1878, cuyo sonado fracaso comportó la dispersión de sus convocantes y las temidas listas negras, en las que figuraba destacadamente el nombre de Pablo Iglesias.
En los últimos meses de 1878, en las reuniones de compañeros mantenidas en cafés de la capital de España, se fue abriendo camino con cautela la idea de constituir un núcleo de solidaridad para la fundación de un “partido obrero”. La idea —que José Mesa desde la distancia e Iglesias desde aquí apoyaron de forma entusiasta— le parecía a Francisco Mora muy prematura.
Además, aducía Mora, muchos obreros continuaban fiándose en el reformismo preconizado por los federales, aunque no lo expresasen de forma clara.
La larga correspondencia con otras sociedades, encabezada por Mora e Iglesias, dio sus frutos y, después de algunos conciliábulos, se preparó una reunión de quienes se presumían como más afines a la idea de constituir un partido obrero. El 2 de mayo de 1879, en la taberna-restaurante Casa Labra, en la calle de Tetuán, se reunieron en una comida de fraternidad.
Aprovechando la cobertura de la fecha para el tapadillo de los reunidos, se constituyó el primer núcleo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Los congregados pertenecían a la minoría autoritaria dentro del internacionalismo español. Los tipógrafos fueron un elemento principal en esta primera etapa, aunque ni mucho menos único. Los referentes del partido obrero eran Mora e Iglesias, sin embargo sus respectivas ocupaciones les situaban de forma distanciada.
Los integrantes de este núcleo inicial se aprestaron a redactar un programa que aglutinase las sensibilidades que tendrían cabida en el partido. Iglesias fue el redactor del primer borrador, que tenía como denominador común la simplicidad teórica. El programa se limitaba a unas declaraciones de principios fácilmente asumibles para la discusión y, tal como lo veía Iglesias, debía estar basado en la fuerza del proletariado que aquí se organizaba y que iba constituyendo una ideología propia, distintiva, que con tesón quería escapar a la tutela de otros, se llamasen republicanos o reformistas. Ésta es una premisa fundamental que el líder socialista jamás abandonó, como no se sometió nunca a la tutela de quienes quisieron instrumentalizar la organización socialista. Y fue precisamente esta declaración cortante con respecto a los republicanos lo que provocó la primera defección en las filas del naciente partido.
Iglesias trabajaba por entonces en la imprenta de La Iberia con un jornal regularizado. Las condiciones en la tipografía habían empeorado a ojos vista y en esta coyuntura de crisis, la junta de la AGAI, a la que pertenecía Iglesias, intentó la modificación de las tarifas —se reivindicaban las tarifas de 1873— y mejores condiciones de trabajo. La huelga en la tipografía madrileña, iniciada el 6 de febrero de 1882, marcó un antes y un después. De forma inmediata el ministro de la Gobernación, presionado por los patronos, detuvo a la junta de la asociación y les metió en el Saladero en lo que fue una torpeza singular, que Sagasta intentó reconducir a través de Felipe Ducazcal, ofreciendo algunas seguridades. Es decir, se intentó mediar en la mesa negociadora de las tarifas, pero sin resultados. Iglesias aparece aquí como un elemento destacable entre las desconcertadas autoridades, que en vano intentaban atraerlo a sus posiciones. Al final, la victoria de los tipógrafos asociados sentó las bases de futuras negociaciones.
Más tarde, en octubre de 1882, se constituyó en Barcelona la Federación Tipográfica Española, a cuya reunión fundacional asistió Iglesias.
El gabinete Posada Herrera creó el 5 de diciembre de 1883 la Comisión de Reformas Sociales —la Comisión Moret— en la esfera de Gobernación. Sus trabajos se desarrollaron entre 1884 y 1886. El Partido Socialista mandó informes a esta comisión, de los que resultó especialmente relevante el de Jaime Vera, y con igual tono el de Iglesias, que destacaba por su agudo conocimiento de las condiciones de vida. Este fue un elemento cardinal en los trabajos de Iglesias y siempre se aplicó con prontitud a su desarrollo. Iglesias redactó el informe desde la cárcel, preso por el proceso de la huelga de 1882, y el 11 de enero de 1885 lo leyó ante la comisión. En febrero de 1886 se anunció la próxima aparición de un periódico del partido obrero y efectivamente, el 12 de marzo de 1886 nació El Socialista, semanario —salía los viernes— que fue unido a la organización y a su programa. Con una tirada más bien corta —o no tanto si se compara con las publicaciones destinadas a la clase obrera—, se eligió a Iglesias como responsable, con una parca remuneración, quien ya no volvió a trabajar nunca más para patronos. Desde entonces, las actividades del Rubio se multiplicaron: viajes de propaganda, correspondencia, conferencias y mítines. El 8 de diciembre de 1886 murió la madre de Iglesias, se rompía un lazo de incansable resistencia. La salud de Iglesias se resintió de las penalidades y las dolencias empezaron a cronificarse. En 1888 asistió en Barcelona al congreso constituyente de la Unión General de Trabajadores (UGT), participando muy activamente en los trabajos.
En julio de 1889 una delegación socialista, con Iglesias al frente, asistió a la fundación de la Segunda Internacional en París. El líder socialista, que mantenía correspondencia con Engels, confesó con humilde exactitud: “Estábamos allí para aprender”. Desde el otoño de 1889 se trasladó a vivir a la redacción de El Socialista en la calle de Hernán Cortés. Fruto de los acuerdos del Congreso de París, se celebró por primera vez en 1890 la manifestación del “Primero de Mayo”, en la que Iglesias se dirigió a los congregados y entregó las propuestas al jefe del Gobierno. Ese mismo año, ante la proximidad de las elecciones, el Comité Nacional socialista reafirmó la idea de concurrir solos, sin tutelas; será una larga soledad.
En 1893 estuvieron representadas treinta y dos agrupaciones en el Congreso del PSOE en Valencia; el crecimiento, aunque lento, seguía. En las elecciones legislativas de ese mismo año, los socialistas se presentaron en veinticinco distritos. Un balance positivo que Iglesias aportó al III Congreso de la Internacional Socialista, celebrado en Zúrich en septiembre. El líder socialista continuaba con sus viajes de propaganda y en 1895, en uno de ellos con el objetivo de dar apoyo a los obreros en huelga de Málaga, fue encarcelado.
Mientras, las fuertes hostilidades en la isla de Cuba atrapaban al Gobierno: la guerra colonial se aparecía en el horizonte y a las encendidas protestas de Pi i Margall contra este conflicto se unieron las de Iglesias, en lo que fue una constante de su pensamiento: la lucha contra la guerra, fuera del signo que fuera. En contraste, un patrioterismo mal entendido dejó a los republicanos en la cuneta. La campaña de atentados tuvo un punto horroroso en el perpetrado en Barcelona el día del Corpus de 1896. Se detuvo a diestro y siniestro y los procesos de Montjuic pusieron a todo el sistema en la picota. Las críticas de Iglesias al “monstruoso proceso”, a toda la actuación del Gobierno, fueron cortantes. El 4 de mayo de 1897 fueron ejecutados cinco condenados y unos meses después, el 8 de agosto de 1897, en el balneario de Santa Águeda moría asesinado Antonio Cánovas. La situación política del país adquiría una deriva compleja y el Gobierno debía enfrentarse al cuarto año de guerra sin cuartel contra los insurrectos cubanos. Estados Unidos entró pronto en guerra y la posición de los socialistas se mantuvo clara y nítida a favor de la paz, singularmente la de su líder.
Restablecida la situación con la pérdida de las colonias españolas, el Gobierno volvió a convocar elecciones y los socialistas, volvieron a presentarse solos. Iglesias, a pesar de su salud, multiplicó las intervenciones, pero los resultados fueron muy pobres.
Sin ninguna representación institucional, los socialistas continuaron vehiculando sus propuestas y comentarios a la tímida reforma de las condiciones de trabajo que vino de la mano de Eduardo Dato. Ello no significó, en absoluto, que Iglesias se fiase del reformismo estatal, pero, sin duda, algunos elementos bien podían ser aprovechables. Además, mientras ello fuera posible, los socialistas querían mantener su lucha dentro de la legalidad. No se mostraba dispuesto el líder socialista a correr inútiles batallas y por ello se opuso a sostener la huelga iniciada por los metalúrgicos barceloneses en 1902; un manifiesto error que fue muy criticado, incluso desde los organismos internacionales. En 1903, los republicanos se reagruparon en torno a Salmerón: la Unión Republicana. Pero la postura del líder socialista permaneció inalterable: ningún pacto si no estaban en peligro las libertades, aquí la tozudez de Iglesias vino a ser clarividente. Sí participaron los socialistas —aunque con reservas— en la iniciativa del Instituto de Reformas Sociales. Los republicanos obtuvieron buenos resultados en las elecciones de 1903, mientras los socialistas —a pesar de presentarse en varias circunscripciones— fueron derrotados sin paliativos. Incluso en distritos favorables, como Bilbao, la candidatura socialista fue derrotada. Sin embargo, las demandas de acuerdo con los republicanos fueron apartadas por el sector que seguía al líder socialista. Extraordinario conocedor de las condiciones de vida de la clase obrera, Iglesias se concentró ahora en una agotadora campaña para conseguir el abaratamiento de las subsistencias y la supresión de los impuestos de consumos. Precisamente en las elecciones municipales de 1905 la candidatura socialista en el pobre distrito de Chamberí, en la que figuraban Iglesias, Largo Caballero y García Ormaechea, consiguió la elección. Si bien se habló de la famosa treta de las papeletas dobladas, las críticas no pudieron ocultar la contundencia de la elección. Iglesias era concejal del Ayuntamiento de Madrid y, al decir de Largo Caballero: “Entramos en el Ayuntamiento como gallinas en corral ajeno”. Pronto se vio la actuación del reducido grupo socialista en las cuestiones que mejor conocían: las condiciones de vida y de trabajo de la población obrera madrileña.
Bajo la presidencia de Antonio Maura se aprobó una nueva ley electoral (8 de agosto de 1907), cuyo famoso artículo 29 permitía la elección de candidatos cuando no hubiera un número superior a los llamados a ser elegidos. Ello llevó a todo tipo de componendas, sobre todo entre los dinásticos. Mientras, el Gobierno Maura debía enfrentarse a fuertes problemas en la zona del Rif, cada vez más inestable, y las acciones francesas y españolas tuvieron una contestación contundente por parte de los socialistas; Iglesias escribió el duro artículo: “¿Misión civilizadora?”. En el Congreso de Stuttgart (agosto de 1907) se protestó sólidamente contra la intervención en tierras de Marruecos e Iglesias fue expulsado de Francia al intentar dar un mitin en contra de la guerra. En enero de 1908, el Gobierno Maura intentó aprobar la Ley de Represión del Terrorismo, lo que provocó una decidida campaña contra Maura en la que participaron desde los socialistas hasta los liberales de Moret. A finales de 1908 se inauguró con toda solemnidad la Casa del Pueblo de Madrid e Iglesias se dirigió a los congregados en una de las fotos más emblemáticas y seguramente también más cálidas del líder socialista. Por otra parte, el Gobierno tenía abierto otro frente que se le agravaba por momentos: la cuestión de la intervención en Marruecos. En 1909, la situación se había inestabilizado aún más y ello implicó el envío de nuevos contingentes. El líder socialista se sumó a la protesta general de forma comprometida y habló de la huelga. El embarque de tropas en el puerto de Barcelona comportó una fortísima reacción popular y la huelga general se extendió por Barcelona, dando inicio a “la Semana Trágica”. Con grandes apuros y enorme violencia logró salir el Gobierno del trance. Se acusó de inductor al pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia que, después de un siniestro Consejo de Guerra, fue condenado a muerte y ejecutado. La reacción contra el fusilamiento fue enorme y puso contra las cuerdas al Gabinete, que multiplicó las detenciones, entre ellas, la de Iglesias. La campaña contra la deriva autoritaria del régimen, el “¡Maura, no!” posibilitó la llamada Conjunción Republicano-Socialista. En las elecciones del 8 de mayo de 1910, Iglesias salió elegido diputado en las listas de la Conjunción. Era el primer socialista que llegaba al Parlamento español. La intervención parlamentaria del diputado Iglesias en el debate sobre la crisis fue comentada con evidente interés por el cronista Modesto Sánchez de los Santos. Pero, por la oratoria bien trabada y calmosa que empleaba Iglesias, sus palabras podían sonar para algunos como amenazas verosímiles, y pronto se le acusó de inductor de atentados y se mantuvo esta artera campaña. Cuando fue asesinado José Canalejas (1912), se buscó en Iglesias al inductor y se vertieron sobre el líder socialista las calumnias más groseras e infamantes.
España permaneció neutral durante la Primera Guerra Mundial, y ello a pesar de la atrancada posición del Gobierno. La actitud de los socialistas y de su líder basculó entre el pacifismo y el matizado apoyo a los aliados. Pero, a pesar de la buena coyuntura para la industria española, las condiciones de vida de la clase obrera empeoraron en el medio plazo. En 1916, Iglesias, que continuaba enfermo, se desplazó a Barcelona para ser intervenido. Las protestas populares contra la carestía arreciaron y ello condujo a la precipitada declaración de huelga general de 1917, que devino en fracaso. El comité de huelga fue detenido, juzgado y encarcelado. La diferente visión de los sucesos entre Iglesias y Besteiro —éste encarcelado— provocó disensiones entre los socialistas. Más tarde, los miembros del comité de huelga fueron elegidos diputados en las listas de la Conjunción y se recompuso la situación.
Mientras, Iglesias continuaba enfermo, con dolencias que se cronificaban. A consecuencia del debate sobre la pertenencia o no a la III Internacional, las filas socialistas se hallaban revueltas y la actitud de Iglesias, del todo contraria al ingreso, apuntalaba una de las posiciones.
Los congresos extraordinarios dieron al traste con la unidad del partido obrero, en cambio UGT se mostró partidaria de la no integración. En 1921 se produjo el desastre de Annual y los resortes del viejo luchador abnegado se pusieron en marcha a pesar de su estado de salud. Las intervenciones del líder socialista fueron múltiples y muy cortantes. Era evidente entre la oposición que, ante lo extenso del desastre, del “problema de Marruecos”, no se podía mantener una política de medias tintas y el debate parlamentario fue tenso. Las elecciones de abril de 1923 dieron al traste con cualquier recomposición y la polémica siguió viva.
El golpe de Estado de Primo de Rivera en septiembre vino a confirmar la terrible inestabilidad del régimen.
La actitud de Iglesias, enfermo, fue clara en contra del pronunciamiento con la firma del manifiesto del 13 de septiembre, pero sin tomar medidas expresas en relación con la huelga general. La salud del líder socialista era cada vez más precaria y, por ello, buena parte de los acuerdos del Comité nacional se cocinaban en su domicilio de la calle de Ferraz. A casa de Iglesias acudían los militantes, sin que él pusiera nunca freno a esta agradable correspondencia. En el otoño de 1925, la vida de Iglesias se fue apagando. Con las cuartillas de una última entrevista, Zugazagoitia redactó su famosa obra. El 9 de diciembre de 1925 falleció Pablo Iglesias Posse en su domicilio de Madrid, tenía setenta y cinco años: “La vida de nuestro maestro ha tropezado con un leve obstáculo y se ha ladeado” (Zugazagoitia).
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Joan Serrallonga Urquidi