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Santiago de Liniers y Bremond

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Biografía

Liniers y Brémond, Santiago de. Conde de Buenos Aires (I). Niort (Francia), 25.VII.1753 – Córdoba del Tucumán (Argentina), 26.VIII.1810. Militar, X virrey de las provincias del Río de la Plata.

Santiago de Liniers y Brémond, héroe de la reconquista de Buenos Aires y ejemplo señero de lealtad a la Corona de España, ha sido entre los virreyes del Río de la Plata el que ha merecido mayor atención por parte de los historiadores. Nació en la localidad francesa de Niort, en la región de Poitou-Charentes, y actual capital del departamento de Deux-Sèvres. De familia noble, era el cuarto de los nueve hijos habidos en el matrimonio (2 de julio de 1748) de Jacques de Liniers y Teresa de Brémond; su padre, marino de profesión, era señor de Grand-Breuil, la Vallée y otros lugares; por línea materna descendía del añejo y noble linaje de los Brémond d’Ars. Aunque vio la luz por vez primera el día de la festividad del apóstol, le fue impuesto el nombre de Jacques por serlo de tradición familiar entre los Liniers; no sólo lo llevaba su padre y un hermano, sino también su tío materno Jacques de Brémond. Entre sus hermanos, Jacques-Louis-Henri sería conde de Liniers y caballero de la Real Orden de San Luis, Louis-Augustin-André (1750-1796) también ostentaría las insignias de la Real Orden de San Luis, y Amable-Joseph (1761-1789) llegaría a ser obispo de Saintes.

Estuvo al servicio de la Corona de España desde 1775. Admitido en la Soberana Orden de Malta cuando tenía doce años, presentó las pruebas correspondientes el 26 de abril de 1765. Tras permanecer en la isla de Malta tres años, regresó a Francia en 1768 con la decisión de ingresar en la Armada Real, siguiendo así la tradición familiar. Sería, al parecer, su tío Jacques de Brémond, también caballero sanjuanista, quien le orientó a dirigir sus pasos dentro de la milicia hacia la Caballería, así lo vemos con quince años sentar plaza de subteniente en el Regimiento de Royal-Piémont de guarnición en Carcassonne. Mas parece que nunca olvidó el mar, y así, tras servir en tierra seis años, marchó a Cádiz, donde se embarcó el 6 de mayo de 1775 con rumbo a Cartagena con la condición de oficial irregular alistado para una determinada campaña; asignado a la tripulación del navío San José fungió como edecán del príncipe Camilo de Rohan. Pronto cumplió, sin embargo, los requisitos para desarrollar una carrera ordinaria en la Armada Real Española; así, en noviembre de 1775 ingresó en la Real Compañía de Guardias Marinas, alcanzando el empleo de alférez de fragata el 23 de mayo de 1778.

Entre tanto, Liniers había entrado en contacto por vez primera con las tierras en las que más tarde sería virrey; así, en noviembre de 1776 se embarcó en Cádiz en la expedición comandada por Pedro de Cevallos, estando la escuadra al mando del marqués de Casa Tilly; ya en América, y tras la acción de la isla de Santa Catalina, Liniers participó en las operaciones que llevaron a la rendición de la Colonia de Sacramento el 5 de junio de 1777, tras la capitulación del gobernador portugués da Rocha. En agosto de 1778 Santiago se encontraba de nuevo en Cádiz. Tras participar entre 1779 y 1782 en la guerra contra Inglaterra, tomando parte activa, primero en la reconquista de Menorca, y en ese último año en el sitio de Gibraltar. Dándose la circunstancia de que su heroico comportamiento frente a las defensas del Peñón le valdría el ascenso a capitán de fragata el 21 de diciembre de 1782, constituyendo éste su tercer ascenso por méritos de guerra en poco más de un año. Al año siguiente, durante una estancia en Málaga, Liniers contrajo matrimonio el 21 de febrero de 1783 con la que había de ser su primera esposa, Juana Úrsula de Menbiella, de origen francés. Nacieron de este matrimonio dos hijos: Luis, nacido en Málaga (1783-1816), y Antonia María de Carmen, que vería la luz en Montevideo en 1789, pero murió al año siguiente. Todavía en la Península, recibió un encargo de carácter diplomático al ser enviado extraordinario para llevar al rey de Trípoli una serie de presentes que le ofrecía el monarca español en muestra de amistad. Entre 1785 y 1788 se dedicó a colaborar con don Vicente Tofiño de San Miguel en los trabajos de cartografía e hidrografía que éste realizaba para la confección de su atlas marítimo de las costas españolas.

En 1788 el destino dirigió los pasos de Santiago de Liniers hacia las Indias, llegando a Montevideo el 15 de diciembre de ese año con destino en su apostadero.

Militar inquieto, tras examinar la precaria situación de las defensas del Río de la Plata, elevó a sus superiores un plan de mejoras en noviembre de 1790, entre las que se incluía la mejora y ampliación de la fortaleza de Montevideo, cuyo resguardo era fundamental para la seguridad de la banda oriental rioplatense. Sería este año de 1790 nefasto para Liniers, ya que en marzo murió su esposa, y en septiembre su hija. Sin duda fue un gran consuelo para él la llegada a aquellos parajes americanos de su hermano primogénito el conde de Liniers, llamado allí Enrique Luis. Venía éste de la Corte, donde había encontrado la protección del conde de Floridablanca, merced a las buenas relaciones que había tenido en París con el embajador español ante Su Majestad Cristianísima, el conde de Fernán Núñez; fue así como consiguió que se le encomendara la redacción de un informe sobre la situación del virreinato del Río de la Plata. Pero el principal interés de Enrique Luis era la fundación de una fábrica de pastillas y gelatinas cárnicas, para lo cual había obtenido la oportuna licencia mediante Real Orden dada en Aranjuez el 24 de junio de 1790.

Santiago de Liniers se asoció con su hermano en tal proyecto, consiguiendo del virrey marqués de Loreto la necesaria autorización para instalarse en Buenos Aires.

No tardó en encontrar, sin embargo, esta novedosa iniciativa la enemiga de los comerciantes locales, que veían en la nueva Real Fábrica de Pastillas una competidora en el negocio de las conservas de carne.

Aunque fracasado finalmente, y tras múltiples peripecias, en el intento de instalarse como industrial conservero en compañía de su hermano, sus relaciones sociales en Buenos Aires le depararon el entrar en relación con la que había de ser su segunda esposa, María Martina de Sarratea y Altolaguirre, con la que contrajo matrimonio el 3 de agosto de 1791 en la iglesia bonaerense de la Santa Recolección Franciscana.

Era hija del vascongado Martín Simón de Sarratea Idígoras, alcalde de segundo voto del Cabildo de Buenos Aires y prior de su Real Consulado, y de la criolla Josefa Tomasa de Altolaguirre y Pando, de conocida familia porteña. Nacieron de esta unión nueve hijos: María del Carmen de los Dolores Tomasa, María de los Dolores Enriqueta, José Atanasio, Santiago Tomás, Martín Inocencio, Mariano Tomás, Juan de Dios, Francisca Paula y María de los Dolores de la Cruz Concepción.

Tras ser investigado en 1795 por un presunto complot revolucionario, logró salir indemne de la indagación dirigida por su permanente enemigo Martín de Álzaga. Integrado de nuevo Liniers en el servicio activo en octubre de 1796, fue destinado por el virrey interino, Antonio de Olaguer Feliu, al apostadero de la Real Armada de Montevideo; allí se le daría como destino el mando de las lanchas cañoneras encargadas de preservar el libre acceso a los puertos de Montevideo y Maldonado, sobre los que pendía por entonces el peligro de ser bloqueados por las naves inglesas. El cese de hostilidades que llegaría con la Paz de Amiens puso de nuevo a Liniers, ya capitán de navío, en situación de disponible. Entre tanto, el marqués de Avilés resignó el mando en el que había de ser su sucesor en el virreinato, el mariscal de campo Joaquín del Pino y Rozas, quien tomó posesión de su cargo el 21 de mayo de 1801. A él se dirigió Santiago en procura de un empleo. La ocasión se presentó con motivo del traslado a Montevideo del que había sido hasta entonces gobernador interino de los Treinta Pueblos de las Misiones guaraníes y tapes, Joaquín de Soria; nombrado Santiago para sucederle el 5 de noviembre de 1802, también con la calidad de interino, llegó a su nuevo destino en Candelaria el 6 de marzo del año siguiente. No se mantuvo inactivo en su gobernación, preocupándose del siempre presente problema de los límites con los dominios portugueses del Brasil, y constituyéndose, asimismo, en defensor de la población indígena, de manera que procuraría siempre el aumento de su bienestar, evitando en la medida de sus posibilidades los abusos que con ella se cometían; también propuso la mejora del comercio y el fomento de la llegada de nuevos pobladores, no cesando nunca en su empeño de impedir el tráfico ilegal de yerba mate, que tan importante era en la economía de la región. Fruto de sus desvelos en los Treinta Pueblos fue el memorial que dirigió al Rey en julio de 1804, donde exponía la situación de aquellos territorios, así como las medidas de fomento y gobierno que se habrían de aplicar para su mejora. Con fecha de 28 de marzo de 1803 fue relevado de su cargo, haciéndose efectivo el nombramiento de su sucesor, Bernardo de Velasco, el 3 de enero de 1804. Antes de entregar la gobernación en octubre de ese año, y todavía en Candelaria, Liniers se dirigió al Rey con fecha 4 de septiembre solicitando un nuevo destino. Adeudándosele dieciocho meses de sueldo, inició el penoso regreso a Buenos Aires, y en el largo camino falleció de sobreparto su esposa, siendo enterrada en el lugar de Las Conchas el 29 de abril de 1805.

La llegada del nuevo virrey marqués de Sobremonte supuso también la de un nuevo destino para Santiago; esta vez fue el fuerte de la ensenada de Barragán. Allí le sorprendió la toma de Buenos Aires por los ingleses el 27 de junio de 1806. Ya de regreso en la capital del virreinato asistió a una recepción que dio el que fue su suegro Martín de Sarratea a los jefes del ejército expedicionario británico; en ella, y a tal fin concurrió a la misma, se percató Liniers del volumen y organización de las fuerzas enemigas. Con determinación y embarcándose en una lancha, se dirigió a Las Conchas, para desde allí planificar la reconquista de Buenos Aires; la jefatura de los barcos expedicionarios hasta el citado puerto corrió a cargo del brigadier de la Real Armada y gobernador de Córdoba del Tucumán, Juan Gutiérrez de la Concha, quien habría de compartir con Santiago de Liniers su fatal destino.

Como primera provisión escribió éste a quien era a la sazón gobernador de Montevideo, Pascual Ruiz Huidobro, con la finalidad de concertar un plan de actuación conjunta frente a las tropas inglesas. Dirigidas éstas por el general William Carr Beresford, era el comodoro Sir Home Pophan, segundo jefe del ejército expedicionario y jefe naval de la flota, que estaba compuesta por cinco buques de transporte y otros tantos de guerra. Con los ingleses instalados en el fuerte de Buenos Aires, planeó Liniers su ataque el día 12 de agosto a partir del avance de tres columnas, una dirigida por él mismo, otra por Gutiérrez de la Concha y una tercera que estaría al mando del coronel Pinedo. A primeras horas de la tarde todo había concluido y Santiago de Liniers había pasado a formar parte de la leyenda como uno de los héroes de la historia hispanoamericana. Un óleo de Charles de Fouqueray, que se conserva en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, representa el momento en que Liniers, gallardamente, rechaza la espada que le rinde Beresford. Tras la primera invasión, la prudencia aconsejaba mejorar con carácter de urgencia las defensas de la ciudad. Merced a lo cual, el ataque a Buenos Aires llevado a cabo por el general John Whitelocke el 5 de julio de 1807 pudo ser rechazado con éxito. El triunfo frente a esta segunda invasión y el apoyo popular fruto de la doble victoria, hizo que en el Cabildo Abierto de 10 de febrero 1807 se hiciera cargo interinamente Liniers del virreinato, actuando en consecuencia como jefe militar de aquellas provincias.

Por otra parte, la Corona premiaría su heroico comportamiento en la primera invasión con su ascenso a brigadier de la Real Armada con fecha de 3 de marzo de 1807. Unos meses después, el 3 de diciembre, Liniers fue nombrado virrey interino del Río de la Plata. Pronto llegaron nuevos honores: regidor perpetuo de Buenos Aires para él y sus sucesores, comendador de Ares del maestre en la Orden de Montesa con fecha 13 de febrero de 1809, y finalmente un título de Castilla, siendo la merced de conde, por concesión de la Junta Central de 15 de mayo de dicho año, eligiendo el agraciado Buenos Aires como denominación, extremo éste al que se opuso el Cabildo porteño, aduciendo que la elección de tal nombre iba contra los privilegios de la ciudad.

Tras la invasión francesa de la Península y el consecuente cambio de alianzas, todo hacía propiciar su desgracia política; su origen francés, un memorando enviado a Napoleón en el que le informaba de los acontecimientos vividos en el Río de la Plata y la visita que le hiciera en Buenos Aires el marqués de Sassenay como enviado del Emperador contribuyeron de forma importante a ello. Su vida privada y en concreto sus amores con una mujer casada, Ana Perichon de O’Gorman, llamada la Perichona, sus diferencias con Elío, gobernador de Montevideo, y la enemiga de un grupo de influyentes bonaerenses con el omnipresente Martín de Álzaga a la cabeza, ayudaron también de modo decisivo a su caída. Una revuelta inducida por éstos contra Liniers fue abortada por el Cuerpo de Patricios, a cuyo mando se encontraba el criollo Cornelio Saavedra el 1 de enero de 1809. Separado de su cargo en febrero de dicho año, fue designado para sucederle Baltasar Hidalgo de Cisneros, al que con fecha 5 de marzo se le ordenó que pasase de inmediato a ocupar su destino. De nuevo habría de demostrar Liniers su lealtad a la Corona; así, desoyó a aquellos que le animaban a no entregar el mando, tomando posesión de su cargo el nuevo virrey en la Colonia del Sacramento el 11 de julio en presencia del oidor Manuel de Velasco, que representaba a la Real Audiencia.

La entrada de Hidalgo de Cisneros en Buenos Aires para hacerse cargo del gobierno del virreinato tendría lugar el 29 de julio, tras entrevistarse tres días antes con el propio Liniers. Notificado este último, que por la Junta de Sevilla se le había ordenado dirigirse con la mayor brevedad a la Península, optó por solicitar que se le permitiese fijar su residencia en Mendoza, alegando para ello que las circunstancias para su traslado a España no eran las más propicias en aquel momento, y que, además, aún se le adeudaba dinero por parte de las arcas reales. Contando con la anuencia del virrey para asentarse en la ciudad mendocina a la espera de la real resolución sobre su persona, lo cierto es que en septiembre de 1809 Liniers se encontraba en Córdoba, comprando en febrero de 1810 la hacienda de Alta Gracia, que habría de ser su última morada. Insistió de nuevo la Junta Central en que se trasladase a España, disponiéndose por un oficio de 30 de marzo de 1810 las condiciones en que se debería llevar a cabo el viaje. Mas los acontecimientos de mayo darían al traste con cualquier iniciativa en este sentido. Ante las noticias de la destitución del virrey que llegaron de Buenos Aires, Liniers tomó partido contra los insurrectos que, ya sin caretas, se negaban a reconocer la autoridad de la Regencia constituida en la Isla de León. Tal actitud era la que le exigía la insobornable lealtad a la Corona que siempre había presidido su vida. Con pocos medios y escasos de tiempo para organizar la resistencia, Liniers y algunos amigos que quisieron acompañarlo en su lucha, como su constante amigo el intendente de Córdoba Gutiérrez de la Concha, serían hechos prisioneros por un ejército enviado al efecto por la Junta de Buenos Aires bajo el mando del coronel Francisco Ortiz de Ocampo, como primer comandante, y Antonio González Balcarce como segundo. Condenado a muerte, y pese a que Ocampo y el comisionado de la Junta Hipólito Vieytes consultaron a Buenos Aires para tratar de evitar la ejecución, la actitud intransigente del secretario de la Junta bonaerense Mariano Moreno lo hizo imposible. El 26 de agosto de 1810 Santiago de Liniers y Brémond fue fusilado junto a sus compañeros en el monte de los Papagayos, no lejos de Córdoba; sólo el obispo Orellana escapó de tan trágico final.

Como un héroe de España, los restos de Liniers reposan hoy en el cementerio de marinos ilustres de San Fernando en Cádiz. Fernando VII, por Real Cédula de 21 de marzo de 1816, concedió que los descendientes de Santiago de Liniers pudiesen añadir a sus armas las cuatro banderas ganadas a los ingleses en la reconquista de Buenos Aires, y que él había querido entregar al convento de Santo Domingo dedicándolas a la imagen de Nuestra Señora del Rosario que allí se veneraba; eran estas enseñas: la 1.ª y la 2.ª del Regimiento n.º 71 de línea, la del tercio de Marina en la que campeaba sobre gules un navío de sable y, finalmente, la del batallón de Rifles Voluntarios, de gules con una calavera de sable. Para perpetuar su nombre el 30 de agosto de 1900 la reina regente María Cristina concedería a Santiago de Liniers y Gallo de Alcántara, Sarratea y Altolaguirre, la merced nobiliaria de conde de Liniers en memoria de los méritos y servicios de su abuelo Santiago de Liniers y Brémond.

 

Bibl.: M. Belgrano, Liniers y Napoleón, Buenos Aires, Talleres Casa Jacobo Peuser, 1935; J. Beberina, Las invasiones inglesas al Río de la Plata, 1806-1807, Buenos Aires, Círculo Militar, 1939; R. Levene, El pensamiento vivo de Mariano Moreno, Buenos Aires, Losada, 1942; P. Groussac, Santiago de Liniers, prólogo de Alfonso de Laferrère, Buenos Aires, Ediciones Estrada, 1943; E. C. Ortega, Liniers: una vida frente a la gloria y la adversidad, Buenos Aires, Claridad, 1944; J. C. González, Don Santiago Liniers. Gobernador interino de los Treinta Rublos de las Misiones Guaraníes y Tapes, 1803-1804, Buenos Aires, Peuser, 1946; E. C. Ortega, La primera pena de muerte resuelta por la Junta de Mayo: la tragedia de “Cruz Alta” y su problema histórico, Buenos Aires, Lumen, 1954; E. Ruiz- Guiñazú, El Presidente Saavedra y el pueblo soberano de 1810, Buenos Aires, Ángel Estrada y Cía., 1960; E. de Gandía, Mariano Moreno. Su pensamiento político, Buenos Aires, Pleamar, 1968; M. A. Serrano, El fusilamiento de Liniers, Buenos Aires, Corregidor, 1979; J. L. Speroni, La real dimensión de una agresión, 1805-1807, Buenos Aires, Círculo Militar, 1984; E. Willians Álzaga, Vida de Martín de Álzaga, 1755-1812, Buenos Aires, Emecé, 1984; B. Lozier Almazán, Liniers y su tiempo, Buenos Aires, Emecé, 1989; J. Fortín, Liniers (1808-1810), Buenos Aires, Colección Pablo Fortín, 2000; C. Roberts, Las invasiones inglesas, Buenos Aires, reedición de Emecé Editores, 2000; G. Demaría y D. Molina de Castro, Historia Genealógica de los Virreyes del Río de la Plata, ed. a cargo de E. Piñeyro Velasco del Castillo, Buenos Aires, Junta Sabatina de Especialidades Históricas, 2001, págs. 319 y ss.; M. Horcas Gálvez, Joaquín del Pino. Un gobernante español en América, Córdoba, 2001; L. Martínez Urrutia, El Virrey Cisneros en la Revolución Argentina de 1810, Buenos Aires, Dunken, 2003; M. Corcuera Ibáñez, Santiago Liniers. Primera víctima de la violencia política argentina, Buenos Aires, Librería-Editorial Emilio J. Parrot, 2006.

 

Feliciano Barrios Pintado

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