Pueyrredón, Juan Martín. Buenos Aires (Argentina), 18.XII.1777 – 12.III.1850. Brigadier general.
Era apenas unos meses mayor que su amigo y compañero de luchas e ideales José de San Martín. Si sus trayectorias juveniles habían sido disímiles, supieron conjugar sus respectivos caracteres y capacidades en pos de la gran empresa de consolidar la emancipación de la Argentina, Chile y Perú. Y concluida tan difícil faena, la relación surgida en días comprometidos y difíciles se mantuvo hasta la muerte, también próxima, de uno y otro, ya que el segundo falleció en Boulogne-sur-Mer, el 17 de agosto del mismo año.
Hijo del francés Juan Martín de Pueyrredón y de la porteña Rita Dogan, fue enviado a cursar estudios en Europa. Regresó en 1806, poco antes de la primera invasión inglesa, y se convirtió en uno de los más decididos enemigos de los británicos al mando de William Carr Beresford. Apenas desembarcaron sus tropas, salió a reclutar paisanos en la campaña para oponerles fuerzas de caballería en los campos de Perdriel. Si bien sus bisoños soldados se estrellaron contra los fusiles y las bayonetas de hombres habituados a la guerra, Pueyrredon no cejó en la tarea de unir voluntades con el fin de expulsarlos de Buenos Aires.
Fue bien calificado como el alma del movimiento de resistencia al invasor, pues el capitán de navío Santiago de Liniers tuvo en él, desde el momento mismo en que preparó la reconquista, uno de sus colaboradores más eficaces y distinguidos.
Combatió con ardor en las calles de la capital del virreinato y a punta de sable logró arrebatar una banderola a los adversarios durante los combates que concluyeron con la rendición británica, el 12 de agosto de 1806.
El Cabildo de la ciudad tuvo en cuenta su sobresaliente actuación para enviarlo como diputado a España.
Vivió los comienzos de la invasión napoleónica y los sucesos que determinaron las sangrientas represiones de mayo de 1808 en Madrid. Pero emprendió el regreso a la patria en 1809 no sin haber sido detenido por las autoridades españolas como sospechoso y fugado al Brasil. Allí se embarcó secretamente hacia el sur de la provincia de Buenos Aires, donde se enteró de los sucesos revolucionarios del 25 de mayo de 1810.
El mismo año se le encomendó que se hiciera cargo del gobierno de Córdoba, y poco después del de Charcas. Le tocó encabezar en 1811 la célebre retirada para salvar los caudales recogidos en Potosí, indispensables para sostener la causa patriota. No fue una marcha pacífica, ya que estuvo signada por diversos enfrentamientos con los realistas, pero el feliz resultado de la empresa justificó sus sacrificios.
Pueyrredón recibió, a pesar de su escasa experiencia militar, el cometido de encargarse, como general en jefe, del Ejército del Alto Perú hasta que en marzo de 1812 lo reemplazó Manuel Belgrano.
Regresó a Buenos Aires, donde no tardó en ser designado miembro del Triunvirato. Pero cayó como consecuencia de la revolución del 8 de octubre de 1812, que contó con el respaldo militar de San Martín.
Debió exiliarse en Santiago del Estero. En la segunda mitad de 1815 la provincia de San Luis lo designó diputado ante el Congreso de Tucumán. Posteriormente, sus colegas en ese cuerpo lo nombraron en forma unánime director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en momentos sumamente difíciles en que las luchas civiles y la guerra contra los realistas comprometían todos los recursos del Estado.
Vicente Fidel López, receptor de las confidencias de su padre y de otros contemporáneos, señaló con verdad: “Pocas veces se habrá visto un gobernante envuelto en una situación más compleja que la que tuvo que afrontar el señor Pueyrredón al tomar las riendas del gobierno. Pero en honra suya hay que decir que pocas veces se ha visto quien asumiera tantas y tan pesadas responsabilidades, con mayor confianza en sí mismo, con honradez más acrisolada, con una energía más desentendida de todo interés propio o ajeno que no fuera el de la gloria y la honra de su país”.
Por su parte, Bartolomé Mitre caracterizó de este modo las cualidades de quien había asumido tan difícil misión: “Hombre de mundo, de buen sentido y juicio propio, con bastante inteligencia y alguna ilustración para juzgar las opiniones ajenas y carácter para sostener las suyas, tenía la suficiente flexibilidad para someterse a las deliberaciones de una mayoría a las exigencias de las circunstancias. Con una ambición flotante sin trascendencia que se satisfacía con el ejercicio normal del poder; moderado en sus opiniones políticas y sin opiniones sobre los partidos; decoroso en su vida pública y privada, con la necesaria sagacidad para estimar las aptitudes de los demás; circunspecto, prudente, pero dotado de cierto temple de coraje cívico que no retrocedía ante las responsabilidades colectivas; de presencia hermosa y arrogante, con maneras cultas y lenguaje digno, era una figura de gobierno y el hombre de las circunstancias”.
San Martín, gobernador intendente de Cuyo y general en jefe del Ejército de los Andes, que había iniciado fluidas comunicaciones con el nuevo jefe del Estado a través de Tomás Godoy Cruz, y que por otra parte había apoyado a través de los diputados cuyanos la designación del director supremo, comprendió que, una vez proclamada la independencia, era fundamental una reunión en la que le expusiese sus proyectos y lograse su respaldo.
El encuentro se realizó en Córdoba el 15 de julio de 1816, en el que ambos dejaron de lado las diferencias de cuatro años atrás en aras del gran objetivo común.
Antes se había entrevistado con el pertinaz defensor de la frontera norte, Martín Miguel de Güemes.
Desde entonces dedicó casi todos sus esfuerzos en apoyo del Ejército de los Andes que se aprestaba a cruzar la cordillera y combatir por la independencia de Chile y Perú.
Para lograr sus fines reorganizó la Logia Lautaro, que había sido creada en 1812 por San Martín, Carlos de Alvear y otros hombres públicos y había tenido gran influencia en los gobiernos que rigieron las Provincias Unidas del Río de la Plata entre 1812 y 1815.
Puso al frente de la logia a su ministro Gregorio Tagle y al general Tomás Guido, estrecho colaborador de San Martín. En Buenos Aires la logia recibió el nombre de Gran Logia o Logia Ministerial.
Dedicó gran parte de los recursos del Estado para promover la empresa sanmartiniana, dotándola de tropas y armamentos hasta el límite de sus posibilidades.
Promovió también la guerra de corso, para llevar la guerra contra la Corona española a todos los mares.
San Martín le pedía en forma constante medios para el cruce de la cordillera. Es célebre la respuesta que el director Pueyrredón dio a una de esas solicitudes.
En carta escrita en noviembre de 1816 estampó estas elocuentes palabras: “Van los 200 sables de repuesto que me pidió. Van las 200 tiendas de campaña, y no hay más. Va el mundo, va el demonio, va la carne. Y yo no sé cómo me iría con las trampas en que quedo para pagarlo todo, a bien que, en quebranto me voy yo también para que usted me dé algo del charqui que le mando, y ¡carajo!, no me vuelva usted a pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un tirante de la Fortaleza”.
El frente interno se resintió por la magnitud de los esfuerzos dedicados a la lucha por la independencia de América del Sur. Le fueron esquivos sus proyectos de avance de la línea de fronteras con el indio, de creación de un banco con el nombre de Caja Nacional de Fondos y sus intentos en pos de coronar un príncipe europeo en el Río de la Plata, propósito que contaba con el apoyo de San Martín, Manuel Belgrano y gran número de congresales y políticos. Pudo materializar la apertura del Colegio de la Unión del Sud sobre la base del virreinal Colegio de San Carlos y dispuso la creación de la Universidad de Buenos Aires, que no llegó a concretarse por la crisis política de 1819.
Persiguió a sus opositores, enviando al destierro a varios de los que no respondían a sus designios.
Se manifestó opuesto al ideario federal que pretendían imponer los pueblos del interior, y bregó por la instauración de un gobierno constitucional, liberal y unitario. En ese sentido, hizo sentir su influencia entre los miembros del Congreso que tras declarar la independencia el 9 de julio de 1816, se trasladó a Buenos Aires en enero de 1817 para alejarse del peligro de una invasión realista en el Norte.
Reemplazó al gobernador federal de Córdoba por un mandatario adicto, y envió una serie de expediciones contra las provincias federales del litoral, Santa Fe y Entre Ríos, además de la Banda Oriental. Tal situación fue aprovechada por los portugueses para ocupar territorio de las Provincias Unidas. Sin embargo no pudo doblegar la resistencia federal. Ante esto y ya logrado el objetivo de que San Martín asegurara la independencia de Chile, renunció a su cargo el 9 de junio de ese año después de jurar la Constitución unitaria de 1819. Lo sustituyó el general José Rondeau que continuó su política pero fue vencido por los gobernadores de Santa Fe y Entre Ríos, Estanislao López y Francisco Ramírez el 1 de febrero de 1820 en la batalla de Cepeda. Esa decisión provocó la caída del Directorio y la atomización del país, pues las provincias se declararon autónomas.
El nuevo gobernador de Buenos Aires, ordenó el arresto de Pueyrredón por exigencia de los caudillos federales, para enjuiciarlo por traición a la patria por sus invasiones a las provincias y por el apoyo a la invasión portuguesa. Pero, horas después, el mismo Sarratea lo ayudó a escapar, terminando exiliado en Montevideo, bajo protección portuguesa.
Regresó a Buenos Aires en marzo de 1821. Dos años después nacía el único hijo de su matrimonio con Calixta Tellechea y Caviedes, Prilidiano, pintor exquisito y arquitecto notable cuya impronta en la historia del arte argentino es indeleble.
Fue nombrado por Bernardino Rivadavia miembro de la Comisión Militar encargada de la reforma del Ejército. Cuando se produjo el enfrentamiento entre las fuerzas de los generales Juan Lavalle y Juan Manuel de Rosas actuó como mediador, aunque sin éxito. Al iniciarse el segundo gobierno de este último, en 1835, se exilió en Burdeos, Río de Janeiro y finalmente París. Allí mantuvo contactos con San Martín y viajaron juntos a Italia. Regresó ya enfermo en 1849 y se aisló en su quinta de San Isidro, donde murió.
Bibl.: V. F. López, Historia de la República Argentina, Buenos Aires, Casavalle, 1883; J. C. Raffo de la Reta, El general Pueyrredon, director supremo y la epopeya sanmartiniana, Mendoza, Academia Nacional de la Historia, 1944; C. A. García Belsunce, “Los últimos años del general Pueyrredon”, en Historia (Buenos Aires), n.° 10 (1957); H. E. Gammalson, Juan Martín de Pueyrredón, Buenos Aires, Editorial y Librería Goncourt, 1968; B. Mitre, Historia de San Martín y de la independencia sudamericana, Buenos Aires, Editorial Universitaria, 1968; C. A. García Belsunce, “Juan Martín de Pueyrredon”, en Revolución en el Plata, Protagonistas de Mayo de 1810, Buenos Aires, Emecé, Academia Nacional de la Historia, 2010.
Miguel Ángel de Marco