Sainz Rodríguez, Pedro Enrique. Madrid, 14.I.1897 – 14.XII.1986. Académico, catedrático, político y escritor.
Nació en una familia de la clase media madrileña formada por el médico Agustín Sainz Espinosa y la santanderina Presentación Rodríguez Castillo, quien procedía de Viveda, pequeño pueblo que contaba con la casa-torre de los Calderón de la Barca. Pedro era el cuarto hijo de los cinco que tuvieron: Agustín, que hizo Derecho; una hija que nació sin vida; Enrique Norberto, fallecido en un accidente de caza; Pedro Enrique, doctor en Filosofía y Letras y licenciado en Derecho, y Antonio, licenciado en Medicina y Cirugía. La profesión médica estaba muy valorada en el ambiente familiar y el recuerdo del primero que la ejerció, el abuelo Enrique Sainz, siempre estuvo presente, e incluso en el hecho de que sus nietos Pedro y Norberto llevaban su nombre. Nada más obtener Sainz Rodríguez el grado de licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca, siendo ya catedrático de la Central, aceptó por unos meses el nombramiento de letrado del Colegio Oficial de Médicos de la provincia de Madrid, en el año 1928, recordando a su abuelo y a su padre, ya fallecidos, y alentando a su hermano Antonio que estrenaba su licenciatura en Medicina y Cirugía.
Sainz Rodríguez tuvo siempre una gran afición por la lectura y un deseo insaciable de saber, en el que fue iniciado por sus maestras doña Leonor y doña Elisa en uno de aquellos colegios familiares que estaba ubicado en la madrileña calle de la Concepción Jerónima. De esta escuela de primeras letras, pasó a otra de la calle de la Magdalena, donde recibió clases de Gramática, pero su padre no confiaba en la enseñanza pública de la época, que cambiaba al ritmo de la política al uso, y decidió seleccionar profesores para que impartieran a sus hijos clases de letras, de ciencias, de idiomas, de piano... en su domicilio. Así, los estudios de bachillerato los prepararon Antonio y Pedro Enrique en su casa con el bibliófilo Justo García Soriano, quien a los veintidós años había recibido del rey Alfonso XIII los Premios Extraordinarios Rivadeneyra y fin de carrera. Su relación con el joven profesor despertó en él tal afición por los libros que gastó sus pequeños ahorros en la formación de una biblioteca, que fue enriqueciéndose con el paso del tiempo hasta contar con más de cincuenta mil títulos cuando fue donada a la Fundación Universitaria Española. Sorprendía su formación humanística a cuantos lo conocían y a cuantos lo examinaban en los institutos madrileños de San Isidro y Cardenal Cisneros en los que estuvo matriculado. Uno de los catedráticos, al escuchar sus comentarios sobre ciertos textos literarios, recogidos por Menéndez Pelayo, le dijo: “¡Aguarde, joven, a que me ponga los lentes, porque a Vd. hay que mirarlo con gafas!”.
A los dieciséis años, en octubre de 1913, ingresó en la Universidad Central para cursar el preparatorio a Filosofía y Letras y a Derecho con los profesores Emeterio Mazorriaga, Julián Besteiro y Juan Ortega Rubio. Cinco años después, el 30 de enero de 1918, obtenía el Premio Extraordinario de Filosofía y Letras y el grado de licenciado ante un tribunal, formado por Andrés Ovejero, Julio Cejador y Agustín Millares Carlo. Su presidente, don Andrés, que dirigía un curso de investigación sobre literatura española, le propuso hacer la tesis doctoral sobre el bibliógrafo Bartolomé José Gallardo, y la realizó con tal competencia y rapidez que en 1920 era doctor con Premio Extraordinario. En sus años de estudiante universitario inició una fiel amistad con Luis Morales Oliver, Vicente Aleixandre, José Antón Oneca, Luis Antón García, Román Riaza, Cayetano Alcázar..., con quienes elaboró entre 1915 y 1920 la Revista Filosofía y Letras, publicación mensual que estrechaba la relación entre profesores y alumnos. Con su profesor Adolfo Bonilla San Martín visitó la biblioteca de Menéndez Pelayo cuando aún no se había abierto al público, paseó en landó por la calle Ancha de San Bernardo y mantuvo diálogos con él sobre temas literarios en el Café Suizo y en el Lion d’Or con tanta erudición que don Adolfo, buen conocedor de don Marcelino, lo llamaba “sucesor de Menéndez Pelayo”. Entre 1918 y 1919 se le nombró, con la aprobación de sus compañeros, presidente de la Asociación de Estudiantes de Filosofía y Letras y de la Federación Nacional de Estudiantes.
Defendida su tesis doctoral sobre Don Bartolomé José Gallardo y la crítica literaria de su tiempo, se presentó a oposiciones y ganó la Cátedra de Literatura Española de la Universidad de Oviedo. Había cumplido los veintitrés años y el rector lo citaba el 26 de mayo de 1920 para asistir a su primer claustro universitario, que trataría sobre los créditos de pensiones. Pero no permaneció mucho tiempo en la “histórica ciudad”, en la que por ser el catedrático más joven se le encargó el discurso de la inauguración del curso 1921-1922, que dedicó a la memoria de Clarín, el padre de su compañero Leopoldo Alas Argüelles.
En febrero de 1923, participaba plenamente en las tertulias madrileñas, visitaba el Ateneo, la Biblioteca Nacional, la Universidad Central, el Círculo de Bellas Artes... y durante el verano de ese año preparó las oposiciones para la Cátedra de Bibliología de la Universidad Central, las cuales se aplazaron hasta finales de octubre debido al golpe militar de Primo de Rivera. Cerca de un centenar de profesores universitarios y amigos se reunieron el 3 de noviembre en el Restaurante Molinero para celebrar su éxito y rendirle homenaje en aquellos días de intensa actividad política castrense, que se proponía solucionar los problemas de España en noventa días, como si de una letra de cambio se tratara. Sainz Rodríguez se mostraba crítico con esta política y reaccionó contra ella cuando se publicó la R. O. del 20 de febrero de 1924, que cesaba de sus cargos a Unamuno y a otros intelectuales que eran enviados al exilio. Con fecha 26 de febrero, redactó un manifiesto a favor de la lengua catalana, que fue avalado por ciento veinte firmas de conocidos intelectuales, quienes se oponían a la política demasiado centralista del Directorio Militar, y fue entregado a Primo de Rivera el 1 de abril.
Cuando preparaba sus actividades para el curso 1924-1925 falleció su padre el 25 de junio, con quien había comentado los posibles temas de un discurso que debía pronunciar en la Universidad. Con la libertad que otorga la presencia de la muerte, fue desgranando su pensamiento acerca de La evolución de las ideas sobre la decadencia española en aquel régimen de Directorio Militar, considerándole la mayoría el portavoz de la conciencia colectiva de los intelectuales. Sus dotes como escritor e investigador fueron reconocidas en la primera etapa del Directorio Civil concediéndole, en 1926, el Premio Nacional de Literatura por su trabajo Introducción a la Historia de la Literatura Mística en España. Un año después, dirigió, con Ernesto Giménez Caballero, La Gaceta Literaria, fundó, con Ignacio Bauer y Manuel L. Ortega, la Compañía Iberoamericana de Publicaciones (CIAP), de la que fue consejero y director literario visitando Hispanoamérica en 1931, y se hizo cargo de la colección Clásicos Españoles.
Durante la Dictadura, expuso sin vacilaciones el deber y el compromiso de los intelectuales en la sociedad y consecuentemente aceptó, en 1927, formar parte de la Asamblea Consultiva Nacional que pretendía la participación social en la política del Gobierno. Defendía en este organismo, con otros veinte catedráticos universitarios, los intereses culturales del país, pero afectado por las sanciones a la Universidad y por la escasa aceptación de sus interpelaciones presentó su renuncia al cargo en marzo de 1929.
Desde su posición de católico y monárquico alfonsino, analizaba la evolución política de la España contemporánea, buscaba la concordia de acuerdo con Cambó, participaba con mayor actividad en la política y fue elegido diputado a Cortes por Santander en todas las legislaturas desde 1931 hasta 1936. En este período republicano, estuvo vinculado al grupo de Acción Nacional, que cambió su nombre por el de Acción Popular en abril de 1932; pero, sobre todo, trabajó como miembro de Acción Española y fundó Renovación Española, grupos ambos menos tolerantes, defensores de la Monarquía tradicional y de la conciencia católica expuesta en los escritos de Menéndez Pelayo y Vázquez de Mella. Fundó también en estos años la Sociedad Anónima de Enseñanza Libre (SADEL) para proteger legalmente la enseñanza de las Órdenes Religiosas, defendió como diputado la enseñanza confesional, fomentó la unión de los partidos de derechas y creó el Bloque Nacional, “faenita de la sirena gorda”, según la expresión del carlista Juan de Olazábal, dedicada a Sainz Rodríguez.
Después de la unificación de abril de 1937 fue nombrado delegado nacional de Educación y Cultura y miembro del Consejo Nacional de la Junta Política de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET de las JONS), académico de número de la Española en sustitución de Amalio Jimeno el 5 de enero de 1938 y, cuando se cambió la Junta de Burgos por el primer Gobierno Civil, Franco lo llamó para ser ministro en el Estado Nuevo del 30 de enero de 1938. Comenzó cambiando la Instrucción Pública por la Educación Nacional; promulgó la Ley reguladora de los estudios de bachillerato de orientación clásica y humanística (20 de septiembre) que hizo renacer los estudios clásicos en España; creó la Jefatura de Archivos, Bibliotecas y Registro de la Propiedad Intelectual dentro del Ministerio de Educación Nacional; ordenó la publicación de la edición nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo; fundó y organizó como vicepresidente el Instituto de España integrado por académicos numerarios de las Reales Academias, “reunidos en Corporación Nacional a título de Senado de la cultura española”; instituyó en 1939 la Orden de Alfonso X el Sabio para premiar a quienes hubieran destacado en la ciencia, en las artes, en la enseñanza o hubieran prestado gran dedicación a los intereses culturales españoles.
Con la terminación de la guerra, Sainz Rodríguez dejó su cargo de ministro de Educación Nacional, en abril de 1939, fue nombrado miembro de la Real Academia de la Historia el 8 de marzo de 1940 y continuó su dedicación en favor de la restauración de la Monarquía en la persona de don Juan de Borbón, actividad peligrosa en esos años de posguerra y de comienzos de la Segunda Guerra Mundial para un hombre que era considerado demasiado monárquico, inteligente y conspirador. Sin duda, fue la fidelidad de Sainz Rodríguez a la institución monárquica la que lo enemistó con Franco, que había demostrado, tras la toma de Madrid, despreocupación por el Rey. Frente a un estado germanófilo, adoptó Sainz la posición aliadófila como posible para la restauración de la Monarquía en España. El 20 de mayo de 1942 ciertos monárquicos que querían establecer un gobierno en las Canarias con Don Juan de Borbón, en quien había abdicado Alfonso XIII, eran vigilados de cerca por la Sección de Servicios Especiales, algunos expedientes fueron remitidos al inspector nacional depurador de FET y de las JONS y tanto Vegas Latapié como Sainz Rodríguez se alejaron de España. Llegó este último a Lisboa el 24 de junio de 1942 huyendo de la orden de confinamiento a las Canarias, llamó a don Juan, que estaba en Suiza, para felicitarlo en su onomástica y fijó su residencia en Portugal, donde trató con políticos del gobierno de Salazar, mantuvo amistad con monseñor Cerejeira y llevó a cabo sus constantes y permanentes investigaciones sobre crítica literaria, experiencia mística y espiritualidad. En 1946, formó parte del Consejo de la Corona y del Consejo Privado del conde de Barcelona, quien había llegado a la capital portuguesa el 2 de febrero de ese año.
Volvió a España en 1969 para ocupar una cátedra en la Universidad Pontificia de Comillas, donde había impartido sus primeras clases como profesor de Literatura en 1919 y fijó su residencia en el madrileño Parque de las Avenidas. En dos pisos tuvo instalada su biblioteca y un seminario de estudio sobre temas de espiritualidad que había investigado durante su elegido exilio. En enero de 1973, fue nombrado asesor cultural de la Fundación Universitaria Española; patrono, en noviembre de ese mismo año y director de esta entidad cultural en octubre de 1978. En estos años de la transición política en España, se propuso leer sus discursos de ingreso en las dos Reales Academias de las que era miembro numerario: el 10 de junio de 1979 le respondía su amigo el cardenal Tarancón en la Española a su trabajo sobre La siembra mística del Cardenal Cisneros y el 3 de noviembre de 1985 le contestaba Emilio García Gómez con una semblanza en su recepción pública en la Real Academia de la Historia, en la que escuchó su discurso De la Retórica a la Historia don Juan de Borbón, quien inmortalizó el acto con un abrazo al fiel colaborador y amigo. Un año después fallecía a los ochenta y nueve años de edad, de un paro cardíaco, en su domicilio madrileño.
Entre sus distinciones honoríficas no mencionadas ostentaba las siguientes: caballero de la Gran Cruz con el Gran Cordón de la Orden de la Corona de Italia (Roma, 1939); académico correspondiente de la Academia Colombiana de la Historia (Bogotá, 1952); miembro de The Hispanic Society of America (Nueva York, 1962); miembro del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay (Montevideo, 1974); académico numerario de la Academia Nacional de Gastronomía (Madrid, 1975); doctor honoris causa de la Sociedad Hispana de Estudios Clásicos (1979); Medalla de Plata del Círculo de Bellas Artes de Madrid (1980) y Gran Cruz de la Orden de Carlos III (1981).
Obras de ~: La obra de Clarín. Discurso leído en la Universidad de Oviedo en la apertura del curso académico 1921-1922, Madrid, Gráfica Ambos Mundos, 1921; Un epistolario erudito del siglo xix, Santander, Talleres Tipográficos J. Martínez, 1921; Evolución de las ideas sobre la decadencia española. Discurso leído en la apertura del curso académico 1924/25, Madrid, Universidad, 1924; La evolución política española y el deber social de los intelectuales, Madrid, Imprenta J. Tejada, 1924; El P. Burriel, paleógrafo, Madrid, Gráfica Universal, 1926; Introducción a la Historia de la Literatura Mística en España, Madrid, Voluntad, 1927; Obras escogidas de Bartolomé José Gallardo, est. prelim., ed. y notas, Madrid, C.I.A.P., 1928, 2 vols.; La tradición nacional y el Estado futuro, Madrid, Cultura Española, 1935; La Escuela y el Estado Nuevo. Discurso del Ministro de Educación Nacional, Burgos, Publicaciones del Ministerio de Educación Nacional, 1938; Marcelino Menéndez Pelayo. La Mística Española, est. prelim. y ed., Madrid, Afrodisio Aguado, 1956; Espiritualidad Española, Madrid, Rialp, 1961; Una posible fuente de “El Criticón” de Gracián, Madrid, Archivo Teológico Granadino, 1962; Evolución de las ideas sobre la decadencia española y otros estudios de Crítica Literaria, Madrid, Rialp, 1962; J. Arrarás, Historia de la Segunda República española, pról. de ~, Madrid, Editora Nacional, 1968-1970, 4 vols.; Menéndez Pelayo, ese desconocido, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1975; Pedro Crespo, Alcalde de Zalamea, Madrid, MIT Rivadeneyra, 1975; Biblioteca Bibliográfica Hispánica, Madrid, Fundación Universitaria Española, Seminario de Menéndez Pelayo, 1975-1987, 6 vols.; Testimonio y Recuerdos, Barcelona, Planeta, 1978; La siembra mística del Cardenal Cisneros y las reformas de la Iglesia. Discurso de ingreso en la Real Academia Española, Madrid, Imprenta Doserre, 1979; Antología de la literatura espiritual española, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1980-1985, 4 vols.; Un reinado en la sombra, Barcelona, Planeta, 1981; De la Retórica a la Historia. Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia y contestación del Excmo. Sr. D. Emilio García Gómez, Madrid, Imprenta Taravilla, 1985; Visión de España, Madrid, Fundación Cánovas del Castillo, 1986; Gallardo y la crítica literaria de su tiempo, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1986 (reed. de su tesis doctoral); Homenaje a Pedro Sainz Rodríguez. t. I: Repertorios, textos y comentarios; t. II: Estudios de Lengua; t. III: Estudios históricos y t. IV: Estudios teológicos, filosóficos e Guerra Civil española, 2 vols., Barcelona, Planeta, 1987; Semblanzas, pról. de J. M.ª de Areilza y epílogo de L. M.ª Ansón, Barcelona, Planeta, 1988 (obra póstuma).
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Julio Escribano Hernández