Aranda Mata, Antonio. Leganés (Madrid), 13.XI.1888 – Madrid, 8.II.1979. Militar, teniente general y gobernador militar.
Antonio Aranda Mata nació en el seno de una familia numerosa de diez hijos, de los que era el mayor.
Su padre fue cabo de Sanidad Militar, Antonio Aranda Luna, y su madre, Luisa Mata Robles. Cursa los primeros estudios en Zaragoza, donde transcurrió su infancia, e ingresa en la Academia de Infantería de Toledo el 28 de agosto de 1903; aquí obtiene el grado de oficial (segundo teniente) el 13 de julio de 1906.
Teniente de Infantería (13 de julio de 1908) y capitán por antigüedad (31 de octubre de 1911), ingresó en la Escuela Superior de Guerra y fue promovido a capitán de Estado Mayor (1 de septiembre de 1913).
Participa en la campaña de Marruecos como uno de los más brillantes oficiales de Estado Mayor y consiguió el ascenso a comandante por méritos de guerra (29 de junio de 1916). Desempeñó el cargo de jefe de Estado Mayor del grupo de fuerzas de la zona de Tetuán (Gaceta de Madrid, 3 de abril y 18 de mayo de 1919) y durante estos años fue condecorado con las Cruces del Mérito Militar, Cruz de María Cristina, Medalla de África y de Sufrimientos por la Patria. Fue sobresaliente su actuación en la posición de El Jamas en la que recibió una herida gravísima (diciembre de 1924). En 1924 contrajo matrimonio con María de África Sala Gabarrón. El 8 de mayo de 1925 ascendía a teniente coronel de Estado Mayor por antigüedad.
Desempeñó trabajos como jefe de la Comisión Geográfica de Marruecos y de la Internacional de Límites con Francia. Colaboró en la preparación del desembarco de Alhucemas. Participó, junto con el general Goded, en las Conferencias de Rabat del 10 de julio en las que el general Sanjurjo y las autoridades francesas trataron diversos asuntos acerca de la situación del protectorado marroquí y del rebelde Abd-el-Krim. Siguió la etapa final de conquista y pacificación de Marruecos hasta 1927 en que fue ascendido a coronel y nombrado jefe de Estado Mayor del Ejército Al implantarse la República, permanece voluntariamente alejado del servicio activo hasta que es destinado forzoso a la primera Inspección del Ejército y después a la Jefatura de los Servicios Geográficos en el Estado Mayor Central. Fue detenido con ocasión de los sucesos del 10 de agosto de 1932 protagonizados por el general Sanjurjo, aunque no había tenido ninguna intervención en su preparación y desarrollo.
En octubre de 1934 interviene para desarticular la Revolución en Asturias enviado por el ministro de la Guerra y el general Franco a organizar e impulsar las fuerzas en el sur de la región. Penetró por los puertos de Leitariegos, San Isidro y Tarna, en los que se habían refugiado partidas de revolucionarios que mantenían en alarma extensas zonas, y consiguió en poco tiempo la pacificación del territorio recorrido.
Al ser declarada Asturias Comandancia exenta (diciembre de 1934), fue designado comandante militar de Asturias en sustitución del general López Ochoa, cargo en el que permaneció hasta octubre de 1936.
El 22 de julio de 1935 se realizó un supuesto táctico en Riosa (Asturias, a doce kilómetros de Pola de Lena) al que asistieron el ministro de la Guerra (Gil Robles) con los generales Franco, Goded y Fanjul, y el coronel Aranda. Aquellas maniobras le dieron a Aranda un directo y completo conocimiento sobre un plan de defensa de la capital asturiana, del terreno, los accesos a la ciudad y los puntos clave de contención para un dispositivo de estrategia defensiva que proyectó a finales de 1935 y elevó a la superioridad militar y que fue hallado entre los papeles del general Goded, entonces inspector de las Fuerzas Militares de Asturias. Para probar la eficacia del plan sobre el terreno se efectuaron las maniobras de ataque y defensa en enero de 1936.
Tras las elecciones de febrero de 1936, se hizo cargo del Gobierno Civil de Oviedo Rafael Bosque Albiac, de Izquierda Republicana, quien se distinguió por su apoyo a los elementos revolucionarios y publicó unas agresivas declaraciones en la prensa comunista: “He nombrado delegados del Frente Popular en toda Asturias, los cuales realizan batidas antifascistas con buen resultado: meten en la cárcel al cura, médicos, secretarios de ayuntamientos y al que sea. Cumplen admirablemente su cometido. Algunos de los delegados son comunistas, e incluso como Fermín López, de Irán, condenados a muerte por su intervención en los sucesos de octubre. Estoy sorprendido y admirado por el celo y mesura con que cumplen su papel y vigilan las maniobras del fascismo [...] y de la Guardia Civil. Con un sentido intachable, moderno y al mismo tiempo utilitario de la justicia. El de Teverga tiene en la cárcel al telegrafista y al secretario judicial; al primero le hace atender por el día el servicio telegráfico y por la noche lo encarcela. Entre los detenidos figuraban dos canónigos de Covadonga” (Mundo Obrero, 20 de abril de 1936). Aranda terminó por expulsarle de Oviedo, utilizando su coche personal militar para evitar sus propósitos de sublevar la cuenca minera frente a la decisión del Gobierno de relevarlo a causa de sus injurias contra Calvo Sotelo. El 18 de junio, el ministro de la Gobernación anunciaba que había dimitido y el 5 de julio era nombrado en su lugar Isidro Liarte.
Por estas fechas se presentó ante Azaña para preguntarle qué medidas se iban a adoptar para contener el caos existente, recibiendo únicamente una promesa tibia de que el Gobierno no iba a permitir ser desbordado.
En un encuentro casi simultáneo con el general Fanjul y el coronel Aranda, Franco resumió —según ha testimoniado Gil Robles— la situación en esta frase: “Que cada cual declare el estado de guerra en su jurisdicción y se apodere del mando. Después ya veremos cómo nos ponemos en contacto”. Para estas fechas no existía, por lo tanto, un proyecto definitivo de sublevación. El propio Aranda hizo pública esta promesa en Gijón a la oficialidad, exigiendo de todos la mayor disciplina mientras el Gobierno se mantuviera dentro de la ley y rogando tuvieran confianza en él para elegir el momento decisivo. Al hacerse cargo Mola del mando de la trama, cuando surge la conversación sobre Asturias y sus mineros, el general exclama: “Allí está el Coronel Aranda, que me merece total confianza, estoy seguro de que no fallará”. No todos, sin embargo, coincidían en el pronóstico, pues daban en atribuirle inclinaciones izquierdistas o liberales que, pensaban, serían determinantes a la hora de decidir su posición. No podía ser grato Aranda a los responsables del proceso prerrevolucionario en que se vivía en la España del Frente Popular, buena prueba de ello es que desde hacía nueve años ocupaba los primeros puestos del escalafón sin que, tampoco ahora, el Gobierno le diera paso al generalato.
Al producirse el levantamiento del 18 de julio de 1936, puede decirse que era norma general el que el ambiente local influyera notablemente en la moral de unos y otros, favoreciendo el triunfo de quienes contaran con él; el caso de Oviedo puede considerarse una excepción en la que la previsión y la audacia de Aranda inclinaron definitivamente hacia la sublevación una ciudad que parecía destinada a convertirse en baluarte del Frente Popular. En el bando firmado el 20 de julio hacía saber los motivos de su actitud con laconismo: “Don Antonio Aranda Mata, Coronel de Estado Mayor, Comandante Militar de Asturias. hago saber: Que vista la dejación de la Autoridad ante los manejos de los enemigos de la República y de España por apoderarse de los resortes del mando, he resuelto asumir el de esta provincia y por tanto ordeno y mando [...]”.
El 18 de julio, Aranda ordena la concentración de la Guardia Civil en Oviedo y Gijón y desvía hacia Madrid a dos mil mineros tras facilitarles algún armamento.
A las seis y diez de la mañana del 19 de julio prometió al general Mola declarar el estado de guerra.
A las diez, el gobernador civil le ordena la entrega de armas a las milicias (sobre todo a los varios miles de mineros que no habían salido el día anterior), pero el coronel Aranda se niega a hacerlo y desatiende los requerimientos del Gobierno en el mismo sentido.
A media tarde tiene ya concentrada en Oviedo a la mayor parte de la Guardia Civil, abandona el Gobierno Civil, donde estaba prácticamente vigilado, y marcha a la Comandancia a preparar la salida de las fuerzas. Gracias a la decisiva intervención del comandante de Infantería Gerardo Caballero se hace con el control de la Guardia de Asalto. De madrugada son puestos en libertad los presos de derechas y se presentan los primeros voluntarios. A las diez de la mañana del 20 de julio queda declarado el estado de guerra sin encontrar mayor resistencia hasta que el triunfo del Frente Popular en la totalidad del entorno determinó el comienzo de un asedio que habría de prolongarse durante meses.
La guerra en Asturias iba a pasar a partir de ahora por tres etapas y en todas ellas tendría protagonismo destacado Antonio Aranda: la primera es la que se cierra el 17 de octubre de 1936 y se caracteriza por la defensa de los enclaves sublevados de los cuarteles de Gijón y de Oviedo, único reducto "nacional" en la provincia al caer los primeros en agosto. Por la zona occidental comenzó la penetración de columnas procedentes de Galicia que, el 17 de octubre, establecían contacto con la capital unida desde entonces, aunque todavía de manera precaria, al resto de la zona ocupada y terminando propiamente el asedio. Con fecha 1 de octubre de 1936 se le concede el empleo de general de brigada [Boletín Oficial del Estado (BOE), 2 de octubre de 1936]. En el expediente de juicio contradictorio instruido para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando, los testigos coinciden en señalar que durante el asedio la labor de Aranda descendió hasta los menores detalles y puestos más avanzados en todos los servicios de fortificación y organizaciones defensivas: “siendo su valor sereno y clara inteligencia los que han animado constantemente todo el funcionamiento de los diferentes órganos defensivos de la Plaza, que sitiada por un enemigo muy superior en número y armamento, pudo resistir hasta que fue libertada por la columna de Galicia” (BOE, 14 de enero de 1937). Con fecha de 31 de enero de 1937 es nombrado para el mando de la 8.ª División Orgánica (BOE, 4 de febrero de 1937).
La segunda etapa se prolonga hasta el 24 de agosto de 1937 y durante ella la línea del frente permanece prácticamente estabilizada, desencadenando el Ejército Popular reiterados ataques sobre Oviedo y su corredor de comunicación. Por último, con la ocupación de Santander por los "nacionales" se inicia la liquidación del frente norte que será definitiva el 21 de octubre del mismo año. Con fecha 3 de octubre de 1937 se concedía al general Aranda la Cruz Laureada de San Fernando por su actuación durante el cerco de Oviedo (BOE, 6 de noviembre de 1937). La misma condecoración con carácter colectivo se otorgó a las fuerzas defensoras de la plaza.
Terminada la campaña del Norte, Aranda cesó en el mando del Octavo Cuerpo de Ejército y asumió la jefatura del Cuerpo de Ejército de Galicia (BOE, 2 de noviembre de 1937), que se unió a las fuerzas del Cuerpo de Ejército de Castilla y a las divisiones de García Valiño y Monasterio, piezas básicas en la operación de reconquista de Teruel a comienzos de 1939.
Desde este momento interviene en las operaciones iniciadas en Aragón y que llevaron al Mediterráneo rompiendo en dos la retaguardia enemiga (abril de 1938) En la etapa final del avance, sus fuerzas conquistaron Peñíscola (29 de abril), Castellón (14 de junio) y Nules (8 de julio), donde el empuje ofensivo quedó frenado. Desde julio hasta noviembre de 1938 participó en la batalla del Ebro. Concluida la batalla, el Ejército del Norte se desglosó en dos grupos: uno que se dirigió hacia el frente catalán y permaneció a las órdenes del general Dávila; y el segundo, que se orientó hacia Valencia, con los Cuerpos de Galicia (Aranda) y Castilla (Varela), que constituyeron el Ejército de Levante a las órdenes de Orgaz.
En febrero de 1939 ascendió a general de división (BOE, 3 de marzo de 1939) y en la ofensiva de la Victoria (marzo de 1939), Aranda entró al frente de sus tropas en Sagunto y Valencia y es nombrado capitán general de la III Región Militar el 4 de julio (BOE, 5 de julio de 1939).
En junio de 1939 marchó a Alemania al frente de la Comisión Militar que acompañaba el retorno de la Legión Cóndor. El día 19 el londinense Dayly Espress publicó una entrevista en la que Aranda decía que España se mantendría neutral si Alemania iba a la guerra y, al terminar la visita, en el portugués O Diario de Norte insistía en la importancia de que España mantuviese buenas relaciones con Inglaterra “sin perjuicio de la amistad con los países totalitarios”. Una postura, por cierto, no muy diferente de la del propio Franco que desde el discurso de Churchill en la Cámara de los Comunes el 8 de octubre de 1940 se acostumbró a considerarle como el hombre de Estado más capaz de entender su política. Las discrepancias entre Franco y Aranda vendrían por el distinto ritmo a la hora de llevar a cabo la instauración monárquica y por la naturaleza de dicha forma de gobierno que Franco pensaba no debía repetir los errores del liberalismo que habían llevado a la situación de 1931-1936; eso sin olvidar la tendencia de Aranda a intervenir en conspiraciones políticas.
En julio de 1940 cesa en el mando de la Capitanía General de la III Región es nombrado director de la Escuela Superior del Ejército (BOE, 30 de julio de 1940) y presidente del Patronato Juan de la Cierva, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (BOE, 30 de octubre de 1940). Desde el 8 de enero de 1939 preside la Real Sociedad Geográfica.
En 1941 se produce una crisis política vinculada (aunque no sólo) a la evolución de la Segunda Guerra Mundial: hay una relación estrecha entre una serie de medidas tomadas desde el sector falangista del Movimiento, el viaje de Salvador Merino a Alemania y las presiones que, dentro de un clima de victoria, volvían a ejercerse sobre España. El 17 de abril de 1941, Franco acudió a inaugurar el curso de la Escuela Superior del Ejército, cuyo primer director era Aranda.
No es improbable que Franco conociese los contactos de Aranda previos a su conspiración y que le llevarían once días más tarde a la reunión con Thomsen y Bernhardt. En mayo, Franco llevaba a cabo una serie de nombramientos que constituyeron un refuerzo de influencias monárquicas en el sentido de las demandas que a mediados de enero le hiciera García Valiño, Aranda y García Escámez. Después de la crisis de mayo, las actividades de los militares monárquicos se incrementaron. En julio se formó en Madrid una Junta de cinco generales presidida por el alto comisario en Marruecos, Luis Orgaz. El 1 de agosto, Orgaz se entrevistó con Franco para hacerle llegar sus peticiones: la destitución de Serrano, la neutralidad y la inmediata restauración monárquica y el 12 Aranda se mostró todavía más enérgico. Según los informes de Von Sthorer, Serrano sostuvo ante Franco que Aranda estaba conspirando con la embajada inglesa y que de nada serviría la neutralidad para salvaguardar al régimen que los anglosajones vencedores en el conflicto mundial habrían de destruir sin reconocerle los servicios prestados.
En 1942 se le reconoce la Gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo con la antigüedad de 1 de octubre de 1936, fecha en que cumplió las condiciones reglamentarias (BOE, 19 de septiembre de 1942). Coincidiendo con una fase de mayor efervescencia y actividad de los monárquicos españoles, por un decreto con fecha 30 de noviembre de 1942 cesó en los cargos de director de la Escuela Superior del Ejército y de presidente del Consejo Superior Geográfico quedando en situación de disponible forzoso en la Primera Región Militar (BOE, 2 de diciembre de 1942).
En abril de 1944, los informes que llegaban a Franco hablaban de los intentos de formar un Bloque Nacional, o movimiento monárquico, en el interior cuya figura predominante era el general Aranda que contaba con la colaboración del ex ministro Juan Beigbeder y aspiraba a mover las voluntades militares para un golpe de Estado sin violencia. A juzgar por la conducta que adoptó con ellos, no parece que Franco los considerase peligrosos y, en realidad, existían tan fuertes discrepancias entre ellos y el peso de los viejos políticos exiliados era tan contraproducente que poco se podía esperar de estas conspiraciones de salón. En marzo de 1946, la embajada británica en Madrid comenzó a presionar a la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas para que aceptase un acuerdo con los monárquicos. Franco ordenó vigilar a los implicados, especialmente al general Aranda que parecía el más proclive a una intervención militar. Es importante señalar que nunca se procedió contra él (aunque el generalísimo disponía de pruebas más que suficientes para hacerlo) y se limitó a frenar su ascenso al grado supremo del generalato. Por otro lado, aunque las primeras negociaciones de la ANFD con los monárquicos se produjeron a través de Aranda y Beigbeder, no parece que Juan de Borbón confiara excesivamente en ambos militares: todavía pesaban en él mucho más los consejos de los viejos políticos como Sainz Rodríguez y Gil Robles. En última instancia, serían las posiciones personales de don Juan las que acabaron marginando las escasas posibilidades de posturas como las de Aranda. Así, cuando Franco y don Juan se entrevistaron en el Azor (agosto de 1948) y se acordó que Juan Carlos y su hermano hiciesen el bachillerato en España, hubo una desagradable sorpresa en aquellos que habían puesto sus esperanzas de una rápida restauración monárquica en la pronta caída del régimen. En San Juan de Luz, el socialista Indalecio Prieto y el conde de los Andes decidieron firmar un documento (28 de agosto de 1948) que hizo sentirse traicionados a los colaboradores del general Aranda: “Vicente Gay comentó que ‘la Monarquía ha muerto hoy’ y, refiriéndose a don Juan, ‘nos ha borboneado’.
Su interlocutor Maseda, recordando que aquel día, 29 de agosto, era la fiesta del martirio de san Juan Bautista, añadió: ‘es la degollación de don Juan’. Aranda hizo en público amargos comentarios anunciando que iban a hundirse juntos los dos interlocutores, y Carraleja llegó a decir: ‘Es la patada que da un amo a su criado’, refiriéndose al ilustre general defensor de Oviedo” (Suárez, 2005: 364).
En 1949, Franco parecía haber conseguido atraerse a los monárquicos con la escasa excepción de algunos sectores minoritarios que trataron ahora de reavivar sus intrigas. Los servicios informativos del Movimiento insistieron en señalar al general Aranda como cabeza del complot. El 15 de agosto, Raimundo Fernández Cuesta le visitó para decirle que se conocían todas sus actividades y que debía renunciar a dichas iniciativas. Aranda se negó y fue pasado a la reserva (BOE, 22 de agosto de 1949) en un decreto que le aplicaba la Ley de 16 de julio anterior destinada “a determinar la situación en que han de quedar quienes, sin haber alcanzado la edad para el pase a la situación de Reserva o Retirado, no conserven la integridad de facultades que el prestigio de la función y los cargos a ella inherentes requieren y que no parece aconsejable deban ser desempeñados por los mismos” (BOE, 18 de julio de 1949). Algunos de sus colaboradores fueron detenidos, interrogados e inmediatamente puestos en libertad. El 28 de octubre un grupo de compañeros le ofreció un homenaje de despedida en el Lhardy. Era la certificación de su fracaso político.
Cuando Juan Carlos de Borbón juró bandera en la Academia Militar de Zaragoza (diciembre de 1955), el general Aranda supo reconocer el acuerdo existente entre Franco y don Juan y se despidió de éste con una carta (31 de enero de 1956) en la que le acusaba de buscar el entendimiento con el régimen.
El 23 de noviembre de 1976 se le concedió el empleo de teniente general, en situación de reserva, con antigüedad de 1970. Ante los comentarios publicados en la prensa y las declaraciones de un político que quería ver en dicho acto una “rehabilitación”, el Ministerio del Ejército hizo pública una aclaración en el sentido de que el ascenso le fue conferido a petición del interesado, basada en poseer la Cruz Laureada de San Fernando y de acuerdo con la nueva Ley de Recompensas (ABC, Madrid, 25 de noviembre de 1976). Para Ricardo de la Cierva, la nota no convenció a nadie “porque la disposición que se invoca para justificar en cierta medida la muy arbitraria decisión de congelar el ascenso se dictó precisamente para ese fin; era un acto fácil de explicar el hecho, pero muy discutible en derecho, porque se trataba, formalismos aparte, de una norma confeccionada para cubrir un interés particular, cuando la esencia de las normas es amparar cada caso particular en el ámbito de los intereses generales. En suma, que el ascenso de don Antonio Aranda Mata es en cierto sentido una retractación; y en sentido pleno un reconocimiento y una reivindicación” (El País, Madrid, 1 de diciembre de 1976).
Pasó sus últimos años en el retiro de su casa madrileña de la calle de Montalbán, acompañado de su mujer y de su hija única, María Luisa, casada con el capitán de fragata Fernando Marcitllach, y padres de cinco hijas. Murió el 8 de febrero de 1979 en el Hospital Militar del Generalísimo de Madrid a consecuencia de un fallo cardíaco provocado por una crisis asmática. Sus restos fueron inhumados al día siguiente en el cementerio de Leganés (Madrid).
Obras de ~: Curso para Oficiales Interventores de Tetuán: conferencia sobre geografía de Marruecos en general y de la zona española de protectorado en particular, Tetuán, Imprenta Martínez, 1928; Geografía de Marruecos en general y de la zona española en particular: curso de perfeccionamiento de oficiales del Servicio de Intervención / conferencia del Coronel del Estado Mayor Antonio Aranda y Mata, Tetuán, Imprenta y Encuadernación Martínez, 1928; Presente y porvenir económico de Marruecos, Madrid, Imprenta del P. de H. de Intendencia e Intervención Militar, 1933; “Prólogo” a L. de Armiñán, Bajo el cielo de Levante: La ruta del Cuerpo de Ejército de Galicia, Madrid, Ediciones Españolas, 1939; Sitio y defensa de Oviedo (es tirada aparte de la revista Ejército, agosto, 1940), Madrid, 1940; Presente y porvenir de Marruecos, Madrid, Real Sociedad Geográfica, 1941; “Prólogo” a J. Villar, La motorización, Madrid, Gran Capitán Murillo, 1941; [“comentario”] a J. M. Taboada Lago, El hombre-leyenda, San Juan Bosco: (ensayo psicológico-literario), Madrid, Sociedad Editora Ibérica, 1944; “Prólogo” a J. Gavira Martín, Geografía general, Madrid, Pegaso, 1947; El arte militar, Madrid, Pegaso, 1957; “La guerra en Asturias y en los Frentes de Aragón y Levante (El Cuerpo de Ejército de Galicia en la Guerra de Liberación)”, en La Guerra de Liberación Nacional, Zaragoza, Universidad, 1961, págs. 315-352; Características geográficas de Marruecos y en especial de la zona española de protectorado (conferencia pronunciada en el Curso de Interventores en Tetuán por el coronel Aranda), Madrid, s. f.
Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Hoja de Servicios.
Gaceta de Madrid, 3 de abril y 18 de mayo de 1919; Boletín Oficial del Estado, 2 de octubre de 1936, 14 de enero de 1937, 4 de febrero de 1937, 6 de noviembre de 1937, 2 de noviembre de 1937, 3 de marzo de 1939, 5 de julio de 1939, 30 de julio de 1940, 30 de octubre de 1940, 19 de septiembre de 1942, 2 de diciembre de 1942, 22 de agosto de 1949 y 18 de julio de 1949; Mundo Obrero, 20 de abril de 1936; L. de Armiñán, Excmo. S. General D. Antonio Aranda Mata, General en Jefe de la División de Asturias, Ávila, Imprenta Católica, 1937; O. Pérez Solís, Sitio y defensa de Oviedo (Prólogo del General Aranda), Valladolid, Tipografía de Afrodisio Aguado, 1937, y Valladolid, Gráficas Afrodisio Aguado, 1938; L. de Armiñán, Bajo el cielo de Levante [...], op. cit.; M. Aznar, Historia Militar de la Guerra de España, Madrid, 1940; L. M. de Lojendio, Operaciones militares de la guerra de España 1936-1939, Barcelona, Montaner y Simón, 1940; F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco, Planeta, Barcelona, 1976; J. Cortés- Cabanillas, “¿Hablamos claro? El General Aranda, máximo superviviente de nuestra guerra”, en ABC, Madrid, 11 de julio de 1976; ABC, Madrid, 25 de noviembre de 1976; El País, Madrid, 1 de diciembre de 1976; J. A. Ferrer Benimelli, “Lo que no se ha dicho del general Aranda. Un ejemplo de represión masónica”, en Tiempo de Historia, 53 (1979), págs. 34- 49; J. M. Martínez Bande, Los Asedios, Editorial San Martín, Madrid, 1983, págs. 201-262 y 337-343; C. de Arce, Los generales de Franco, Barcelona, Mitre, 1984; J. Arrarás, Historia de la Cruzada Española, vol. III, Madrid, Datafilms, 1984, págs. 585-609; M. Rubio Cabeza, Diccionario de la guerra civil española, Planeta, Madrid, 1987; F. Ruiz Cortés y F. Sánchez Cobos, Diccionario biográfico de personajes históricos del siglo xx español, Madrid, Rubiños-1860, 1998, págs. 137-139; J. Arencibia Torres, Diccionario biográfico de literatos, científicos y artistas militares españoles, Madrid, EyP Libros Antiguos, Madrid, 2001, págs. 25-26; L. Suárez, Franco, Ariel, Madrid, 2005.
Ángel David Martín Rubio