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Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla

Biografía

Fernández de Cabrera y Bobadilla, Diego. Conde de Chinchón (III). Chinchón (Madrid), p. m. s. XVI – Madrid, 23.IX.1608. Tesorero general de la Corona de Aragón, mayordomo de la Casa Real y consejero de Estado, Guerra, Aragón e Italia.

Diego Fernández de Cabrera y Bobadilla fue el hijo primogénito de Pedro Fernández de Cabrera, II conde de Chinchón desde 1522, y de Mencía de la Cerda y Mendoza, tía de la célebre Ana de Mendoza, mujer de Ruy Gómez de Silva. Fueron sus hermanos Andrés Cabrera, que se entregó a la carrera eclesiástica y ocupó el arzobispado de Zaragoza; Hernando, incapacitado mentalmente, que estuvo recluido en los dominios señoriales de la Casa, sustentado por una renta que le dejó su madre; Pedro, que se dedicó a las armas, perdiéndose en la defensa de la Goleta de 1573; Teresa, que casó con el conde de Lemos; Mencía, desposada con Martín Cortés, II marqués del Valle, y Ana, que fue dama de la Reina.

Han llegado pocas noticias acerca de la primera etapa de la vida de Diego, aunque se sabe que nació en la villa de Chinchón. Sus primeros pasos en el servicio del Rey los dio en jornadas de guerra. Algunos cronistas señalan su participación en las campañas militares contra Francia de la década de los cincuenta y en el socorro de Mazalquivir de 1563. Posteriormente se asentó en la Corte para asistir a su padre en sus oficios, hasta el punto de que, en 1571, se rumoreó que le iba a traspasar la Tesorería General de la Corona de Aragón, que le daba acceso a los consejos de Aragón e Italia, y que su padre disfrutaba desde 1558, gracias a su relación con el portugués Gómez de Silva. Durante este período se inició en los entresijos del Gobierno y en las intrigas y maniobras palaciegas, en las que llegó a ser consumado especialista.

En el año del fallecimiento de su progenitor, 1576, la lucha por el poder en la Corte castellana estaba viviendo un momento delicado, con el enfrentamiento de dos facciones claramente antagónicas. De un lado, el grupo encabezado por el secretario Mateo Vázquez, que había heredado de Diego de Espinosa todo el equipo de servidores y una ideología confesionalista específica de la Monarquía hispana; y por el otro se encontraba la facción liderada por Antonio Pérez, la “facción papista”, cuya ideología política y religiosa se identificaba con un catolicismo universal muy unido a los intereses de Roma. Diego se integró desde los primeros momentos en el círculo del secretario Vázquez de Leça.

La herencia que el nuevo conde recibió de su padre consistía no sólo en el título y estados, sino en un determinado espacio político, cuyo principal activo radicaba en el disfrute de la gracia que el Monarca le había dispensado a su padre, y en la estrecha relación que le había unido al secretario personal del Rey, Mateo Vázquez de Leça, cabeza, a la sazón, del denominado “partido castellanista”. Al tiempo que ponía su vida y hacienda al servicio del Rey, el conde de Chinchón acudió a su persona para asegurase la sucesión en la Tesorería de Aragón, que había adquirido en los últimos tiempos un significativo componente político. El secretario no le defraudó, a pesar del retraso en el despacho del título —finales de 1576—, debido a que Felipe II consideró oportuno acometer una reforma del oficio, ganándose a través de sus gestiones el eterno agradecimiento del nuevo conde.

Durante los primeros meses ejerció de manera personal con gran celo las funciones del cargo, aprendió a conocer las diferentes fuentes de renta de que disponía el Monarca en los reinos aragoneses e italianos, administrándolas para satisfacer prontamente los menores requerimientos del Monarca, así como los conocimientos técnicos del oficio, en especial sobre la acuñación de moneda, lo que le proporcionó una base y unas nociones que le sirvieron a la postre para ejercer un dominio casi absoluto sobre los temas que afectaban a la Corona de Aragón y a Italia.

Entre 1578 y 1583, beneficiándose en especial de su participación en la jornada portuguesa, Diego Fernández puso todo su empeño en el servicio real y en la destrucción de sus enemigos políticos, en especial de Antonio Pérez (Felipe II decretó su arresto el 28 de julio de 1579); esfuerzos que le auparon a la máxima confianza del Soberano como principal componente de los consejos de Aragón y de Italia, y participando en la deliberación de diversas materias de gobierno.

Además, recibió el nombramiento de mayordomo de la Casa borgoñona del Rey, como lo había sido su padre, manteniendo de esta manera la costumbre, más que por cualquier otro tipo de normativa, de conceder este principal cargo palatino a los tesoreros de la Corona de Aragón. Como mayordomo de la Casa Real ejerció un papel central en la formación de la Casa del príncipe Felipe y de las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Con tal disposición de servicio, que sin duda debía de agradecer el Monarca, no es de extrañar que su nombre en clave en los despachos cifrados fuera “solicitud”.

A partir de los primeros meses de 1584 se vislumbraban en la Corte los inicios de una nueva forma de tratar los asuntos de gobierno. El Rey comenzó a requerir la participación más directa en la administración a las personas merecedoras de su máxima confianza.

Se configuró, con la práctica del despacho cotidiano a lo largo de este año, una cúpula de gobierno, de carácter “político”, que fuera capaz de dirigir a los técnicos, confinados a partir de entonces en los Consejos y Audiencias. Esta situación se articuló un año después, tras la celebración de las Cortes de Monzón, al parecer siguiendo las recomendaciones del obispo de Canarias, Melchor de Yebra, aunque no empezó a institucionalizarse como órgano hasta finales de 1588 o comienzos de 1589, encarnándose durante algún tiempo en lo que se dio en denominar “Junta de Noche”; que significó el regreso de la nobleza a las posiciones que le correspondían por derecho en una sociedad corporativa.

Pero no fue la alta nobleza, ni siquiera una mayoría de nobleza titulada la que formó parte de esta junta: en un primer momento, Juan de Zúñiga, Juan de Idiáquez, Cristóbal de Moura y el III conde de Chinchón; con la adición posterior del marqués de Velada y el conde de Fuensalida en un segundo plano, fueron sus integrantes. Gracias a esta posición privilegiada apareció, desde entonces, como un gran patrón cortesano al margen de su antigua amistad con el secretario Mateo Vázquez, relegado por las nuevas estructuras de gobierno.

Como cabía esperar, este progreso personal y político le convirtió en el blanco de los ataques de sus adversarios, que disponían de un arma muy poderosa.

Se hace aquí referencia al dudoso linaje de Andrés Cabrera, I marqués de Moya —tronco original de los condes de Chinchón, pues el primer conde, Fernando, fue el segundo hijo de Andrés Cabrera—.

En concreto, existían serias dudas sobre la limpieza de sangre de Pedro López de Madrid, padre el marqués.

Este oscuro negocio fue utilizado por sus rivales políticos para causarle el mayor daño posible, lo que tuvo repercusiones en su carrera, en un momento en el que empezaba a descollar en la Corte, influyendo, por ejemplo, negativamente en su entrada en el Consejo de Estado. En febrero de 1589 se declaró oficialmente la limpieza de sangre de su familia, aunque la intranquilidad del conde quedó palpable al intentar, días después de la muerte de Mateo Vázquez, la recuperación de los papeles de este negocio a fin, como el mismo Felipe II puso de manifiesto, de “quemarlos [que] creo que para esto los debe querer”.

Mientras vivió el Rey Prudente, Diego de Cabrera y Bobadilla disfrutó de la gracia real, y no sólo intervino en las cuestiones aragonesas, a pesar de la degradación continua de la situación del reino, e italianas, sino que participó en toda clase de materias, como lo demuestra el hecho de su entrada en la Junta de Obras y Bosques, llegando a controlar su actividad, convirtiendo a su secretario Juan de Ibarra en deudo suyo; en las cuestiones relativas a la guardia alemana y los arqueros de corps, en la elaboración de la pragmática en 1586 de los “Títulos y Cortesías” con el fin de instituir una reglamentación de los tratamientos que se debían de dar según el rango y posición, que estuvo promovido por los miembros del grupo “castellanista” para ser utilizado como herramienta para incrementar su influjo en la Corte y que mereció el establecimiento de una junta especial desde el mes de mayo de 1583; en la elaboración de la nuevas ordenanzas de la Cámara de enero de 1588 y en diversas juntas de moriscos, por señalar las más destacadas. Tan sólo las andanzas de Antonio Pérez en Zaragoza hacia 1590, tras huir del castillo de Turégano, y el fallecimiento de su primogénito le procuraron un profundo disgusto, cayó gravemente enfermo y se retiró temporalmente de los negocios de gobierno. Tras recuperar el protagonismo perdido durante los meses anteriores, Chinchón tomó las riendas de las denominadas “alteraciones aragonesas” y, tras la huida de Antonio Pérez a Francia, se resolvió la intervención militar que suponía el restablecimiento de la autoridad real.

A lo largo de estos años, Fernández de Cabrero disfrutó de muchas mercedes. Fue nombrado Tesorero de la Casa de la Moneda de Segovia y además, tras el fallecimiento del duque de Alba, mayordomo mayor de la Casa Real, en Lisboa en 1582, el Rey decidió no cubrir este cargo, por lo que el conde, como uno de los mayordomos más antiguos, ejerció los cometidos de este importante cargo palatino en un significativo número de ocasiones. En cualquier caso, parece que al menos durante el último decenio del reinado los únicos mayordomos en activo en la Corte fueron los condes de Fuensalida y el propio Chinchón. En 1593 se le hizo del Consejo de Estado, aunque se le negó el asiento en el de Guerra, se le integró en la Junta de Gobierno y se le nombró testamentario del Rey. Un año después, tras el fallecimiento del cardenal Quiroga, ocupó la presidencia del Consejo de Italia hasta 1596 de manera interina. En ese mismo año, el 29 de julio, se le concedió la encomienda de Monreal de la Orden de Santiago, que había dejado vacante Juan de Idiáquez.

Sin embargo, la muerte de Felipe II supuso su caída de la cúpula que gobernaba la Monarquía hispana.

Chinchón se convirtió en presa fácil para los nuevos patronos de la Corte, que no sólo le arrinconaron, sino que utilizaron su intervención en los sucesos de Aragón para someterle a una visita en donde se le imputaron hasta un total de dieciséis cargos, a pesar de que en un primer momento se le franqueó el paso para el Consejo de Guerra, dentro de la profunda renovación que conoció el gobierno, y mantuvo su posición en la Casa Real al recibir el 23 de diciembre de 1601 la orden de proceder a la comprobación contable de las actividades del tesorero de la Casa Francisco Guillamás Velázquez. Aunque no debió emprenderse la tarea con demasiado entusiasmo y, el 1 de mayo de 1606, Felipe III decidió crear una comisión para que tomara las cuentas, formada por Pedro de Bañuelos, entonces contador de rentas, Antonio González de Legarda, contador de la razón, y Mateo Ferro, teniente del tesorero general de la Corona de Aragón.

Con todo, la poca simpatía que le generaba al duque de Lerma, la restricción en el acceso al Monarca y el odio universal que tenía en Aragón le supuso su retirada, sumido en una profunda depresión por el ambiente hostil que le rodeaba, a sus estados durante cierto tiempo, siendo el miembro del antiguo equipo de gobernantes que salió peor parado.

No obstante, después de haberse mantenido durante tantos años cerca del Rey, disfrutando de su “gracia” y, en consecuencia, ejerciendo el poder con todos los privilegios y cargas que esto conllevaba, y el afán de asegurar el futuro político de su heredero, Luis Gerónimo, no podía resignarse a su nuevo estado, por lo que se dispuso a contribuir de nuevo en las tareas de gobierno, plegándose a los nuevos dueños de la situación.

Llegó incluso a encomendar en su testamento a la buena voluntad de los duques de Lerma y Cea la sucesión en su heredero de todos los oficios que él había ostentado. En este sentido sus esfuerzos no fueron vanos, ya que en 1613, cuando alcanzó la mayoría de edad, Luis Gerónimo tomó posesión del cargo de tesorero general de la Corona de Aragón, iniciando una larga carrera que le llevó al virreinato del Perú.

En febrero de 1602 salió absuelto de todas las acusaciones que se vertieron durante la visita que se le realizó en el gobierno de los asuntos de Aragón. Eran apenas tres, testimoniales, pero que le hicieron mucho daño: favorecer a un contador suyo para que fuese nombrado canónigo de la basílica del Pilar de Zaragoza, consultar con el Rey sin acuerdo del Consejo el obispado de Teruel y haber demorado la provisión del cargo de bayle general de Valencia. Con todo, siguió asistiendo a las sesiones de los organismos a los que pertenecía. Entró de nuevo con regularidad en los consejos de Estado y de Guerra, mantuvo sus funciones de tesorero de Aragón, aunque mucho más restrictivas, así como en la Junta de Obras y Bosques, por la amplia experiencia que había reunido, evidentemente sin el menor asomo de la influencia que había disfrutado durante la centuria anterior.

Pero, a pesar de sus esfuerzos por continuar sus labores en el gobierno de la Monarquía con la misma vitalidad de siempre, y Bobadilla era ya un hombre viejo. Consciente de que se acercaba su final, otorgó testamento en Madrid el 12 de mayo de 1607 y dispuso las condiciones y el lugar de su entierro, en la capilla mayor de la iglesia de Chinchón. Falleció en Madrid el 23 de septiembre de 1608.

 

Bibl.: A. López de Haro, Nobiliario genealógico de los Reyes y títulos de España, Madrid, 1622 [reprod. fasc., Orrobaren (Navarra), Wilsen, 1996, vol. II, pág. 157]; F. Pinel y Monroy, Retrato del buen vasallo, copiado de la vida y hechos de D. Andrés de Cabrera, primer marqués de Moya, Madrid, Imprenta Imperial, por Joseph Fernández, 1677 (ed. facs. Moya, Cuenca, El Toro de Barro-Asociación Amigos de Moya, 1992); N. del Nero, Chinchón desde el siglo XV, Madrid, Imprenta Provincial, 1958, pág. 122; F. Marías, “El Monasterio de la Inmaculada de Chinchón y Nicolás de Vergara el Mozo. El castillo de Villaviciosa de Odón y los arquitectos reales”, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, vol. 17 (1980), págs. 253-275; S. Fernández Conti, “La nobleza cortesana: don Diego de Cabrera y Bobadilla, tercer conde de Chinchón”, en J. Martínez Millán (dir.), La Corte de Felipe II, Madrid, Alianza Editorial, 1994, págs. 229-270; S. Fernández Conti, “Cabrera y Bobadilla, Diego, III conde de Chinchón”, en J. Martínez Millán y C. J. de Carlos Morales (dirs.), Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía Hispana, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1998, págs. 337-338; J. Martínez Millán, “Las luchas por la administración de la gracia en el reinado de Felipe II. La reforma de la Cámara de Castilla, 1580-1593”, en Annali di Storia moderna e contemporánea, 4 (1998), págs. 31- 72; S. Martínez Hernández, El marqués de Velada y la corte en los reinados de Felipe II y Felipe III. Nobleza cortesana y cultura política en la España del Siglo de Oro, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2004, págs. 367-368, 374 y 382.

 

Santiago Fernández Conti y Félix Labrador Arroyo

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