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Francisco Zapata de Cisneros

Biografía

Zapata de Cisneros, Francisco. Conde de Barajas (I). Madrid, p. t. s. XVI – Barajas (Madrid), X.1591.

Gobernador del marquesado de Villena, corregidor de Cuenca, corregidor de Córdoba, asistente de Sevilla, mayordomo mayor de la reina doña Ana y de sus altezas, presidente del Consejo de Órdenes Militares, presidente del Consejo Real.

Hijo de Juan Zapata y Osorio (V señor de Barajas, la Alameda, Rejas y Torrejoncillo) y de María de Cisneros, su vinculación con la corriente espiritual “mística” comenzó ya por su madre, sobrina del cardenal Cisneros, como hija de su hermano Juan Jiménez de Cisneros y de Leonor Zapata.

Seguidamente ocupó el corregimiento de Córdoba, en el que supo atraerse la atención de los patrones cortesanos gracias, por una parte, al suntuoso recibimiento que dispensó al Rey y al cardenal Espinosa —desplazados a la ciudad en 1570 (donde se celebraron cortes) para estar más próximos al revuelto Reino de Granada— y al reparto de dones y regalos entre los cortesanos más señeros. Y por otra, a la intervención a su costa de los caballeros cordobeses en la guerra de las Alpujarras, trasladándose posteriormente al escenario del conflicto para participar en la deportación de la población morisca al interior de Castilla. En busca de pago a tan difícil misión, Zapata de Cisneros pasó a la corte y en espera de plaza de asiento, se benefició de la inestabilidad de las plantillas de las casas reales para ejercer de forma episódica funciones de mayordomo mayor tanto de la Reina —por ejemplo durante el bautizo del príncipe don Fernando el 16 de diciembre de 1572—, como del propio Rey, junto a los condes de Fuensalida, Priego y Chinchón.

Al mismo tiempo, al heredar el estado de su padre en 1572 recibía el título de Conde. Pero, como auguraba la situación de su valedor, el cardenal Espinosa, Zapata hubo de sufrir su alejamiento de la corte como asistente y capitán general de Sevilla en sucesión del conde de Priego, plaza para la que debía estar nombrado antes del óbito del presidente de Castilla en septiembre de 1572. En este nuevo destino se intensificó su relación con los herederos políticos del cardenal, al advertir Mateo Vázquez la utilidad que podía obtenerse del flamante conde para vigilar la red de intereses tejida por su patrón desde que ejerciera como oidor en la audiencia de los Grados. El acceso a la corte del conde de Barajas coincidió con la peoría del enfrentamiento cortesano tras el asesinato de Escobedo. Ante sus eficaces servicios en Sevilla y conociendo seguramente el secular enfrentamiento de su linaje con el de Antonio Pérez —en el curso de las disputas civiles aragonesas de los siglos XIV y XV— el secretario reclamó su presencia en la ardua culminación de la disputa. Como cobertura legal que escamotease sus maniobras, le incluyó el 20 de febrero de 1579 en una lista de candidatos para suceder como mayordomo mayor de la reina doña Ana al marqués de los Vélez, cuya desgracia vaticinó la del secretario Pérez. La elección de Zapata para el cargo, el 10 de abril de 1579, a cuyo satisfactorio ejercicio inicial se supeditó la adición de los de ayo del príncipe don Diego y mayordomo mayor de las infantas, habló a las claras del decaimiento del partido papista. La labor del conde de Barajas contra Pérez tomó forma el 9 de julio de 1579, al recibir con aprobación real una instrucción de Mateo Vázquez para “componer enemistad de tan mal exemplo”. Aunque desconocemos los detalles, su intervención fue intensa y eficaz, pues veinte días después el secretario de Estado era detenido con el exclusivo conocimiento previo del Conde y el confesor Chaves. Si este desenlace fortaleció la “amistad” cortesana entre Barajas, Mateo Vázquez y el confesor Chaves, por otro lado provocó un distanciamiento insalvable entre Barajas y la nobleza “papista” representada en los Mendoza, que a los pocos años demostraron no haber olvidado la mutación de Barajas.

Tras formar parte de la jornada lusa hasta la muerte de la reina (26 de octubre de 1580), tomó posesión de la presidencia de Órdenes el 9 de enero de 1581, en sucesión de Antonio de Padilla. En su proceder como tal, pronto se evidenció su distancia política con Antonio de Pazos, presidente del Consejo Real. La satisfacción de sus socios con su labor convirtió al conde de Barajas en candidato para la promoción a cargo de mayor fuste. Después de considerarse su paso a la presidencia de Indias, terminó cubriendo la baja del propio Pazos al frente del Consejo Real por título firmado en Lisboa el 25 de octubre de 1582. La designación se consumó previa aceptación por parte del designado de la atribución a la Cámara de Castilla de la provisión de oficios de justicia, hasta entonces uno de los baluartes del patronazgo de los presidentes de Castilla. En actitud que incomodó al Rey, el conde renegó de la reforma una vez en el cargo, solicitando antes de su entrada en vigor la resolución de una extensa propuesta de candidatos elevada al rey el 4 de diciembre de 1582, la concesión del voto en la cámara y la conservación de la provisión de corregidores. Pero la inminencia de la postergada jornada aragonesa contribuyó a demorar la reforma.

La coincidencia de la obsesión del conde por emparentar con la vieja nobleza castellana —desaprobada por el Rey— con los preparativos de la jornada aragonesa empeoró la desventajosa posición que la dinámica cortesana y el atasco del Consejo Real le conferían. Por la corte se fue extendiendo la creencia —originada en el confesor— de que su ambición no era buen ejemplo para príncipe e infantas y tal estado de opinión desembocó en su permanencia en la corte, mientras el rey se encaminaba a Zaragoza. Como consuelo, se le concedió plaza en el consejo de Estado, que había implorado repetidamente a lo largo de 1583 y 1584 invocando la costumbre del acceso de los presidentes del Consejo Real “de capa y espada” y a cuyo fin había consumado eficaces servicios. Pero al día siguiente de iniciado el viaje real, el Rey decidió en su propio estado la sustitución del conde como mayordomo mayor de sus Altezas por el comendador mayor Juan de Zúñiga. Culminaba así su elusión cortesana, ejecutando en Madrid las ordenes emitidas desde la corte itinerante y atendiendo tanto al despacho como a sus oponentes políticos, según se desprende de su apelativo en la cifra con el secretario Mateo Vázquez: “vigilancia”.

Aunque la reforma de la Cámara aún habría de esperar, en los meses que siguieron al regreso del Rey se intensificó la posposición de Barajas en el gobierno al tiempo que tomaba sazón su apartamiento.

Según explicaba el conde de Chinchón a Mateo Vázquez el 31 de diciembre de 1587, en el seno de la Junta de Noche —cauce de control del gobierno por los favoritos del rey— “mucho se tornó a platicar sobre si no convenía hazer mudança en lo de la justicia criando de nuevo aquel presidente, y por cierto que se hallan algunas conveniençias en ello tan dignas de consideración que podría ser mover a Su Magestad para en este caso”. Tan sólo una semana después se formalizaba la reforma de la Cámara y empezaban a pergeñarse soluciones para el caótico Consejo Real, cuya supervisión quedó entre las atribuciones de la Junta. En esta situación, el marqués de Mondéjar delató la violación del secreto por algún miembro del Consejo Real, al dar señales de conocer la sentencia criminal en su contra por dar muerte a un criado dos años antes. Ello determinó a Felipe II a reconducir el organismo y remover a su presidente.

En manifestación de la misma preocupación por la eficacia jurisdiccional que llevó a encomendar la indagación de las disensiones en el seno del Consejo de Órdenes al arzobispo de México, el licenciado Juan Gómez y el confesor Chaves, se les encargó —junto al cardenal Quiroga— una visita al conde y su secretario, Antonio de Paredes, cuyos resultados recomendaron su destitución. Ante tal resolución, Barajas fue destituido el 4 de marzo de 1591 y abandonó discretamente la corte en dirección a su cercano estado, en la madrugada del 4 de abril, donde falleció en octubre.

 

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Ignacio Javier Ezquerra Revilla

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