Zayas, Gabriel de. Écija (Sevilla), 1526 – Madrid, 13.VII.1593. Secretario de Estado de Felipe II.
Hay que situarlo en el linaje de los Zayas establecidos en Andalucía —Écija y Córdoba— desde la época de la conquista. Su hermano Tomás de Zayas era el “veedor de la gente de guerra en Granada”. Clérigo de la diócesis de Sevilla desde 1946, pero no consta que hubiese recibido órdenes. Al tiempo de su tonsura clerical, cuando tenía veinte años, entró como oficial en la Secretaría del príncipe Felipe. Siguió al príncipe en sus viajes. Él mismo informa de que estuvo en Inglaterra los años 1554-1555, en el séquito que acompañaba a Felipe II en su enlace con María Tudor. Zayas entra en la vida política a la sombra del secretario real Gonzalo Pérez, que le otorga una creciente confianza y se refiere a él como “mi criado” —Zayas a él como “mi Señor”— y termina designándolo, junto a su hijo Antonio y a Juan Luis de Alzamora, su albacea testamentario.
A la muerte de Pérez, el 12 de abril de 1566, que afectó profundamente a Gabriel, el nuncio Castagna informa a la Santa Sede de que hace tiempo que Zayas está de hecho al frente de la Secretaría de Estado y que “se crede restará al suo loco”. Sin embargo, después de la muerte de Gonzalo, su hijo, el célebre Antonio Pérez —que contaba entonces veinticinco años—, comienza a acreditar también la firma del Rey. Desde el 19 de octubre de 1566 ambos —Gabriel y Antonio— entraban ya en las sesiones del Consejo de Estado, aun sin tener el título de secretarios reales, que el Rey les confirió finalmente con fecha de 17 de julio del año siguiente. Zayas, según Marañón, que lo toma de Cabrera de Córdoba, influyó notablemente en la designación de Antonio “por gratitud a la memoria de su padre Gonzalo [...]; perjudicándose él, pues la secretaría íntegra debía haber pasado a sus manos”. Y, sin embargo, la ambición de Antonio Pérez puso en graves aprietos a Zayas casi desde el principio: ya en 1568 aparece hablando confidencialmente a Francés de Álava de “la insolencia y los excessos de mi colega”.
El plan de Felipe II era dividir en dos la Secretaría de Estado —Gonzalo Pérez fue, según Pellicer citado por Arteaga, el “primero y único Secretario de Estado”— y con fecha de 8 de diciembre de 1566 el Rey ejecutaba el plan, asignando a Zayas los asuntos “de esa Embaxada [la de Francia] y de las de las Cortes del Emperador e Inglaterra” y a Antonio Pérez los negocios de Italia.
Zayas fue un hombre notable en la política de Felipe II precisamente en ese período comprendido entre 1566 y 1578. En la línea del duque de Alba, él se ocupaba de preparar a Felipe II las resoluciones en los temas de “el Norte”: Francia (con Flandes), Alemania e Inglaterra: Europa casi, podría decirse hoy. Antonio Pérez tenía, “el Sur”: los “negocios de Italia” —las relaciones con la Santa Sede y las repúblicas italianas—. Pero en 1576, por presiones de Juan de Austria —que se movía en la línea de Éboli y ahora de Antonio Pérez—, se le había quitado a Zayas en beneficio del hijo de Gonzalo buena parte de la negociación de Flandes. La ambición de Pérez iba siempre a más y crecía su enfrentamiento con Mateo Vázquez, el poderoso secretario personal de Felipe II. Zayas, que era buen amigo de Vázquez, se vio metido sin buscarlo en la tormenta de los años 78 y 79. Proyectaba el Rey entregar de nuevo a una misma persona los dos negociados de la Secretaría de Estado, separados a la muerte de Gonzalo Pérez. Antonio Pérez pretendía acumular además la Secretaría del Consejo de Italia, que había vacado por muerte del comendador Diego de Vargas. El Rey parecía dispuesto en un primer momento a dársela (marzo del 79), aun sabiendo que la acumulación ponía en manos de Pérez la totalidad de los asuntos de Italia. Pero, aconsejado al parecer por el conde de Chinchón, terminó ofreciendo a Pérez hacerse cargo de los dos negociados de la Secretaría de Estado —dejaba Zayas el del Norte— y a éste fue al que dio Su Majestad la Secretaría del Consejo de Italia. Pérez lo estimó una derrota. En julio escribía Vázquez: “Zayas y Antonio Pérez diz que no se hablan”. Zayas juró su puesto como secretario para el Consejo de Italia el 13 de julio de 1579 y el día 28 era arrestado Antonio Pérez.
Con todo, la operación entre los años 1576-1579, que acabó con la caída de Antonio Pérez, no fue un triunfo de Zayas. Es indudable que Juan de Idiáquez era el que había sustituido a Antonio Pérez en los grandes negocios de Estado, y no Zayas, cuya estrella declinó con el tiempo: Vázquez y Pérez, primero, y después Vázquez e Idiáquez, eran los secretarios fuertes ante el Rey. Zayas, también por su carácter, más bien tímido, siempre estuvo en la segunda fila en medio de las turbulencias de Estado.
Incluso el nombramiento para Italia venía acompañado de una especie de “coadjutor”. Felipe II —al terminar la Instrucción para el cargo— le dice a Zayas que, “porque por vuestra edad e indisposiciones no podreys todas vezes assistir en Consejo, ni leer ni decretar lo que se acordare”, ha pensado que colabore con él y entre en Consejo Francisco de Idiáquez, al que acaba de nombrar secretario real a estos efectos. Como se ve, debía de estar envejecido —con sólo cincuenta y tres años—, su salud no era buena y se pensaba ya en la sucesión. Pero Zayas aguantó bien y relanzó su actividad. Al ser nombrado para el Consejo de Italia en 1579 compró en la Villa y Corte la casa en que vivió hasta su muerte. En los inventarios del testamento se la describe así: “unas casas principales en que el dicho secretario bivía, que son en la parroquia de San Pedro en esta villa, en la calle que solían nombrar de la Magdalena, que va de la Puerta Cerrada a la Puerta de Moros y alindan de la una parte con casas de doña Catalina de Soto y de otra casas de doña Catalina de Uydobro, y por las espaldas con la muralla de la Villa”. En esta casa —” que le costó 3.400 ducados y ha gastado en ella más de otros 1.600”—era donde tenía instalada la oficina de la Secretaría real, y como en ella vivía también Alonso de Zayas, allí se continuó trabajando, muerto Gabriel, hasta que el Rey en 1595 creó la triple secretaría de Milán, Nápoles y Sicilia. Así se describe una de las piezas del inventario: “dos cofrecillos encorados, el uno lleno de legajos de villetes de Çayas mi señor al Rey con su respuesta”. ¿Dónde se encontrará hoy este tesoro? Al morir Zayas había en su casa una treintena de “ymaxines y pinturas”, entre ellas, claro está, retratos del Emperador, de Felipe II y del duque de Alba.
Desde 1579, y siempre en aquella casa, sirvió hasta su muerte la Secretaría del Consejo de Italia y el Rey le entregó además la de Portugal, adonde Zayas se trasladó con don Felipe en los años 1580-1583. Su salario era de 100.000 maravedíes y tenía otras rentas eclesiásticas (1.000 ducados en Cuenca, 400 en Sevilla, 200 en Pamplona). Desde finales de 1592 estaba ya enfermo en cama y otorgó testamento. El 7 de julio de 1593 lo completó con un codicilo y el 13 entregaba su alma al Señor. Se sabe, por sus disposiciones testamentarias, que dotó una capellanía perpetua en el Hospital de San Lucas y San Nicolás, de Alcalá de Henares, en cuya capilla fue enterrado y al que donó además una hermosa colección de reposteros.
Vázquez de Prada —que conoce como pocos a los hombres de Felipe II— ha calificado a este secretario de Estado como hombre justo y honrado. Era un patriota al estilo de la época y —en expresión de Cabrera de Córdoba— “secretario fidelísimo” al Rey, “diestro y muy religioso”. Francés de Álava, el embajador en París, decía de él que era “dechado para todos los de su profesión”. Una idea del crédito que tenía ante Felipe II se ve en el hecho de que éste en 1568 lo incluyera entre la media docena de españoles que podían ser candidatos para el capelo cardenalicio.
Dentro de los dos partidos o líneas de acción política en la época de Felipe II, que capitaneaban el príncipe de Éboli Ruy Gómez de Silva y el duque de Alba Fernando Álvarez de Toledo, Zayas militaba sin duda en el que acaudillaba el duque, al que admiraba profundamente y con el que llegó a tener una gran amistad y trato confidencial. De ahí su difícil postura ante las críticas de Francés al de Alba.
Zayas unía a la fidelidad una devoción grande a la Sede Apostólica, a la que buscaba apoyar cuanto podía desde sus importantes posiciones en la Corte del Rey católico. Todos los nuncios en Madrid, desde Juan Bautista Castagna —con el que tuvo una gran amistad—, daban testimonio a Roma de la bondad del secretario real. Escribía Ormanetto en 1572: “Egli è huomo che a faticato et fatica tutta via per il benefitio publico, essendo Secretario di Stato”.
Zayas fue buen humanista como su maestro Gonzalo Pérez. Por sus disposiciones testamentarias se sabe asimismo que estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, con la que mantuvo un estrecho vínculo, que no quiso interrumpiera ni siquiera la muerte: en aquella villa —dice en su testamento— “me mando sepultar por aver sido hijo de aquella Universidad y tenerle grande amor e voluntad”. Hay constancia de que tenía una buena biblioteca y de que mantuvo abundante intercambio cultural y literario con los mejores humanistas de su tiempo: tuvo estrecha relación con Juan de Verzosa, con Cristóbal Plantino, con Diego Hurtado de Mendoza, con Calvete de Estrella, con Pedro de Fuentidueñas, etc.; era amigo personal de Arias Montano —se conserva la correspondencia de ambos—, de Jerónimo de Zurita, de Ambrosio de Morales, “amigo y hermano del tiempo de los estudios”. La amistad era recíproca y viene testificada con hermosas palabras por el maestro Morales. Es precisamente la abundante correspondencia de Gabriel de Zayas, editada y no editada, la principal fuente documental para el estudio del personaje. El elenco de las cartas de Zayas ya publicadas en la Colección de documentos inéditos para la historia de España puede verse en Escudero (1969: notas a pie de página, passim). Asimismo, en los legajos de las secciones Estado y Consejo de Italia del Archivo General de Simancas, al igual que en el Instituto Valencia de Don Juan y en el Archivo Zabálburu, hay otras muchas cartas suyas, “que debidamente estudiadas y publicadas acabarían de perfilar la personalidad de Gabriel de Zayas, el cual espera la mano del investigador que lo dé a conocer en su integridad” (López de Toro, 1945: 196).
Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Secretaría de Estado, serie K (actividad profesional, 1566-1579); Consejo de Italia (1579-1593).
[correspondencia de ~], en M. Fernández de Navarrete, M. Salvá y P. Sainz de Baranda, Colección de documentos inéditos para la historia de España, Madrid, Viuda de Calero, 1842, passim (en J. A. Escudero, Los Secretarios de Estado y del Despacho, Madrid, Instituto de Derecho Administrativo, 1969, notas a pie de página, passim, 4 vols.); [otra correspondencia de ~], en L. Cabrera de Córdoba, Felipe Segundo, rey de España, Madrid, Impr. Aribau, 1876-1877, 4 vols.; E. López de Toro, Las epístolas de Juan Verzosa, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1945 (Clásicos Españoles, II); A. González Palencia, Gonzalo Pérez, Secretario de Felipe II, Madrid, Instituto Jerónimo Zurita, 1946, 2 vols.; G. Marañón, Antonio Pérez. El hombre, el drama, la época, Madrid, Espasa-Calpe, 1958, 2 vols.; J. A. Escudero, Los Secretarios de Estado y del Despacho, Madrid, Instituto de Derecho Administrativo, 1969, 4 vols.; P. Rodríguez y J. Rodríguez, Don Francés de Álava y Beamonte. Correspondencia inédita de Felipe II con su Embajador en París (1564-1570), San Sebastián, Sociedad Guipuzcoana de Ediciones, 1991; P. Rodríguez, “Gabriel de Zayas (1526-1593)”, en Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV. Historia Moderna (Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia), t. IV (1991), págs. 57-70; G. Fernández-Gallardo Jiménez, La supresión de los franciscanos conventuales de España en el marco de la Política Religiosa de Felipe II, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1999; J. A. Escudero, Felipe II. El Rey en el Despacho, Madrid, Universidad Complutense, 2002; V. Vázquez de Prada, Felipe II y Francia (1559-1598). Política, Religión y Razón de Estado, Pamplona, Eunsa, 2004.
Pedro Rodríguez