Inza Aysa, Joaquín. Ágreda (Soria), 19.VII.1736 – Madrid, 13.II.1811. Pintor.
Artista nacido, en 1736, en la localidad soriana de Ágreda, hijo de Felipe Inza, modesto pintor, y de Rufina de Aysa, Joaquín fue bautizado, acto seguido, en la iglesia de San Juan Bautista, trasladándose muy joven con su familia a Zaragoza. Allí llevó a cabo su primera formación en el taller de su padre, ingresando a continuación en la Academia de San Fernando de Madrid a los dieciséis años. Poco después, concurrió, sin éxito, para el Premio de la 3.ª Clase correspondiente a 1753, mientras, ya en 1758, se presentó, de nuevo sin suerte, al concurso de pensiones en Roma convocado por dicha corporación.
Ese mismo año comenzó su relación con el retrato al representar al marqués de Távara, trabajo bien remunerado que anticipó la incesante actividad que en este género iba a desarrollar durante las siguientes décadas. Al respecto, y ya con Mengs en la Corte desde 1761, momento en el que retrató a Carlos III y, de forma póstuma, a María Amalia de Sajonia, Inza, pese a no gozar de cargo oficial en la Corte, no tardó en reflejar a los Monarcas en otra pareja de lienzos.
En la figura de Carlos III eludió, en todo caso, gran parte del aparato, propio del bohemio, presentándole con sosegada expresión, en tanto que sujeta con su mano izquierda un documento. Le acerca, así, al espectador, al mostrarle en su condición de hombre de estado, al tiempo que, con pincel ligeramente empastado, ausente aún de todo influjo de Mengs, plasmó con minucia los diversos detalles de su indumentaria, como los plateados brocados del chaleco o de su rica casaca.
Más solemne resulta el retrato de la ya en aquel momento fallecida Reina, sólida imagen donde Inza sí se acerca a la anterior efigie del bohemio, ya por la similitud del tocado o por la postura y actitud del personaje, aunque, al acentuar la frontalidad del rostro, éste resulte más severo de expresión. Por otro lado, describió la majestuosa vestimenta, con el amplio joyel en forma de peto junto a diversas telas y bordados, con su acreditada habilidad para lo accesorio.
Casi al tiempo, mostró, de cuerpo entero y de pie, a Carlos IV como príncipe de Asturias. La figura, con apenas trece años, aparece, de nuevo, con un papel en una de sus manos, en este caso la derecha, casi apoyada en la cercana consola, contribuyendo el mobiliario o la cortina en pabellón del fondo a crear un entorno netamente palaciego. Inza, en consonancia, volvió a tratar con sumo cuidado los elementos del cortesano traje, condecoraciones incluidas.
Como es lógico, estos encargos reales pronto le granjearon el favor de la aristocracia madrileña, contactando, además, con miembros ilustrados de la nobleza que en esos momentos dirigía diversas Sociedades de Amigos del País. Al respecto, realizó para la de Zaragoza una efigie del Rey casi idéntica a la antes descrita.
Mientras, cambió de registro y acudió a Zaragoza para pintar, en el templo del Pilar, el techo de la sacristía de la Santa Capilla con el tema de Santiago en Clavijo, trabajo al fresco en el que tuvo muy presente una de las decoraciones de Giaquinto para la capilla del Palacio Real, que desarrolla idéntico asunto. Valdría como ejemplo la figura central del santo, a caballo, junto al ángel que porta el triunfador estandarte, o los similares escorzos de los personajes que acompañan la acción. Para los muros de este espacio también elaboró tres lienzos de tema jacobeo, como la Decapitación del Santo en Jerusalén, concluyendo, en fin, todo el encargo en 1763.
No terminó, por otro lado, su vinculación con la Casa Real, pues, al igual que Tiépolo tres años antes, plasmó al pastel, en 1766, una serie de retratos de los infantes, entre los que destaca, por su finura, el de don Gabriel, hijo predilecto del Rey. Un año después volvió a representar al príncipe de Asturias de cuerpo entero, cobrando Inza, por todas estas obras, cantidades similares a las de los más reputados artistas del momento.
Profesor de Dibujo de Cayetana Silva, hija del duque de Huéscar, durante su infancia, Inza pintó a la futura duquesa de Alba en varias ocasiones por esta época, ya de niña junto a una perrita o en brazos de su madre representada como Venus. En 1773 retrató al marqués de Perales, mayordomo de Su Majestad y gentilhombre de Cámara. Elegantemente vestido a la francesa, Inza, volvió a deleitarse en la minuciosa elaboración de los bordados de la casaca o los encajes de los puños, mientras, definido el sereno rostro con una limpieza de líneas que recuerda a Mengs, el personaje sorprende por la vivacidad de su mirada.
La década de 1780 comenzó, profesionalmente, bien para Inza, que aún gozaba del favor de la nobleza.
Así lo demuestran los encargos de la duquesa de Arcos entre 1781 y 1782, trabajos que comprendían, por ejemplo, la efigie de Su Excelencia con manto ducal, y otra de Señorito vestido de majo. No obstante, la duquesa retrasó el pago de parte de los emolumentos, argumentando la falta de parecido entre ella y el personaje presentado por Inza. Poco después recreó en el lienzo a la condesa-duquesa de Benavente y a su hijo, Pedro de Alcántara, no faltando entre su escogida clientela el conde de Fernán Núñez, al que retrató en 1784.
En cuanto a la efigie ecuestre del conde de Aranda, imagen de aparato, con el brioso caballo en posición de corveta, habría que fecharla hacia 1783, cuando, ya avejentado, el militar y político se casó a los sesenta y cinco años con su sobrina, perteneciente, como su anterior esposa, a la casa de Híjar.
En 1785 pintó a María Isidra Quintana de Guzmán, hija del conde de Oñate, célebre en esos momentos por haber obtenido, a los diecisiete años, el doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Alcalá. No resultaría, en todo caso, una de las telas más destacables del maestro, ya sea por la inexpresividad de la modelo o por la oscura entonación general del cuadro. En contrapartida, en otra de sus efigies de estos años, como la de Tomás de Iriarte, Inza dio lo mejor de su arte al mostrar al poeta y fabulista tinerfeño de forma similar que al marqués de Perales, aunque ahora las facciones aparezcan modeladas por sutiles contrastes de luz y sombra y se perciba, además, su habilidad en la captación psicológica del personaje.
Con la creciente fama de Goya como retratista, quien a mediados de la década de 1780 ya había realizado notables creaciones en el género, su clientela descendió paulatinamente, aunque aún reflejaría, en 1807, a Manuel Godoy, el príncipe de la Paz. Vestido de militar y con abundantes condecoraciones, Inza le muestra sentado y con documentos sobre la esquina de una mesa, al tiempo que su anodino semblante, vuelto hacia el espectador, parece mostrar cierta sequedad de ejecución. El rojo de los bordes de su casaca y el de las bocamangas pone, por otro lado, una nota de color en una composición sin mayores alardes cromáticos.
Tras la invasión napoleónica el maestro permaneció en la capital, siendo citado en el Diario de Madrid de febrero y marzo de 1809 entre los profesionales que, como Goya o Maella, debían pagar gravámenes. Los tres contribuirían con 3.200 reales cada uno.
Falleció, soltero, en Madrid, el 13 de febrero de 1811, y a continuación fue enterrado en la parroquial de San José. En su testamento mandó distribuir su no desdeñable fortuna, acumulada tras muchos años de actividad y valorada, en 1800, en 600.000 reales, entre criados y amigos.
Obras de ~: El marqués de Távara, 1758; Carlos IV de príncipe, c. 1761; Retrato de Carlos III, c. 1762; Santiago en Clavijo, Zaragoza, c. 1763; La resurrección de la hija de Jairo, c. 1763; San Jerónimo, c. 1763; Retrato del conde de Zolima, 1763; Retrato del marqués de Perales, 1773; Retrato de la duquesa de Arcos, 1782; Retrato de don Pedro de Alcántara, 1782; Retrato de la duquesa de Benavente, 1782; El conde de Aranda a caballo, c. 1783; La infanta Carlota Joaquina, c. 1784; Retrato de Tomás Iriarte, c. 1785; Retrato de María Isidra Quintana de Guzmán, 1785; Retrato de Godoy, 1807.
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Ángel Castro Martín