Guzmán y de la Cerda, María Isidra de. La Doctora de Alcalá. Marquesa de Guadalcázar (XIII) y de Hinojares. Madrid, 31.X.1767 – Córdoba, 5.III.1803. Primera mujer doctora, académica honoraria de la Lengua, catedrática honoraria de Alcalá de Henares.
Nacida en el seno de una de las grandes casas aristocráticas, entre su padre, Diego de Guzmán y Fernández de Córdoba, marqués de Montealegre, conde de Oñate, y su madre, María Isidra de la Cerda y Guzmán, duquesa de Nájera y condesa de Paredes de Nava, reunían dieciséis títulos nobiliarios, seis de ellos con Grandeza de España. Emparentados con la nobleza española y también con la europea de los Colonna, Spinola, Gonzaga y Ligne, podían contarse en su genealogía doce generaciones seguidas en las que al menos un miembro hubiera obtenido el Toisón de Oro. Los dos tenían cargos palatinos —él, mayordomo mayor del Rey; ella, dama de la Reina y más tarde, ya con Carlos IV, camarera mayor de la Reina—, gozando de una estrecha relación con el rey Carlos III, quien le había concedido a él el Toisón en 1780. Además de un importante patrimonio, poseían una significativa colección de obras de arte, heredada de su antepasado el VIII conde de Oñate, que había sido embajador en Roma y virrey de Nápoles —parte se encuentra hoy en el Museo Cerralbo y en el Instituto Valencia de Don Juan—, y una biblioteca, parte de cuya colección de manuscritos está hoy en la Real Academia de la Historia. El palacio familiar de la calle Mayor de Madrid —hoy desaparecido— era célebre no sólo por su tamaño y por sus obras de arte, sino porque a su “balcón principal solían asistir las personas reales en ocasiones solemnes, y desde él presenció Carlos II y su madre la entrada de su primera esposa”, escribe Mesonero Romanos. En el palacio tenían lugar tertulias, a las que acudían notables de la Corte y de las Letras.
María Isidra enseguida destacó por sus precoces cualidades intelectuales, su facilidad para los idiomas clásicos y modernos, su “memoria prodigiosa [...] y [...] un raro ingenio y poderoso entendimiento”, en palabras de Ezquerra del Bayo. Su fama se extendió tanto que el director de la Real Academia de la Lengua, marqués de Santa Cruz, propuso, al parecer a instancias del propio Carlos III, su admisión en ella.
Así, en el acta de admisión en 1784 se puede leer: “La Academia, informada de los extraordinarios progresos y adelantamientos de esta Señora en la eloqüencia y en las lenguas y particularmente en la castellana, sin embargo de no haber habido hasta ahora exemplar semejante, en atención a las expresadas circunstancias y al mérito personal que de ellas resulta a dicha Señora, acordó admitirla y efectivamente la admitió con uniformidad de votos por Académica Honoraria”. Era la primera mujer académica, con sólo diecisiete años; y su condición de honoraria podría haber sido, como en otros casos, la antesala del sillón en propiedad. A su toma de posesión en diciembre de 1784 asistió el académico Jovellanos.
Tres meses después se propuso lograr el doctorado en Alcalá de Henares, pero la Universidad prohibía entonces el acceso a las mujeres. Su padre, que siempre la apoyó, dirigió una solicitud al conde de Floridablanca, quien sólo tardó cinco días en notificar a la Universidad que “el Rey en atención a las distinguidas circunstancias [...] y enterado S.M. de las sobresalientes qualidades personales de que está dotada, permite, y dispensa en caso necesario, que se confieran a esta Señora por esa Universidad los grados de Filosofía y Letras Humanas, precediendo los exercicios correspondientes”. La rapidez en resolver un expediente inusual demuestra que el Rey había tomado previamente la decisión. La Universidad de Alcalá —particularmente querida por la familia de Isidra, porque su padre, como duque de Nájera, era allí patrono del Colegio de Caballeros Manriques— atravesaba un período de decadencia: en 1784 el Ayuntamiento se había dirigido al Rey pidiendo protección para la Universidad que, por padecer descenso en el número de estudiantes, estaba afectando a la vida de la ciudad. Científicamente, se resistía a adoptar las nuevas corrientes empiristas, tratando de preservar el escolasticismo. Carlos III pudo pensar no sólo en Isidra sino también en estimular a la Universidad.
El examen de grado se celebró el 5 de junio de 1785. Saliendo del palacio arzobispal, iba acompañada María Isidra por el rector y el cancelario en una carroza de cristales, precedida de soldados a caballo, y rodeada de timbales y clarines de la casa de Oñate, hacia la iglesia del colegio de jesuitas, convertido en salón de actos después de la expulsión de la Orden.
Se conserva el texto, en latín —“Litterarium Specimen [...]”— que contiene las preguntas del examen, abarcando los apartados siguientes: griego, latín, francés, italiano, español, retórica, mitología, geometría, geografía, filosofía en general, lógica, ontosofía, teosofía, psicología, física en general, física en particular, tratado sobre los animales, tratado sobre los vegetales, sistemas del orbe, esfera armilar y ética. Sorprende el apartado sobre sistemas del orbe, en el que se afirma que “el de Copérnico [...] se ajusta a las leyes físicas y astronómicas, pero no a la Sagrada Escritura, que enseña que el Sol se mueve y que la Tierra permanece inmóvil; por ello, no se puede mantener como tesis; pero sí como hipótesis, y se aplica para explicar útilmente los fenómenos de la Naturaleza [...] Los sistemas de Kepler y de Newton, aparte del movimiento de la tierra, generan muchas dificultades [...]”. Es toda una demostración de la comentada tensión entre escolástica y empirismo. Isidra desarrolló el examen, que era oral, con “prontitud, claridad y fondo de doctrina, dando las más claras pruebas de su extensa instrucción, perspicacia de ingenio y memoria singular”, expresándose en todos los idiomas de la prueba. Al terminar, habiendo sido aprobada por unanimidad del Tribunal, los asistentes, profesores, alumnos e invitados, que abarrotaban la sala, prorrumpieron en “vítores, vivas y aclamaciones del mayor júbilo, de modo que no dejaban oír la orquesta de música que tocaba [...]” según se recoge en la narración que redactó el secretario del claustro.
La concesión del grado en Filosofía y Letras Humanas tuvo lugar al día siguiente. La comitiva era ahora más numerosa, pues se habían sumado casi doscientos profesores y doctores. Isidra iba “en silla de manos, rodeada de criados mayores y de librea, todos de gala [...]”. Después de llegar al salón de actos y de “oído un breve rato la orquesta”, llegó el momento de los juramentos y de la imposición del bonete de doctora. Inmediatamente después, subió la “Doctora de Alcalá” a la cátedra y el cancelario le preguntó en latín sobre “si la mujer virtuosa y docta podía enseñar en las universidades las ciencias profanas y sagradas”.
Tras la correspondiente disertación, Isidra, que aún tenía diecisiete años, fue nombrada catedrática honoraria de Filosofía Moderna, consiliaria perpetua de la Universidad y además examinadora de cursantes filósofos. De nuevo, las aclamaciones no dejaron oír la orquesta. Se le hizo entrega del título original en vitela, de una medalla conmemorativa y de un retrato por Joaquín Inza (que por sucesiones pasaría a ser propiedad del conde de Luque, cuarto nieto de la doctora). Este retrato es réplica autógrafa del que se conserva en la Universidad Complutense de Madrid (siendo una copia moderna el de la Universidad de Alcalá de Henares). Repicaron las campanas y, para terminar, un gran convite ofrecido por la doctora.
Para Modesto Lafuente, la Universidad honró, a indicación de Carlos III, “el privilegiado talento y la extraordinaria instrucción de una dama ilustre, de público y reconocido mérito literario”.
A los pocos días ingresaba en la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, convirtiéndose en la primera mujer que pertenecía a una Real Sociedad, y en enero de 1786 lo hacía como socia de mérito “por su amor a las letras” en la Sociedad Económica Matritense —de la que era miembro destacado Jovellanos, nombrado su director en 1784—, ingresos a los que quizá no fuera ajeno el hecho de que en aquellos momentos quería Carlos III que esas corporaciones tuvieran más actividad. Era la primera mujer en ingresar en la Matritense, en la que fue admitida por aclamación: “Todos los votos se reúnen en su favor”, dijo Jovellanos. Según Modesto Lafuente, el duque de Osuna, su director en 1786, indicó “que sería del agrado del Rey y muy conforme al espíritu de la corporación que la doctora de Alcalá perteneciese a ella para que sirviese de estímulo a otras personas de su sexo”. Pronunció su discurso de entrada el 25 de febrero de 1786, acompañada por su padre, el marqués de Montealegre, quien también había ingresado en la Matritense, una semana después de que lo hiciera su hija. A la salida, Isidra fue acompañada por Jovellanos “a tomar el coche”. Unos meses después ingresaría la famosa duquesa de Benavente y de Osuna, quien al crearse en 1787, por decisión del Rey, la Junta de Damas de la Matritense, sería su primera presidenta.
Isidra, miembro de esta Junta, presentaría ese mismo año un informe sobre la Escuela de encajes. Tras el ingreso excepcional de estas dos asociadas, Jovellanos sostuvo en una Memoria leída en la Matritense, en septiembre de 1786, “que las señoras deben ser admitidas con las mismas formalidades y derechos que los demás individuos”. El conde de Floridablanca, continúa Modesto Lafuente, envió además a la Matritense una comunicación expresando que ese era también el deseo del Rey. Isidra fue asimismo nombrada socia libre honoraria de la Academia Imperial de las Artes de San Petersburgo.
Contrajo matrimonio el 9 de septiembre de 1789 —las capitulaciones matrimoniales se habían firmado en 1781— en la iglesia de San Ginés de Madrid, oficiado por el arzobispo de Toledo, con Rafael Alfonso de Sousa de Portugal y Alfonso de Sousa, nacido en Madrid en 1771, marqués de Guadalcázar y de Hinojares, Grande de España, hijo e inmediato sucesor de Francisca de Borja Alfonso de Sousa de Portugal y Alfonso de Sousa —marquesa de Mejorada del Campo y de la Breña, condesa de Arenales y de la Fuente del Saúco— y de Pedro Alfonso de Sousa de Portugal y Fernández del Campo —hermano del padre de Francisca—, ya difunto, plenipotenciario que fue en Dinamarca y Suecia. Esta familia, descendiente del I marqués de Mejorada del Campo, secretario del Despacho Universal de Carlos II y del II marqués, que tendría el mismo cargo con Felipe V, mantenía buenas relaciones con la Corona: habían vendido a Fernando VI en 1751, para que pudiera ampliar sus dominios de caza, el coto y castillo de Viñuelas y habían recibido la grandeza de España con Carlos III, en 1780. Su palacio familiar en Madrid (San Bernardo, n.º 62), donde viviría ocasionalmente la doctora, pertenece hoy al Ministerio de Justicia.
Como en Córdoba radicaba gran parte de los bienes del mayorazgo de Guadalcázar, el nuevo matrimonio fijó allí su residencia y allí nacieron sus cuatro hijos: Rafael (1791-1812), que sucedió en los marquesados de Guadalcázar y de Hinojares al fallecer su padre en 1810, y murió joven sin descendencia; María Magdalena (1793-1840), que aunque casó con el militar Gabriel Squella y Martorell, tampoco tuvo descendencia; Luisa Rafaela (1795-1852, confirmada en el bautismo el año 1798 en el Real Oratorio de San Lorenzo de El Escorial, siendo sus padrinos los Reyes, por lo que se añadió “Carlota” a su nombre), que casó en Córdoba en 1816 en la capilla del palacio de Guadalcázar con Santiago Wall y Manrique de Lara, conde de Armíldez de Toledo, después teniente general y virrey de Navarra, por cuyos descendientes continuaría finalmente (al carecer todos sus hermanos de descendencia) la línea y la sucesión de los títulos, progenitores también de los condes del Campo de Alange; y, por último, Isidro (1797-1870), que fue marqués de Guadalcázar (en sucesión de su hermano Rafael, fallecido en 1812), sucedió en los demás títulos y mayorazgos a su abuela Francisca Alfonso de Sousa (fallecida en 1820) y, aunque casó con María Josefa Núñez de Prado y Virués de Segovia, tampoco tuvo sucesión. Se conserva, en colección particular, un retrato de La Doctora con su primer hijo en brazos (Rafael), de autor desconocido, realizado en Córdoba en 1792. También, un retrato de su hija María Luisa Rafaela Carlota, en óleo sobre lienzo.
Dama de la Reina, María Isidra ingresó en 1794 en la Real Orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa (es seguro que ella es la “marquesa de Guadalcázar e Ynojares” que aparece en la lista de damas, y no su suegra Francisca Alfonso de Sousa de Portugal, como cree Ceballos-Escalera, pues ella era la poseedora, como consorte, de esos títulos en 1794, y diversos documentos, como sus testamentos o las partidas de bautismo de sus hijos corroboran su pertenencia a esa Orden). Su marido, gentilhombre de Cámara de Su Majestad con ejercicio, recibiría la Gran Cruz de Carlos III en 1799.
Había casado nueve meses después de la muerte de su gran protector, Carlos III, y apenas dos meses desde la toma de la Bastilla. De manera casi repentina cambió el clima político en España: la “ilustración” se convirtió en un grave riesgo; aún mayor al consumarse el regicidio en Francia. Aquellos que habían ayudado a Isidra pasaban momentos difíciles: Jovellanos fue apartado de la Corte en 1790 y Floridablanca, aunque hostil a la Revolución, fue destituido en 1792 y apresado en Pamplona. Por ello, tanto su partida a Córdoba, como el haberse casado con un hombre más joven que ella y menos culto, como las nuevas circunstancias políticas, explican que se concentrara en la vida familiar y en la maternidad, dejando sus afanes intelectuales para momentos más propicios.
Además, desapareció el interés político en fomentar el incipiente prototipo de mujer-aristócrata-intelectual, que tampoco habría sido muy intenso, pues como recoge Vázquez Madruga, la ilustración racionalista no reivindicó en general la razón femenina.
Con ocasión de la coronación de Carlos IV, la Universidad de Alcalá de Henares invitó en septiembre de 1789 a María Isidra, entonces recién casada, a que formara parte como “principal diputada”, en representación del Claustro, de la comisión que se pretendía crear para felicitar al nuevo Rey. Isidra agradece el reconocimiento, pero declina la invitación, a pesar de encontrarse todavía en Madrid: “como mis circunstancias han variado enteramente, no me permiten las presentes admitir la comisión”. En todo caso, no se conoce ninguna producción literaria o intelectual de la doctora durante estos años o, de haber existido, no se ha conservado ninguna traza localizada. “Su vida se deslizó silenciosa, lejos de la Corte”, escribe Zamora Vicente. Premurió a sus padres y su muerte prematura, con sólo treinta y cinco años, malogró su futuro. Su entierro en la iglesia cordobesa de Santa Marina de Aguas Santas fue, en abierto contraste con su doctorado, secreto y de madrugada, sin pompa alguna, con el funeral “menos costoso que haya”, como había ordenado en su testamento. En conmemoración del doscientos aniversario de su fallecimiento, se erigió en Guadalcázar (Córdoba) el año 2003 un monumento en su honor.
En su memoria, llevan su nombre la calle “Doctora de Alcalá”, en Alcalá de Henares, y la calle “María de Guzmán”, en Madrid.
Su viudo, Rafael Alfonso de Sousa de Portugal y Alfonso de Sousa, que moriría en 1810, acompañó a Fernando VII a Valençay en 1808, donde casó en segundas nupcias con Marguerite Godeau d’Entraigues, con quien tuvo a Fernando, nacido en Burgos en 1809, que moriría soltero en Biarritz (Francia) el año 1891, en posesión de los títulos y de la mitad que le había sido reservada de los extinguidos mayorazgos (como inmediato sucesor de su medio-hermano Isidro. Pasaron entonces títulos y propiedades a la línea de sus sobrinos de la rama Wall (Mª Concepción Wall y Diago, hija del entonces fallecido Isidro Wall y Alfonso de Sousa; y Mª Luisa Wall y Alfonso de Sousa, casada ésta en 1859 con Francisco Javier de Salamanca y Negrete, marqués de Torre- Manzanal, primogénito de los condes del Campo de Alange, marqueses de Villacampo).
Obras de ~: “Discurso (‘oración del género eucarístico’) de ingreso en la Real Academia Española”, pronunciado el 28 de diciembre de 1784, publicado en La Gazeta de Madrid en junio de 1785; Discurso (“oración del género eucarístico”) de ingreso en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, pronunciado el 25 de febrero de 1786, Madrid, Antonio de Sancha, 1786 (ambos discursos reproducidos en M. J. Vázquez Madruga, Doña María Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda, “Doctora de Alcalá”. Biografía, Alcalá de Henares, Ayuntamiento, 1999, págs. 77-81 y 81-84).
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Memorial solicitando Real licencia para casar doña María Isidra de Guzmán y de la Cerda con el marqués de Guadalcázar, Consejos, 9.934, A. 1789, exp. 3; Archivo Histórico Nacional, Cartas del Claustro para que María Isidra Quintina Guzmán y de la Cerda felicite a los reyes con motivo de su subida al trono de España y como diputada de la Universidad, Universidades, 557, exp. 14; Archivo Histórico Nacional, Genealogía del alumno del Real Seminario de Nobles de Madrid Santiago Wall Alfonso de Sousa Manrique de Lara y Guzmán, Universidades, 672, exp. 58; Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Poder para testar y Codicilo de don Rafael Alfonso de Sousa, otorgados ante el Notario Miguel Calvo García, el 20 y 21 de abril de 1810, respectivamente; Archivo General del Ministerio de Justicia, leg. 140, exp. 1.214 (marqués de Guadalcázar); Archivo de los Condes del Campo de Alange; Archivo del Senado, Expediente personal del Marqués de Guadalcázar, D Isidro Alfonso Sousa de Portugal y Guzmán, Expediente personal del Marqués de Guadalcázar, D. Fernando Alfonso Sousa de Portugal Godeau, www.senado.es.
Litterarium Specimen, quod pro obtinenda in Philosophia et Humaniorum Litteris Doctorali Laurea in Maximo Universitatis Complutensis Theatro est praestitura Excma Dna. Dna Maria Isidora Quintina de Guzmán et La Cerda, Regiae Hispanae Academiae Socia Honorata, Madrid, Imprenta de Joaquín Ibarra, 1785; G. M. de Jovellanos; “Memoria leída en la Sociedad Económica de Madrid, sobre si debían o no admitir en ella a las señoras”, en Obras publicadas e inéditas de don Gaspar Melchor de Jovellanos, t. II, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, M. Rivadeneyra, 1859, págs. 54-55; R. Mesonero Romanos, El antiguo Madrid, Madrid, 1861 (reimpr. Madrid, Gráficas Lormo, 1987, págs. 112-113 y 299); M. Lafuente, Historia general de España desde los tiempos primitivos hasta la muerte de Fernando VII, t. IV, Barcelona, Montaner y Simón, 1883, pág. 195; A. M. de Barciá Pavón, Luisa Alfonso de Sousa, en “Catálogo de personajes españoles que se conservan en la Sección de Estampas y de Bellas Artes de la Biblioteca Nacional”, Madrid, Viuda e Hijos de M. Tello, 1901, pág. 49. El retrato, grabado por Blas Ametller, de “La señora Doña Luisa Rafaela Carlota Alfonso de Sousa Guzmán y la Cerda”, con ocasión de su confirmación en 1798, se conserva en la BNE, PID bdh0000032568; E. de Lustonó, “El mes de Octubre. Recuerdos y efemérides”, en Por esos mundos. Publicación mensual de literatura, arte, actualidades y teatros (Madrid) (octubre de 1904), pág. 317; J. Ezquerra del Bayo y L. Pérez Bueno, Retratos de mujeres españolas del siglo XIX, Madrid, Imprenta de Julio Cosano, 1924, pág. 13; VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada, t. 27, Madrid, Espasa Calpe, 1925, pág. 408; Vizconde de San Alberto, Los Directores de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País y las Presidentas de la Junta de Damas de Honor y Mérito, Madrid, Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, 1925; A. y A. García Carraffa, Enciclopedia heráldica y genealógica hispano-americana. Diccionario de Apellidos, t. XXIV, Madrid, 1926, Cerda, págs. 65 y ss., t. XXXIX, Madrid, 1931, Guevara, págs. 241 y ss., t. XXXX, Madrid, 1931, Guzmán, págs. 159 y ss.; Marqués de Villa-Urrutia, Fernando VII, Rey Constitucional. Historia diplomática de España de 1820 a 1823, Madrid, Librería Beltrán, 1943 (2ª ed.), págs. 71 y 103; M. Laffitte, Condesa de Campo Alange, La mujer en España. Cien años de su Historia 1860-1960, Madrid, Editorial Aguilar, 1963, págs. 246 y 250; M. Manrique de Lara y Velasco, El Colegio de los Caballeros Manriques de la Universidad de Alcalá, Madrid, Editorial Hidalguía, 1972; V. Tovar Martín, El Palacio de Parcent. Sede del Ministerio de Justicia, Madrid, Ministerio de Justicia, 1986; A. Ceballos-Escalera, Marqués de la Floresta, La Real Orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa, Madrid, Real Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País, Palafox y Pezuela, 1998, pág. 111; A. Pau Pedrón, Madrid en sus libros, Madrid, Editorial Trotta, 1999, págs. 129-130; M. J. Vázquez Madruga, Doña María Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda, “Doctora de Alcalá”. Biografía, op. cit. (con importante apéndice documental); A. Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, 1999; A. Ceballos-Escalera, Marqués de la Floresta, La insigne Orden del Toisón de Oro, Madrid, Palafox & Pezuela, 2000, págs. 461-462; C. Martínez, R. Pastor, M. J. de la Pascua y S. Tavera (dirs.), Mujeres en la Historia de España. Enciclopedia biográfica, Barcelona, Editorial Planeta, 2000, págs. 199-200; M. B. Mena Marqués, “Retrato de doña María Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda, marquesa de Guadalcázar”, en Campomanes y su tiempo, Madrid, Fundación Santander Central Hispano, Cajastur, Correos y Telégrafos, 2003, págs. 270-271; M. J. Sánchez Lozano, La Real Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén. Más de dos siglos de Historia, Jaén, Real Sociedad Económica de Amigos del País-Caja Rural de Jaén, 2005, pág. 265; P. de Miguel Egea, Las mujeres llaman a la Academia, en C. Iglesias y J.M. Sánchez Ron (comisariado y dirección), “La lengua y la palabra. Trescientos años de la Real Academia Española”, Madrid, Real Academia Española, 2013, págs. 152-160 y 386 (en pág. 153, retrato de La Doctora con su hijo Rafael, en 1792).
Pedro Rodríguez-Ponga y Salamanca