Abreu, Diego de. Sevilla, p. m. s. XVI – Asunción (Paraguay), 1553. Conquistador del Río de la Plata.
Era hijo legítimo de Cerezo de Abreu y de Beatriz Barba. Sus contemporáneos lo llamaban Abrego, a pesar de que firmaba Abreu. Llegó al Río de la Plata en la expedición del adelantado Pedro de Mendoza, y en 1537 estuvo presente en el Corpus Christi al hacerse cargo del puerto de Buenos Aires el capitán Carlos Dubrin. Desempeñó diversas comisiones durante el gobierno del fundador de Buenos Aires, de sus tenientes y de su sucesor, Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Figuró como testigo en la información que este último mandó levantar en 1543 en la capital de Paraguay.
En noviembre de 1537 retornaba a Buenos Aires Juan Salazar de Espinoza para dar cuenta del resultado de su viaje a Paraguay, de la fertilidad de sus tierras y de la tranquilidad de sus habitantes. Encontró el asiento porteño alterado por el duro régimen impuesto por Ruiz Galán, que provocó la huida de muchos soldados a la costa del Brasil. Las nuevas buenas tonificaron los ánimos y muchos decidieron seguir a Salazar de Espinoza y Ruiz Galán hasta el puerto de Nuestra Señora de la Asunción.
En el camino fueron recogidos la mayor parte de los pobladores de Corpus Christi. Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus allegados, en el afán de defenderse y atacar a sus enemigos, crearon una leyenda negra alrededor de ciertos personajes como Martínez de Irala y Alonso de Cabrera; a la par que otra blanca en torno a Ruiz Galán y Salazar de Espinosa. Este último, convencido de que Ayolas había desaparecido, consideró que Ruiz de Galán, que ocupaba el cargo de teniente del puerto de Buenos Aires por nombramiento del adelantado, debía ser de hecho y de derecho quien tomara a su cargo el gobierno del Río de la Plata. Mientras tanto, Irala se vio obligado a abandonar Candelaria y pasar a Asunción, en donde se encontró con Ruiz Galán y Salazar de Espinosa. Irala se sometió aparentemente a las decisiones de Ruiz Galán, se abstuvo de mostrar sus títulos como lugarteniente del adelantado Ayolas. Ruiz Galán le cedió un bergantín para que regresara a la tierra de los payaguáes con la esperanza de obtener alguna noticia de su jefe, Ayolas. Entre tanto, Ruiz Galán dejó a Salazar de Espinosa a cargo del fuerte de Asunción, y acompañado por Gonzalo de Mendoza regresó a Buenos Aires. A su paso por Corpus Christi, la poca habilidad demostrada en el trato con los naturales hizo que éstos se sublevaran poco después de su partida y cayeran sobre los pobladores, a los cuales diezmaron en parte, sitiando al resto. Éstos pudieron salvarse en dos bergantines mandados por Diego de Abreu y Simón Jacques de Romoa, que llegaron providencialmente en aquellas circunstancias.
Durante la ausencia de Ruiz Galán la situación del puerto de Buenos Aires había empeorado. La carencia de alimentos llegó a un estado de extrema gravedad, en circunstancias en que arribó el galeón Santa Catalina de Antonio López de Aguiar, y dio cuenta de que en Santa Catalina, en la costa brasilera, se encontraba en penosa situación la nave de Alonso de Cabrera. Ruiz Galán ordenó la inmediata salida del galeón Anunciada, al mando de Gonzalo de Mendoza, con la misión de ayudarle y procurarse víveres en Brasil. En septiembre de 1537, la Corona, interesada en apresurar el envío de socorros al Río de la Plata, designó a Alonso de Cabrera veedor de fundiciones y portador de una Real Cédula que dejaba en manos de los conquistadores la designación del gobernador de Buenos Aires, en caso de que Pedro de Mendoza no hubiera dejado lugarteniente o éste hubiera fallecido.
Alonso de Cabrera simpatizó poco o nada con Francisco Ruiz Galán, ya que éste al informarse de la Real Cédula que portaba Cabrera, no pudo presentarse como lugarteniente de Ayolas, y comprendió que el nuevo gobernador sería elegido por votación de la mayoría. En ocasiones se ha dicho que Cabrera, atribuyéndose poderes que no tenía, sentenció que el teniente gobernador debía ser la persona designada por Ayolas, condición que favorecía a Martínez de Irala en detrimento de Ruiz Galán. Pero en cumplimiento de Real Cédula de septiembre de 1537, se solicitó el concurso de los oficiales reales para levantar una información sobre la situación del gobierno del Río de la Plata. Éstos declararon que antes de embarcarse Pedro de Mendoza designó como lugarteniente suyo a Juan de Ayolas, quien al internarse en el territorio dejó poderes a Domingo Martínez de Irala. A pesar de los enfrentamientos y reclamos de Ruiz Galán, una Real Cédula de 18 de octubre de 1539 confirmaba a Juan de Ayolas como heredero de la capitulación de Pedro de Mendoza. Al llegar al puerto de la Candelaria, Irala tuvo la certeza del trágico final de Ayolas, regresó a Asunción, donde fue reconocido como gobernador por pleno derecho.
Cuando Irala se hizo cargo del gobierno rioplatense, en Asunción, uno de sus primeros actos fue designar al capitán Juan de Ortega para hacerse cargo del gobierno de Buenos Aires y preparar su despoblación.
Concentrados en Asunción los que habían logrado sobrevivir, procedió Irala a fundar la primera ciudad de la provincia, residencia de su gobierno y centro de la conquista, la ciudad de Asunción. Su tenaz enemigo, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, de regreso del Nuevo Mundo, se encontraba en las Islas Terceras a la espera de un navío que lo condujera a España, cuando supo de la muerte de Pedro de Mendoza y pensó que muy bien podía continuar la obra del desaparecido adelantado. Por una capitulación de 1540 era designado gobernador, capitán general y adelantado de las tierras que descubriese, pero nunca segundo adelantado del Río de la Plata en reemplazo de Mendoza. En virtud de la misma, en caso de vivir Juan de Ayolas, Alvar Núñez se le debía someter con su gente, quedando como gobernador de Santa Catalina, en la costa brasilera, aunque siempre subordinado a aquél.
Alvar Núñez Cabeza de Vaca arribó a Santa Catalina en marzo de 1541, supo de la muerte de Ayolas, y, conociendo la posición de Irala en Asunción, se dispuso a actuar. En Asunción, Irala estaba preparando una expedición al Norte cuyo fin era el descubrimiento del camino hacia las regiones que los indígenas tenían como muy ricas en metales preciosos.
Había fijado la fecha de partida para febrero de 1542. Pronto tuvo la noticia de que Alvar Núñez Cabeza de Vaca se hallaba en Ibitiruzú y despachó varios navíos para ir a recibirlo. La llegada del nuevo gobernador exasperó los ánimos entre los conquistadores.
Mientras se desarrollaba la empresa de Irala, comenzó a agitarse la vida en Asunción, en parte por los desplantes de Alvar Núñez y sus capitanes hacia los antiguos conquistadores y oficiales reales, negándoles la mínima injerencia en el Gobierno. Además, planificó su gran entrada a la Sierra del Plata, saliendo de Asunción en septiembre de 1543 con unos diez mil españoles, mil indios, diez navíos y un sinnúmero de embarcaciones menores. Su expedición resultó un verdadero fracaso; fue reemplazado por Francisco de Rivera a principios de 1544 y regresaba a Asunción enfermo.
Alvar Núñez no supo granjearse simpatías. Aunque tenía buenos propósitos, desconocía a los hombres y no sopesaba las circunstancias, lo que hizo que la mayoría se confabulara en su contra para destituirlo. El 26 de abril de 1544 los oficiales reales se presentaron en su residencia y lo apresaron. Los enemigos del gobernador depuesto, los “tumultuarios”, como se los conocía, procedieron de igual manera con otros “leales”, como fueron denominados los adeptos a Alvar Núñez.
Frente a la casa de Irala se reunieron esa misma tarde la mayor parte de los conquistadores, oficiales reales y escribanos para abrir un proceso al gobernador depuesto, a la vez que se designaba a Domingo Martínez de Irala para ocupar el cargo vacante.
Elegido Irala gobernador, debió enfrentar graves y difíciles problemas, determinados unos por los desórdenes consecuencia de las luchas políticas que dividieron a los pobladores en dos bandos, derivados otros de la incómoda situación creada con los indios vecinos. Supo enfrentar ambos peligros con capacidad, ello lo convierte en uno de los hombres indispensables de la conquista del Río de la Plata, como años más tarde lo sería Hernandarias de Saavedra.
Mientras Alvar Núñez Cabeza de Vaca se esforzó por encontrar el camino que conducía a la famosa “Sierra de la Plata”, Irala, más realista, mejor informado o menos ambicioso, no manifestó entusiasmo por la empresa y canalizó su esfuerzo en pacificar la región y hacer de Asunción una ciudad poblada por labradores.
No era ésta, claro está, la opinión general. Para muchos lo importante consistía en proseguir la conquista; así opinaba, entre otros, el impulsivo Diego de Abreu. Irala no rechazaba la idea, pero sostenía que primero era necesario asentarse en lo fundado.
A pesar de todo ello, Irala comprendía que era necesario realizar de una vez por todas un gran esfuerzo para descubrir la “Sierra de la Plata” o terminar con el mito. Sensible a las necesidades de su gobernación advirtió, además, la importancia que tendría vincularse a otras regiones del continente pobladas por españoles a fin de obtener los socorros que necesitaba para subsistir. Dispuso en consecuencia los preparativos para una gran entrada secundado por Nufrio de Chávez. Después de muchas penurias y jornadas desesperanzadas llegaron a la provincia de Charcas, en el Alto Perú, y se llevaron una ingrata sorpresa: la “Sierra de la Plata” ya estaba en manos de los españoles procedentes de Lima.
No bien hubo partido Irala para la “Gran Entrada”, los partidarios de Alvar Núñez, movidos por Diego de Abreu, empezaron a conspirar para deponer al capitán Francisco de Mendoza, teniente de gobierno de la provincia, quien, para evitar males mayores, optó por resignar el cargo en Miranda. Éste convocó a elecciones en la iglesia del convento de La Merced.
Los votos se inclinaban a favor de Mendoza cuando uno de los conspirados se apoderó de las listas y las rompió. En medio de tal confusión fue electo, poco menos que a la fuerza, Diego de Abreu, cuyo primer acto de gobierno fue prender a Francisco de Mendoza, abrirle proceso y condenarlo a muerte. Quiso el condenado apelar ante el tribunal superior y le fue impedido; procuró ganarse la salvación ofreciendo a Abreu y a Melgarejo la mano de sus hijas Elvira y Juana, y fracasó en su empeño. Murió decapitado en la plaza pública. Abreu hizo levantar una información sobre ese suceso, con fecha 3 de septiembre de 1548. La ejecución de Francisco de Mendoza fue un crimen injustificable. Cuando llegó la noticia al campamento de los hombres que regresaban del Perú, en el Puerto de San Fernando se reunieron los oficiales reales, quienes decidieron que el único que podía hacer frente a la situación era Irala.
Irala aceptó aquella elección que, además de reivindicarlo, demostraba que todos veían en él a un verdadero líder. Enseguida dio la orden de regresar a Asunción. Informado Abreu de su proximidad por el capitán Pedro de Esquivel, y harto consciente de la flaqueza de su posición, despachó como delegados al provisor general Francisco González Paniagua, a Diego de Barba, a Santa Cruz y al capitán Juan Romero para que se presentaran ante Irala y le hicieran saber de qué modo había sido elegido por el pueblo. Irala les contestó que respondería a Abreu en Itapuá-Mini y que mientras tanto no se moviera de Asunción. Entró inesperadamente en la ciudad, de noche, con música de trompetas y con la gente en perfecta formación. Al día siguiente Abreu le visitó para requerirle obediencia. La respuesta de Irala fue ordenar su prisión y la de sus parciales. Abreu logró huir pocos días después y se adentró por las tierras de los indios de Ibitiruzú y sierras del Acaay, donde se hizo fuerte.
Irala no quiso tomar definitiva posesión del gobierno sin antes ser confirmado por el voto de los vecinos. Realizada la elección, se aprobó por casi unanimidad su continuación como gobernador.
Sobre la gestión gubernamental de Abreu, se recuerda que durante su gobierno, que duró dieciséis meses, Abreu hizo construir en Asunción una carabela destinada a realizar un viaje a España, objetivo que no se cumplió. Dicha embarcación se encontraba en Asunción lista para ser despachada a Castilla con la noticia de su nombramiento, confiando a Alonso Riquelme de Guzmán la misión de presentarlo ante el Consejo de Indias. Partió la nave a finales de 1548, en conserva de un bergantín a cargo del capitán Hernando de Ribera, que debía acompañarlos hasta el Río de la Plata. Al tomar el canal rumbo a Maldonado, una tormenta dio con la carabela, que naufragó. Los tripulantes, en una barca precariamente construida, lograron alcanzar la costa oriental de Uruguay, y allí, por tierra y a fuerza de marchas agotadoras, dieron con el bergantín de Ribera, con el que regresaron a Asunción cuando ya Irala se había hecho cargo del gobierno.
Irala tomó medidas contra los conspirados, hizo ejecutar al capitán Camargo y a Miguel de Rutia, pero quiso mostrar clemencia con los demás acusados.
Cuando Ortiz de Vergara llegó a Asunción no tardó en tomar la defensa de Diego de Abreu, lo cual impuso algunas medidas contra los parciales de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Varios sacerdotes mediaron y tratando de pacificar los espíritus se acordó lo que ha sido llamado “cadena de amor”, por la cual Francisco Ortiz de Vergara, Alonso Riquelme de Guzmán y Gonzalo de Mendoza habían de casar con hijas de Irala. Los dos primeros se encontraban presos y condenados a muerte por conspiración, y para salvar sus vidas se unieron a las mestizas Marina y Úrsula de Irala. Los dos últimos hicieron lo propio posteriormente con Ginebra e Isabel. Sólo Abreu y unos pocos que lo secundaban permanecían en los montes, alejados por el temor a Irala y a Nufrio de Chávez.
En este momento tan importante para la definitiva pacificación de los bandos, Irala debió actuar contra la sublevación de los tupíes de Paraguay, que se habían levantado persiguiendo a los guaraníes del Guayrá.
Irala dejó a cargo del gobierno de Asunción a Felipe de Cáceres, quien despachó partidas para recorrer los bosques vecinos y detener a Abreu y sus secuaces, que procuraban de nuevo alterar el orden para apoderarse del gobierno. Una partida, al mando de Antón Escaso, sorprendió al fugitivo Diego de Abreu y lo mató de un tiro de ballesta. Su muerte exasperó los ánimos de los viejos partidarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, entre ellos Ruy Díaz Melgarejo, que fue detenido a pesar de los reclamos de su hermano, Francisco Ortiz de Vergara. Enterado Irala de lo que ocurría, interrumpió su expedición para prender y ahorcar en las cercanías de Asunción a tres cabecillas.
Así llegaba a su fin una de las etapas más oscuras de la historia de la colonización rioplatense.
Diego de Abreu figura entre los más decididos partidarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y el más ferviente opositor de Irala.
Bibl.: R. Lafuente Machain, Los conquistadores del Río de la Plata, Buenos Aires, Ayacucho, 1943, pág. 12; E. Udaondo, Diccionario Biográfico Colonial Argentino, Buenos Aires, Huarpes, 1945, págs. 21-22; V. Sierra, Historia de la Argentina, Introducción, conquista y población (1492- 1600), t. I, Buenos Aires, Unión de Editores Latinos, 1956, págs. 223, 254-267.
Sandra Fabiana Olivero