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Domingo Martínez de Irala

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Biografía

Martínez de Irala, Domingo. Vergara (Guipúzcoa), 1506 – Asunción (Paraguay), 3.X.1556. Conquistador, gobernador del Paraguay (1537-1549, 1552-1556).

Hijo de Martín Pérez de Irala, escribano real, y de Marina de Albisúa Toledo. Su padre testó el 1 de diciembre de 1516, pero, más tarde, ambos cónyuges otorgaron testamento conjunto e institución de mayorazgo. Así, el 30 de mayo de 1529 donaron todos sus bienes raíces a su hijo Domingo, segundo hijo de la familia.

El 19 de agosto de 1534, Irala renunció al mayorazgo instituido por su padre a su favor, así como a su incipiente carrera de escribano para inscribirse en la “lista de personas” que formarían la armada de Pedro de Mendoza el 28 de junio de 1535. Desde los preparativos de la expedición, Martínez de Irala fue la persona de confianza de Juan de Ayolas, mayordomo del adelantado, y en tal calidad se responsabilizó de asuntos de gran importancia.

Después de una travesía transoceánica tensa y conflictiva entre los mil doscientos a mil quinientos soldados, las embarcaciones llegaron al Río de la Plata, previo desembarco y reabastecimiento en las actuales costas de Brasil. En la orilla occidental, el adelantado Pedro de Mendoza, fundó un puerto al que llamaron Nuestra Señora del Buen Ayre; levantaron una aldea en medio de una naturaleza generosa, pero habitada por naturales hostiles. La soldadesca, hambrienta de oro y plata, tuvo que resignarse a trabajar la tierra, cazar y pescar para poder sobrevivir. Al mismo tiempo, se vieron obligados a resistir los embates bélicos de los indígenas que diezmaron el contingente de conquistadores.

Algunos expedicionarios navegaron hacia el Brasil buscando provisiones, pero éstos volvían disminuidos y con alimentos insuficientes. Mendoza despachó a Ayolas con tres bergantines hacia el Carcarañá, remontando el río Paraná, buscando un lugar más hospitalario que el puerto de Buenos Aires y una ruta hacia las minas de metales preciosos. En esta expedición fue fundado el fuerte Corpus Christi, aprobado por Mendoza, quien a su vez fundó el fuerte Nuestra Señora de Buena Esperanza. La salud del adelantado empeoró gravemente, motivo por el cual decidió regresar a España otorgando su poder al capitán Juan de Ayolas, ante quien los hombres juraron obediencia.

La misión de Mendoza fue asumida por Ayolas, quien remontó hacia el Norte por el río Paraguay el 14 de octubre de 1536 desde Buena Esperanza, lugar donde vieron por última vez a Mendoza, quien moriría en junio de 1537 camino a España.

Irala iba al mando de una de las tres embarcaciones que llegaron al “grado 19 y 2/3” (R. de Lafuente Machain, 2005: 30), aguas arriba del río Paraguay, en donde los indios le dieron noticias de la travesía de Alejo García desde Brasil a Perú y fundaron allí un puerto al que llamaron Nuestra Señora de la Candelaria el 2 de febrero de 1537. En ese mismo sitio, Ayolas divide su gente en dos grupos dejando a Irala al mando de uno de ellos con plenos poderes y derecho de sucesión, según el acta labrada y firmada por los mismos ante el escribano Haro el 12 del mismo mes y año. Ayolas y su grupo se internaron en el Chaco tratando de llegar al Alto Perú; Irala tenía instrucciones de aguardar el regreso de los expedicionarios en la Candelaria y mantener en orden la gente y los navíos.

Permanecieron en el lugar por más de cuatro meses, con gran zozobra en el esfuerzo por sobrevivir y cuidar que las embarcaciones no se echasen a perder. A fines de junio, llegaron Juan de Salazar de Espinosa y Gonzalo de Mendoza enviados por Pedro de Mendoza trayendo víveres y procurando conocer noticias de Ayolas, quien todavía no regresaba. Resolvieron encarar una reparación de las embarcaciones en un lugar más hospitalario que, además, sirviese como resguardo a las incursiones hispanas. Es así como regresaron aguas abajo, en las tierras dominadas por el cacique Caracará, donde Salazar y Mendoza se habían abastecido merced a la ayuda de los carios, quienes ante la evidencia de la superioridad bélica de los hispanos optaron por una alianza política como estrategia de paz. Allí, con anuencia de Irala, Salazar fundó el fuerte Nuestra Señora de la Asunción el 15 de agosto de 1537: “Con parecer del dicho señor teniente de gobernador Domingo de yrala e de otras personas hize e edifique este puerto e casa fuerte” (R. de Lafuente Machain, 2005: 42). Una vez instalado el fuerte, Salazar lo dejó al mando de Gonzalo de Mendoza con una guarnición de treinta soldados, y regresó a Buenos Aires a informar a Pedro de Mendoza, quien para entonces ya había partido de regreso a España. Puede asegurarse que los indígenas fueron tan fundadores del fuerte como los conquistadores.

Sin el concurso de los nativos, hubiera sido imposible ninguna incursión o establecimiento hispano en esta región. La alianza pactada entre hispanos e indígenas no fue una relación simétrica entre iguales, sino un pacto de no agresión bélica que implicó un vínculo de parentesco político a través del cual se aseguraron el intercambio de ciertos recursos claves para la supervivencia: seguridad, alimentación y fuerza de trabajo, principalmente. Normalmente, ésta se concretaba con la sesión de la hija de un líder a otro líder. Esta alianza tiene apariencia pacífica, pero es una relación de poder, de dominio. Poco tiempo después de establecidas las primeras alianzas, comenzaron los roces por la evidencia de un dominio político y económico de los hispanos.

Mientras Irala —con muchas dificultades y peligros— continuaba a la espera de Ayolas en La Candelaria, el capitán Francisco Ruiz Galán, quien había recibido el mando de Buenos Aires a la partida de Pedro de Mendoza, obtuvo obediencia de los soldados de Corpus Christi y Buena Esperanza, mediante una manipulación de la escritura de poder dejada por el adelantado. Consiguió esta maniobra jurídica con la complicidad del escribano Pero Hernández. Una vez recibida la relación de Juan de Salazar, decidió tomar el poder de Asunción y La Candelaria. Despobló los fuertes de Corpus y Buena Esperanza y se hizo a la vela hacia Asunción. Coincidentemente, Irala también decidió regresar a Asunción para buscar provisiones y reparar las naves. La llegada de un fuerte contingente de soldados aumentó la población de Asunción —que sufría hambre y muerte luego de la pérdida de las cosechas por la plaga de la langosta— y resquebrajó el precario equilibrio interétnico alcanzado entre peninsulares y nativos. Los indígenas fueron saqueados por los hispanos, dado que los mismos no querían entregar los pocos alimentos que poseían ni siquiera a cambio de “rescates”.

Los hispanos tuvieron sus conflictos internos. Irala y sus hombres no reconocían la autoridad de Ruiz Galán, quien exigía sumisión pero no quería exhibir ningún documento que probara su autoridad. Después de un período de exhortaciones, mandó apresar a Irala, quien hasta entonces se limitaba a pedir un bergantín para volver a La Candelaria y seguir aguardando a Ayolas. El resquemor entre los nativos y los soldados en general, y sobre todo entre quienes Irala tenía un gran ascendiente, comprometían la situación de Ruiz Galán; éste tuvo que ceder ante las gestiones de Juan de Salazar, hombre clave entre los capitanes.

Finalmente, Irala pudo recuperar su libertad y obtener todo lo necesario para volver a La Candelaria el 23 de agosto de 1538. Ruiz Galán, poco más tarde, mandó edificar una iglesia, nombró a Salazar capitán de la casa-fuerte de Asunción y retornó a Buenos Aires.

El verano de 1539 fue durísimo para Irala y sus hombres debido a los ataques de los nativos y las precarias condiciones de vida en La Candelaria. Decidieron volver a Asunción a calafatear las naves, buscar provisiones y, tal vez, reforzar la tropa antes de continuar la espera en el norte.

Durante el otoño del mismo año, llegó al puerto de Buenos Aires el veedor Alonso de Cabrera con la importante misión de arbitrar y legitimar el mando de la provincia en virtud de la Real Cédula del 12 de septiembre de 1537. Ruiz Galán lo recibió en Buenos Aires y, a pesar de sus intentos disuasorios, no pudo evitar que en Asunción, previas formalidades, confirmase a Domingo Martínez de Irala como gobernador de la Provincia del Paraguay. Este acto realizado el 23 de junio de 1539 en Asunción legitimó aún más el mando de Irala. El 26 de julio Juan de Salazar de Espinoza le entregó las llaves de la casa fuerte y éste tomó posesión de Asunción y de toda la provincia haciendo valer sus derechos como lugarteniente de Ayolas, heredero del adelantado.

Entre 1537 y 1539 las relaciones entre europeos e indígenas, inicialmente tolerables, se tornaron cada vez más tensas. Los nativos comenzaron a oponer resistencia motivados por: la disminución de miembros de la familia indígena por migración y la crisis demográfica resultante para las aldeas; la pérdida de poder y prestigio de los varones indígenas, especialmente de sus caciques; la pérdida de guerreros para la defensa; la crisis económica debida a la escasez de mujeres y la ocupación de fuerza de trabajo masculina por parte de los españoles; las enfermedades introducidas por los españoles para las que los indígenas carecían de defensas biológicas. El Jueves Santo del año 1539, varios líderes indígenas de la región se organizaron para liquidar a todos los hispanos, pero fueron delatados por una de las concubinas de Juan de Salazar, quien alertó sobre la conspiración. Irala tomó las precauciones con mucha inteligencia y esa misma noche terminó con la vida de los referentes de complot.

La primera ocupación del gobierno de Irala fue organizar una expedición hacia del centro del Chaco buscando al capitán Juan de Ayolas. Merced a esta exploración hacia comienzos de 1540 confirmaron la muerte de Ayolas y la mayoría de sus hombres a manos de los chané. Con este hecho, el mando de Irala ya no quedaba supeditado a la eventual llegada de Ayolas.

El gobernador envió cartas al franciscano Bernardo de Armenta, quien se encontraba en las costas del Brasil, por medio de dos indígenas baqueanos. En estos escritos —que Irala solicitaba remitir a España— brindaba un informe sobre la ubicación y la situación de los sobrevivientes de la armada de Pedro de Mendoza.

Asimismo, solicitaba auxilios para el destacamento de Asunción. Sin embargo, quien recibió ese documento en aquel lugar fue Alvar Núñez Cabeza de Vaca, designado nuevo gobernador, el cual se sirvió del único baqueano que pudo llegar a Santa Catalina para ponerse en camino hacia Asunción.

Mientras tanto, Irala ordenó el despoblamiento de Buenos Aires en junio de 1541. No por practicar una política de aislamiento, ni por haber sido “inducido y persuadido” por el veedor Alonso Cabrera, sino por pretender seguir con el proyecto de conquista de Pedro de Mendoza y Ayolas, reforzando el centro de operaciones de Asunción a fin de avanzar en el camino hacia el Alto Perú. Pequeñas aldeas hispanas dispersas geográficamente, sin proyecto ni mando común podrían haber sido extinguidas fácilmente de los nativos.

Con la llegada a Asunción del contingente procedente de Buenos Aires, la población del fuerte aumentó considerablemente, exigiendo una organización política más acorde a las necesidades. Según el parecer de Lafuente Machain, Irala fundó la vida comunal con la Ordenanza del 16 de septiembre de 1541, por el cual se establecían los procedimientos para la elección de autoridades de la ciudad de Asunción y las funciones que habrían de cumplir. Una vez establecidos los regidores de la nueva ciudad, y luego de las primeras medidas de organización, social, política y económica, el gobernador pudo iniciar los preparativos para una gran expedición hacia el norte. Hizo construir navíos, preparó los pertrechos y provisiones.

Cuando la marcha parecía inminente, el 24 de febrero de 1542 llegó un emisario desde la zona del Yvytyrusu anunciando la llegada de Alvar Núñez Cabeza de Vaca con capitulaciones reales. El mismo requería auxilios para sus hombres enfermos que habían bajado por el Paraná en balsas, y otros que debían remontar por el Río de la Plata con su nave capitana. Irala ordenó inmediatamente que socorrieran y recibieran a estos expedicionarios.

A inicios de marzo de 1542, Cabeza de Vaca hizo su entrada a la ciudad de Asunción obteniendo obediencia jurada por parte de los pioneros llegados con el primer adelantado, previa presentación y aceptación de la Real Orden. El general Irala le entregó los símbolos de autoridad y los efectos de la Corona en Asunción, incluyendo todo lo preparado para el próximo viaje al Perú. El nuevo gobernador y sus hombres triplicaron la población y trastornaron la convivencia asunceña generando tensión entre éstos y los “conquistadores viejos” e indígenas por la provisión de alimentos, la ocupación de espacios y materia prima para la construcción de nuevas viviendas, la discriminación de los “antiguos” en las prerrogativas decisorias y los cambios en la política de conquista.

El punto más relevante del gobierno de Cabeza de Vaca fue la expedición realizada en la búsqueda del Alto Perú. En efecto, en el mes de octubre de 1542, el capitán Irala fue enviado a realizar exploraciones previas al norte. Obtuvo excelentes resultados al encontrar un lugar apto para establecer el centro de operaciones hispánicas en lo que dio en llamar puerto de Los Reyes, situado en el Alto Paraguay. En dicho puerto Irala consiguió el apoyo y la confianza de los naturales. Llegó de regreso a Asunción el 16 de febrero de 1543.

En la capital, entretanto las relaciones entre los oficiales reales y el adelantado, secundado por algunos de los suyos, se habían deteriorado considerablemente. La animadversión contra Cabeza de Vaca aumentaba. Y para colmo, en la noche del 3 al 4 de febrero se produjo un incendio en Asunción reduciendo a cenizas prácticamente todo el poblado, incluyendo los edificios públicos y el depósito de víveres. El hambre se hizo sentir. Irala recibió la orden de buscar alimentos ante el rechazo bélico que sufrió Gonzalo de Mendoza por parte de los agaces. Irala también fue recibido a flechazos y terminó herido. Nufrio de Chaves terminó la faena y derrotó a los agaces obteniendo abundantes provisiones y numerosos prisioneros.

Ante las pésimas relaciones entre Alvar Núñez y los oficiales reales, el adelantado optó por echar a andar el proyecto que unía a ambos sectores: la conquista del Alto Perú. Una vez preparado todo lo necesario, Alvar Núñez dejó el mando de Asunción a Salazar, y se lanzaron hacia el norte remontando el río Paraguay el 8 de septiembre de 1543. Llegaron al puerto de Los Reyes dos meses después. Allí Irala fue nombrado maestre de campo del adelantado, tratando de aprovechar sus dotes, experiencia y buscando una salida política a los sectores enfrentados. Luego de un período de lluvias, los hispanos comenzaron a establecerse propiciando un acercamiento pacífico a las etnias locales.

Exploraron la región buscando una vía hacia las minas de metales preciosos. Pero la marcha hacia el oeste fue un fracaso. El hambre, la sed y la pérdida de rumbo los hicieron retroceder. En el puerto, Irala y centenares de españoles fueron víctimas de una epidemia —aparentemente disentería— venida con la inundación de la zona. La desazón, el hambre, los mosquitos, la enfermedad, el conflicto desatado entre los hispanos y con los indígenas los hicieron regresar a Asunción el 18 de abril de 1544.

En la capital de la gobernación las hostilidades contra el adelantado culminaron en un motín organizado por los leales a Irala, quien días después fue propuesto como gobernador en su calidad de lugarteniente de Ayolas. El capitán de Vergara aceptó la nominación y juró como nuevo gobernador. Cabeza de Vaca permaneció arrestado desde aquella noche de San Marcos del 25 de abril de 1544 hasta su deportación a España, casi un año más tarde. Lo acompañaron al proceso judicial algunos leales suyos, entre ellos el capitán Juan de Salazar. Los cargos de los iralistas contra el adelantado fueron numerosos, aunque el más grave y polémico de todos fue el pretender hacerse dueño y señor de las tierras conquistadas y desconocer la autoridad del Rey.

A esa altura de la conquista, las relaciones con los carios y otras etnias se vieron completamente alteradas con la utilización de las indígenas como esclavas y piezas de cambio, a falta de monedas. Los indígenas eran herrados como ganado y cambiados por caballos, armas o ropa (F. Roulet, 1993: 187). Esta situación llevaba a los indígenas a resistir la dominación por las armas. Es comprensible que el segundo gobierno de Irala estuviera centrado en lograr la paz con los naturales y conquistar las minas doradas del norte. Así pues, aunque continuaron las intrigas alvaristas contra Irala, prepararon una gran expedición a través de la tierra de los mbaya, actual estado de Matto Grosso (Brasil). A inicios de 1546, comenzaron la caminata hacia el Norte, pero apenas salido el contingente, tuvieron que regresar a Asunción por maniobras alvaristas que polarizaron a la soldadesca en plena marcha.

De no haber sido por la mediación de Francisco de Mendoza y el factor Dorantes, el conflicto pudo haber terminado de manera sangrienta. Por ese año, fueron suspendidos los proyectos expedicionarios. En marzo de 1547, Irala envió a Nufrio de Chaves y algunos hombres a explorar el río Pilcomayo rumbo a Perú. El resultado fue negativo, pues el curso no era navegable. Durante esta exploración, Irala tuvo que continuar luchando contra los enemigos de los carios, que asolaban el enclave español. Mientras tanto, en España era creado el obispado del Río de la Plata, siendo nombrado como primer obispo fray Juan de Barrios, que nunca llegó a destino.

A mediados de 1547, Irala comenzó a reorganizar la gran marcha hacia el territorio mbayá, dejando a Francisco de Mendoza el gobierno de Asunción. A fines de noviembre, remontó con sus hombres el río Paraguay hasta San Fernando, lugar donde construyeron una fortaleza de resguardo. Mientras tanto, en España, el Rey nombró adelantado del Río de la Plata a Juan de Sanabria, de Medellín. Éste moriría antes de partir para América.

En enero de 1548, el gobernador Irala inició la marcha hacia el noroeste guiados por baqueanos de la zona. Y grande fue la sorpresa de éstos cuando luego de un recorrido de quinientas leguas durante nueve meses hallaron a un grupo de tomacosí que les hablaron en español: la tierra ya estaba descubierta y conquistada por otros españoles. Las esperanzas de ser señores de la sierra dorada se esfumó en el aire. Desde allí, el 22 de septiembre de 1548, Irala despachó a Nufrio de Chaves a pedir provisiones a Pedro La Gasca, gobernador del Perú. Sin embargo, Chaves, al llegar a Lima, solicitó el nombramiento de un gobernador para Asunción, argumentando la ineptitud de Irala.

Después de muchas consultas, La Gasca resolvió crear la provincia de Paraguay como una medida para descongestionar la población levantisca de Charcas y Potosí y atender el pedido de Chaves. Diego Centeno fue nombrado primer gobernador de Paraguay, quien, al comienzo aceptó la responsabilidad, pero luego desistió de ella.

Ante la tardanza de Nufrio de Chaves, el contingente que lo aguardaba al mando de Irala se impacientó; sobre todo, ante la negativa de Irala de esclavizar a los corocotoquis y ante la desazón de no poder encontrar minas de metales preciosos. La situación se puso tan tensa que el contador Felipe de Cáceres conminó a Irala a regresar a Asunción, arrasando previamente a los corocotoquis. Irala pretendía esperar a Chaves y luego seguir la conquista hacia el norte, por la región de los xarayes con rumbo hacia Venezuela.

Sin embargo, el contador Cáceres se había concitado el apoyo de la gran mayoría de los conquistadores dejando muy vulnerable a Irala, quien presionado tuvo que renunciar a su cargo y oficio de teniente gobernador y capitán general. Los insubordinados eligieron al capitán Gonzalo de Mendoza como nueva autoridad e iniciaron la marcha hacia San Fernando, donde habían dejado las embarcaciones. Llegados a dicho puerto el 13 de marzo de 1549, fueron informados que el capitán Diego de Abreu y los alvaristas conspiraron hábilmente contra Francisco de Mendoza en Asunción, quien luego de resistir a la maniobra de la que fue objeto, fue juzgado sumariamente y ejecutado.

Abreu fue investido de autoridad por los residentes y esperaba imponer su mando sobre los expedicionarios.

Entretanto, en San Fernando, el capitán Gonzalo de Mendoza y los conquistadores recapacitaron y pidieron a Irala que vuelva a retomar la gobernación de Paraguay, siendo, al parecer, de todos el más indicado para ponerse al frente de una situación como ésta. El vizcaíno aceptó y preparó la marcha sobre Asunción.

Abreu, informado de la llegada del contingente, envió mensajeros pidiendo a Irala que llegase sin alboroto y se sometiera a obediencia. Irala entró a Asunción durante la noche con trompetas, banderas desplegadas y más de dos mil hombres entre españoles e indios. Al día siguiente, Abreu le requirió obediencia.

Irala por toda respuesta lo mandó arrestar a él y sus aliados. El 4 de abril de 1549, Irala legitimó el nombramiento de los expedicionarios en San Fernando ante los conquistadores residentes en Asunción sin encontrar ninguna resistencia. Pocos días después, arribó Nufrio de Chaves a Asunción procedente de Lima con oficiales de valía para incorporarse a la provincia.

Pronto se preparó una expedición para descubrir y conquistar el noreste. Una vez reunidos los esclavos necesarios, provisiones, armas y demás enseres necesarios, se inició la marcha hacia el Paraná. Al norte de los saltos del Guayrá, los españoles “pacificaron” (sometieron militarmente) a los tupi y marcaron presencia en una zona en la que los portugueses estaban incursionando. Esta expedición abrió una vía hacia el este que con el tiempo se convertiría en una importante ruta comercial que uniría con los portugueses de San Vicente, además de ser el camino más corto para las comunicaciones con España. El 25 de octubre de 1549, en España, el licenciado Francisco Alanis de Paz fue nombrado “gobernador y justicia mayor” de Asunción hasta que llegara Diego de Sanabria, quien había heredado el título de su malogrado padre como adelantado del Río de la Plata.

Durante la expedición de Irala hacia el Paraná, se comenzó a tramar una conspiración en Asunción. Enterado el capitán Vergara, apresuró su regreso. Ya en Asunción hizo arrestar, juzgar y ejecutar a los capitanes Camargo y Urrutia, quienes, efectivamente, habían organizado una conjura.

En esos días, un reclamo cada vez más insistente era el empadronamiento y distribución de los indígenas en encomiendas, pero Irala encontraba dificultades para complacer este pedido. Sin embargo, para entonces, la venta de esclavos y esclavas indígenas ya era una costumbre y formaba parte de la vida cotidiana de Asunción. Mientras tanto en España, el 10 de abril de 1550 partió la expedición de Mencía Calderón, viuda de Sanabria, del puerto de Sanlúcar de Barrameda, con una tripulación de entre doscientas cincuenta y trescientas personas, de las cuales cincuenta eran mujeres.

El gobernador Irala logró distraer la atención del asunto de las encomiendas replanteando la conquista de El Dorado, propósito siempre bien recibido por los conquistadores. Pero mientras preparaban otra expedición hacia el norte, el 15 de agosto de 1551 llegó a Asunción el capitán Cristóbal de Saavedra anunciando el arribo de Mencía Calderón, viuda de Sanabria, al frente de un nuevo contingente hispano desde Brasil. El gobernador Irala, careciendo de embarcaciones marítimas, envió a Nufrio de Chaves con provisiones hasta San Gabriel, en la desembocadura del Río de la Plata, lugar hasta donde se suponía que llegarían. El resultado fue negativo: Chaves no encontró a nadie. Dejó las provisiones y regresó. En febrero de 1552, el gobernador Irala volvió a enviar socorros a San Gabriel con los mismos resultados. El 24 de julio del mismo año llegaron al enclave español el capitán Hernando de Salazar y otros treinta castellanos e indios procedentes de San Francisco, por la ruta de los peá-birú.

El 18 de enero de 1553, Irala inició la expedición que más tarde sería conocida como “la mala entrada”. Marchó con ciento treinta hombres a caballo y aproximadamente dos mil indios, dejando el gobierno de Asunción al contador Felipe de Cáceres.

Pocos días después de la partida, Irala fue informado de una revuelta en Asunción, motivo por el cual se vio obligado a regresar con un grupo de sus hombres.

Al enterarse de la llegada de Irala, Abreu y Melgarejo —los revoltosos— huyeron a los montes. Se entabló un juicio contra los conspiradores al cabo del cual Sebastián de Valdivieso, Bernabé Muñoz y Juan Bravo fueron ajusticiados. Durante el juicio, Irala pasó a reconocer unas minas en la zona de Acahay que concentraban la atención de los pobladores. A su vuelta, en mayo, se enteró del desenlace del juicio y retomó el camino hacia la entrada abierta con algunos de los sublevados. Poco después, el contador Felipe de Cáceres hizo matar a Abreu, que todavía seguía instigando desde los montes.

En septiembre Irala y su contingente regresaron de la expedición sin obtener el éxito esperado. Con esta experiencia la mayoría de los conquistadores estaban casi convencidos de que no hallarían ninguna veta de metales preciosos. Siendo tan profunda la desilusión, los conquistadores presionaron fuertemente a Irala a fin de lograr la encomienda de indios e iniciar la colonización de la tierra. El jueves 12 de octubre de 1553, el factor Dorantes y un grupo de oficiales reales urgieron a Irala el reparto de tierras e indios por medio del escribano Juan de Valderas. Los fundamentos de la requisitoria se plantearon en los siguientes términos: “Dicho señor capitan debe mandar hacerlos dichos pueblos y encomendar los dichos indios como su majestad lo manda en lo qual los naturales de la tierra seran conservados y los cristianos ternan servicio y la costumbre que los indios tienen de vender sus mugeres e hijas y parientas que es total destruycion de la tierra y la que los cristianos tenemos en se las comprar lo qual es necesario para nos mantener hasta que la tierra se encomiende quanto mas que algunos se las an tomado por fuerça que es todo prohibido se quitara y los cristianos andaran libremente por la tierra y podran buscar minas de oro y plata y otras cosas que le convenga” (apud R. de Lafuente Machain, 2005: 484). Irala contestó a tal requerimiento el 9 de noviembre de 1553 afirmando que tiene la encomienda como “cosa embarazosa y aun en parte escandalosa”; sugiere “se junten de nuevo a mirar y acordar y platicar lo que en este caso mejor se pueda y deva hazer”. Declaró estar dispuesto a realizar dicho reparto “y qui si por lo hazer asi algun escandalo o alboroto u otro mal o daño se recreciere o pudiera recrecer sea a culpa e cargo de los dichos ofciales de su majestad y de sus bienes” (apud R. de Lafuente Machain, 2005: 487).

Al parecer durante el año siguiente Irala comenzó a diseñar la estrategia de distribución de tierras e indios.

Desde comienzos de 1554, Asunción se dinamizó con una serie de acontecimientos. A inicios de este año, el capitán García Rodríguez de Vergara fue enviado a fundar un pueblo en la región del Paraná, una legua arriba del salto; cometido que dicho capitán cumplió al fundar Ontiveros acompañado por sesenta españoles, la mayoría de las cuales fueron leales a Cabeza de Vaca. En abril del mismo año, el factor Dorantes salió a buscar minas en la zona de Acahay, a pocas leguas de Asunción. El 17 de octubre de 1554 Irala planificó una entrada a través de la región norteña del Itatin. Nufrio de Chaves se encargó de anteceder a Irala en la expedición.

La gran noticia llegó el 2 de julio de 1555 con la carta de Bartolomé Justiniano, retenido por el gobernador portugués de San Vicente, quien envió una carta que causó una inmensa alegría al general Irala: la Corona reconoció sus méritos al frente de la provincia y lo nombró gobernador del Paraguay y del Río de la Plata. Justiniano remitió una copia del documento pero se comprometió entregar personalmente el original cuando el gobernador de San Vicente le diese autorización para viajar. Inmediatamente, Irala mandó llamar a Nufrio de Chaves que ya se encontraba a ochenta leguas de Asunción, y suspendió los preparativos para la entrada proyectada.

El 17 de julio de 1555, Irala delegó a Nufrio de Chaves el tratamiento de algunos asuntos con el gobernador de San Vicente: el reclamo hispano por las incursiones portuguesas en el Alto Paraná para esclavizar indígenas y llevarse productos de la tierra, y la autorización para el viaje de Justiniano y su gente al Paraguay. Chaves, además, debía “pacificar” la tierra escarmentando a los tupí que atacaban permanentemente a los cario, e informarse sobre las condiciones de vida de los castellanos en Ontiveros. Sin esperar la llegada de los documentos originales, Irala convocó a los oficiales reales e hizo leer las provisiones reales. Tanto los oficiales como posteriormente el pueblo entero prestó juramento de obediencia al gobernador nombrado por Decreto Real. Fue el 28 de agosto de 1555.

En octubre del mismo año, arribaron Justiniano, Juan de Salazar y sus hombres a Asunción. El capitán Juan de Salazar presentó su nombramiento como tesorero real y regidor, que asumió inmediatamente.

A este punto, el gobernador Irala retomó la tan reclamada cuestión de las encomiendas. A comienzos del año 1556 procedió, muy a pesar suyo, a la repartición de tierras e indígenas a los conquistadores. Dictó las ordenanzas relativas a las relaciones entre encomenderos y encomendados el 14 de marzo de 1556. En el mismo acto de reparto comenzaron los reclamos por parte de quienes se sintieron menos favorecidos en la distribución.

El 20 de marzo de 1556 retornó Chaves del Guayrá alertando sobre la situación de la región constantemente invadida por los portugueses y “el espíritu levantisco” de los pobladores hispanos. Motivado por este informe el 30 de marzo de 1556 el gobernador Irala salió con el objeto de atender este asunto y mejorar las relaciones comerciales con la costa atlántica. Pero tuvo que regresar urgentemente debido a que el 2 de abril de 1556, Miércoles Santo, llegó a Asunción fray Pedro Fernández de la Torre, segundo obispo del Río de la Plata. Irala y Fernández de la Torre celebraron juntos la Vigilia Pascual dando comienzo a una excelente relación entre ambas autoridades. Asunción estaba de fiesta con su nuevo prelado, aunque más tarde se vería completamente defraudada de la actuación de su obispo. En septiembre del mismo año, un grupo de vecinos regresó a España con la embarcación que trajo al obispo. Se despacharon cartas y cargas. Uno de los documentos fue el padrón de vecinos de Asunción en ese momento, y otro es considerado por Lafuente Machain como el testamento político del célebre vizcaíno.

Una vez zarpados los bergantines rumbo a San Gabriel, Irala salió a observar los cortes de madera que había ordenado para terminar la construcción de la catedral. Estando allí, se sintió enfermo y lo llevaron a guardar cama en Asunción. Finalmente, el 3 de octubre de 1556, Domingo Martínez de Irala falleció a consecuencia de una pleuresía. Fue enterrado en la iglesia mayor de Asunción. A su muerte, el gobernador dejó una ciudad firmemente arraigada en la tierra y una gobernación en expansión. Había testado el 13 de marzo último, ordenando todo lo referente a su familia y sus bienes.

Domingo Martínez de Irala fue el fundador de una nueva nación. Bajo su mando se inició un proceso sociopolítico y cultural que transformó a los conquistadores en colonos y a los indígenas libres en esclavos.

Pero la dominación de hispanos sobre los indígenas fue el comienzo del fin de ambas partes en todos los términos. Ya no serían los mismos nunca más. En Paraguay, no se pudo fundar otra España, como era el ideal conquistador explicitado en otras latitudes de América. Tampoco los indígenas pudieron conservarse étnicamente como antaño. Biológica y socioculturalmente se creó una cultura y un hombre entre español e indígena, que heredó las características de ambos: el mestizo. Cristiano, supersticioso, autoritario, machista, bilingüe, agricultor-ganadero, militar, músico, narrador y amante del tereré. Inicialmente considerado bastardo, posteriormente se legitimó y se impuso en el Paraguay por su número y tenaz resistencia, para regir y gobernar en las fundaciones de todas las ciudades del Río de la Plata, desde Santa Cruz hasta Buenos Aires. Es el nuevo tipo antropológico surgido. Ya no es indígena, tampoco español. Será llamado paraguayo. Las identidades socioculturales fueron cambiantes, dinámicas para europeos e indígenas que trastornaron su identidad en las relaciones de poder en una provincia que quedará aislada. Y lo fue también para el mestizo paraguayo en los siglos venideros.

 

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Roberto Quevedo y Julio Espínola