González Paniagua, Francisco. Puente del Arzobispo (Toledo), s. XVI – s. XVII. Sacerdote, canónigo, rector y deán de la catedral.
Antes de pasar a América, fue capellán en Alcolea de Tajo (Toledo). Puede considerarse como “uno de los más veteranos religiosos de la conquista”, que permaneció por más de treinta años activo en la colonia. Fue designado canónigo en Quito en 1540; decidió ir al Río de la Plata con el segundo adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca y allí se vio envuelto en las luchas entre conquistadores, actuando más de una vez como amistoso componedor, aunque no siempre con éxito, y a lo largo de esos años sirvió como cura rector de la catedral y provisor y vicario general de la diócesis.
Tuvo a su cargo los despachos de canónigos y desde 1558 fue deán de la catedral.
La Iglesia Católica, desde los albores de la conquista y del mestizaje, desempeñó un papel destacado en la integración del indio y en la difusión, afirmación y formación de una conciencia nacional en Paraguay.
Se justifica, pues, que se dé noticia acerca de su establecimiento y estructura en el país y del desarrollo histórico y la acción del clero secular y las órdenes religiosas que arribaron a América.
Existen documentos históricos del padre Francisco González Paniagua fechada el 3 de marzo de 1545, a S. M., donde informa acerca de la situación en América que trajo graves consecuencias por la división en bandos de la sociedad asunceña, y la supremacía de los más enconados enemigos, circunstancias sospechosas donde exigían mucha cautela para el proceder. Estos documentos coinciden con otros Memoriales escritos por los religiosos de la época y en especial los escritos donde se menciona la oposición de los pocos clérigos que se alistaron a uno u otro bando, donde se destaca al obispado del Paraguay que es en Río de la Plata. De este se “cuentan lástimas, que ni es para nada, ni hace nada, y que como es pobre se cargó, cuando llegó el servicio personal de indios e indias, cosa muy perjudicial.” El racionero Lezcano, ha informado la actitud desmedida contra el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca en una carta dirigida a la Audiencia de Charcas en Información de Méritos y Servicios, y lo atestigua el padre Francisco González en su Memorial fechada el 18 de febrero de 1545, “donde afirma que, la farsa que ha sido montada contra el Gobernador depuesto era una verdadera vergüenza”, específicamente los sacerdotes que arribaron con divisa militar, luego de una actuación en los cuarteles, vestían hábitos y celebran misa “como no hay quien les pida cuenta de sus dimisorias, hacen lo que quieren” y también estaban a su cargo los pueblos de indios Yaguarón, Altos, Yois, Ypané, Guarambaré, Yvyrapariyara, Tercañy, Arecaya, Perico, existieron por tiempo alguno de ellos desaparecieron.
En 1559 disfrutaba de un beneficio catedralicio el clérigo Martín González que en 1564 se trasladaría al Alto Perú con su obispo y durante la ausencia de este último, que duraría hasta 1568, el gobierno de la diócesis quedó a cargo del provisor Francisco González Paniagua.
“Cada día era indispensable la presencia de un disciplinador del clero, de un coordinador de sus actividades misioneras, de un moderador de las nuevas costumbres relajadas que iban adquiriendo los conquistadores.
Cada vez más sentida la ausencia de un padre espiritual, que con su claridad protegiera la explotación a los indígenas y con su autoridad morigerara el comportamiento de los viejos creyentes, que iban desviando el camino de los preceptos divinos.” La falta de unidad en la acción misionera, la alarmante corrupción de las costumbres, el odio, la rivalidad, que siempre dividen, en vez de la caridad que vincula y crea la comunidad cristiana, pedían a voces un buen pastor. “La corrupción moral había llegado al tal grado, que da pena leer los documentos de la época.” “La tan mentada fusión racial o pacto de sangre hispano guaraní no fue hecho, según los testigos de la época. Había entonces en el ‘Paraguay’, once o doce sacerdotes del hábito de San Pedro (seculares) muy honrados, con quien debía entenderse toda la colonia y con verdadero sacrificio el padre González deán de la Catedral intentó poner orden en sus tareas, pero ellos fueron designados por los oficiales reales cuyo objetivo eran diferentes, pero si administraban los santos sacramentos y servían al culto divino.” “En medio de esta tormenta moral, la fe no se ha eclipsado o mejor dicho no habían sufrido sino un eclipse parcial. La conciencia cristiana estaba gravemente lesionada pero no había naufragado. Los pecadores se sentían aún capaces de reconocer y confesar sus culpas, y esperaban redención.” “Es admirable el vigor imbatible de la fe de los conquistadores, que en medio de los vicios, estaban sumidos, constantemente solicitaban por un enviado de Dios que le redimiera. Por Bula de Pablo III se instituyó la iglesia catedral que se ha de llamar, un Obispo del Río de la Plata, el cual ha de gobernar la Iglesia y en Diócesis, predicar la palabra de Dios y convertir a sus habitantes a la fe cristiana debía ejercer la jurisdicción, autoridad y potestad episcopal [...] elegir e instruir dignidades, canonicatos y prevendas.” “Gozaban de todo los privilegios e inmunidades y gracias de las demás catedrales y sus prelados de la dicha por derecho o costumbres que gozan.” El Cabildo de la catedral de Asunción estableció en 1572 un órgano de expresión del clero secular que se mantuvo interrumpidamente hasta su extinción por fallecimiento de todos sus miembros sin que fueran sustituidos. Se constituyó inicialmente con los padres Franciscano González y Paniagua, deán, Alonso Segovia, Diego Martín y Francisco Prieto, canónigos, Martín Barco de Centenera con el título de arcediano, que pronto regresaría a España. En 1610 componían la corporación dos sacerdotes peninsulares, los padres Pearo Fontana de Zárate, deán, y Pedro Manrique de Mendoza, arcediano, ambos naturales de Castilla la Vieja y en ejercicio desde 1598, y dos canónigos criollos hijos de conquistadores, los padres Felipe Franco y Francisco Resquín. En la década inmediata entraron a cubrir vacantes otros clérigos paraguayos, los padres Pedro de Sierra y Ron y Pedro González de Santacruz.
Además de la las funciones del Cabildo eclesiástico, los sacerdotes seculares desempeñaban actividades en los curatos de la capital y de los españoles de la Anunciación y de los naturales de San Blas, que se dedicaban a la atención espiritual de toda la población campesina de los “valles” y “pagos” circundantes y de la Villa Rica del Espíritu Santo, y también estaban a su cargo los pueblos de indios Yaguarón, Altos, Yois, Ypané, Guarambaré, Yvyrapariyara, Tercañy, Arecaya, Perico, existieron por tiempo alguno de ellos desaparecieron.
El padre Jerónimo de Ochoa de Izaguirre, en una carta dirigida al Consejo de Indias fechada el 8 de marzo de 1545, decía: “Es tanta la vergüenza y poco temor de Dios que no hay entre nosotros en estar como amancebados. Afirma el Padre Francisco González Paniagua que al cristiano que está contento con dos mujeres, es porque no puede tener cuatro, y el que con cuatro porque puede tener ocho [...] si no es algún pobre que baje de cinco a seis, la mayor parte de quince y de veinte de treinta a cuarenta mujeres.” “No se respetaban los impedimentos canónigos, ni en la línea recta ni colateral, apareándose con madres e hijas o con varias hermanas a la vez. Las palabras suegro o cuñado eran títulos honoríficos.” “Las mujeres —dice el Padre González— son las que siembran y recogen el bastimento, y como quiera que podamos sostener con las pobres de la tierra, fue forzoso tomar cada cristiano indias de esta tierra contentando a sus parientes con rescate.” Por eso califica el ilustre misionero de “maldita esta costumbre existente entre los carios”.
Se estaba viviendo una intensa convulsión de intrigas, amenazas, medidas arbitrarias, que desde el primer momento no pudieron sosegar los ánimos, y eso se acentuó con el arribo del obispo fray Pedro de la Torre y el teniente gobernador Felipe de Cáceres. Ese malestar se produjo ya a inicios del año 1564, cuando el éxodo del Perú, donde se le acusa al teniente de gobernador de “hombre inquieto y muy ambicioso”, en suma, con temperamento iracundo e indómito y el humor negro que gastaba éste contra el obispo, hicieron que se le considerase persona no grata para sus enemigos, endilgándole con el “odioso título de luterano”, entre otras cosas.
Todo este proceso que se suscitó a lo largo de varios años obran en documento del Archivo General de Indias en la Audiencia de Charcas y todos los informes fueron enviados por el padre González, donde comunicaba lo acontecido en el Río de la Plata. Hasta 1579-1580 se sabe que la participación del canónigo González Paniagua fue activa, ayudó a pacificar los ánimos por más de “treinta largos años”, pero es evidente que los años del canónigo ya no podían favorecer para resolver problemas tan graves, durante la época que le cupo actuar. El juicio de conjunto de todo el tiempo de su actuación para cumplir su misión evangélica fue negativo, el celo arrebatador del pastor no logró encaminarla a la organización misional y se debe a la incipiente situación y escasos recursos que estaban pasando. Es evidente que realizó un esfuerzo sobrehumano para mejorar la situación y la conquista espiritual del aborigen de la colonia.
Obras de ~: "Memorial del Padre Francisco González Paniagua", Revista de la Biblioteca Nacional, Buenos Aires, Imprenta de la Biblioteca Nacional, tomo I, n.º 3, julio-septiembre de 1937, págs. 429-473.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Justicia 1131, Carta a S. M. del Río de la Plata dirigida al Cardenal Juan Tarrera, fechada el 3 de mayo 1545; Audiencia de Charcas n.º 78, Información de Méritos y Servicios; Buenos Aires 5, 1941, Col. de documentos Históricos y Geográficos relativos a la conquista y Colonización Rioplatense; Archivo Nacional de Argentina, vol. 319, fol. 23-NE.
E. de Gandía, Historia de la Conquista del Río de la Plata y del Paraguay, Buenos Aires, Librería García Santos, 1932; Indios y Conquistadores en el Paraguay, Buenos Aires, Editorial García Santos, 1934; J. M.ª Rubio, Explotación y conquista del Río de la Plata, Barcelona-Buenos Aires, Salvat, 1942; C. Bruno (SDB), Historia de la iglesia en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Don Bosco, 1966; J. C. Chávez, Descubrimiento y conquista del Río de la Plata y del Paraguay, Asunción, Editorial Nezza, 1968; E. Cardozo, Histografía Paraguaya, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1979; R. Lafuente Machain, El Gobernador D. M. de Irala, Asunción, Editorial Fondec, 2004.
Olinda Massare de Kostianovsky