Pignatelli y Colonna, Héctor. Duque de Monteleón (IV), en el Reino de Sicilia. ¿Nápoles (Italia)?, 1572 – Madrid, 3.VIII.1622. Embajador, mayordomo mayor y consejero de Estado, virrey de Cataluña.
Personaje representativo de la aristocracia feudal napolitana que remontaba sus orígenes a los duques longobardos de Benevento y Capua, ostentó también aparte de los ya indicados los títulos de conde de Borrello, de Santangelo de los Lombardos y Caronia, entre otras numerosísimas dignidades que llegó a disponer su propio linaje. Era hijo de Camillo Pignatelli y Cardona. Se casó con Catalina Caracciolo, VII condesa de Santangelo. Como virrey de Cataluña, gobernó el principado durante siete años, entre el 31 de julio de 1603, fecha en la que prestaba su juramento en la Catedral de Barcelona, obteniendo la credencial de nombramiento el 19 de mayo del mismo año con carácter indefinido, y 1610. Las tres grandes lacras de su virreinato fueron el arraigado problema del bandolerismo, justo en unos años en los que destacó la enorme actividad del temible bandido ya aludido por Miguel de Cervantes en El Quijote, Perot Roca Guinarda, que burló en numerosas ocasiones la persecución de los oficiales reales hallando sospechoso cobijo entre gentes de la tierra, la expulsión de los moriscos y la penuria monetaria. Tan pronto como hubo tomado posesión del cargo de virrey, publicaba una crida para organizar un importante somatén contra los malhechores y bandidos. De hecho, prácticamente el mismo día en que entraba en la capital del principado, había sido asesinado el veguer de Barcelona y llevado por el ansia de hacer justicia no tardó en proceder a la ejecución pública de su autor. Para luchar contra el bandolerismo, había traído consigo una compañía de caballería, suscitando así grandes esperanzas entre la población afectada, al hacer personalmente rondas nocturnas por las calles de la ciudad de Barcelona, arrestando delincuentes, a pesar de que consta que se caracterizaba por ser un hombre de talante sofisticado y no debía de encontrarse demasiado a gusto en estas lides. Pero la falta de dinero en las arcas de la administración virreinal, de lo cual se quejó oportunamente al Monarca, obstaculizaba una y otra vez su buena intención y labor. Como también lo hacían, las restricciones constitucionales a la tarea y eficacia de los oficiales reales. Dictó numerosas sentencias de muerte sobre autores de crímenes y delitos menores, convencido de que de este modo socavaba el deterioro del orden público. Tal como también hicieran sus antecesores en el cargo, prosiguió, por encima la pugna que ello implicaba con las leyes del país, con la práctica de derribar castillos y casas fuertes sospechosas de albergar a bandoleros, llegando incluso a ordenar arrancar las puertas y ventanas de las mismas, ante las continuadas protestas de los diputados y de los miembros del brazo militar, que ya al finalizar su gobierno incluso parecían no guardarle al virrey consideración alguna. Pero, como ya se ha indicado, sobre todo la difícil persecución de Roca Guinarda fue lo que más le trajo de cabeza al duque de Monteleón.
En 1607 la Real Audiencia de Barcelona, reunida a instancia del virrey, lo declaró gitat de pau y treva y, por ende, enemigo del Rey. Esta declaración tenía como consecuencia directa el quedarse sin ningún tipo de apoyos, porque el que se atreviera a prestárselos corría el riesgo de sufrir penas que llegaban hasta la capital. En 1609 el virrey de Cataluña ofreció 1000 libras de recompensa por la entrega del famoso bandolero, así como el perdón de los delitos del denunciante y de otras tres personas que éste eligiera. A esta situación progresivamente grave se unió, al año siguiente, que Guinarda fue excomulgado por el obispo de Vic, por robar los vasos sagrados de la iglesia del pueblo de Balenyà. En julio de 1611, y atendiendo a las súplicas de personas notables y religiosas, el virrey, tras una primera negativa, le indultó a cambio de servir diez años en una compañía, en Italia o Flandes.
A pesar de que tanto el Consejo de Aragón como la ciudad de Barcelona transmitían constantemente un mensaje halagüeño sobre su labor como virrey, la lacra del bandolerismo provocó durante su tiempo la desesperación de los ministros del Rey abonando la idea de un nuevo nombramiento en una persona más enérgica.
Respecto al último cometido, el 28 de mayo de 1610 el duque de Monteleón publicaba en Barcelona la orden del rey Felipe III por la que se disponía la expulsión de este colectivo socio-religioso, así como las crides correspondientes a su ejecución. Más de cuatro mil moriscos fueron expulsados desde el principado.
La mayor parte de ellos fueron embarcados, junto con algunos de los moriscos aragoneses, en el puerto de los Alfaques. Pero la mayor parte de los que habitaban en el territorio del obispado de Tortosa pudieron permanecer allí. Héctor Pignatelli se interesó asimismo por solucionar el problema de la circulación de moneda falsa, de la que tanto se quejaban las autoridades catalanas, los consellers del Consell de Cent de Barcelona y los diputados del General. Durante su virreinato, Cataluña fue también testigo de importantes acontecimientos de orden religioso. En 1608 presenciaba el traslado de los restos mortales de San Ramón de Peñafort, para lo que tuvieron lugar numerosas celebraciones y procesiones en la ciudad de Barcelona. En 1609 Héctor Pignatelli anunciaba a las autoridades catalanas que disponía de una importante reliquia de sangre del patrón de Cataluña, san Jorge, y en atención a la profunda estima que albergaba hacia el país, había decidido regalarla a los diputados de la Diputación del General para su custodia. En el orden diplomático, durante su gobierno tuvo ocasión de recibir en la capital del principado a los duques de Saboya. En octubre de 1604 recibió también al cardenal Juan Doria, hijo del príncipe Doria. El 15 de agosto de 1608 recibía en la misma Barcelona otra visita, esta vez empero de su hijo primogénito, Camillo Pignatelli, que se encontraba de partida hacia Italia.
Las instituciones catalanas agasajaron el encuentro con suntuosas celebraciones, en las que intervino la madre del virrey, Gerónima Colonna, que pasaba largas temporadas en la ciudad y que en pocas ocasiones había suscitado debates entre las autoridades catalanas por cuestiones de protocolo, tan trascendentales en una mentalidad en la que poder y honor discurrían unidos. Por sus servicios a la Monarquía española, Héctor Pignatelli alcanzó la dignidad de Grande de España en 1613. En agosto 1622, año de su fallecimiento, se publicaba un panegírico sermón por su muerte que había ejecutado el padre Gerónimo Florencia, de la Compañía de Jesús, predicador de la Casa Real y confesor de los infantes, en el Monasterio de los capuchinos de Madrid.
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Mariela Fargas Peñarrocha