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Diego de Arce y Reynoso Ávila

Biografía

Arce y Reynoso Ávila, Diego de. Zalamea de la Serena (Badajoz), 5.IV.1585 – Madrid, 18.VI.1665. Inquisidor general, consejero de Estado, obispo de Tuy, Ávila y Plasencia.

Hijo primogénito de Fernando de Arce y Reinoso, natural de Villanueva de la Serena, letrado de profesión y familiar del Santo Oficio, y de Catalina Ávila y Palomares, muy estimados en la villa de Zalamea por sus costumbres cristianas, no en vano eran cristianos viejos, y la nobleza de su sangre; su hermana, María de Arce y Reinoso, se casó con Pedro Dávila Palomares, primo suyo y caballero hijosdalgo. A la descendencia de este matrimonio, en la persona de su nieto (por lo tanto, sobrino nieto de Diego de Arce), Juan de Morales Arce y Reinoso, caballero de la Orden de Alcántara, se le concedió, por merced del Rey, el título de conde de Arce, siendo el motivo de tal concesión “los singulares méritos de su Santo Tío”.

Diego de Arce fue bautizado el 3 de mayo del mismo año en la iglesia parroquial de Santa María de los Milagros. Hombre de extensa y vasta cultura, el papa Alejandro VII para manifestarle su cariño y estima y en reconocimiento de sus virtudes le donó su anillo papal, por medio del cardenal Pascual de Aragón para que en nombre de Su Santidad se lo entregara como señal de aprecio hacia su persona y su ardiente celo en servicio de la Iglesia católica.

Las crónicas no resultan muy explícitas al hablar de Arce y Reinoso y, sorprende sobremanera que, dentro de la bibliografía sobre el Santo Oficio, no haya sido objeto de más estudios, dado el largo período que desempeñó como inquisidor general (1643- 1665) y, sobre todo, de la abundante documentación que se conserva de su gestión dentro del más alto cargo en la jerarquía inquisitorial. Dentro de la historiografía inquisitorial sólo J. A. Llorente y, más tarde, H. Ch. Lea, este último sobre todo, hacen extensas referencias a su persona y su cargo. Después, y bajo posteriores estudios inquisitoriales, la figura de Diego de Arce ha sido estudiada por investigadores como Gregorio de Andrés, C. Puyol y la tesis doctoral realizada por I. Mendoza sobre la biografía de este inquisidor. Hay que añadir que todos estos estudios han tenido como fuente de información preliminar la biografía realizada por Juan Manuel Giraldo, biógrafo del inquisidor, que recorre a lo largo de toda su obra un estudio hagiográfico sobre la personalidad y el carácter que marcaron la figura de este enigmático e importante personaje de la historia de la Inquisición.

Hombre solitario y encerrado en sí mismo, austero y duro en sus decisiones, devoto, justo e inflexible en el trabajo, orador docto y lector incansable; un hombre seguro de sus opiniones y duro en sus decisiones, con una educación dirigida a alcanzar la perfección desde la obediencia, la honestidad, la humildad y la voluntad férrea que estudió primero gramática, pasando más tarde a la Universidad de Salamanca, donde se graduó en Cánones y Leyes.

Enviado a Plasencia por decisión paterna, y de donde más tarde sería obispo, ingresó en el Colegio de San Fabián y San Sebastián de Pasantes, desde el que consiguió una beca, de la que tomó posesión el 17 de abril de 1610, tenía entonces quince años.

Fue, como dicen sus crónicas, perpetuo estudiante y, los libros fueron sus compañeros y su divertimento.

Su gran afición a éstos le llevó, con el tiempo, a poseer una de las mejores y más copiosas bibliotecas del siglo XVII, contaba con 3.880 títulos de obras impresas y 259 manuscritos, constituyendo un valioso fondo de manuscritos y códices con los que su secretario y protegido Juan Tamayo Salazar escribió el Martirologium Hispanum.

Mientras realizaba estudios en el Colegio de San Fabián, pretendió, sin conseguirlo, el “Curato de Villar”, que era uno de los primeros del obispado de Plasencia.

Continuó sus estudios con una beca de “iurista” en el Colegio Mayor de Cuenca, otorgada el 30 de septiembre de 1612, siendo ya bachiller en Cánones y Leyes por Salamanca; más tarde obtendría en este colegio los grados de licenciado y doctor, como también el de doctor en Derecho Canónico. Su perfil de colegial se integraba perfectamente en el establecido por el colegio que, por otro lado, era uno de los que más hincapié hacía en el estatuto de limpieza de sangre.

Siguió Diego de Arce el mismo camino que llevaban la mayoría de los colegiales de su época, oposición a cátedras y permanencia en el colegio hasta la edad de treinta o cuarenta años; pero fue Arce uno de los pocos colegiales del de Cuenca que tuvo proyección en la carrera eclesiástica contra la tónica general del colegio que se distinguió, principalmente, por la carrera política que sus colegiales realizan en la Administración civil.

Su carrera eclesiástica empezó con el nombramiento de obispo de Tuy, obispado alejado de la Corte, pero no exento de importancia. Llegó al punto más alto que un eclesiástico como él podía obtener en los consejos de Su Majestad, el de inquisidor general, además de ser propuesto para la presidencia del Consejo de Castilla, que él mismo rechazó.

Su trayectoria académica empieza con la obtención continuada de varias cátedras: el 26 de abril de 1616, cuatro años después de su ingreso en el Mayor de Cuenca, obtuvo la cátedra de instituta; al año siguiente, 1617, se hizo con la cátedra de Código y, por último, en julio de 1621 ganó la de Prima de Leyes, cátedra que le fue anulada al restituírsele a su titular, Juan Queipo de Llano. Para recompensar a Diego de Arce de esta situación ajena a él, el claustro, reunido el 2 de noviembre de 1621, optó, por unanimidad, concederle “una partida extraordinaria” de 300 ducados y darle para que “leyese una lección de leyes” a la hora que él eligiese. Definitivamente pudo obtener la cátedra dos años más tarde (17 de octubre de 1623), por promoción de su antecesor como oidor de la Chancillería de Valladolid. Su marcha de la universidad se produjo cumplidos los cuarenta años, por el nombramiento obtenido el 28 de octubre de 1625 de oidor de la Chancillería de Granada, solicitada para él por Cristóbal Moscoso, tomó posesión de la misma el 2 de octubre, aunque la cédula de nombramiento no se extendería hasta el 28 de ese mes. Cuatro años más tarde, el Rey le hace merced de la Regencia de Sevilla, de la que tomó posesión el 5 de abril de 1629, aunque las cartas que le comunicaban la decisión del Rey y enviadas por el presidente de Castilla y el secretario Juan Lasso de la Vega datan del 20 febrero de 1629.

Consejero del Consejo Real de Castilla fue su siguiente cargo. Casi cuatro años mediaron entre uno y otro nombramiento —la cédula de consejero real de Castilla se extendió con fecha 7 de enero de 1633—, el mismo intervalo prácticamente que en los anteriores.

Arce, en estos momentos se mueve en una Corte donde la política venía marcada por la presencia y actividad de los “privados reales”. Felipe IV había elegido al conde duque de Olivares, y bajo el valimiento de éste prosperó la carrera del Inquisidor.

Su cargo como regente de Sevilla fue breve, sólo un año después de su nombramiento, el 22 de diciembre de 1632, se le propuso el cargo de visitador del ducado de Milán. Fue, además, consejero en una época en la que Felipe IV hizo algo más que delegar el poder en manos de Olivares, sencillamente abdicó del control de la Monarquía. Arce vivió todos estos acontecimientos desde muy cerca como consejero de Castilla, nombramiento que obtuvo el 7 de enero de 1633. En un intento de alejarle de la Corte se le propuso como visitador regio de Flandes y del ducado de Milán para comprobar la administración de la hacienda real, parece que el nombramiento de estos cargos se debió a una maniobra de alejamiento de Diego de Arce de la Corte, ya que molestaba su influencia como consejero de la reina Isabel.

Arce nunca llegó a salir de España en cumplimiento de aquella comisión, la Reina arrancó al Rey para su protegido un obispado, el obispado de Tuy, su nombramiento no se hizo esperar y se publicó el 3 de agosto de 1635, tomó posesión del obispado el 10 de enero de 1636 y fue consagrado obispo el 3 de febrero del mismo año. Poco tiempo ocupó este obispado, el 20 de julio de 1637 fue promovido para obispo de Ávila. De Ávila fue Diego trasladado al obispado de Plasencia, al quedarse vacante su sede el 5 de octubre de 1639 por muerte del obispo fray Plácido Pacheco, la confirmación de este obispado le llegó el 13 de marzo de 1640, aunque no tomó posesión del mismo hasta el 24 de marzo de 1641.

Propuesto para la presidencia de la Chancillería de Valladolid, Arce rehusó este cargo por no querer hacer compatible la ejecución de dos cargos. Plasencia supuso para Arce el obispado al que debió renunciar necesariamente por su cargo de inquisidor general, renuncia que no se hizo efectiva hasta el 13 de octubre de 1652, casi diez años más tarde de su nombramiento como inquisidor general.

El 6 de junio de 1643, Diego de Arce fue llamado por el Rey para proponerle el nombramiento de inquisidor general. La caída de Olivares, y con ella la destitución de Sotomayor como inquisidor general, propició el nombramiento de Diego de Arce. El 21 de junio de 1643 se publicó el decreto real en que se contenía el nombramiento de nuevo inquisidor, hasta el 18 de septiembre no se expediría la comisión para Diego de Arce y ésta no llegaría a Madrid hasta el 7 de noviembre de 1643. Tomó posesión del cargo de inquisidor general el 14 de noviembre de 1643, si bien ya ejercía como tal desde el 21 de junio, fecha de la renuncia del inquisidor Sotomayor.

Diego de Arce fue propuesto también por el Rey para el cargo de presidente del Consejo de Castilla, cargo que también rechazó, pero no iba a ser la última vez que se le propusiera para ocupar un alto cargo en el gobierno de Felipe IV, ni tampoco sería el último testimonio de aprecio y confianza que el Rey iba a mostrar a Arce a lo largo de su reinado. Se le propuso a la muerte de Luis de Haro como consejero de Estado, el 15 de enero de 1664 se publicó el nombramiento, jurando el cargo el 19 de ese mismo mes y año. Había llegado con este último nombramiento al más aristocrático consejo de la Monarquía.

Diego de Arce falleció en su palacio de Madrid el 18 de junio de 1665, sólo tres meses antes de la muerte de su rey y protector Felipe IV. Su muerte apenas fue noticia, sólo el rey recogió la muerte de su Inquisidor con estas palabras: “Bendito seáis, Señor, que me aveis quitado el braço derecho de esta Monarchía”.

Si hubiera que resumir en breves palabras el paso de Arce y Reinoso por la Inquisición, podría decirse que no hubo con la Corona graves situaciones de interferencia.

La independencia de Arce con respecto a ésta quedaba demostrada, y, como consecuencia, también, la de la Institución. Supuso la recuperación de la normalidad inquisitorial.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Inquisición, lib. 297, fols. 177v., 405r., lib. 298, fols. 61r.- 64v., lib. 300, fols. 107v.-117v., lib. 364, fols. 19r.-v. y 152r.- v., lib. 498, fols. 89r.-91r. y 167r.-168r., lib. 593, lib. 1082, fol. 1r., y fol. 348r., lib. 1258, fols. 183r.-205v. y fols. 216r.-229v., lib. 1328, fols. 152r., 159r., lib. 1330, fols. 186r.-r., leg. 4475, leg. 5118 caja 3; Biblioteca Nacional, ms. 11615: Catálogo general de la librería del Excmo. Sr. D. Diego de Arce y Reinoso, obispo [...] ordenada y tasada por Claudio Bungea [...], 54 fols., ms. 718, fols. 146r.-147v.; Instituto Valencia de Don Juan, envió 72, parte 3.ª, fols. 9r.-11v.

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Isabel Mendoza García y Teresa Sánchez Rivilla

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