Caetani y Caetani d’Aragona, Francesco. Duque de Sermoneta (VII), en Italia. Nápoles (Italia), ¿11.III.1594? – Roma (Italia), 9.X.1683. Gobernador del Milanesado, virrey de Sicilia y consejero de Estado, Grande de España.
Hijo primogénito de Filippo, caballero de Santiago, duque de Sermoneta desde 1586, y de Camilla Gaetani d’Aragona, hija del duque de Traetto. Tras su matrimonio, el padre se estableció en Nápoles donde fue nombrado gobernador de Salerno (1605) y posteriormente de otras provincias del Reino.
A las relaciones con las poderosas familias de los Carafa y los Colonna, se unía una presencia constante de miembros de la familia en los más altos cargos eclesiásticos. Tras haber estado entre los mayores exponentes del partido francés en el Estado pontificio, los Caetani, en la década de 1570, habían pasado al bando español. El favor de la Corona, a la muerte de Sixto V, fue determinante para procurar a la casa caietana aquellos cargos eclesiásticos que eran un alimento indispensable para sus finanzas. Entre los prelados ilustres se encontraba el cardenal Enrico (muerto en 1599) legado en Francia en 1589, posteriormente en Polonia en 1596. Sus nietos Antonio y Bonifacio estaban destinados a obtener la púrpura.
Antonio fue nuncio ante el emperador Rodolfo II, y por petición de la corona pasó a la nunciatura de Madrid (hasta 1618). Fue él quien llevó consigo a la Corte al sobrino Francesco, que fue acogido en ella, desde 1611, como paje de Felipe III. Venciendo las competencias con otras familias romanas, el nuncio obtuvo para su sobrino la Grandeza de España (para sus descendientes en 1617), que garantizaba el ambicionado título de Excelencia.
En el entretiempo, la muerte del padre (1614) obligó a Francesco a volver a Italia para ocuparse de la administración de los bienes familiares, en primer lugar de aquellos del Estado de Sermoneta, con la fortaleza erigida en la llanura pontina y la ciudad, que contaba con unos dos mil habitantes. En diciembre de 1618, se casó con Anna Acquaviva d’Aragona, hija de Andrea Matteo, príncipe de Caserte, destinada a heredar, en 1635, los bienes y el títulos de su padre.
Del matrimonio nacieron cuatro hijos; sobre el primogénito, Filippo (II), recayó la heredad del ducado de Sermoneta y el título de príncipe de Caserta.
Los bienes de la familia se encontraban en una grave crisis, que se agravó con la extinción del Monte Caetano.
Francesco repobló y favoreció las posesiones de Ninfa y San Felice Circeo; en Sermoneta, restauró la fortaleza y reformó su guarnición pero en este caso el establecimiento de nuevos impuestos especiales provocó un levantamiento popular en 1639. A los gastos ordinarios se añadió la suma de 50.000 escudos, empleada para la dote de su hermana Cornelia, comprometida con Giovanni Giorgio Cesarini, duque de Civitanova (1636).
Francesco siguió buscando pensiones y honores en la Corte de España no contentándose con el grado de capitán de caballería pesada (que había pertenecido al suegro Andrea Matteo) ni con el título de gentilhombre de Cámara, concedidos por Felipe IV en 1626.
De sostener los bienes de la familia también se ocuparon sus hermanos. El segundogénito, Luigi, que sucedió a su tío Antonio en el obispado de Capua, recibió el capelo cardenalicio de Urbano VIII en 1626. El tercero de los hijos del duque Filippo, Onorato, tenía la encomienda de ricas abadías y fue nombrado patriarca de Alejandría por el papa Barberini. En la carrera de las armas se había aplicado el más joven de los hermanos, Gregorio, que recibió del de España el hábito de Santiago y una pensión de 600 ducados.
Sin embargo, en 1634, con poco más de treinta años, fue muerto en duelo por Carlo Colonna.
Otro golpe duro fue la muerte del cardenal Luigi en 1642. Onorato debió establecerse entonces en Sermoneta para seguir en persona las obras de recuperación y restauración de la roca. En junio de 1643 dirigió una sentida carta a su hermano el duque para disuadirlo del propósito de emprender viaje a España.
Le hacía notar que las dificultades actuales de la Monarquía no dejaban esperanzas para mercedes dignas y que eventuales honores y cargos comportarían gastos proporcionales y costosos viajes. A su parecer, la casa caietana haría mejor en replegarse sobre sus intereses romanos, porque respecto a Madrid, la Corte pontificia ofrecía ventajas seguras: “conoces la miseria y la mezquindad en la que se encuentra la corona; y mientras viva el Papa burlará tanto a Francia como a España y vivirá a su manera [...]”.
En 1647 sobrevino la muerte de Onorato, seguida en breve por la de Cornelia. De los cinco hijos de Filippo Caetani sólo quedaba entonces el primogénito.
El peso de la tarea de conservación del patrimonio y la soledad debieron de marcarlo profundamente.
Además, el joven heredero del título ducal, Filippo, se mostraba inclinado a una vida violenta y disoluta.
En 1652, reconocido culpable de dos delitos, fue deportado de por vida del reino de Nápoles y debió reparar en Sicilia.
Después de la muerte de la duquesa Anna en septiembre de 1659, Francesco comenzó a proyectar sus segundas nupcias con la dama de honor de la reina, Leonor Mencía Pimentel Moscoso y Toledo, hija de Antonio Pimentel Enríquez de Guzmán y Toledo, IV marqués de Távara. El apoyo de la futura esposa, con sus influyentes familiares y amigos, jugó un papel decisivo en la consecución, por parte de Caetani, de sucesivos honores y cargos.
Felipe IV le confirió el Toisón de Oro el 27 de diciembre de 1659 (le fue entregado cuatro años después) y el 26 de febrero de 1660 lo destinó como gobernador ad interim del Estado de Milán, obteniendo para este fin la necesaria aprobación del pontífice.
Se resolvieron también entonces los problemas del inquieto hijo del duque; el virrey de Nápoles retiró el bando que pesaba sobre Filippo II Caetani y, en 1659, éste pudo volver a Caserta, habiendo heredado de la madre el principado; recibió seguidamente el Toisón de Oro (1664) y el permiso de volver a entrar en Sermoneta. En 1667 se le añadirá, por parte del pontífice, la gracia de poder regresar a Roma.
La decisión de la Corte sobre su cargo en Milán había sido trabajada. El conde de Fuensaldaña, después de haber tenido aquel gobierno en los años dramáticos de las invasiones de los franceses y sus aliados, fue enviado, como embajador extraordinario, a la Corte de París, para proseguir las conversaciones de paz. En su sustitución fue llamado el poderoso conde de Oñate, que enfermó gravemente y murió en febrero de 1658.
El cargo de nuevo gobernador “propietario” recayó entonces en Luis Ponce de León, que sin embargo no podía partir de inmediato. Fue entonces cuando el Consejo de Italia propuso un cargo interino, confiándolo al duque de Sermoneta. El sueldo fijado era de 12.000 ducados, “la mitad del sueldo que gozan los Governadores proprietarios”. No muchos años antes, una decisión análoga había llevado a aquel mismo cargo a otro italiano, el cardenal Tribulcio. El hecho de que la elección recayese una vez más sobre un hombre vinculado a Roma sugiere lo importante que era para la Corona tener bajo control la orientación de la Corte pontificia y los conflictos jurisdiccionales que en Milán eran especialmente candentes.
El duque tuvo tiempo de prepararse para el importante cargo; en el archivo de la familia se conserva el rico material relativo al Estado de Milán que se hizo enviar. Pero el documento más interesante es una detallada memoria sobre aquel gobierno enviada por su predecesor Fuensaldaña. La información se detiene con particular atención sobre los problemas del ejército y sobre las dificultades económicas. El mantenimiento y el control de las tropas que esperaban ser embarcadas hacia España era la cuestión más urgente. Sin embargo, la desmovilización no podía ser total: la paz apenas conseguida no había eliminado las desconfianzas hacia Francia y los bastiones de frontera permanecieron con guarniciones de infantería española.
Por lo que concierne a la hacienda del Estado, en graves condiciones a causa de la larga guerra, se aconsejaba a Caetani contar con el conde Bartolomeo Arese, que ocupaba la presidencia del Senado. Por la eficacia con que había gestionado las finanzas del Estado en los momentos de emergencia, por su papel indispensable de mediación entre la Corte de Madrid y las familias lombardas de mayor peso social y político, Arese era el personaje clave de la política milanesa.
Era, pues, necesario sostener el Banco de San Ambrosio, el principal instituto de crédito que desde hacía tiempo estaba “en un trabajoso estado”; para este fin, se había ya institutido, con la aprobación del soberano, una junta especial, compuesta por los principales ministros lombardos.
Mientras se preparaba para viajar a Milán (donde llegó en noviembre de 1660), el duque anunció a su sobrino el cardenal Flavio Chigi, su decisión de renunciar al Estado de Sermoneta, que confió a sus sobrinos Gaetano Francesco y Andrea Girolamo (carta del 20 de octubre).
El duque comenzó a prepararse un terreno favorable en el palacio milanés solicitando a Madrid una mejora de las retribuciones para los empleados de las secretarías de Estado y de Guerra. Después, buscó lograr consensos concediendo cargos y honores a nobles lombardos. Otorgó también grados militares como el de capitán de la guardia, reservado tradicionalmente a los españoles; el resentimiento de éstos quedó testimoniado en la correspondencia de Angelo Porro, residente en Milán en nombre de los Saboya.
Mientras el éxodo de las tropas se retrasaba por falta de embarcaciones, Caetani procuró que algunos tercios pasaran directamente al frente portugués; al mismo tiempo, puso en marcha una reforma en materia militar que redujo los salarios de los oficiales y soldados “algunos a la mitad, otros a sólo un tercio”. A las representaciones de la capital y del Estado pudo anunciar la tan esperada reducción de los alojamientos.
Sin embargo, las medidas adoptadas no fueron suficientes para resolver los graves problemas. Algunos territorios, como los de Cremona y Vigevano, habían sufrido repetidas devastaciones y suplicaban una intervención del gobierno. Dado que los precios del grano subían, generando protestas y tensiones sociales, el duque instituyó una junta para la annona (subsistencia, reserva de trigo de los graneros públicos) y confió su presidencia al conde Arese, pidiéndole que encontrara el modo de “tener quieto y contento el pueblo”.
Otras preocupaciones le causaban al gobernador la inquietud de la nobleza lombarda; en este caso, quiso dar prueba de energía e imparcialidad, haciendo castigar de manera ejemplar a algunos nobles culpables de abusos y delitos.
Frente a tanta dificultad, Caetani, desde el comienzo en su cargo, no había escondido su insatisfacción; incluso había anunciado públicamente su intención de establecerse definitivamente en España, precisando que había recibido el gobierno de Milán “sin pedirlo”. Se comenzó a pensar que pronto sería sustituido por un dignatario español.
A mediados de julio de 1661, cuando un mensajero había traído la noticia desde Madrid de que su matrimonio se celebrase por poderes, todos los representantes de los tribunales del Estado manifestaron al gobernador sus felicitaciones. Mientras tanto, se preparaba para llegar a Milán Luis Ponce de León, que dejaba la embajada de Roma. Para el duque de Sermoneta, ya viejo, quedaba la posibilidad de ser destinado a un último cargo. A finales de septiembre le llegó la orden de ir a la Corte para recibir la merced por sus servicios, pero la partida fue pospuesta varias veces. En Madrid, le fue concedido el nuevo cargo de virrey de Sicilia el 24 de septiembre de 1662.
Apenas llegado a Palermo (8 de marzo de 1663), Caetani debió recurrir a la prudencia política y a la firmeza, que otras veces supo mostrar, para aplacar una pugna entre la nobleza antigua y la nueva surgida por cuestiones de precedencia. Mayores preocupaciones le suscitó el grave enfrentamiento entre Palermo y Mesina, que su predecesor, el conde de Ayala, había dejado sin resolver. Ayala había tratado con dureza a los representantes de Mesina; probablemente no fueron ajenas a su sustitución las presiones que esta ciudad ejerció sobre Madrid, donde un mesinense, Ascanio Ansalone Escobedo, duque de Montaña Real, era regente del Consejo Supremo de Italia.
La parcialidad de Caetani fue reconocida por los historiadores contemporáneos Auria y De Blasi. De hecho, escogió como secretario a Juan López de Cortés, representante del Senado de Mesina, y en esta ciudad quiso establecerse (29 de mayo), retomando una tradición que preveía para la Corte virreinal la alternancia entre los dos mayores centros de la isla.
Los representantes de Mesina obtuvieron de inmediato en la Corte la confirmación de privilegios y el monopolio de la fabricación de la seda.
Este hecho suscitó una firme oposición de Palermo y de la Diputación del Reino, que pidieron la revocación del privilegio e impidieron su aplicación. El duque convocó al Sacro Regio Consejo, pero no logró obtener la aprobación de una pragmática. La noticia de estos hechos provocó desórdenes en Mesina.
Tras una nueva convocatoria, Caetani obtuvo finalmente la mayoría de los votos; no obstante, a finales de mayo de 1664, Madrid ordenó al virrey suspender la aplicación de la pragmática.
El Senado de Palermo y la Diputación del Reino salieron, por tanto, victoriosos. El virrey no cesó de apoyar la acción de los embajadores de Messina, pero la acción fue vana, sobre todo porque a los retrasos se unió la muerte de Felipe IV. Caetani tuvo orden de despedir al secretario López de Cortés y regresó a Palermo con su Corte en enero de 1665.
En abril de 1666 fue tomada en Madrid la decisión de sustituirlo por el duque de Albuquerque, quien desembarcó en la isla doce meses más tarde.
Caetani, junto con su mujer, dejó Sicilia en abril de 1667 para pasar en Roma sus últimos años hasta su muerte que le sobrevino en 1683. No le sobrevivió mucho tiempo su hijo Filippo, muerto en 1687 en Sermoneta. El heredero de éstos, Gaetano Francesci (nacido en Palermo en 1656) se retiró a la Corte de Viena en 1702 después de haber conspirado contra el virrey de Sicilia.
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Giovanni Vittorio Signorotto