Ronquillo, Rodrigo. Aldeaseca (Ávila), 1471 – Madrid, 10.XII.1552. Alcalde de Casa y Corte, caballero de Calatrava y azote de los comuneros.
Hay algunas noticias de su biografía en el volumen D-51 de la colección Salazar y Castro de la Real Academia de la Historia, en las pruebas presentadas para su ingreso en la Orden de Calatrava en 1548: “El licenciado Rodrigo Ronquillo, alcalde de Casa y Corte.
Padres Gonzalo Ronquillo, natural y vezino de Aldeaseca, una legua de Arévalo y Teresa [debajo parece que pone Elbira] Briceño de Aréualo. [...] Su padre era natural de Ávila, vezino de Aldeaseca, mui pariente de Vela Nuñez, señor de Tabladillo, y su muger era de los Briceños, todos hijosdalgo, hermana de un regidor de Aréualo que fue tutor del dicho Rodrigo Ronquillo y se llamava Gonzalo Briceño. [...] Que los abuelos paternos eran de Ávila, hijosdalgo y de la Casa de Tabladillo, que es de caualleros antiguos de Ávila, que el abuelo materno era de otro de los cinco linages nobles de Aréualo. [...] Un testigo llama a la madre Elvira Briceño”.
Aunque, según Juan José de Montalvo, fue hijo de Juan Velázquez Ronquillo, hidalgo asentado en Aldeaseca, y de su mujer llamada Inés Briceño, estuvo, como dice la cita del principio, bajo la tutela de su tío Gonzalo Briceño, regidor de Arévalo y alférez del duque de Béjar. En 1498 se casó con Teresa Briceño, hija de Ruy González Briceño, señor de Mingolián en tierra de Arévalo; afirma también Montalvo (descendiente de los Briceño por vía materna) que esta boda fue una de las causas principales para que los caballeros de Arévalo no participaran en la rebelión comunera.
Estudió Leyes en Salamanca. Antes de casarse ya era alcalde de villa, al morir Isabel la Católica en 1504 figura como alcalde de Segovia junto al corregidor Diego Ruiz de Montalvo convocando a los nobles de la ciudad y recibiendo su pleito homenaje de tenerla y defenderla por la reina doña Juana, y desde 1508 es alcalde de Casa y Corte. Carlos I le hizo caballero de Calatrava y fue comendador de Casas de Talavera.
El 4 de enero de 1507 Antonio de Acuña, que había sido embajador de Felipe I ante el Papa, fue designado obispo de Zamora en Roma por Julio II sin la oportuna presentación real; ese mismo mes, se trasladó a España para hacerse cargo de la diócesis con la oposición de Fernando el Católico, que no acató el nombramiento y protestó ante el Pontífice. Acuña invadió con gente de armas el obispado ayudado por sus parientes el conde de Benavente y el marqués de Astorga y se hizo fuerte en la iglesia de Fuentesaúco (Zamora). El Rey mandó contra él a Ronquillo, que nada pudo hacer con las escasas tropas que llevaba y fue hecho prisionero por el obispo y encerrado en el castillo de Fermoselle (Zamora). Durante su reclusión, Ronquillo tomó un gran odio a Acuña, que se manifestó después en la Guerra de las Comunidades y en el proceso que dirigió contra él tras la batalla de Villalar. El 30 de septiembre de 1508 el rey Fernando acabó reconociendo a Acuña como obispo de Zamora y Ronquillo fue liberado.
La reina Juana y su hijo Carlos dieron comisión a Rodrigo Ronquillo para que juzgara el asesinato de la condesa de Camiña Inés Enríquez de Monroy, ordenado por su propio hijo Pedro de Sotomayor. El 1 de junio de 1518 el alcalde condenó en rebeldía al reo “a que podiendo ser auido e preso en qualquier ciudad, villa y lugar destos reinos e señoríos de sus altezas, sea sacado de la cárzel pública atado a la cola de un macho o rrocín arrastrando su cuerpo por el suelo por las calles públicas y acostumbradas de la tal ciudad, villa y lugar donde fuere preso, con alta voz de pregonero deciendo la causa de su culpa asta un río y lago o más profundo más cercano e allí sea metido vivo en un cuero o cuba, dentro en él un gato e un perro e un gallo e una serpiente, e cerrado el dicho cuero e cuba sea echado e lançado en el dicho río y lago”.
Cuando comenzó el levantamiento comunero, el Consejo de Estado, con la aprobación del cardenal regente Adriano de Utrecht, decidió enviar a Ronquillo, “juez famoso en estos tiempos”, según fray Prudencio de Sandoval, al mando de los capitanes Luis de la Cueva y Ruy Díaz de Rojas contra los sublevados en Segovia. A Ronquillo le cerraron las puertas de la ciudad y tuvo que retirarse a Arévalo; allí recibió órdenes del cardenal para que se presentara en Valladolid, pero decidió asentar el campo en Santa María la Real de Nieva, desde donde atacaba Segovia y los pueblos vecinos sin obtener grandes ventajas; dice Sandoval que “en Segovia reýanse dél y dizen que la comunidad hizo una gran horca y que cada día la barrían y regavan diziendo que era para ahorcar a Ronquillo”. El historiador segoviano Diego de Colmenares, detractor del alcalde, cuenta este suceso que tuvo lugar por entonces: “los atajadores que traía corriendo la campaña prendieron dos mozos desarrapados.
Lleváronles ante el alcalde que les preguntó patria, oficio y viaje; dijeron ser cargadores que de Salamanca habían venido a trabajar a Segovia y viendo la revolución se volvían. [...] Amenazándoles con el potro confesó el uno ser el que sacó la soga con que arrastraron y ahorcaron al regidor [Rodrigo de Tordesillas, ahorcado por los comuneros en Segovia] y el otro haberle mesado cabello y barbas. Condenolos a arrastrar, ahorcar y cuartear”; Ruiz Ayúcar en cambio dice que el motivo de la confesión no fue el miedo al tormento sino que Ronquillo “apretoles tanto a preguntas con la gran habilidad que para ello tenía [...] y de sus declaraciones sin tormento les formó juicio sumarísimo y les ahorcó”.
En El Espinar se juntaron los rebeldes Juan de Padilla con la gente de Toledo, Juan Zapata con la de Madrid y Juan Bravo con la de Segovia; formaron un ejército de dos mil infantes y doscientos de a caballo dispuestos a echar al alcalde Ronquillo de Santa María la Real de Nieva. Mientras, Ronquillo se presentó en Zamarramala, a las puertas de Segovia, donde puso carteles llamando traidores a los comuneros que le respondieron el 17 de agosto de 1520 atacando su cuartel general; tras algunas escaramuzas el alcalde ordenó la retirada en buen orden y los comuneros creyendo que huía cargaron contra él pero Ronquillo se revolvió y logró prender al jefe de la hueste enemiga el capitán Diego de Peralta. En éstas aparecieron a lo lejos las tropas reunidas en El Espinar y Ronquillo optó por abandonar el campo y refugiarse en Coca.
Marchó después a Arévalo donde le esperaba el realista Antonio de Fonseca que también aguardaba la respuesta del concejo de Medina del Campo a la petición de que fueran entregadas las piezas de artillería del castillo de la Mota para con ellas atacar Segovia.
Los de Medina, prevenidos por los segovianos, rechazaron la solicitud y Fonseca y Ronquillo marcharon contra la villa que fue bien defendida por sus vecinos el 21 de agosto de 1520. Dice Sandoval que Fonseca temiendo la derrota “mandó hazer unas alcanzías de fuego de alquitrán y arrojavan éstas por la calle de San Francisco pensando que los de Medina acudirían a aquella parte a matar el fuego y desampararían las puertas para poder él entrar y tomar la artillería”; el fuego se extendió por toda la villa y el suceso exaltó aún más a los comuneros. Cuenta Sepúlveda que el incendio de Medina provocó en todo el reino tal odio hacia Fonseca y Ronquillo que ambos tuvieron que huir a Portugal: “nocte intempesta cum domesticu comitatu profecti ad Portugalliam confugerunt”.
Desde allí pasaron a Flandes donde Ronquillo informó a Carlos I de lo ocurrido y estuvo presente en Aquisgrán el 23 de octubre de 1520 a la coronación del emperador y en la Dieta de Worms que condenó a Lutero el 20 de mayo de 1521 (allí el médico del Emperador tuvo que curarle de un fuerte cólico).
Tras la derrota de los comuneros, Ronquillo fue uno de los encargados de conocer los procesos contra sus principales cabecillas, destacándose en el de su enemigo Acuña. El obispo de Zamora había tratado de huir a Francia pero fue hecho prisionero en Villamediana de Iregua (La Rioja) y conducido a la fortaleza de Navarrete (también en La Rioja) y luego a la de Simancas; cuenta Sandoval que allí “mató al alcalde [Mendo de Noguerol] que le guardava, dizen que con un ladrillo que traýa en una bolsa del breviario dissimuladamente; estando con él en buena conversación al brasero le quebrantó los cascos”. Cuando Carlos I se enteró, encargó a Ronquillo que juzgara al obispo; el proceso duró sólo dos días e inmediatamente el alcalde mandó que se le diera garrote el 23 de marzo de 1526 y luego le colgó de una almena del castillo. Aunque Sandoval disculpa al emperador afirmando que no tuvo nada que ver, Ruiz Ayúcar da cuenta de tres cartas escritas por el alcalde al secretario imperial Francisco de los Cobos los días 21, 22 y 23 de marzo informándole de todo el proceso, a las que el Emperador contestó el 28 de marzo y el 1 de abril; en la última de ellas, transcrita por Ruiz Ayúcar y por Montalvo, Carlos I felicita a Ronquillo: “lo que habéis fecho es lo que llevasteis mandado, que ha sido como vos lo sabéis hacer y habéis siempre hecho en las cosas que entendéis; yo os lo tengo en servicio”. La ejecución dio lugar a una fuerte discusión sobre la capacidad del poder laico para juzgar a los eclesiásticos; finalmente el obispo de Palencia Pedro Sarmiento absolvió al emperador de sus culpas en esta muerte y el 8 de septiembre de 1527 también concedió el perdón a Ronquillo, al escribano de la causa y al verdugo.
El 29 de enero y el 12 de mayo de 1544 Ronquillo escribió dos cartas a Carlos I pidiéndole el retiro. El 8 de diciembre de 1552 otorgó en Madrid su testamento del cual se conserva una copia en la colección Salazar y Castro de la Real Academia de la Historia (volumen M-57, folios 19 a 22), estando enfermo de una epidemia de modorra (dice Ruiz Ayúcar que las “crónicas antiguas” identifican este mal con las fiebres de la peste pero que doctores ilustres consultados por él creen que se trata de una encefalitis letárgica contagiosa).
Murió el día 10 en Madrid según la certificación del escribano Pedro Ramírez y menos de una semana después falleció también Teresa Briceño de la misma dolencia que su marido; ambos fueron enterrados en la capilla mayor del monasterio de Santa María del Real en Arévalo. Montalvo dice en cambio que murió “el año 1553 regularmente en Aldeaseca donde está enterrado” y el Diccionario de Historia de España dirigido por Germán Bleiberg lleva inexplicablemente la muerte del alcalde a 1545.
Tuvo el alcalde Ronquillo cuatro hijos: Gonzalo, comendador de Santiago y regidor perpetuo de Arévalo, casado con Ana del Castillo; Luis, que fue sacerdote; Catalina, que casó con Luis Mercado y Peñalosa y tuvo nueve hijos de los que el más nombrado fue Gonzalo Ronquillo y Peñalosa, fundador del municipio de Arévalo en las islas Filipinas; y Francisca, abadesa del Convento de Rapariegos.
La figura del alcalde Ronquillo ha sido con frecuencia envuelta en la leyenda. Cristóbal Lozano en la primera parte del David perseguido y alivio de lastimados publicada en 1652 cuenta que decidió por su cuenta castigar a Acuña y se presentó un día en su casa con la excusa de tratar ciertos asuntos. Tras quedarse los dos solos, se echó él mismo al cuello una cuerda que llevaba y empezó a gritar como si el obispo le estuviera intentando matar; acudieron los criados que habían venido con el alcalde “y antes que pudiese ser de nadie socorrido el obispo ni pudiesen quitarle de las manos de tantos verdugos, le echaron de un corredor abajo dejándole colgado de las barandillas a vista de cuantos quisieron verle agonizando en el aire”. Continúa Lozano diciendo que tras la muerte de Ronquillo se presentaron dos demonios en el convento donde le habían enterrado y pidieron al prior que les condujera hasta la tumba del alcalde; abrieron la tumba, le hicieron vomitar en un cáliz el último viático y se llevaron su cadáver por los aires.
Para vindicar la memoria del alcalde, escribió Salvador José Mañer en 1727 Ronquillo defendido contra el engaño que le cree condenado. Son sabrosas sus acotaciones entre paréntesis a la cita textual de Lozano cuando llegan los diablos al convento: “vieron entrar dos embozados a guisa de valientes (que quien guisa esto para darlo a los moldes puede sacar la cara en qualquier bodegón) calados los papahígos (esto es para los papanatas), altos de cuerpo (sería por la pretensión de ser altíssimos), morenos de color (aún no estaban bien tostados) y en todo bravos (esto es consequencia de lo valientes). Hicieron su acatamiento (que no fue poco en los que cayeron por no inclinarse) y la salva de que perdonassen el desassossiego (¡ay tal atención de demonios! Apostaré un quarto aun con el mismo Lozano que aunque registre todas las corónicas no me dará otros diablos que gastassen tal cortesía)”.
También ataca al alcalde Hartzenbusch en 1839 en el poema El alcalde Ronquillo. Zorrilla en el drama El alcalde Ronquillo o el diablo en Valladolid, estrenado en 1845, le presenta como un asesino (“la historia sé de vuestra infame vida, llevo de vuestros crímenes la cuenta, toda la sangre que lleváis vertida gota a gota conté”) y anacrónicamente sitúa la acción en 1559 cuando Ronquillo llevaba ya siete años muerto, punto que no deja escapar Ruiz Ayúcar, firme defensor del alcalde, para criticar al poeta. Manuel Fernández y González escribió la novela El alcalde Ronquillo en dos partes tituladas La guerra de los Comuneros y La infanzona de Castilla.
Bibl.: P. de Sandoval, Historia del emperador Carlos quinto, máximo, fortíssimo, rey cathólico de España y de las Indias, islas y tierra firme del mar océano, Valladolid, Sebastián de Cañas, 1604-1606, libs. V-IX; D. de Colmenares, Historia de la insigne ciudad de Segovia y compendio de las Historias de Castilla, Madrid, Diego Díez, 1640, caps. XXXVI-XXXVIII; C. Lozano, David perseguido y alivio de lastimados, Madrid, 1652, parte I; J. Martínez de la Puente, La Historia del emperador Carlos quinto, máximo, fortíssimo, rey de las Españas, que escrivió en treinta y tres libros el maestro don fray Prudencio de Sandoval, cronista del señor rey don Felipe III, después obispo de Pamplona, abreuiados y añadidos con diuersas y curiosas noticias pertenecientes a esta Historia, Madrid, José Fernández de Buendía, 1675, libs. V-IX; S. J. Mañer, Ronquillo defendido contra el engaño que le cree condenado, Córdoba, viuda de Esteban de Cabrera, 1727; J. G. de Sepúlveda, De rebus gestis Caroli V imperatoris, ed. de F. Cerdá y Rico, t. I, Madrid, Tipografía Regia, 1780, lib. II, caps. XXIII a XXVIII [original de 1556]; J. E. Hartzenbusch, “El alcalde Ronquillo”, en El entreacto, 15, 19 de mayo de 1839; J. Zorrilla, El alcalde Ronquillo o el diablo en Valladolid, s. l., 1845; M. Fernández y González, El alcalde Ronquillo. La guerra de los Comuneros; Madrid, La novela ilustrada, s. f.; J. J. de Montalvo, De la Historia de Arévalo y sus sexmos, Valladolid, Imprenta Castellana, 1928, vol. I, págs. 288- 293; E. M. Fernández y González, El alcalde Ronquillo. La infanzona de Castilla, Madrid, Tesoro, 1953; Ruiz Ayúcar, El alcalde Ronquillo. Su época. Su falsa leyenda negra, Ávila, Senén Martín, 1958; A. Guillarte, El obispo Acuña. Historia de un comunero, Valladolid, Ámbito, 1983; P. Álvarez de Frutos, La revolución comunera en tierras de Segovia, Segovia, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia, 1988.
Nicolás Ávila Seoane