Mendoza y Bobadilla, Francisco. Cuenca, 25.IX.1508 – Arcos de la Llana (Burgos), 28.XI.1566. Humanista, teólogo, maestrescuela, arcediano, diplomático, gobernador de Siena, obispo de Coria y Burgos, cardenal de San Eusebio y San Juan.
Estudió Humanidades en Alcalá de Henares. Luego pasó a la Universidad de Salamanca, donde se doctoró en Derecho canónico y civil, y probablemente asistió a las clases de Francisco de Vitoria. Fue maestrescuela de la catedral salmantina y arcediano de la Catedral de Toledo. En 1531 trabó amistad en los Países Bajos con Juan Luis Vives, que le dedicó su De ratione vivendi. Formado en el clima del humanismo español fue muy estimado por Erasmo de Rotterdam, que cuando tenía veinte años de edad lo consideró como uno de los mejores discípulos que tenía en España.
Entró en contacto con los mejores hombres del Renacimiento italiano y de la Reforma católica; asiduo estudioso de santo Tomás de Aquino y de los grandes escolásticos, recopiló muchos manuscritos de la Escolástica.
Bernabé Bustos, preceptor de los pajes de Su Majestad escribió la obra Intrucciones de gramáticas breves y compendiosas (Salamanca 1533), dedicada a la educación del príncipe Felipe; se sabe que la escribió a consecuencia de una conversación que mantuvo con Francisco de Mendoza y Bobadilla.
El 14 de marzo de 1535 el papa Pablo III lo preconizó obispo de Coria; el 19 de diciembre de 1544; a instancias del emperador Carlos V, el mismo Papa lo creó cardenal con el título de San Eusebio y San Juan ad Portan Latinam. Bendijo en Guadalajara el matrimonio entre el rey Felipe II e Isabel de Valois.
En 1537 promulgó las constituciones sinodales en Coria. En ellas dispuso que los hijos bastardos de los sacerdotes no les ayudasen en misa; que los candidatos al sacerdocio tenían que ser hombres de buena conducta y bien preparados para poder ejercer el ministerio; que el obispo observase una rigurosa vigilancia en la predicación de las indulgencias; en las penas pecuniarias que se pudiesen imponer, que se tuviese presente la “bolsa de los pobres; que aligerase el procedimiento y el fiscalismo de la justicia episcopal; para evitar la multiplicidad de los días feriados, que se estableciese un calendario de fiestas; que se regularizase el derecho de asilo, poniendo orden en los escándalos que pudiese haber; invitaba al clero a combatir a los curanderos, que abusaban de la credulidad de la gente sencilla, y que se reaccionase contra las supersticiones; se prohibía las misas llamadas de “parejas”, en que eran celebradas por tres sacerdotes simultáneamente. A pesar de los aires reformadores que imprimió a su pontificado, no puede despreocuparse del ambiente social que le rodeaba. Fue obispo de la corte y, normalmente no residía en su diócesis.
El 27 de junio de 1550 el papa Julio III lo nombró obispo de Burgos. Residió en Roma como cardenal de la curia gestionando los asuntos del emperador Carlos V y favoreciendo ininterrumpidamente los intereses de España. Cumplió en Italia diversas misiones diplomáticas y fue gobernador de Siena. Llamado a permanecer en la curia romana, no asistió al concilio de Trento. En la tercera sesión (1562-1563) le representó Alonso Merchante de Valeria, su obispo auxiliar, quien expuso en la asamblea conciliar sus tesis sobre los efectos de la Eucaristía.
Fue amigo de Ignacio de Loyola, a quien conocía desde 1527, cuando el futuro santo estuvo encarcelado en Salamanca. El arzobispo de Toledo, Alfonso de Fonseca, le abrió las puertas de su colegio y de la Universidad salmanticense y además le dio una limosna.
Allí Ignacio llamó la atención por su vida y atuendo y porque predicaba sin haber estudiado Teología.
Fue encarcelado. Los doctores le examinaron y no encontraron nada reprobable, pero se le prohibió hablar de Dios, hasta que terminase sus cuatro años de estudios de Teología. Entonces decidió marchar a estudiar a París. Mendoza siguió la trayectoria de Loyola y trabajó en favor de la naciente Compañía de Jesús, cuya fundación en Burgos, en 1550, promovió.
Puso interés en la erección del Colegio Germánico en Salamanca y en la difusión de la Compañía en España.
De regresó a la patria el 2 de noviembre de 1557 fue colaborador de Felipe II en asuntos diplomáticos.
Promulgó solemnemente los decretos tridentinos el 11 de junio de 1564. En Burgos realizó una gran obra de reforma conforme al espíritu de dicho concilio, empezando por el cabildo, con el que pleiteó largamente hasta lograr hacer la visita canónica a la catedral en 1566. Fundó y organizó el primer seminario tridentino, que estaba ya en marcha en el año 1566 con estudios de Gramática, Artes, Teología y Cánones, con sede en Burgos, y para los seminaristas del último curso, en Arcos de la Llana. Inició la biblioteca del seminario, con quince incunables, varios manuscritos y ediciones príncipes. Fomentó por todos los medios la cultura y la austeridad del clero. El programa que remitió al concilio de Toledo de 1565-1566, así como la preparación del sínodo de Burgos, con su edicto del 26 de abril de 1565, revelan un espíritu dinámico y realista, entusiasmado con los ideales tridentinos.
Consiguió del rey Felipe II que la diócesis de Burgos, que era exenta, fuera elevada a la categoría de metropolitana. Tal proyecto se hizo realidad por bula del papa Gregorio XIII, el 22 de octubre de 1574, a la que se le asignaron las sufragáneas de Pamplona y Calahorra-La Calzada.
Tanta actividad hizo que el rey Felipe II lo propusiera, a la muerte de Martín Pérez de Ayala, para el Arzobispado de Valencia, pero falleció en Arcos de la Llana el 28 de noviembre de 1566, antes de que pudiese hacerse realidad.
Su rica colección de códices griegos fue, con el tiempo, a parar a la Biblioteca Nacional. Tales códices y una gran cantidad de incunables patrísticos y teológicos le fueron útiles para redactar una obra eucarística, pensada para defender la fe católica contra el protestantismo, y particularmente contra Ecolampideo: De naturali cum Christo unitate, quam per dignam Eucharistiae sumptionem fideles consequuntur, escrita entre 1561 a 1566 y desarrollada con un gran fervor y extraordinaria erudición. La Eucaristía dignamente recibida produce dos uniones: una espiritual por medio de la gracia santificante (común a todos los sacramentos), la otra (en el sentido verdadero y real), que consiste en la comunicación de toda la propiedad de la naturaleza humana de Cristo a toda la sustancia del fiel (por tanto no sólo al alma, sino también al cuerpo, por redundancia), por virtud de la gracia sacramental, propia de la Eucaristía. Este especial carisma es un don cristificador.
El autor desarrolló la doctrina en cinco volúmenes, en la que su vasta cultura se fundamenta en la mejor especulación tomista. Permaneció inédita y fue mal comprendida y objeto de muchas disputas, viviendo aún el autor. Se perdió el manuscrito. Fue hallado por Antonio Piolanti, en 1937, en la biblioteca del Seminario Romano que lo publicó en la colección Lateranum, con introducción y notas. Hoy día, con la doctrina del cuerpo místico, la obra de Francisco de Mendoza se presta para una ulterior profundización, porque se mantiene en la tradición siempre viva del realismo griego y la especulación tomista.
Obras de ~: De naturali cum Christo unitate libri quinque quos primum edidit, prologeminis critiisque animadversionibus locupletavit, en A. Piolanti, Lateranum, nuova serie, 13, 1- IV, 1947, XI- LXXVII.
Bibl.: M. Martínez Sang, “Episcopologio de Burgos”, en Boletín Oficial del Arzobispado de Burgos, 17 (1874), págs. 181- 183; Q. Van Gulik y C. Eubel, Hierarchia católica medii et recentioris aevi, vol. III (1503-1592), Münich, Sumptibus et Typis Librariae Regensbergianae, 1935, págs. 63-64, 142-143 y 160; A. Piolanti, “L’Eucaristia e il Corpo Mistico in tratattato inedito del cardinale Mendoza”, en La Scuola Católica, 66 (1938), págs. 69-78; J. Blázquez, “Francisco de Mendoza y su doctrina acerca del Cuerpo Místico”, en Revista Española de Teología, 4 (1944), págs. 257-313; F. S. Pelster, “Il cardinale Mendoza e la sua doctrina sul’unione con Cristo”, en Civitate Católica, 3 (1950), págs. 65-69; A. Piolanti, “Mendoza y Bobadilla, Francisco”, en VV. AA., Enciclopedia Católica, vol. VIII, Città del Vaticano, Casa Editrice G. C. Sansón, 1952, págs. 678-680; M. López Martínez, “El Cardenal Mendoza y la reforma tridentina en Burgos”, en Hispania Sacra, 16 (1953), págs. 61-137; D. Mansilla, “El Seminario Conciliar de San Jerónimo de Burgos”, en Hispania Sacra, 7 (1954), págs. 5-8; “Repartimiento o tributo impuesto por el Cardenal Mendoza y Cabildo de Burgos para la fundación y sostenimiento del Seminario de San Jerónimo”, en Burgense, 2 (1961), págs. 419-446; M. López Martínez, “Mendoza y Bobadilla, Francisco”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de la Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, pág. 1469.
Arturo Llin Cháfer