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Martín Pérez de Ayala

Biografía

Pérez de Ayala, Martín. Segura de la Sierra (Jaén), 14.XI.1503 – Valencia, 5.VIII.1566. Arzobispo y teólogo.

Pasó su infancia en Yeste, donde aprendió el Latín a los cinco años, y se formó bajo la dirección del bachiller Mercado, a la vez que ayudó como amanuense a su madre viuda, ya que era experto en caligrafía.

Comenzó a estudiar Gramática y Filosofía en Alcalá de Henares, en 1518, donde consiguió la licenciatura en Artes y el grado de maestro. Diez años más tarde, estudió Teología en Salamanca, en cuya Universidad escuchó las lecciones de Francisco de Vitoria. Pertenecía a la Orden de Santiago y, siendo rector del Colegio que en esta capital poseía dicha Orden, fue designado para explicar Artes y Teología en Granada.

En mayo de 1543 siguió al obispo de Jaén, Francisco de Mendoza, en su viaje con el emperador Carlos V hacia Alemania para asistir a la Dieta de Spira. Tras la muerte de dicho obispo en esta ciudad, se dirigió a Lovaina, donde perfeccionó el hebreo, estudió griego y trató con diversos profesores. En 1545 asistió, por orden del Emperador, a la Dieta de Worms, terminada la cual el 4 de agosto, regresó a Flandes, reincorporándose tras su nombramiento de capellán de Corte al séquito del Emperador, a quien acompañó poco después a la Dieta de Ratisbona. De esta ciudad pasó a Trento para tomar parte en el Concilio cuando obispos y teólogos discutían sobre la justificación por la fe, materia central de la teología. Sobre ella habló Pérez de Ayala en tres ocasiones diferentes, rechazando decididamente la teoría seripandiana de la justicia imputativa y adoptando en la cuestión de la certeza de la gracia una postura más bien afirmativa.

Invitado por el embajador Mendoza, al partir éste del Concilio, se dirigió con él a Roma, no sin visitar de paso diversas ciudades italianas, como Venecia, Milán, Bolonia y Florencia. En abril del 1547 regresó de nuevo a Trento, camino de Alemania adonde le llamaba el Emperador, y, tras una estancia de dos meses en aquella ciudad, se dirigió a Augsburgo.

El 16 de mayo de 1548 fue preconizado obispo de Guadix y, mientras esperaba las bulas pontificias en Ingolstadt, Carlos V le ordenó hacer acto de presencia en Trento hasta nuevo aviso. Pero su estancia en aquella ciudad fue muy corta, pues ante la inactividad a que se veían reducidos los allí asistentes al Concilio, pidió y obtuvo del Emperador la autorización de ir a su diócesis. Dirigióse entonces a Milán, en cuya iglesia de San Ambrosio quiso consagrarse el 30 de septiembre de 1548; pero, no atreviéndose a pasar por Francia, hubo de esperar casi tres meses hasta poder embarcar en Génova a mediados de diciembre. Arribando por fin a Peñíscola, siguió por tierra a Valencia y entró en Guadix el 30 de enero de 1549. Dos años más tarde, acudió de nuevo a Trento, para asistir como obispo guadicense a la segunda etapa del Concilio (del 16 de marzo de 1551 al 28 de abril de 1552). Su excelente formación teológica y su estancia en Lovaina y en Alemania le habían dado una excelente información sobre los problemas más candentes de los protestantes. Y, aunque por su temperamento agudo y a veces apasionado, se había creado bastantes enemigos durante la primera etapa conciliar, sin embargo, disfrutó de mucho prestigio y alcanzó gran influjo a lo largo de esta segunda etapa en la que tuvo dos destacadas intervenciones de relieve sobre la Eucaristía y el sacrificio de la misa; concretamente, como profundo conocedor de la doctrina protestante, refutó brillantemente las diversas teorías de los innovadores contra la presencia real de Cristo en la Eucaristía y contra las teorías que niegan la transubstanciación. Luego fue nombrado para tres diputaciones conciliares, todas ellas doctrinales, e hizo esfuerzos en materia de reforma, prolongados en la gran oposición y en la protesta que al final de este período suscribió en contra de la suspensión del Concilio.

Decretada ésta el 28 de abril de 1552, regresó a su diócesis a finales de enero de 1553 y se dedicó al ministerio pastoral, centrado en la visita canónica, que le duró todo aquel año. A principios de 1554 convocó un sínodo con el fin de aplicar el tridentino y estructurar, dentro de las normas conciliares, la vida de la diócesis: instituyó parroquias, erigió templos, reguló la disciplina, saneó la conducta de los clérigos, visitó la Catedral y dio nuevos estatutos al Cabildo. A propuesta de Felipe II, se hizo cargo en 1560 de la visita del Consejo de Órdenes, que se hallaba a la sazón en Toledo, interviniendo al mismo tiempo en las deliberaciones de la Corte sobre la reanudación del Concilio tridentino. Mientras tanto, fue nombrado obispo de Segovia el 17 de julio de 1560, pero no pudo entrar en esta ciudad hasta un año más tarde, el 12 de julio de 1561. Inmediatamente comenzó a visitarla, pero la firme oposición de los canónigos y la inminencia de la reapertura del Concilio tridentino le movieron a no tomar decisiones apresuradas. De hecho, el 9 de marzo de 1562 salió para Trento, donde tuvo nuevas intervenciones en la tercera etapa de este Concilio que superaron a las de etapas precedentes. Su prestigio y autoridad se impusieron, sobre todo, al tratarse grandes problemas doctrinales, como la comunión bajo las dos especies, el sacrificio de la misa, el orden sacerdotal y matrimonio, el derecho de residencia, la jurisdicción y el derecho divino de los obispos. Estas intervenciones fueron las que le consagraron como uno de los mejores teólogos del Concilio tridentino. Los mismos conatos de refutación que algunos intentaban, eran prueba de la importancia que esas ideas revestían o que, de hecho, se les daba. Sus opiniones no siempre prevalecieron, pero su relevante personalidad, su intrepidez e independencia le merecieron justamente un reconocido prestigio entre los padres conciliares, basado en su erudición teológica y en su sólido pensamiento. Fue al Concilio acompañado por Benito Arias Montano, uno de los hombres más eruditos de su tiempo y primera autoridad en estudios bíblicos.

Clausurado definitivamente el Concilio, regresó a Segovia el 25 de abril de 1564. Inmediatamente se aplicó a urgir la residencia de sus clérigos y girar la visita canónica a la diócesis, que le ocupó algunos meses.

A finales de agosto, celebró en Segovia un sínodo y acometió la fundación del Seminario. Para entonces hacía ya varios meses que le había propuesto el Rey para arzobispo de Valencia. Aceptado por Roma el nombramiento el 6 de septiembre de 1564, partió para la nueva sede, pasando antes por Madrid, llamado por el Rey, para dar su parecer sobre la celebración de los concilios provinciales y tratar de la instrucción de los moriscos. Llegó a Valencia a finales de marzo de 1565, y se detuvo en Alacuás durante la Semana Santa para entrar solemnemente en la capital el 23 de abril, segundo domingo de Pascua. Aunque sólo residió en la archidiócesis valentina quince meses, visitó las parroquias de la ciudad y muchas de los pueblos; confirió órdenes sagradas, predicó al clero y al pueblo y celebró un concilio provincial en 1565, que fue un jalón decisivo en el arduo camino de la renovación espiritual. Asistieron a él el obispo de Mallorca y el titular de Cristópolis, en representación del de Orihuela. El arzobispo lo convocó para cumplir el mandato de Trento, que disponía que un año después de la terminación de la ecuménica asamblea se celebraran concilios provinciales para aplicar las decisiones tridentinas y también para corregir las costumbres del pueblo y del clero, y para legislar sobre diversas cuestiones eclesiásticas. Este concilio se ocupó de los moriscos convertidos o cristianos nuevos, que burlaban continuamente las leyes de la Iglesia y los sacramentos.

Dictó normas sobre los candidatos al episcopado, a canonjías, arcedianatos y parroquias y sobre las cualidades que deberían reunir para cada uno de estos ministerios, y recomendó que en los informes se hablase solamente de hechos públicos y no de defectos privados, porque el tridentino había concedido a los concilios provinciales facultad para ocuparse de esta materia con el fin de asegurar la idoneidad de los candidatos y evitar los abusos cometidos por los cabildos que habían elegido durante la Edad Media a los obispos. Legisló también sobre la provisión de parroquias, que deberían hacerse mediante concurso o examen ante los examinadores sinodales designados por el arzobispo. Otras normas se referían a la erección de parroquias en los anejos cuyo vecindario hubiese crecido mucho o hubiera dificultad para la administración de los sacramentos, si bien se observa en esto una cierta tendencia opuesta a lo que había prescrito Trento, pues en el concilio se dijo que ante el crecimiento de algunos lugares o la dificultad de acudir los fieles a la parroquia, designase el obispo un sacerdote para desempeñar el ministerio, percibiendo los frutos, primicias y rentas del lugar, pero sin dividir la parroquia hasta que quedara vacante; con lo cual se quería respetar el derecho adquirido por el párroco y por los fieles.

El concilio provincial, empezado el 11 de noviembre de 1565, terminó el 24 de febrero del año siguiente, y el 25 de abril del mismo año convocó el arzobispo un sínodo diocesano para aplicar en Valencia los acuerdos de dicho concilio. A las actas sinodales añadió las Ordinationes pro choro, dadas por santo Tomás de Villanueva para las iglesias de la diócesis, y las célebres Instruccions e ordinacions de Jorge de Austria para los moriscos convertidos. Las disposiciones adoptadas por Martín de Ayala en 1566 sobre la disciplina del clero fueron la obligación de llevar hábito talar y la prohibición de ostentar anillos en los dedos, lechuguillas en cuellos y mangas de la camisa, llevar armas, salir a escenas, acudir a festines, tener en casa mujer sospechosa, acompañarla por las calles a pie o a caballo y tener en la propia casa mesa de juego.

A propósito de la celebración de este concilio provincial hay que decir que el Concilio de Trento, en su última sesión del 3-4 de diciembre de 1563 había mandado la recepción pública de los decretos tridentinos en el primer concilio provincial que había que celebrar al terminar la asamblea, así como la promesa de obediencia al Pontífice, y el rechazo y condena de las herejías. Lo mismo habían de hacer los que participaban en sínodos diocesanos. Esta recepción incluía, pues, no sólo los decretos disciplinarios o de reforma sino también las declaraciones dogmáticas. Había de recibirse públicamente, es decir en presencia de otros. Y era obligatoria para los padres de los concilios provinciales, los sinodales, así como los beneficiados y los profesores de las universidades, quienes juraban también enseñar e interpretar según los decretos conciliares. El acto de recepción significaba confesar o profesar las definiciones dogmáticas del Concilio y prometer obediencia al Pontífice, que en el caso de los profesores se haría bajo juramento.

Martín de Ayala reanudó los planes de evangelización de los moriscos con mayores ambiciones e ideas más originales, pues, antes de llegar a Valencia, participó en Madrid, en 1565, en la junta encargada de estudiar el problema y, apenas tomó posesión del arzobispado, publicó un catecismo de la Doctrina Cristiana, en lengua aráviga y castellana para la instrucción de los nuevamente convertidos deste Reyno, impreso en 1566 por Juan Mey, que fue reeditada en 1911 por Roque Chabás, con el título Doctrina cristiana en lengua arábiga y castellana para instrucción de los moriscos, con un prólogo de Julián Ribera. Dejó otro catecismo en borrador, que no pudo completar, pero fue editado en 1599 por san Juan de Ribera. Catechismo para los nuevamente convertidos de moros, impreso por orden del Patriarcha de Antiochia y Arçobispo de Valencia, D. Juan de Ribera. Este catecismo constaba de setenta y dos diálogos, repartidos en dos libros y cinco partes, dedicado el primero al camino de Dios desde la razón a la fe y el segundo a la vida cristiana. Cuidó con esmero la formación del clero, de modo particular el Colegio de la Presentación, fundado por santo Tomás de Villanueva. Fue una de las figuras más vigorosas del episcopado español del siglo xvi. Fue intelectual y pastor, aunque no un teólogo puro. Su carácter tenaz, independiente criterio y espíritu pasional forjaron su personalidad.

No perteneció a ninguna escuela teológica, pero estuvo siempre abierto a las preocupaciones intelectuales de su tiempo, influidas por fecundas corrientes dogmáticas y espirituales y por la evolución provocada por la Reforma Protestante y después por el Concilio de Trento. Percibió la crisis de la teología decadente del siglo xv y la necesidad de renovar los estudios.

Subrayó el valor de la tradición católica, basada en los estudios bíblicos y patrísticos, y escribió la monografía más completa sobre este tema en su época.

 

Obras de ~: De Odivinis, apostolicis, atque ecclesiasticis traditionibus, deque aucthoritate ac vi earum sacrosancta assertiones seu libri decem, Colonia, 1549; Synodo de Guadix celebrado por [ ...], Alcalá, 1554; Concilium Provinciale Valentinum celebratum anno Domini MDLXV, Valencia, 1566; Doctrina Cristiana, en lengua arábiga y castellana para la instrucción de los nuevamente convertidos deste Reyno, Valencia, Juan Mey, 1566 (reed. Doctrina cristiana en lengua arábiga y castellana para la instrucción de los moriscos, ed. de Roque Chabás, pról. de Julián Ribera, Valencia, Imprrenta Hijos de F. Vives Mora, 1911, ed. facs. de la ed. 1911, Valencia, Librerías París-Valencia, 1980); Catecismo para los nuevamente convertidos de moros, impreso por orden del Patriarca de Antiochia y Arçobispo de Valencia, D. Juan de Ribera, Valencia, 1599.

 

Bibl.: D. de Colmenares, Historia de Segovia, Segovia, 1637, págs. 522-535; C. Eubel, Hierarchia catholica, Münster, Sumptibus et Typis Librariae Regensbergianae, 1933, págs. 206, 296 y 325; M. Solana, Estudios sobre el Concilio de Trento, Santander, Imprenta Provincial, 1947, págs. 77- 125; E. Olmos Canalda, Los prelados valentinos, Valencia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Instituto Jerónimo Zurita, 1949, págs. 173-178; C. Gutiérrez, España en Trento, Valladolid, CSIC, Instituto Jerónimo Zurita, 1951, págs. 774-793; I. Valls Pallarés, Don Martín Pérez de Ayala. Teologo-apologista y arzobispo de Valencia, Valencia, Arzobispado, 1953; A. Gallego y A. Gamir, Los moriscos del reino de Granada según el sínodo de Guadix de 1554, Granada, Universidad, 1968; A. Miralles, El concepto de tradición en Martín Pérez de Ayala, Pamplona, Universidad de Navarra, 1980; I. Valls Pallarés, “Ideas teológicas de don Martín Pérez de Ayala, arzobispo de Valencia”, en Estudios dedicados a Juan Peset Aleixandre, vol. III, Valencia, Universidad, 1982, págs. 703722; V. Cárcel Ortí, Historia de la Iglesia en Valencia, Valencia, Arzobispado, 1986, pág. 267; Historia de las tres diócesis valencianas: Valencia, Segorbe-Castellón, Orihuela-Alicante, Valencia, Generalitat Valenciana, 2001, págs. 222-225.

 

Vicente Cárcel Ortí

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