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Pedro de Castro Vaca y Quiñones

Biografía

Castro Vaca y Quiñones, Pedro de. Roa (Burgos), 14.V.1534 – Sevilla, 20.XII.1623. Político y arzobispo, presidente de la Chancillería de Granada y de la Chancillería de Valladolid, arzobispo de Granada y de Sevilla.

Pedro de Castro, Vaca (o Cabeza de Vaca) y Quiñones nació el 14 de mayo de 1534 en Roa, obispado de Osma, en la actual provincia de Burgos. Era hijo de Cristóbal Vaca de Castro, prohombre (nacido en Mayorga de Campos, en el reino de León) que ostentó títulos y cargos del máximo rango a lo largo de su vida, y de Magdalena Quiñones y Osorio, perteneciente a una rama colateral de la casa de los condes de Luna, emparentada con los marqueses de Astorga y los condes de Benavente.

El joven Castro comenzó sus estudios en Valladolid y los continuó en Salamanca, donde cursó Filosofía, Hebreo y Griego, y los Derechos Civil y Canónico, una preparación exigente, que pronto lo rodeó de gran prestigio. Muy posteriormente, en 1588, obtuvo el grado de doctor en Sagrados Cánones por la Universidad de Valladolid. Apenas terminados los estudios, hubo de defender en Madrid, en 1556, ante los Consejos de Indias y de Castilla, la causa contra su padre por más de veinte cargos, entre ellos, fraudes al fisco, en su actuación como capitán general y gobernador de Perú (Cristóbal Vaca de Castro fue absuelto, excarcelado, tras más de diez años, y repuesto en el Consejo Real con antigüedad de 1545, fecha en que había sido detenido y procesado a su regreso de Perú).

En 1558 obtuvo Pedro de Castro del papa Paulo IV el beneficio simple de Bezmarván y otros tres de entonada renta. En 1561 se ordenó sacerdote, y poco después, accedió al arcedianato de Saldaña, por nombramiento regio. Entre los años 1562 y 1564 ejerció, en Granada, de visitador de la Capilla Real, del Hospital Real, del Colegio Real y de la Universidad.

En 1566 fue nombrado oidor de la Real Chancillería de Granada, sin residencia, pues prefirió permanecer en aquella ciudad castellana junto a su padre, que se había retirado al monasterio de San Agustín, hasta su muerte en 1572; allí conoció a santa Teresa y a san Juan de la Cruz (1568). En 1570 obtuvo asimismo el cargo de oidor en la Chancillería de Valladolid.

En 1578 alcanzó la presidencia de la Chancillería granadina, por nombramiento de 9 de julio y con posesión de 17 de diciembre de ese año. El 3 de diciembre de 1583 fue nombrado presidente de la de Valladolid.

Después de rechazar los obispados de Tarragona (1586) y Calahorra (1587), aceptó el arzobispado de Granada, de cuya sede será el décimo ocupante (el nombramiento es de fecha 6 de diciembre de 1589).

Consagrado en el monasterio de La Mejorada, junto a la villa de Olmedo, recibió el palio, en la ciudad de Baeza, de manos del obispo de Jaén, Francisco Sarmiento, el 21 de marzo de 1590. La posesión fue el 15 de abril de 1590 y la entrada solemne en la ciudad de Granada, a final de noviembre de ese año. Inmediatamente inició una visita general —realizó dos más—para conocer a fondo la realidad de su diócesis que le ocupó hasta 1593, pórtico de una incesante actividad en todos los campos, que le llevará los veinte años largos de su pontificado granadino.

Tras haber declinado la sede de Santiago de Compostela que se le había ofrecido, el 5 de julio de 1610 fue nombrado arzobispo de Sevilla —entrada en la ciudad el 6 de diciembre— en cuya prelatura consumió otros trece años de intensa y combativa labor, hasta su muerte acaecida en aquella ciudad, el 20 de diciembre de 1623, a la edad de ochenta y nueve años; agotado físicamente y cansado de pleitos y asechanzas, el 11 de diciembre había presentado su renuncia al arzobispado. En este tiempo hizo dos viajes a Granada: el primero, en 1618, para inspeccionar las obras del Sacromonte y dar sepultura a los restos de sus padres y de su hermano Antonio; la otra, en 1620, que le permitió asistir en su lecho de muerte al arzobispo de Granada, Felipe de Tassis y Acuña, fallecido el 20 de junio de 1620.

En 1626, sus restos fueron trasladados desde la capital hispalense, en cuya capilla de la Virgen de la Antigua fueron depositados a su muerte, en Granada, a la Abadía del Sacromonte, donde reposan. En este traslado se celebraron solemnes honras en las ciudades de Sevilla, Antequera, Loja, Santa Fe y Granada.

El talante intransigente y aun soberbio que dibujan las actuaciones del arzobispo Castro tenía la contrapartida de un acendrado espíritu caritativo y desprendido, que lo llevó a gastar en limosnas y dádivas partes muy sustanciales de sus considerables rentas.

Eso, unido a su sobriedad espartana, su ascetismo y su humildad extremada ante los desposeídos, le convirtieron en un modelo vivo de conducta cristiana, que sus apologistas elevaron a proverbial.

Otro aspecto de Pedro de Castro que le destaca como figura importante de la época del barroco hispano, fue su implicación en el suceso de los Libros plúmbeos de fines del siglo XVI cuyos frutos fueron la fundación de la Abadía del Sacromonte, la postulación moderna del Concepcionismo y el mandato de las Misiones populares o apostólicas, logros indiscutibles, heterogéneos en su temática, espacio y cronología, pero conformadores de un paradigma de asombrosa unidad y coherencia.

Tras algunas vacilaciones ante el hallazgo de la Torre Turpiana (1588), las “invenciones” de 1595-1599 en la colina de Valparaíso, pronto llamado Sacromonte, implicaron la credulidad del prelado de forma creciente, hasta convertirlo en adalid, fanático e intransigente de ellas. Armó con su fanática militancia a los falsarios que, a lo largo de esos seis años de hallazgos prodigiosos, veintidós “libros”, siempre junto a supuestos restos martiriales, fueron ganando en audacia doctrinal. Al compás de los sucesos, fue reforzando su convencimiento de que él era el designado por la Providencia divina para la difusión del “nuevo evangelio” revelado en los hallazgos. Como es sabido, presionó a los traductores a la consecución del mensaje por él anhelado, compró voluntades por sus agentes, persiguió a los disidentes...; negó tozudamente el traslado de los originales a Madrid y a Roma. En tal sentido, Castro fue un verdadero falsario, cuya estela se seguirá de una larga serie de devotos apologistas en los siglos inmediatos.

En 1600, el arzobispo había reunido un Concilio Provincial que calificó las reliquias como auténticas y dignas de culto. Ese mismo año ordenó una encuesta sobre los mártires de la Alpujarra de 1568, a la búsqueda de apoyaturas cercanas para su “Granada martirial”.

En paralelo, creó la Abadía del Sacromonte, que garantizara el mantenimiento del legado martirial (tras las santas cuevas, en 1609: Constituciones; primera piedra, en febrero; bula de creación, Inmensa, en 20 de noviembre).

Sobre tales supuestos, trazó un fuerte paradigma recristianizador orientado a sepultar, en principio, todo vestigio de la Granada “demasiado islámica” preexistente, a la vez que convertía la antigua capital del emirato nazarí en fortaleza contrarreformista, una nueva Jerusalén, cuyo eje era el Sacromonte, visualizado enel patrón San Cecilio y sus hermanos mártires, discípulos del apóstol Santiago.

Otro de los grandes temas de la materia castriana es el del Concepcionismo o Inmaculismo, o sea, la postulación moderna del misterio de la Inmaculada Concepción de María, grato a la Iglesia Católica en general y especialmente arraigado en la gente fiel desde tiempos remotos y que sin embargo permanecía estancado en su indefinición dogmática. Pedro de Castro, tan sensible al fenómeno en su acrisolada veterocristiandad, encontró argumento y ocasión, una vez más, para activar sus medios e influencias hacia el objetivo del explícito reconocimiento por la Santa Sede, en los Libros plúmbeos, su fuente, cuando en el titulado Fundamentos de la Ley halló el enunciado “A María no tocó el pecado primero”, etc. A partir de esa “revelación”, Pedro de Castro fue capaz de interesar y aun de arrastrar con la fuerza de su convicción al rey y a la Corte, haciéndolos cruzados de su causa, hasta poner en vías de su definición dogmática el misterio. Granada fue el solar de la luminosa revelación; Sevilla, el escenario principal de la defensa del misterio —allí se sustanciaron las “guerras marianas” desde 1613; jesuitas, inmaculistas; dominicos, maculistas; Castro y el pueblo, con aquéllos—; ambas ciudades, ganaron el rango de centros concepcionistas por excelencia, cuyos vestigios nunca se han borrado.

España, su Monarquía, ostenta el honor de haber sido el sostenedor incansable de una lucha de dos siglos y medio coronada, en 1854, con la gran victoria de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de María.

Las Misiones populares constituyen el otro gran logro del fundador. La firmeza del mensaje y la larga duración, hasta la mitad del siglo xx, les confieren el rasgo de auténticas estructuras. Pedro de Castro las dejó expresamente instituidas en las Constituciones de su fundación cuando concluía la primera década del siglo XVII, a punto de abandonar la diócesis de Granada por la de Sevilla. En sucesivas versiones de las Constituciones (1609, 1613, 1616) se articuló con precisión el mandato misional y se definió el alcance espacial, primero a la diócesis de Granada y luego a la de Sevilla. Las de Granada, ámbito primario y más genuino, desde la primera misión conocida, de 1612, se desarrollarán con cadencia muy regular durante las décadas sucesivas como obligación fervorosamente asumida por todos los sujetos sacromontanos, canónigos —estatutariamente, veinte, que además debían atender a los otros mandatos del culto y la enseñanza— y “huéspedes de aprobación” que hacían méritos para acceder a las canongías, clérigos de la ciudad, a los que seducía la sugestión martirial. Los obstáculos a la labor misional fueron incontables y de toda índole. Invariablemente fueron vencidos por la voluntad apostólica de sus misioneros; las misiones se convirtieron en una de las más genuinas señas identitarias de la institución castriana y amparo espiritual de un mundo rural desasistido; gozaron fama en el ancho solar hispano.

Un acercamiento superficial a la vida y a la obra de Pedro de Castro puede conducir a la perplejidad; pues saltan a la vista contradicciones aparentemente insalvables. Cuando se le analiza en profundidad, lo que prima es el asombro, pues aparte de la riqueza de su proteica personalidad, maravilla la paradoja que significa crear a partir de una falsificación de progenie islámica, morisca, un “programa recristianizador”, de corte contrarreformador, cuya coherencia y eficacia se evidencia en todos sus elementos. La protesta contra la expulsión de los moriscos que elevó al rey desde su sede hispalense debe entenderse en su firme creencia en la capacidad misional que conduciría inexorablemente a la conversión de todos los infieles, que en ninguna manera deberían aventurarse a la apostasía en tierras africanas, pues al fin y al cabo eran formalmente cristianos por la gracia del bautismo.

 

Obras de ~: Scolastica assertio pro disciplina ecclesiastica y Apuntaciones sobre Philosophia, Iurisprudentia, Moral (atrib.) [Archivo de la Abadía del Sacromonte de Granada (AASMG), mss. 12 y 14, resp./Calero].

 

Fuentes y bibl.: AASMG, Archivo secreto, “actas capitulares y manuscritos específicos” (Libro de misiones; Libro de Entradas de los señores Abades y Canónigos del Sacromonte; Constituciones).

A. Sánchez Gordillo, Teatro de la Iglesia de Sevilla y sucesión de sus arzobispos, 1632 (Real Academia de la Historia, ms.); F. Bermúdez de Pedraza, Historia eclesiástica, principios y progressos de la ciudad, y religión católica de Granada [...], Granada, Imprenta de Andrés de Santiago, 1638 (ed. facs., Granada, Universidad, 1989); V. Pastor de los Cobos, Guerras Cathólicas Granatenses, 1736; Historia apologética, 1739; L. F. de Viana y J. J. de Laboraría, Historia authéntica del hecho de los descubrimientos de Torre Turpiana y montes Santo de Granada, s. l., 1756; D. N. de Heredia Barnuevo, Mystico ramillete, historico, chronologyco, panegirico, texido de las tres fragrantes flores [...], el Illmo. y V. Sr. don Pedro de Castro [...], Granada, Imprenta Real, 1741 [1863; ed. con est. prelim. y álbum iconogr. de M. Barrios Aguilera, Granada, Universidad, 1998 (contiene: M. Barrios Aguilera, “Don Pedro de Castro y el Sacromonte de Granada en el Místico ramillete de Heredia Barnuevo (1741)”, págs. VILXXI + 12 hojas)]; D. Ortiz de Zúñiga, Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, t. IV, Madrid, Imprenta Real, 1796 (Sevilla, 1988); J. de Ramos López, El Sacro-Monte de Granada, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1883; A. Sánchez Moguel, “El arzobispo Vaca de Castro y el abad Gordillo”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 16 (1890), págs. 407-419; J. Alonso Morgado, Prelados sevillanos y episcopologio de la Santa Iglesia Metropolitana y Patriarcal de Sevilla, Sevilla, 1904, págs. 492-507; F. Henríquez de Jorquera, Anales de Granada. Descripción del Reino y Ciudad de Granada. Crónica de la Reconquista (1482-1492). Sucesos de los años 1588 a 1646, ed. de A. Marín Ocete, Granada, Universidad, 1934 (ed. con est. prelim. de P. Gan Giménez e índices de L. Moreno Garzón Granada, Universidad, 1987, 2 vols.); Z. Royo Campos, El Venerable Fundador de Sacro-Monte, Caudillo Insigne del Concepcionismo en España (conferencia), Granada, 1954; J. Martín Palma, D. Cabanelas, et al., La Abadía del Sacromonte. Exposición artístico documental. Estudios sobre su significación y origen, Granada, Universidad, 1974; C. Alonso, OSA, Los apócrifos del Sacromonte (Granada). Estudio histórico, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1979; C. Ros, Los arzobispos de Sevilla. Luces y sombras en la sede hispalense, Sevilla, 1986, págs. 169-174; M. A. López Rodríguez, Los arzobispos de Granada. Retratos y semblanzas, Granada, Arzobispado, 1993, págs. 103-113; R. Marín López, “Un memorial de 1594 del arzobispo de Granada D. Pedro de Castro sobre su iglesia con motivo de la visita ‘ad limina’”, en Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, 2.ª época, 7 (1993), págs. 277-306; F. J. Martínez Medina, “El Sacromonte de Granada y los discursos inmaculistas postridentinos”, en Archivo Teológico Granadino, 59 (1996), págs. 5-57; J. Antolínez de Burgos, Historia eclesiástica de Granada, ed. intr., notas e índices por M. Sotomayor, Granada, Universidad, 1996; M.ª C. Calero Palacios, La Abadía del Sacromonte de Granada. Catálogo de manuscritos, Granada, Universidad, 1999; M. Barrios Aguilera y V. Sánchez Ramos, Martirios y mentalidad martirial en las Alpujarras. De la rebelión morisca a las Actas de Ugíjar, Granada, Universidad, 2001; A. Sánchez Gordillo, Memorial sumario de los arzobispos de Sevilla y otras obras, introd. transcr. y notas de J. Sánchez Herrero, Sevilla, Ayuntamiento, 2003; M. Barrios Aguilera, Los falsos cronicones contra la historia (o Granada, corona martirial), Granada, Universidad, 2004; “Las misiones en la sociedad posrepobladora: las del Sacromonte de Granada”, en M. Barrios Aguilera y Á. Galán Sánchez (eds.), La Historia del Reino de Granada a debate. Viejos y nuevos temas. Perspectivas de estudio, Málaga, Diputación, 2004, págs. 551-593; M. Barrios Aguilera y M. García-Arenal (eds.), Los Plomos del Sacromonte. Invención y tesoro, Valencia, Universidad, 2006 [contiene: M. Barrios Aguilera, “Pedro de Castro y los Plomos del Sacromonte: invención y paradoja. Una aproximación crítica” y “El castigo de la disidencia en las invenciones plúmbeas de Granada. Sacromonte versus Ignacio de las Casas”, págs. 17-50 y 481-520, respect.]; M. Barrios Aguilera, “Pedro de Castro y los Libros plúmbeos en Sevilla”, en J. A. González Alcantud y R. G. Peinado Santaella (eds.), Granada la andaluza, Granada, Universidad, 2008, págs. 107-130.

 

Manuel Barrios Aguilera

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