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Juan de Iriarte Cisneros

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Biografía

Iriarte Cisneros, Juan de. Puerto de la Cruz, Tenerife (Santa Cruz de Tenerife), 15.XII.1702 – Madrid, 23.VIII.1771. Literato, filólogo y bibliotecario.

Hijo del navarro Juan de Iriarte, oficial de milicias destinado en Tenerife, y de la canaria Teresa de Cisneros, recibió la instrucción primaria en su isla natal, pero pasó a estudiar a Francia a la edad de once años, en 1713, por las aptitudes que ya mostraba y gracias a la amistad de la familia con el cónsul francés Pedro Hely. Tras permanecer algún tiempo en París, aprendiendo francés y latín en el colegio del Cardenal Le Moine, estudió desde 1715 con los jesuitas en Rouen, adquiriendo el dominio de la lengua francesa y sólidos conocimientos humanísticos. Pasando de nuevo a París, estudió durante ocho años en el colegio de Louis-le-Grand, asimismo de la Compañía de Jesús, donde fue condiscípulo de Voltaire, y cursó estudios, además de los de Humanidades y Lenguas Clásicas, de Filosofía y Ciencias Físico-Matemáticas y Naturales, teniendo como maestros al padre Charles Porée y al padre Gilles La Santé. Antes de volver a España a cursar otros estudios que le permitieran labrarse un futuro, decidió trasladarse a Londres para aprender la lengua inglesa, pero, tras pocos meses de estancia allí, fue avisado de la enfermedad de su padre, que le hizo regresar a las Canarias, adonde llegó cuando aquél ya había fallecido. Viendo que en su isla natal no encontraría campo para aprovechar los conocimientos adquiridos y desarrollar su afición por las lenguas clásicas, se trasladó a Madrid en 1724, con la intención de cursar la carrera de Jurisprudencia en la Universidad de Alcalá, pero la escasa inclinación por este tipo de estudios le hizo abandonar este proyecto, introduciéndose pronto en los ambientes literarios de la Corte donde destacaron los conocimientos literarios y lingüísticos de este joven de veintidós años. En la Real Librería, que empezó a frecuentar, se dio a conocer a Juan de Ferreras, bibliotecario mayor, y al padre Guillermo Clarke, confesor real, quienes le consiguieron en 1729 el nombramiento de oficial escribiente de esta institución. El 4 de enero de 1732 fue promovido a la plaza de bibliotecario, desarrollando, por tanto, una de las carreras más rápidas dentro de dicha institución. Fueron, indudablemente, además de sus conocimientos, sus prendas personales las que le consiguieron, pese al ambiente de disputas que reinó a veces en esa institución, la confianza sucesivamente de los bibliotecarios mayores Juan de Ferreras, Blas Antonio de Nasarre y Juan de Santander. En los más de cuarenta años que permaneció en la Real Biblioteca se ocupó principalmente de los manuscritos, pudiendo considerársele como el 1.er jefe de esta sección, publicó su primer catálogo, el de los griegos, como se verá más adelante, y probablemente redactó las primeras reglas para su catalogación. Gestionó varias de las principales adquisiciones de su época, que enriquecieron el fondo de manuscritos de la Biblioteca.

En varias ocasiones se le dispensó de acudir diariamente a la Biblioteca, y se le transportaban los manuscritos a su casa para su estudio y catalogación.

Su labor en la Biblioteca Real fue ingente: como escribiente mostró su gran habilidad de calígrafo en los tres volúmenes de índices de libros impresos por él copiados que todavía se guardan en la Biblioteca Nacional, de los que destaca la Bibliotheca geográphica y chronológica de 1729 (ms. 18795), con bella portada arquitectónica y dibujos de adorno, entre los que se encuentra la representación de un salón de la Biblioteca, uno de los escasísimos testimonios gráficos que se conservan. Como bibliotecario, se dedicó especialmente a las adquisiciones, y bajo su gestión se compraron o canjearon algunas de las más importantes colecciones que enriquecieron sobre todo el fondo de manuscritos, por lo que el bibliotecario mayor Nasarre escribió al padre Rávago en 1747: “Muchos años ha que don Juan de Iriarte compra y permuta bajo mi mano todo lo que se ofrece, y dudo que en España se pueda encontrar un hombre más inteligente en esto, a más de su notoria literatura”; gracias a la colaboración Iriarte-Nasarre, entraron en la Biblioteca Real en 1735 y 1737 los códices de los dominicos de Santo Tomás de Ávila, canjeados por libros modernos para uso de la comunidad, y en 1739 los de la misma Orden en San Vicente de Plasencia, con los importantes códices griegos de Francisco de Mendoza y Bobadilla, llamado el cardenal de Burgos; y esta última permuta se completó con otra del mismo convento, en 1753, siendo ya bibliotecario mayor Juan de Santander.

En cuanto a las adquisiciones por compra en las que intervino Iriarte, entre 1736 y 1760, destacan la de los libros del condestable de Castilla, Juan Fernández de Velasco, los del americanista Andrés González Barcia, de Domingo Valentín Guerra, obispo de Segovia, del conde de Miranda, del genealogista Juan Alfonso Guerra, del cardenal Archinto en Roma; las compras a libreros como Manuel de Mena, etc.

También puede considerársele como el autor de las primeras reglas para la catalogación de manuscritos que se hicieron en España, consecuencia, sin duda, de las Constituciones dadas a la Biblioteca Real por Juan de Santander en 1761, que establecían que “los libros y papeles manuscritos tendrán su índice general alfabético, así de autores como de materias, compuesto con mucha mayor expresión e individualidad que el de los libros impresos”. La Instrucción para formar el índice de los manuscritos de la Real Bibliotheca, fechada el 12 de agosto de 1762, que se conserva en la Biblioteca Nacional (ms. 18624), no lleva nombre de autor, pero no cabe duda de que sólo pudo ser redactada por Iriarte, pues, aunque la normativa es mucho más escueta que la que él mismo, basándose en otros catálogos de la época, seguía entonces en su catálogo de los códices griegos, ha de tenerse en cuenta que se trata de reglas de tipo general y aplicación práctica, no destinadas a un catálogo especializado.

A la época de Juan de Santander como bibliotecario mayor corresponden algunas de las más importantes empresas eruditas de la Biblioteca Real, y en algunas de ellas intervino, de uno u otro modo, Juan de Iriarte, como en la nueva edición de las Bibliotecas de Nicolás Antonio (que finalmente aparecieron en tiempos de Pérez Bayer, sin reconocer la intervención de los primeros colaboradores). Una las más destacadas de estas empresas fue la publicación del primer catálogo de la Biblioteca, los Regiae Bibliothecae Matritensis codices graeci manuscripti, catálogo que, aunque debió tenerlo terminado Juan de Iriarte unos veinte años antes, no apareció en su primer volumen hasta 1769. La impresión duró varios años, pues, por lo menos desde 1765, venía pagándose al impresor Antonio Pérez de Soto por la fundición de tipos griegos, y el resultado, un volumen de quinientas setenta y nueve páginas redactado en latín con las descripciones de ciento cincuenta y seis códices (los procedentes del duque de Uceda principalmente), es probablemente el mejor catálogo de manuscritos publicado en España antes del siglo xx, que incluye datos codicológicos, cronológicos, paleográficos, y unas extensas descripciones textuales que incluyen la publicación de algunos textos breves. El segundo volumen, que incluía los códices griegos traídos de Plasencia, no se llegó a dar a luz. A la muerte de Iriarte, se encargó de su revisión a Rafael Casalbón y Geli, quien, contando con el borrador de Iriarte, realizó una minuciosa labor de corrección y ampliación que, finalmente, tampoco llegó a publicarse.

Su gran erudición, profunda formación, amabilidad y facilidad para el trato social le llevaron a conseguir los puestos de preceptor del duque de Béjar, del duque de Alba, y del infante don Manuel de Portugal. También fue nombrado oficial traductor de francés y de latín en la Primera Secretaría de Estado y de Despacho Universal, el 21 de febrero de 1742, cargo que ocupó hasta su muerte; durante su desempeño colaboró en la revisión de la edición de la Colección de los tratados de paz de España. Su facilidad en el manejo de la lengua latina y la corrección de su estilo hicieron que se le encomendase la redacción de varias inscripciones latinas de monumentos públicos; entre éstas, destaca la del frontispicio de las Salesas Reales, la de los sepulcros de Fernando VI y doña Bárbara en el mismo convento, y la que corona el puerto de Guadarrama al inaugurarse en 1749 la calzada que unía ambas Castillas, que, como las anteriores, todavía hoy existe.

El 6 de agosto de 1743 fue nombrado individuo de número de la Real Academia Española, siendo asiduo asistente a sus juntas y uno de los principales redactores de la Ortografía, la Gramática, y de las correcciones al Diccionario de esa institución. También fue nombrado, en 1752, académico de la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Fernando, y en las publicaciones de la Distribución de los premios anuales se editaron algunos de sus más celebrados epigramas.

Asimismo, fue asiduo colaborador, entre 1737 y 1742, del Diario de los literatos, publicando de forma anónima numerosos juicios críticos sobre obras de la época, que luego incluyó su sobrino entre sus Obras sueltas, publicadas póstumamente en 1774.

De su obra literaria y erudita, sólo el mencionado catálogo de los códices griegos apareció publicado en volumen independiente durante la vida del autor, pues su obra de mayor éxito editorial, la Gramática latina, en la que había trabajado durante cuarenta años, apareció el mismo año de su muerte y poco después de que tuviese lugar, revisada por su sobrino Tomás de Iriarte. Aunque hoy día resulta bastante anacrónica por su metodología, pues está escrita en cuidado verso castellano, elaborado a base de tiempo y trabajo ímprobo, no cabe duda de que en su tiempo debió resultar efectiva en el aspecto pedagógico, pues se hicieron nada menos que nueve ediciones en Madrid, más otras dos en París y Londres, que ampliaron su vigencia hasta 1835. La publicación se hizo, con el patrocinio real, gracias al interés del duque de Béjar, discípulo del autor, y apareció con aprobación de Pérez Bayer y encabezada por el retrato grabado por Carmona inspirado en el pintado por Maella.

Juan de Iriarte fue quizá el mejor epigramista que ha dado España, tanto por su ingenio como por su facilidad en el empleo de la lengua latina, por lo que a veces se le ha comparado con Marcial, su modelo; sus poemas de este tipo, traducidos por él mismo al castellano con notable gracia y cierto sentido costumbrista, forman, según su sobrino y biógrafo Bernardo de Iriarte, “colección sumamente estimable, tanto por lo diverso y numeroso de los asuntos como por la novedad de los pensamientos y fluidez del lenguaje”.

Fueron recogidos por su sobrino en los dos volúmenes de obras sueltas publicados tres años después de su muerte, y los castellanos merecieron el honor de ser incluidos en el volumen n.º 67 de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra.

Fue un trabajador infatigable, que dejó una gran cantidad de obras inéditas. Sus papeles, que en el siglo xix pasaron a formar parte de la biblioteca del coleccionista inglés de manuscritos sir Thomas Phillipps, fueron adquiridos en 1964 por el financiero español Bartolomé March. Entre ellos se encuentran, en diferente estado de elaboración, algunas obras en las que constaba que había trabajado el erudito canario, junto con una ingente cantidad de datos y copias de documentos diversos, sobre todo relativos a cuestiones de bibliografía o inventarios de libros, anotaciones sobre autores clásicos latinos, etc. De sus trabajos de tipo lingüístico y lexicográfico para la Real Academia Española, a partir de 1743, algunos se incluyeron en las Obras sueltas, y otros permanecen inéditos entre sus papeles. Una de las empresas eruditas en las que Iriarte estuvo implicado fue la redacción de un diccionario latino-español, por orden de Fernando VI; trabajó desde 1754 hasta 1760, componiendo unos seiscientos artículos de la letra A, pero después abandonó la empresa juzgándola imposible para una sola persona; entre sus papeles subsisten restos de este trabajo. Cabe destacar, asimismo, entre sus trabajos bibliográficos, el intento de una bibliografía completa sobre España, para la que reunió diecisiete volúmenes de material que permanecen inéditos.

También intentó una historia y bibliografía de las islas Canarias, que dejó inacabada e igualmente inédita por falta de medios. En cuanto a la paleografía griega a que se refieren sus biógrafos, a juzgar por el documento conservado manuscrito, se trataba más bien de un repertorio de abreviaturas tomadas de los manuscritos que manejó. Otra de sus aficiones, en la que de nuevo surge su doble vena culta-popular, fue la de recoger refranes, de los que llegó a reunir unos treinta mil, por los que pagaba a sus criados cuando le proporcionaban uno no coleccionado por él; parte se publicaron, con su equivalente latino, en el segundo volumen de sus Obras sueltas, pero entre sus papeles se conservan más de una decena de los tomos en que los recogía.

De su afición taurina quedan tres poemas latinos, el relativo a la “Taurimachia Matritensis” celebrada el 30 de julio de 1725, el que celebra los juegos patrocinados por Joaquín de Zúñiga, conde de Belalcázar, y el dedicado al “ínclito tauropolemista” Pedro Juan de Zafra, los tres incluidos en el primer volumen de sus Obras sueltas.

Juan de Iriarte falleció a los sesenta y ocho años, “de resultas de enfermedades que años antes le habían ocasionado sus continuas tareas y vida sedentaria”, según su sobrino Bernardo. Su carácter fue calificado por alguno de sus biógrafos como de “apacible y candoroso”.

El sabio historiador agustino Enrique Flórez, que proclamaba haber iniciado la España sagrada por sugerencia de Iriarte, destacó en carta a su sobrino, a su muerte, algunas de sus virtudes: “Aquella universal noticia de todo, aquel gusto tan delicado que en cada cosa tocaba lo más fino, aquella grande humildad en tanto como sabía, aquella boca de oro cuyos labios jamás mancharon a ninguno, aquella pronta acomodación de cada cosa a lo que solo a él se le ofrecía y todos aplaudíamos al oírla, aquel sabio modo de aprovecharse de cuanto había leído para la rectitud de sus operaciones, aquella conciencia tan pura y delicada que daba el primer lugar al santo temor de Dios y a mí me edificaba y confundía [...]”. Son palabras que retratan la intimidad de una de las más singulares figuras de la Ilustración española.

 

Obras de ~: Juicios críticos publicados en el Diario de los literatos, 1737-1742; Epigramas latinos publicados en Distribución de los premios concedidos [...] por la Real Academia de San Fernando, 1754-1760; Regiae Bibliothecae Matritensis codices graeci mss., Matriti, Typographía Antonü Pérez de Soto, 1769; Gramática latina, Madrid, Imprenta de Pedro Marín, 1771 (9.ª ed., Madrid, 1835); Obras sueltas, Madrid, Imprenta de J. M. de Mena, 1774, 2 vols.; “Poesías”, en Poetas líricos del siglo xviii, vol. III, ed. de L. A. de Cueto, Madrid, M. Rivadeneyra, 1875, págs. 493-502 (Biblioteca de Autores Españoles, 67).

 

Bibl.: B. de Iriarte, “Noticia de la vida y literatura de D. Juan de Iriarte”, en J. de Iriarte, Gramática latina, op. cit. y Obras sueltas, vol. I, op. cit.; J. Sempere y Guarinos, Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reynado de Carlos III, vol. VI, Madrid, Imprenta Real, 1789, págs. 181-190; E. Cotarelo y Mori, Iriarte y su época, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1897, págs. 1-30; J. M. de Cossío, “D. Juan de Iriarte y los Jesuitas”, en Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo (BBMP), VIII (1926), págs. 230-232; J. M. Fernández Pomar, “La catalogación del fondo griego de la Biblioteca Nacional”, en Helmantica, 14 (1963), págs. 352-355; “Libros y manuscritos procedentes de Plasencia: Historia de una colección”, en Hispania Sacra, XVIII (1965), págs. 33-70; “Don Juan de Iriarte, bibliotecario de la Real Biblioteca”, en Bibliothek und Wissenschaft, 3 (1966), págs. 113-142; L. Vázquez de Parga, “Algunas noticias sobre la organización y primera catalogación de la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional”, en Homenaje a Federico Navarro: Miscelánea de Estudios dedicados, Madrid, Asociación Nacional de Bibliotecarios, Archiveros y Arqueólogos, 1973, págs. 435-445; A. Millares Carlo, Don Juan de Iriarte, latinista y helenista, Las Palmas, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1981; G. de Andrés, “El bibliotecario D. Juan de Iriarte”, en H. Escolar, Homenaje a Luis Morales Oliver, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1986, págs. 587-606; C. Hernández González, “La ‘Oración’ (1743) de Juan de Iriarte en la Academia”, en BBMP, 1990, págs. 131-138; M. E. Cuyás de Torres, “La Gramática latina de Juan de Iriarte”, en Excerpta Philologica, II (1992), pág. 136; M. Sánchez Mariana, “La catalogación de manuscritos en torno a la Biblioteca Real (1712-1836)”, en F. M. Gimeno Blay (ed.), Erudición y discurso histórico: Las instituciones europeas (s. xviii-xix), Valencia, Seminari Internacional d’Estudis sobre la Cultura Escrita, 1993, págs. 213-222; R. P. Shebold, “Juan de Iriarte, tertulio y costumbrista”, en ABC, 1 de diciembre de 1993, pág. 78; F. Salas Salgado, “Un opúsculo sobre la traducción en el siglo xviii español: El comentario de Juan de Iriarte a las Obras de Ovidio traducidas por Diego Suárez de Figueroa”, en Revista de Filología de la Universidad de La Laguna (RFUL), 16 (1998), págs. 337-357; “Observaciones sobre la gestación del poema ‘Hercules Pygmaeorum victor’ de Juan de Iriarte, en RFUL, 21 (2003), págs. 309-322.

 

Manuel Sánchez Mariana

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