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San Juan de Ribera

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Biografía

Juan de Ribera, San. Sevilla, c. 1532 – Valencia, 6.I.1611. Santo, patriarca de Antioquía, obispo de Badajoz, arzobispo de Valencia, teólogo, canonista y virrey de Valencia.

Juan Enríquez de los Pinelos nació en Sevilla, a finales del año 1532, hijo natural de Pedro Enríquez y Afán de Ribera y Portocarrero, marqués de Tarifa, duque de Alcalá, virrey de Cataluña (1554-1558) y de Nápoles (1558-1571), y de la dama Teresa de los Pinelos, perteneciente a una rica familia de comerciantes.

Muy pronto perdió a su madre, por lo que pasó a residir en el domicilio paterno (el palacio conocido como Casa de Pilatos), donde recibió su primera formación.

Tuvo tres hermanas, Catalina, Inés y María, nacidas de otras madres.

Destinado al estado clerical, en 1536 obtuvo su padre la dispensa del defecto de nacimiento para que pudiera acceder a las órdenes sagradas. El 22 de mayo de 1543 recibió la tonsura en la sevillana iglesia de San Esteban y en 1544 fue enviado a estudiar Cánones en la Universidad de Salamanca. Una vez concluidos dichos estudios, cursó Teología, materia que oyó de eximios profesores, como Domingo de Soto y Melchor Cano, entre otros, y en la que se licenció el 31 de mayo de 1557. Pocos días antes (8 de mayo) se había ordenado de subdiácono, recibiendo después, en fechas desconocidas, las órdenes mayores del diaconado y presbiterado. Durante sus años salmantinos trabó contacto con san Juan de Ávila, san Pedro de Alcántara y una serie de jesuitas y dominicos seguidores de la reforma tridentina; y compró una gran cantidad de libros (entre ellos las obras completas de Erasmo, textos de los santos padres y de acreditados teólogos, así como las mejores ediciones críticas de la Biblia), con los que iniciaría una importante biblioteca que, a su muerte, superaba ampliamente los dos mil volúmenes. Como aspiraba a una cátedra, pasó a enseñar Teología en la Universidad salmantina en calidad de auxiliar, hasta que, a instancias de su padre, fue nombrado obispo de Badajoz (27 de mayo de 1562) por el papa Pío IV, a presentación de Felipe II.

De inmediato tomó posesión de su diócesis, donde desarrolló una intensa labor pastoral, de acuerdo con el espíritu del Concilio de Trento: nada más llegar, efectuó la visita pastoral y en marzo de 1565 celebró un sínodo diocesano, al que seguiría otro en el mes de diciembre, convocado para ejecutar los decretos del Concilio de la provincia eclesiástica compostelana, que había tenido lugar en Salamanca durante los meses de septiembre y noviembre de dicho año, y en el que Ribera había participado indicando remedios prácticos para la reforma del estado episcopal.

Impulsó las misiones populares, con predicadores reclutados entre las filas de los seguidores de san Juan de Ávila y desplegó personalmente una amplia acción misionera, predicando más de ciento cincuenta sermones, administrando por su propia mano los sacramentos, dedicando a obras de caridad las rentas del obispado, observando el deber de residencia y reduciendo notablemente el número de servidores de su palacio. Aunque en 1563 y 1566 asistió a los autos de fe de los alumbrados de Llerena, un inquisidor lo consideró sospechoso de alumbradismo, por su relación con algunos espirituales. De hecho, mantuvo relación epistolar con fray Luis de Granada (quien le pondría en contacto con san Carlos Borromeo), así como con san Ignacio de Loyola, san Francisco de Borja y santa Teresa de Jesús.

Entre tanto, en 1565 su padre había intentado que fuera trasladado al Obispado de Málaga, mas no pudo conseguirlo. Mejor suerte tendría en 1568, cuando quedó libre la mitra de Valencia al morir el arzobispo Fernando de Loaces. Felipe II pensó en Ribera para cubrir la vacante, pues la labor desarrollada en Badajoz le avalaba para afrontar con acierto, a pesar de su juventud, los retos que aquella sede presentaba, en especial la aplicación de la reforma tridentina y la evangelización de los moriscos. Por lo pronto, Pío V le asignó el título de patriarca de Antioquía (30 de abril de 1568), que tenía el difunto Loaces, elogiando a Ribera como “lumbrera de toda España, singular ejemplo de virtud y de bondad, dechado de gloriosas costumbres y santidad”. Aunque el prelado se resistió al cambio de sede, el Monarca logró convencerle y presentó su nombre al Papa, quien el 3 de diciembre de dicho año le nombró arzobispo de Valencia. El 16 de febrero de 1569 tomó posesión por procurador, y el 20 de marzo entró en la diócesis, dando inicio a un pontificado de cuarenta y dos años que marcaría profundamente la historia religiosa, cultural y aun política de Valencia.

De inmediato acometió la reforma de la Universidad, cuya visita le había encargado el Monarca. Movido por un exceso de celo, removió por la fuerza de sus cátedras a algunos profesores de Teología, que consideraba ineptos, y pretendió que se reconociera la enseñanza de esta materia que impartían los jesuitas en su colegio de San Pablo de Valencia. El arresto del rector y de los profesores que se opusieron a sus reformas desencadenó una violenta campaña de difamaciones contra su persona, que tuvo que acallar la Inquisición arrestando a medio centenar de alborotadores y procesando a algunos de ellos. Alarmado por los jurados de la ciudad del Turia, Felipe II desautorizó a su visitador, ordenando que los profesores depuestos fueran restituidos en sus cátedras, por lo que la reforma universitaria naufragó. Las amarguras de esta disputa le impulsaron a presentar su dimisión al Papa y a solicitar al Monarca su traslado al Obispado de Córdoba, pero Pío V le escribió animándole a perseverar.

Mayor éxito tendría en la reforma pastoral, en la que concentró todas sus fuerzas, dada la penosa situación religiosa de la diócesis, apenas paliada por los pontificados de santo Tomás de Villanueva y Martín Pérez de Ayala. Instrumentos para llevarla a cabo fueron la visita pastoral, los sínodos diocesanos, la fundación del colegio seminario de Corpus Christi y la reforma de los religiosos. Comenzó por la reforma del clero: apenas llegó a la diócesis, convocó a los sacerdotes en la parroquia de Santo Tomás e instituyó la costumbre de reunirlos cada año por Cuaresma, para tratar temas relativos a la ejemplaridad de su vida y al ejercicio del ministerio. Celebró siete sínodos diocesanos (en 1578, 1584, dos en 1590, 1594, 1599 y 1607), dedicados por lo general a la reforma de clero —que consideraba base de la reforma diocesana—, los cuales dictaron breves pero eficaces disposiciones.

Al igual que en Badajoz, fue por delante con su ejemplo personal, predicando a menudo y desempeñando en ocasiones, como si fuese un simple cura, las más humildes tareas parroquiales.

Para actuar el decreto tridentino sobre los seminarios y formar un clero selecto que asegurase la reforma del pueblo, fundó en 1583 el colegio seminario de Corpus Christi, donde “se creassen sugetos en virtud y letras” que fuesen “buenos sacerdotes”.

Gregorio XIII aprobó la fundación en 1584, dando inicio las obras dos años después y concluyéndose en 1604. Comprendía dicha fundación una primorosa capilla, donde se celebrasen los “oficios divinos reformados” según las normas tridentinas. Para ambas instituciones, que puso bajo la advocación del Corpus Christi, redactó sendas constituciones, por las que todavía se rigen. Igualmente, apoyó la reforma del clero regular, corrigiendo abusos, impulsando iniciativas reformadoras, introduciendo en la diócesis a los capuchinos y fundando las agustinas descalzas.

Para la reforma del pueblo, Ribera realizó al menos once visitas pastorales. Como él mismo exponía en el informe de la visita ad limina que envió a Roma en 1610, acostumbraba “cada año salir a visitar por la diócesis tres o quatro meses, reconosciendo las necesidades de las iglesias y de los pueblos”, amén de tener “quatro visitadores, los quales andan a temporadas también por la diócesis visitando, de manera que dentro de un biennio por la mayor parte queda visitado todo el arçobispado”. Su supuesta responsabilidad en la represión del erasmismo valenciano ha sido fehacientemente desmentida, mostrando cómo en materia de espiritualidad el patriarca hizo gala de un tolerante equilibrio, siendo más un reformista que un contrarreformista, caracterizado por el fomento de la religiosidad devocional popular y por una calculada y ecléctica ambigüedad.

Felipe III le nombró virrey y capitán general de Valencia, cargos que ejerció con acierto de octubre de 1602 a febrero de 1604, reprimiendo con energía el bandidaje y la corrupción, actualizando la administración de justicia y reduciendo los oficiales de la misma, para mejorar su eficacia.

Por lo que respecta a los moriscos, el punto más controvertido de su biografía, el patriarca comenzó alentando con optimismo la evangelización de éstos, para lo cual reeditó con ampliaciones el catecismo de su antecesor Pérez de Ayala, aumentó la red parroquial en los lugares de moriscos y financió a los rectores. Pero en 1582, al constatar el fracaso de sus esfuerzos evangelizadores, comenzó a solicitar la intervención estatal para forzarles a abandonar sus prácticas islámicas, señalando la expulsión como remedio más eficaz del problema, pues, a su juicio, “son moros, no moriscos, y además enemigos internos”. Desde entonces, requirió constantemente la expulsión a través de memoriales dirigidos a Felipe II y a su sucesor Felipe III, donde anunciaba sublevaciones y peligros si no se procedía a ella. Aunque fue ajeno a la decisión de expulsarlos, que se tomó en el Consejo de Estado (4 de abril de 1609) sin su conocimiento, y aunque trató de frenarla en tierras valencianas, para evitar los perjuicios económicos que se derivaban para el reino, lo cierto es que sus argumentos fueron utilizados por el duque de Lerma para forzar la sentencia real.

Aquejado de un “catarro al pecho” (neumonía aguda), murió en olor de santidad en sus aposentos del colegio de Corpus Christi, el día 6 de enero de 1611. Fue beatificado por Pío VI (18 de septiembre de 1796) y canonizado por Juan XXIII (12 de junio de 1960).

Es obligado destacar el exquisito e importante mecenazgo que el patriarca desarrolló en el campo de las artes, pues para él trabajaron los pintores Luis de Morales, Gaspar Requena, Francisco Ribalta, Juan Sariñena, Antonio Ricci, Nicolás Borrás, Antonio Estela, Bartolomé Matarana y otros. Compró obras de El Greco, F. Zuccaro, G. Baglione, V. Campi, S. Pulzone, M. Venusti, G. B. Novara, y muchos más; encargó copias de Caravaggio, F. Barocci, A. del Sarto y un largo etcétera, con las que embelleció su colegio y capilla de Corpus Christi, haciendo de este edificio uno de los monumentos más emblemáticos de Valencia, e influyendo decisivamente en la orientación de la pintura valenciana del Siglo de Oro. Recientemente se han editado sus sermones, permaneciendo inéditas todavía la mayor parte de las eruditas anotaciones que escribió en los márgenes de sus Biblias, así como los apuntes de las clases de Teología que recibió en Salamanca.

 

Obras de ~: Constituciones de la Capilla del Colegio y Seminario de Corpus Christi, Valencia, 1610; Constituciones del Colegio y Seminario de Corpus Christi, Valencia, 1610; Sermones, transcr., notas y est. por R. Robres Lluch, Valencia, Edicep, 1987-2001, 6 vols.

 

Bibl.: F. Escrivá, Vida del venerable siervo de Dios don Joan de Ribera, Patriarca de Antioquía y Arzobispo de Valencia, Valencia, 1612 (Roma, Antoni de Rossó, 1696); J. Ximénez, Vida del Beato Juan de Ribera, Valencia, Imprenta de Joseph de Orga, 1798; P. Boronat y Barrachina, El B. Juan de Ribera y el R. Colegio de Corpus Christi. Estudio histórico, Valencia, Imprenta de F. Vives y Mora, 1904; M. Cubí, Vida del Beato Don Juan de Ribera, Barcelona, Editores y Libreros Pontificios, 1912; R. Robres Lluch, San Juan de Ribera, Patriarca de Antioquía, arzobispo y virrey de Valencia. 1532-1611. Un obispo según el ideal de Trento, Barcelona, Juan Flors Editor, 1960 (nueva edic., revisada y ampliada, San Juan de Ribera, Patriarca de Antioquía, arzobispo, virrey y capitán general de Valencia, 1532-1611. Humanismo y eclosión mística, Valencia, Edicep, 2002); P. Rubio Merino, “San Juan de Ribera, obispo de Badajoz”, en Revista de Estudios Extremeños, 17 (1961), págs. 27-49; V. Cárcel Ortí, “Inventario de las bibliotecas de San Juan de Ribera, en 1611”, en Analecta Sacra Tarraconensia, XXXIX (1968), págs. 319-379; S. García Martínez, “El Patriarca Ribera y la extirpación del erasmismo valenciano”, en Estudis, 4 (1975), págs. 69-114; F. Benito, Pinturas y pintores en el Real Colegio de Corpus Christi, Valencia, Federico Doménech, 1980; F. Pons, Místicos, beatas y alumbrados. Ribera y la espiritualidad valenciana del s. xvii, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1991; El tesoro de la Palabra. Las Biblias de San Juan de Ribera, Valencia, Real Colegio del Corpus Christi, 1998; F. Benito, Real Colegio y Museo del Patriarca, Valencia, Generalitat Valenciana, 2000; R. Benítez Sánchez-Blanco, Heroicas decisiones. La monarquía católica y los moriscos valencianos, Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 2001; J. Seguí Cantos, “El Patriarca Ribera y las instituciones políticas valencianas”, en Estudis, 31 (2005), págs. 103-133; B. Ehlers, Between Christians and Moriscos. Juan de Ribera and Religious Reform in Valencia, 1568-1614, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 2006; Domus Speciosa. 400 años del Colegio del Patriarca, Valencia, Universitat, 2006; E. Callado, Todos los hombres del Patriarca. Obispos del entorno de don Juan de Ribera, Valencia, 2010.

 

Miguel Navarro Sorní