Daza, Gaspar. Ávila, p. m. s. xvi – 1592. Clérigo amigo y colaborador de Santa Teresa de Jesús.
Este sacerdote abulense, ya a mitad del siglo xvi era conocido en Ávila por su predicación y su actividad reformadora. Los primeros confidentes, devotos y amigos que lo visitaban, Alonso Álvarez Dávila y Francisco de Salcedo, encomendaron la madre Teresa a este clérigo, el licenciado Gaspar Daza. “Por esta vía —escribe la madre Teresa— procuré viniese a hablarme este clérigo que digo, tan siervo de Dios, con quien pensé confesarme y tener por maestro” (V, 23, 8). Acudió Teresa a darle parte de la oración, mas el encuentro fue desolador, “que confesarme no quiso” —señala ella—, “dijo que era muy ocupado”. No se sintió comprendida por Daza. “En fin —concluye— entendí no eran por los medios que él me daba por donde yo me había de remediar, porque eran para alma más perfecta; y yo, aunque en las mercedes de Dios estaba adelante, estaba muy en los principios en las virtudes y mortificación.” También su amigo Francisco de Salcedo, cuando “fue entendiendo mis imperfecciones tan grandes” y “como le dije las mercedes que Dios me hacía para que me diese luz, díjome [...] que aquellos regalos eran ya de personas que estaban muy aprovechadas y mortificadas, que no podía dejar de tener mucho, porque le parecía mal espíritu en algunas cosas” (V, 23, 11).
Para explicar la oración que tenía, dio a sus dos asesores, Salcedo y Daza, el libro de fray Bernardino de Laredo Subida del Monte Sión, “en lo que toca a la unión del alma con Dios”, y, además, “una relación de mi vida y pecados” —que tal vez fuera la primera que escribió—. Daza y Salcedo dictaminaban: “Que a todo su parecer de entrambos, era demonio” (V, 23, 14); es decir, que “era demonio” el que obraba en la experiencia de la madre Teresa, y le aconsejaron “que lo que me convenía era tratar con un padre de la Compañía de Jesús”. Daza y Salcedo se habían encargado de inducir al jesuita Diego de Cetina, joven de veintitrés años, ordenado sacerdote en 1554, a bajar al monasterio de la Encarnación. Le previnieron acerca de las extraordinarias mercedes que aquella monja recibía en la oración. Desde el primer coloquio comprendió ella que la entendía. Le aseguró que era espíritu de Dios. Aquel aliento le dio la vida. Estaba determinada a no salir un punto de sus consejos (V, 23, 18). La comprensión del piadoso jesuita había conseguido más que la rigidez e indiferencia del maestro Daza. Al irse el padre Diego de Cetina, llegaba a Ávila otro joven jesuita, Juan de Prádanos, en mayo de 1555. Merced al comprensivo padre Prádanos, volvió la madre Teresa a sus modales espontáneos, que no parecían de santa, y con ellos se tornaron a escandalizar los amigos de siempre. El padre Juan Prádanos había salido de Ávila y en su lugar venía otro joven jesuita, Baltasar Álvarez, ordenado sacerdote en 1558, a los veinticinco años de edad. Los fervorosos amigos y el caballero santo no habían dejado de controlar la conducta espiritual de la madre Teresa y querían con la mayor buena fe poner remedio contra los engaños del diablo, dominando al novel confesor irresoluto.
Pese a todo, el maestro Daza siguió apoyándola en su proyecto de fundar el monasterio de San José, en Ávila; “era de los que mucho me ayudaban”, declara la fundadora (V, 32, 18). Fue él quien dio el hábito a las cuatro jóvenes fundadoras, “puso el Santísimo Sacramento y se vio en harta persecución” (V, 36, 18).
Incluso fue uno de los que defendieron la obra de la fundadora ante el Concejo de la ciudad. En 1577, la futura santa intercedió a su favor para que Álvaro de Mendoza, ya nombrado obispo de Palencia, le concedió una canonjía (Carta, 202, 9). Daza murió el 24 de noviembre de 1592. Obtuvo que su madre y él fuesen enterrados en una de las capillas de la iglesia de San José, de Ávila.
De su correspondencia con la santa han quedado dos cartas (Cartas, 6 y 340).
Bibl.: O. Steggink, “Repertorio biográfico y geográfico”, en Obras Completas de Santa Teresa, t. III, Madrid, BAC, 189, 1959, pág. 1002; C. Dalmases, “Santa Teresa y los jesuitas”, en Archivum Romanum Societatis Iesu, 35 (1966), págs. 349- 351; E. de la Madre de Dios y O. Steggink, Tiempo y vida de Santa Teresa, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Maior 52, 1996 (3.ª ed.) (espec., I/188-235 y n.os 499- 503); L. de San José, Concordancias de las obras y escritos de Santa Teresa de Jesús, Burgos, Monte Carmelo, 2002 (3.ª ed.), págs. 397-398; T. Álvarez (dir.), Diccionario de Santa Teresa. Doctrina e historia, Burgos, Monte Carmelo, 2002, pág. 867; Santa Teresa de Jesús, El libro de la vida (adapt. de Eduardo T. Gil de Muro), Burgos, Monte Carmelo, 2004, 16, 7; 23, 6-9; 32, 19; 36, 18; Carta epílogo 1; Carta 6; 66, 1; 89, 1; 110, 1-2; 202, 8-9; 221, 3; 228, 1; 230, 10; 340; F. López Hernández, Personajes abulenses, Ávila, Caja de Ávila, Obra Social, 2004.
Otger Steggink, OCarm.