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Carlos Francisco de Borja y Fernández de Velasco

Biografía

Borja y Fernández de Velasco, Carlos Francisco de. Duque de Gandía (VII). Gandía (Valencia), 8.XII.1573 – 7.II.1632. Virrey de Cerdeña (1611- 1617).

Aunque el VII duque borgiano de Gandía, Carlos Francisco, nació el 8 de diciembre de 1573, hasta el siguiente 25 de marzo no recibió el agua bendita, de manos del arzobispo de Valencia patriarca Juan de Ribera, “per estar mal dispost”, según se aclara en su partida de bautismo.

Tomó posesión solemne del ducado el 31 de agosto de 1595, sólo dos días después de la muerte de su padre, concediendo la acostumbrada amnistía a los detenidos en los calabozos señoriales. Uno de los pocos momentos felices de su largo mandato como duque fue el viaje a Alemania, con recepción papal incluida al regreso por Italia, que comenzó el 27 de agosto de 1598 para recoger a la princesa Margarita de Austria, que iba a casarse en Valencia con Felipe III en la misma ceremonia en que el archiduque Alberto se desposó con la infanta Isabel Clara Eugenia. La madre viuda del duque de Gandía había sido nombrada dama de la futura reina de España para la ocasión.

A partir de ahí comenzaron muy pronto los problemas para la casa de Gandía, pues fue a Carlos Francisco de Borja a quien le tocó afrontar el comienzo de la decadencia familiar. En 1604 ya se vio abocado a una primera bancarrota, con secuestro incluido de sus rentas por parte de la Audiencia de Valencia, que es episodio mal conocido. Cinco años después sobrevendría el caos total para la hacienda señorial con el inesperado decreto de expulsión de los moriscos, cuyo primer bando se leyó en Valencia el 22 de septiembre de 1609. Aunque la mayor parte de los moriscos habitaban en el antiguo reino de Valencia, resulta verdaderamente elocuente que fuera el Consejo de Estado, y no el de Aragón, en el que decidiera la expulsión y que la nobleza valenciana, con el duque de Gandía a la cabeza, estuviera tan ajena a tal decisión, que sólo descubrieron lo que se avecinaba cuando se interesaron por los anómalos movimientos de tropas en la costa que observaron durante agosto de aquel año.

El duque de Gandía, que acompañó en persona al primer contingente de sus vasallos musulmanes hasta el embarcadero en Denia, vio con impotencia cómo perdía a más de la mitad de la población total de su ducado en los tres días que el bando daba de plazo a los moriscos para malvender sus pertenencias y eso significaba, de entrada, la pérdida de las cosechas de azúcar, que era su principal fuente de riqueza.

La repoblación subsiguiente para llenar el vacío dejado por los expulsados fue endógena, en general, en cuanto que realizada a base de contingentes de población procedentes de otros lugares del propio reino, con la significativa excepción precisamente de los dominios del duque de Gandía, en donde, aprovechando los contactos familiares con Génova (comenzando por su propia esposa) y con Mallorca (su hermano Baltasar había sido virrey en la isla), llegaron sendos contingentes del marquesado del Finale (Liguria) y de mallorquines, algunos de cuyos componentes creyeron más rentable enrolarse en las nutridas cuadrillas de bandoleros que cultivar las tierras que el duque les cedía.

El proceso repoblador, con todo, fue mucho más lento de lo que al duque le hubiera convenido y, en consecuencia, no sólo no sirvió para saldar los números rojos que ya atenazaban a la hacienda señorial antes de la expulsión, sino que se hizo aún más grande el abismo que separaba entradas y salidas de las arcas del duque. La única solución fue, de nuevo, el secuestro de la hacienda señorial; o sea, el designar un administrador oficial, señalándole al duque una asignación fija en concepto de “alimentos” y literalmente quitar de en medio a Carlos Francisco de Borja, enviándolo como virrey a Cerdeña, donde permaneció durante dos mandatos seguidos.

No cabe duda de que el cometido que se le confiaba al frente de la más alta magistratura de la isla no puede ser interpretado como un ascenso o recompensa; era más bien una especie de medida profiláctica necesaria, que al propio interesado desagradaba y, de hecho, se resistió a cumplirla dilatando su partida todo lo que pudo. Pese a todo, el VII duque de Gandía no sólo no rompió con la vieja tradición familiar de fidelidad inquebrantable a la Monarquía sino que ahora, en medio de la más grave adversidad, abundó en una estrategia que, efectivamente, acabó dando sus frutos, pues ya al final de sus días, en 1630, Carlos Francisco de Borja fue nombrado mayordomo de la Reina (lo que le garantizaba una suculenta asignación fija) y antes de eso, como compensación por sus pérdidas con la expulsión de los moriscos, en 1626 Felipe IV le cedió las baronías valencianas de Vilallonga y Villamarchante, expropiadas a Pedro Franqueza cuando fue arrastrado por el proceso contra Rodrigo Calderón, tras la caída del valido Lerma.

Carlos Francisco de Borja se casó el 31 de octubre de 1593 con la genovesa Artemisa Doria Carretto, quien, en contra de lo que tantas veces se ha escrito, no era hija del marino genovés y grande de España Gianni Andrea Doria, sino de Giovanni Andrea Doria (nieto y, eso sí, el más estrecho colaborador del almirante) y de Zenobia del Carretto. Consta, por cierto, que cuando Giovanni A. Doria estuvo en Gandía en 1597, era la segunda vez que visitaba los estados de su yerno.

Carlos Francisco había muerto ya en Gandía, el sábado 7 de febrero de 1632, entre las cinco y las seis de la tarde, y fue enterrado el miércoles siguiente en la colegiata, con el acostumbrado hábito de franciscano que era tradicional en la familia. Pese a ser un Borja había tenido un único hijo, pero era suficiente para asegurar la continuidad familiar. La duquesa Artemisa murió el 13 de febrero de 1644, a los noventa y cuatro años de edad, en su residencia de Castellón del Duque, “que era retiro después de viuda” (dice en su testamento). Entre los numerosísimos cuadros de tema religioso que se relacionan en el documento con su última voluntad figura un Ecce Homo, de mano del Ticiano y otro de la Virgen amamantando al Niño, de mano de Ribalta.

 

Bibl.: J. Mateu Ibars, Los Virreyes de Cerdeña. Fuentes para su estudio. I: (1410-1623), Padova, Instituto di Storia Medioevale e Moderna dell’Università degli Studi di Cagliari, 1964; S. la Parra López, Los Borja y los moriscos. (Repobladores y “terratenientes” en la Huerta de Gandia tras la expulsión de 1609), Valencia, Institució Valenciana d’Estudis i Investigació (IVEI) Alfons el Magnànim, 1992; “Un paisaje singular: Borjas, azúcar y moriscos en la Huerta de Gandia”, en VV. AA., Actas del V Seminario Internacional sobre “Paisajes del azúcar” (Motril, 1993), Granada, Diputación Provincial, 1995, págs. 117-171; S. la Parra López, “Los moriscos valencianos. Un estado de la cuestión”, en VV. AA., Actas del VII Simposio Internacionald de Mudejarismo (Teruel, septiembre 1996), Teruel, Centro de Estudios Mudéjares del Instituto de Estudios Turolenses, 1999, págs. 261-298.

 

Santiago la Parra López