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Miguel de Múzquiz y Goyeneche

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Biografía

Múzquiz y Goyeneche, Miguel de. Conde de Gausa (I), marqués del Villar de Ladrón (I), en Austria. Elvetea (Navarra), 15.I.1719 baut. – Real Sitio de El Pardo (Madrid), 21.I.1785. Ministro de Hacienda de Carlos III.

En el barrio de Elvetea, valle de Baztán, nació en los primeros días del año 1719 Miguel de Múzquiz, único hijo varón de Pedro de Múzquiz y Elvetea y de Catalina de Goyeneche Quinquirrena. Fueron sus hermanas, María Josefa, Graciosa, María Teresa y Ana María. Fue bautizado en su parroquia el 15 de enero de 1719. De acuerdo con las fuertes leyes troncales y no siendo heredero ni de familia rica, se vio forzado a abandonar el valle para buscar su futuro en la corte. Siendo joven, pero bien formado, viajó a Madrid, donde existía un importante núcleo de cortesanos y financieros navarros, muchos de ellos baztaneses, que acogían y ayudaban a los jóvenes sin fortuna que llegaban a la capital. Indudablemente debieron de facilitarle el acceso a su primer empleo en la Secretaría de Hacienda, en 1738. Entre estos influyentes navarros de la corte estaba su primo carnal José Ignacio de Goyeneche. Al poco tiempo, en enero de 1739, Miguel ingresó en la Congregación de San Fermín de los Navarros, pía institución que une y hermana a los navarros residentes en Madrid. En los años siguientes, continuó su formación, que junto con su valía personal le permitió el ascenso en su carrera administrativa: en 1743 a oficial quinto; y en 1749, a secretario de Su Majestad con ejercicio de decretos. Asimismo, ascendió en posición social al ingresar en la Orden de Santiago en 1749. A través del importante financiero baztanés Juan Francisco de Goyeneche, marqués de Ugena, socio del comerciante Ignacio Clemente y Ugarte, conoció a la hija de éste, Javiera Ignacia Clemente y Leoz, con la que contrajo matrimonio el 23 de septiembre de 1749, en el oratorio de la casa de los padres de la novia, sita en la calle de Atocha.

En los años siguientes continuó su ascenso en la Secretaría de Hacienda: el 1 de febrero de 1750 pasó de oficial segundo a oficial mayor, y el 1 de febrero de 1754, a primer oficial mayor. Poco a poco se fue distanciando del círculo de los navarros, así como de los intrigantes cortesanos reunidos en torno a Isabel de Farnesio. Tuvo excelentes maestros en los marqueses de Torrenueva, Campillo y, muy especialmente, en el de Ensenada, y participó durante esos años en las reformas y en la recuperación económica, que había iniciado Felipe V, tras la paz de Aquisgrán en 1748, gracias a la neutralidad de España frente a Francia e Inglaterra durante la Guerra de los Siete Años. Al morir Fernando VI, tenía prestigio en la Secretaría de Hacienda y muy pronto se ganó la confianza del nuevo rey Carlos III: el 22 de mayo 1760 fue nombrado ayudante del marqués de la Ensenada en la Secretaría del Supremo de Hacienda y el 7 de julio de 1763, ayudante del marqués de Esquilache, principal impulsor del programa reformista ideado por Campomanes, en la misma Secretaría. En 1765, el Rey le encomendó como secretario, para acompañar y traer de Parma a Madrid a su nuera y sobrina María Luisa de Parma, recién casada por poderes con el príncipe de Asturias y para la entrega de su hija, la infanta María Luisa, a la corte de Viena, con motivo de su boda con Leopoldo de Lorena, gran duque de Toscana (más tarde archiduque Leopoldo II). Una vez celebrada la boda en Innsbruck, la emperatriz de Austria, María Teresa de Habsburgo, quedó tan satisfecha de los servicios prestados por Múzquiz que le concedió el título de marqués, dejando a su arbitrio la denominación de Villar de Ladrón o de La Entrega. Miguel de Múzquiz eligió la denominación de marqués de Villar de Ladrón, título austríaco expedido en Viena a 5 de febrero de 1767.

La primavera de 1766 fue de singular importancia en el reinado de Carlos III. Malas cosechas sucesivas ocasionaron el desabastecimiento de pan, aceite y otros productos básicos. Las medidas llevadas a cabo por Esquilache no fueron vistas con simpatía y, como además existía en el pueblo una cierta animadversión generalizada contra los ministros italianos, surgieron primero en Madrid (Motín de Esquilache) y luego en muchos pueblos y ciudades de España, durante los meses de marzo y abril, revueltas, alteraciones del orden público y graves sucesos. Fue necesario un cambio importante en las dos altas instancias del reino, las Secretarías de Estado y el Consejo de Castilla: un nuevo equipo debía ser capaz de continuar las reformas emprendidas y, por otro lado, dar satisfacción a las demandas del pueblo que habían motivado las revueltas. En estas circunstancias, el Rey se rodeó de personas incondicionales reclutadas entre los altos funcionarios y en la universidad: Esquilache, que ocupaba las secretarías de Hacienda y Guerra, fue sustituido por Múzquiz en la de Hacienda y por Muniaín en la de Guerra; las otras dos fueron ocupadas por Roda y Grimaldi. El marqués de la Ensenada, titular del Consejo de Castilla, fue desterrado; el cargo de presidente recayó en el conde de Aranda y el de Floridablanca fue su fiscal. Los esfuerzos conjugados de los secretarios de Estado y del Consejo de Castilla, en una línea marcadamente continuista a pesar de las tensiones entre “golillas” y “aragoneses”, dieron como resultado lo que se ha venido a llamar “realizaciones” de Carlos III. Múzquiz, ajeno a las tensiones entre ambas tendencias, mantuvo, en líneas generales, buenas relaciones con todos aquellos ministros del reinado de Carlos III.

Durante los primeros años al frente de la Secretaría tuvo ideas fructíferas. Aunque algunas no las pudiera desarrollar, como el régimen de aduanas o la contribución única acelerada, otras sí las llevó a cabo para incrementar los ingresos al Estado (introducción de la Lotería), promover la agricultura (conclusión del Canal de Campos), el comercio (franquicias y exenciones) y la industria (impulso a las fábricas de Toledo, Sevilla y Segovia). Buen ejemplo fue el apoyo dado al intendente del Ejército en Andalucía, Pablo de Olavide, en la colonización de Sierra Morena según el plan elaborado por Múzquiz y Campomanes. La colonización de estas tierras constituye una de las empresas de mayor envergadura de la política agraria del siglo xviii. Para ello se trajo a seis mil colonos bávaros, flamencos y españoles y se edificaron, de nueva planta, poblaciones enteras. Múzquiz, que conocía muy de cerca el precedente de Nuevo Baztán (Madrid), realizado por su coterráneo Juan de Goyeneche, impulsó el desarrollo del proyecto: los documentos principales, que establecen su régimen económico y su administración están firmados por el propio Múzquiz. Incluso Olavide llegó a proponer dar el nombre de Muzquía y Campomanía a la localidad que hoy es Carboneros. La Carolina le nombró en 1767 alcalde honorario, costumbre que perdura hoy con cada uno de los ministros de Hacienda. Impulsó la creación de las sociedades económicas y en numerosas ocasiones demostró su coherencia participando personalmente en proyectos financieros y de desarrollo económico. Sirvan de ejemplo su asociación a la Sociedad Matritense de Amigos del País y la de tres de sus hijos a la Sociedad Económica Bascongada, y el hecho de haber arriesgado el patrimonio de su mujer y sus hijos para la promoción de la morera, mediante la construcción de acequias y molinos en las propiedades que éstos poseían en la provincia de Valencia: en Sueca aún persiste la acequia y el molino denominados “de Múzquiz”.

Siempre aparece su nombre ligado a la documentación relativa a las denominadas “realizaciones”. De esta larga etapa al frente de la Secretaría se conservan numerosos escritos (dictámenes, memorias, cartas, resoluciones...) relativos a los más variados asuntos, desde la resolución o contestación de quejas al Rey, hasta la adquisición de obras de arte para el ornato de los palacios reales.

Entre estos variados asuntos merece especial mención, por su relevancia y trascendencia en aquellos años, la expulsión de los jesuitas. Fue una decisión muy meditada: pesquisa secreta, dictamen fiscal de Floridablanca, consulta del Consejo Extraordinario y del Consejo Especial el 29 de enero de 1767 por una junta compuesta por los consejeros de Estado duque de Alba y Jaime Masones de Lima, el confesor del Rey fray Joaquín de Eleta y los ministros Grimaldi, Múzquiz, Muniaín y Roda, quienes introdujeron modificaciones para la Pragmática Sanción de 27 de febrero de 1767, que fue cumplida en la noche del 31 de marzo bajo la directa supervisión del conde de Aranda. Otro ejemplo interesante y curioso de las variadas actividades que desempeñó fue su mediación en la compra de la nueva sede para la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que, ubicada en la Casa de la Panadería, deseaba trasladarse, y para lo cual trató de adquirir el palacio Goyeneche de la calle de Alcalá. Las complejas negociaciones entre los consiliarios de la Academia y el propietario del palacio, Juan Javier de Goyeneche, conde de Saceda, no llegaban a buen fin, hasta la intervención de Múzquiz, que envió una carta a Saceda el 2 de mayo de 1773, con la propuesta concreta de compra en 2.300.000 reales, así como la modalidad de pago. En respuesta a esta carta, Saceda se dirigió a Múzquiz como “padre”, aceptando todas sus sugerencias, como si fueran órdenes, debido a la enorme gratitud que le profesaba. El 10 de mayo, los académicos encargados recibieron, a través de Grimaldi, la orden del Rey para la compra, en las condiciones ya señaladas, y se firmó la escritura de venta el 24 de julio de 1773, a los trece días de la boda de Javiera de Múzquiz (hija de Miguel de Múzquiz) con Saceda.

El año 1776 fue especialmente significativo en política exterior. El 4 de julio se proclamó la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, con la oposición de Inglaterra. En el mismo año fue nombrado Floridablanca primer secretario de Estado, en sustitución de Grimaldi, el conde de Ricla era secretario de Guerra y Gálvez, incondicional de Múzquiz, ocupaba la Secretaría de Indias. El conde de Aranda, desde 1773, representaba a España en la Embajada de París. Francia muy pronto ayudó a los insurrectos, sin embargo España había de seguir una política vacilante e irresoluta: por un lado deseaba la recuperación de Gibraltar, Menorca, Florida y Jamaica y era consciente de la importancia que en el futuro tendría el nuevo estado, pero por otro temía el ejemplo que la insurrección podía provocar en las colonias españolas y se negaba por tanto a aceptar el nuevo estado. Floridablanca optó por dar largas, pero concedió ayuda disimulada a los insurrectos. En los últimos días de enero se celebró junta de secretarios: Múzquiz apoyó la idea de no aceptar las pretensiones de los insurrectos por estar la independencia en estado embrionario y así no dar motivos a Inglaterra para declarar la guerra a España. Sin embargo, desde su Ministerio salieron, con su visto bueno, la ayuda económica y las instrucciones para suministrar diversos géneros a los insurrectos. Esta situación no pudo mantenerse y, finalmente, en 1779, España entró en guerra contra Inglaterra, pero sin aliarse con los insurrectos americanos ni reconocer el nuevo estado, aunque colaborase con ellos. Durante —y a pesar de— la guerra continuaron las reformas; buen ejemplo fue la publicación en 1778 del Decreto de Libertad de Comercio con América que supuso un gran desarrollo para Cádiz y Barcelona. En los siguientes años, Barcelona triplicó el volumen de comercio, llegó la nueva industria de hilado y tejido del algodón, dando comienzo así en España, según algunos, la Revolución Industrial.

En 1779, Múzquiz alentó el primer Banco de España. Junto con el primer ministro Floridablanca y el de Indias, Gálvez, redactaron el Reglamento Provisional de su Majestad para la fundación y dirección de un banco nacional en España y América, uno de cuyos principales aciertos fue la creación del papel moneda o billete de banco, como medio de satisfacer la demanda de liquidez y colmar los desfases existentes con las llegadas del metal americano (en plena época de enfrentamientos navales con Inglaterra). Pero era, sobre todo, el apoyo financiero al Estado lo que justificaba la existencia de una institución bancaria, que había de depender de la Corona y tendría sucursales en todas las provincias. Por otro lado, el intento militar de la toma de Gibraltar fracasó, y las necesidades económicas de la Armada y el Ejército eran cada vez más crecientes. En este período bélico, y tras el fracaso de Gibraltar, fue nombrado en 1780, con carácter interino, secretario de Guerra y consejero de Estado. Ante las necesidades económicas, en el verano de 1780, el Estado emitió un nuevo tipo de deuda pública, los vales reales, para respaldar un empréstito de nueve millones de pesos de vellón (adelantado por un consorcio de banqueros, entre los que destacaba Francisco de Cabarrús). El nuevo intento de recuperación de Menorca y Gibraltar requería una importante financiación, lo que motivó una nueva emisión de vales. El exceso de oferta de estos títulos, cuya cotización comenzaba a deteriorarse, y la necesidad de regulación y de amortización forzaron a Cabarrús a presentar a Floridablanca la memoria para la formación de un Banco Nacional (1781). Este proyecto recogía, entre otros importantes fines, combatir la usura, facilitar créditos a la industria y el comercio y aprovisionar al Ejército y la Marina. La insistencia de Cabarrús, el apoyo de Jovellanos y Campomanes y la propia bondad del proyecto, superaron las iniciales reticencias y recelos de Múzquiz y, así, como secretario de Hacienda y gobernador del Consejo de Hacienda y de sus tribunales, pasó a la rúbrica de Carlos III el Real Decreto por el que se creaba el Banco de San Carlos, en Aranjuez, el 15 de mayo de 1782. En esta ocasión, una vez más, puso Múzquiz su interés personal adquiriendo un lote de cincuenta acciones (de la 2.051 a la 2.100, las inmediatas siguientes a las adquiridas por la Real Casa y el primer director). También adquirieron acciones su mujer, su cuñado José Clemente y su yerno el conde de Saceda, quien adquirió una cantidad tal, como para ocupar el puesto de primer director junto a Cabarrús.

En 1783 finalizó la guerra con la Paz de Versalles. España recuperó Menorca, pero perdió definitivamente Gibraltar y La Florida. Múzquiz, agotado y envejecido, con 64 años, y tras 19 años al frente de la Hacienda y cuatro en la Secretaría de Guerra, cesó como secretario de ambos cargos. Sus servicios a la Corona, ya reconocidos con la Gran Cruz de Carlos III en 1781, fueron entonces agradecidos y recompensados con la concesión de título nobiliario por “el mérito y servicios extraordinarios, que me habéis hecho durante la última guerra con la Nación Británica, y a los que continuáis después que se firmaron los Preliminares de la Paz”, según reza la ejecutoria de concesión del título de conde de Gausa, dado el 2 de julio de 1783. La denominación Gausa hace referencia a una de las principales heredades de su mujer, la “partida de Gausa”, situada al sur y muy cerca de Sagunto. Este año de 1783 fue nefasto para Miguel de Múzquiz: la pérdida de amigos (Pedro Cevallos y Manuel Ventura Figueroa), la temprana muerte de su hijo Félix y la suma tensión e insatisfacción en sus ministerios, arruinaron su salud, tanto que ni la paz ni los honores le sacaron de su postración. Durante el siguiente año, Múzquiz, enfermo, aún mantuvo una amistosa correspondencia con Aranda, a la sazón en la Embajada de París, en la que sobresale su mutuo aprecio, la simpatía, cariño y respeto, así como el gran sentido del humor de Aranda y la ironía de Múzquiz.

Falleció en el Real Sitio de El Pardo el 21 de enero de 1785. Su amigo y protegido Cabarrús leyó en la Junta General de la Real Sociedad de Amigos del País de Madrid, el 24 de diciembre del mismo año, el Elogio del Excelentísimo Señor Conde de Gausa. Este documento es clave para conocer los rasgos de su personalidad, en la que destacan su sólida formación, prudencia, honradez, neutralidad, eficacia, capacidad de trabajo y don de gentes. Es además un documento importante por las referencias y críticas a la economía y el régimen fiscal del siglo XVIII. Años más tarde, en 1825, Canga Argüelles sitúa a Múzquiz en la categoría de los más importantes ministros de Hacienda, junto a Ensenada, Colbert, Necker y Pitt.

El 25 de mayo de 1787 se descubrió un sepulcro en la capilla de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia del Colegio de Santo Tomás de los Dominicos (hoy parroquia de Santa Cruz), encargado por su sucesor e hijos al escultor Josef Rodríguez Díaz, Sócrates, que constaba de un busto retrato y un epitafio redactado por Campomanes en 1785, donde tras algunos rasgos biográficos concluía: “Habiendo servido con honor y celo al Rey, y a la Nación”. Le acompañaban dos figuras alegóricas: premios al honor y al celo.

Su hijo mayor, Agustín (1750-?), fue caballero de Carlos III y casó con Dolores Jacinta de Ugarte y de la Palma, con la que tuvo una hija, Bruna, que murió sin sucesión. El segundo hijo fue Bernabé, clérigo y arcediano de Alcira. El tercer hijo, Félix (1756-1780), coronel de Infantería y caballero de Santiago, quedó soltero. Su única hija, María Javiera (1758-?), casó con Juan Javier de Goyeneche (conde de Saceda) y tuvieron dos hijos: Ignacio y Luis, que continuó la estirpe. Finalmente, Ignacio (1759-?), que fue ministro plenipotenciario en los Estados Unidos de América (1784), Dinamarca (1785-1793), Suecia (1794), Prusia (1797-1798), embajador en París (1799-1780) y consejero de Guerra (1803), falleció sin descendencia.

Para una mayor aproximación al personaje, Goya dejó dos retratos de casi igual factura, salvando tamaño y detalles e, indudablemente, uno copiado del otro: el dibujo que grabó Selma en 1783 para la Ejecutoria de conde de Gausa y que después se incluyó en la edición de El Elogio y un retrato al óleo de fecha imprecisa (1784-1785), posiblemente pintado cuando ya estaba muerto Miguel de Múzquiz, a juzgar por la gran similitud de ambos retratos. En ellos aparece Múzquiz envejecido, con cara hinchada, ojeras y aspecto cansado, mostrando rostro afable, ojos claros y peluca al estilo, vestido de gala y adornado con sus condecoraciones: Banda y Medalla de la Orden de Carlos III y la Cruz de caballero de Santiago. El retrato al óleo fue después copiado al menos en cuatro ocasiones, e incluso pudo haber sido cortado, pasando original y copias por varias colecciones privadas a lo largo de los siglos XIX y XX. Uno de estos retratos pertenece (desde 1993) a la colección del Banco de España.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Estado, legs. 878, 2475, 2539, 2846, 3025, 3552, 3963, 3412, 4199, 4356, 4402, 4431, 4579, 6436 y 3412; Órdenes Militares, exps. 142 y 144; Hacienda, leg. 7657; Archivo Parroquia Elizondo, Libro II bautizados, fol. 36; Archivo Parroquia San Sebastián, Libro 21, matrimonios, fol. 400; Archivo particular familia Oñate; Archivo Banco de España, legs. 3, 454 y caja 824; Archivo de Campomanes, legs. 18,11, 18,33, 27,12, 27,22, 32,6, 40,1, 40,17, 55,5, 27,15, 27,11, 65,2 y 65, 87; Archivo General de Palacio, leg. 41; Österreichisches Staatsarchiv (Viena), Lib. 2, diplom., fols. 148 y 150.

F. Cabarrús, Elogio del Excelentísimo Señor Conde de Gausa, Madrid, Viuda de Ibarra e Hijos, 1786; “Extracto del elogio del Conde de Gausa y descripción de su urna sepulcral”, en Memorial literario, instructivo y curioso de la Corte de Madrid, 1788, parte 2.ª, n.º LXVIII (1788), págs. 680-681; A. Muriel, Gobierno del señor rey Don Carlos III, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, CXV, 1839, págs. 42, 323-324, 330 y 361; J. Canga Argüelles, Suplemento al diccionario de Hacienda, Madrid, Calero y Portocarrero, 1840, págs. 126- 128; A. Ferrer del Río, Historia del reinado de Carlos III en España, Madrid, Matute y Compagny, 1856, t. II, págs. 52- 53, y t. IV, págs. 126-127; P. E. Zamora, Historia general de España y de sus posesiones de ultramar, t. V, Madrid, Biblioteca Universal Ilustrada, 1873, págs. 351, 386, 420 y 512; M. Danvila y Collado, Reinado de Carlos III, t. II, Madrid, El Progreso, 1891, págs. 56-72; V. Vignau y F. Uhagón, Índice de las pruebas de los caballeros que han vestido el hábito de Santiago desde el año 1501, hasta la fecha, Madrid, Tipografía de la Viuda e Hijos de M. Tello, 1901, n.º 5.654, pág. 239; F. Rousseau, Régne de Charles III d’Espagne (1759-1788), Paris, 1907, págs. 45, 162 y 302-303; F. de la Cuadra Salcedo, Economistas vascongados y artículos varios sobre problemas destacados de la economía vizcaína, Bilbao, El Pueblo Vasco, 1944; J. Caro Baroja, La Hora Navarra del XVIII, Pamplona, Comunidad Foral de Navarra, 1969, págs. 365-382; J. F. Yela Utrilla, España ante la Independencia de los Estados Unidos, Madrid, Istmo, 1988, págs. 182-183, 189 y 198; R. Fernández, Carlos III, Madrid, Arlanza, 2001, págs. 184 y 190.

 

Santiago Alcalde de Oñate

 

 

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