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José Ignacio Carrillo de Albornoz y Montiel

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Biografía

Carrillo de Albornoz y Montiel, José Ignacio. Duque de Montemar (III), duque de Bitonto (I). Sevilla, 19.X.1671 – Madrid, 26.VI.1747. Capitán general del Ejército y secretario de Estado y de Despacho de la Guerra.

Ha sido considerado como uno de los mejores jefes del Arma de Caballería, de la que fue director general, dejando constancia de su experiencia militar en varios escritos. Su carrera militar se cimentó en la Guerra de Sucesión. Se distinguió en la primera guerra de Italia (Sicilia y Cerdeña). Dirigió el ejército expedicionario que conquistó Mazalquivir y Orán en 1732. Mandó el ejército franco-español que debía conquistar los rei­nos de Nápoles y Sicilia, derrotando a los imperiales en la batalla de Bitonto (1734) que permitió a España reconquistar el reino de Nápoles y sentar en su trono al infante don Carlos, futuro Carlos III de España. Fue secretario de Estado y del Despacho de la Guerra entre 1737 y 1741. Nombrado jefe del ejército que debía invadir el Milanesado en 1741, recibió instruc­ciones contrarias a su plan de campaña; sin recursos para enfrentarse a los austríacos, fue destituido y des­terrado. Después de su muerte fue rehabilitado por Carlos III.

 Nació en el seno de una familia noble cuyos miem­bros, como era normal en aquellos años, militaron en los ejércitos reales. Su abuelo, José Carrillo de Al­bornoz, primer conde de Montemar, fue sargento mayor de la milicia de Coria y sirvió a Su Majestad, durante veintinueve años, en Orán, Italia, Flandes y otros lugares; su padre, Francisco, estuvo en los ejér­citos durante poco más de dieciséis años, empezando de soldado y llegando a maestre de campo; uno de sus tíos, Diego, fue capitán “de mar y guerra” en los galeones Nuestra Señora de Atocha y Nuestra Señora de Begoña, e igualmente varios de sus hermanos, uno de los cuales, Álvaro, fue capitán de carabineros en el Regimiento de Caballería Reina.

Con semejantes antecedentes familiares no es de ex­trañar que el 18 de junio de 1683, poco antes de cum­plir doce años de edad, ingresara en la armada del Mar Océano, donde sentó plaza “con dos escudos de ventaja de los treinta”, en la Compañía de Mar y Guerra del capitán Diego Carrillo en el galeón Nues­tra Señora de Atocha. Durante sus años de servicio su­cedieron a su tío, en el mando de dicha compañía, José Manrique de Lara, conde de las Amayuelas, y Pedro Ponce de León.

A comienzos de 1690 pasó a la Armada de Indias, donde se le sentó de nuevo plaza de soldado arcabu­cero en la compañía del capitán Manuel de Consue­gra, una de las del tercio de Infantería española de di­cha Armada, en la que sirvió hasta mediados de 1691 en que pasó a plaza de “caballero entretenido en inte­rín”, hasta finales de ese mismo año. En estos meses hizo viaje a la provincia de Tierra Firme, con el gene­ral marqués del Bado del Maestre.

El 11 de agosto de 1694 pasó a servir en el Ejército de Cataluña como “soldado con plaza sencilla”, en la compañía de Infantería española del capitán Bar­tolomé de Urdizu, del tercio del maestre de campo Jerónimo Marín.

El 10 de junio de 1695, doce años después de su in­greso en el Ejército, se le formó asiento de capitán de Caballos Corazas y mandó una compañía en el trozo de Extremadura del comisario general Bonifacio Man­rique de Lara, con 110 escudos de sueldo al mes.

Con esta unidad de Caballería, actual Regimiento España, se halló en el sitio de Barcelona por los fran­ceses, en 1697; ocasión en la que, al menos oficial­mente, empezó a destacar. El 23 de junio salió una compañía a forrajear con cuarenta caballos. Al ser atacada por un batallón enemigo, acudió en su so­corro la partida de guardia que se hallaba en la “Cruz cubierta” y, poco después, las compañías de caballos de Álvaro de Rivaguda y de José Carrillo, que obligaron a los contrarios a retirarse “a cuchilladas, hasta sus mismas trincheras”, momento en que fueron apo­yados por otros batallones franceses. Los españoles tuvieron que retirarse y José Carrillo fue herido en un brazo. Como le habían matado el caballo, quedó prisionero.

Por Real Cédula de 12 de diciembre de 1697, Su Majestad concedió un escudo mensual de ventaja so­bre cualquier sueldo a todos los que se halla de guar­nición en Barcelona durante el sitio. Se sabe que el duque de Montemar estuvo cobrando este escudo hasta que murió en 1747.

Perteneciendo al Ejército de Cataluña se encontró, también, en Palamós, Castellfollit y en el reencuen­tro de Hostalrich, siempre en la provincia de Gerona, dejando constancia de su destacada actuación en cuantas ocasiones se le presentaron.

El 15 de abril de 1701 marchó con su trozo a Cas­tilla, donde permaneció hasta el 16 de mayo del año siguiente, cuando pasó a Galicia con otras cinco com­pañías del trozo de Extremadura. También aquí so­bresalió José Carrillo, especialmente desde que la armada anglo-holandesa entró en la ría de Vigo en se­guimiento de la flota francesa.

Además de servir de comandante a todas las compa­ñías destacó, unas veces observando los movimientos del enemigo, otras oponiéndose a los que desembar­caban para robar y hostilizar. A su cuidado y vigilan­cia se debió que las operaciones de los contrarios no llegaran a buen término y que se preservasen muchos lugares de ser saqueados.

Asistió a los reencuentros con los enemigos, es­trechándolos en la villa de Redondela (Pontevedra) donde se acuartelaron, cubriendo el país —mediante guardias y emboscadas—, de manera que no pudie­ron alargarse más las correrías que intentaron, ha­ciendo prisioneros, en una ocasión, a un teniente de un bajel y varios soldados.

El 1 de noviembre de 1705 se le concedió patente de coronel y, por Decreto de 21 de agosto de 1706, siendo exento de una compañía de Guardias de Corps, fue nombrado coronel jefe del Regimiento de Caballería del Ejército de Andalucía (actual Re­gimiento Montesa), vacante por muerte del coronel Luis Galindo.

Tomó parte, con su Regimiento, en la batalla de Almansa (25 de abril de 1707), formando en el ala derecha de la primera línea; después de derrotar a los anglo-holandeses, entró en Valencia el 6 de mayo, co­misionado por el mariscal duque de Berwick, para evitar todo desorden en esta plaza al ingreso del ejér­cito. Terminada esta misión, fue destinado a la fron­tera de Aragón, en la que persiguió las partidas de migueletes aragoneses que intentaban penetrar en el reino de Valencia; pasó después al Ejército de Cata­luña con el duque de Orleans.

Por Decreto de 3 de septiembre de 1707 fue pro­movido a brigadier de Caballería y el día 7 se le dio la patente de este empleo.

Hallándose acampado su Regimiento en Castelló de Farfaña (Lérida), marchó el 21 de septiembre, a las órdenes del general Kercadó, para ocupar la Ri­bagorzana y mantener libre Puente de Montañana (Huesca).

El 9 de enero de 1708 se le dio el título de coronel del Regimiento de Caballería Real de Asturias (des­pués Príncipe), vacante por dejación del marqués de Prado, y continuó prestando sus servicios de brigadier en Aragón, Valencia y Cataluña.

El 9 de mayo, ocupando el regimiento el ala dere­cha de la primera línea, atravesó el puente militar del Segre y, con las demás fuerzas del Ejército de Cata­luña puso sitio a la plaza de Tortosa, siendo su com­pañía de Carabineros la primera que obligó a todas las partidas que estaban fuera del recinto a abandonar las obras exteriores de defensa.

En 1709, concentrado el ejército en las márgenes de los ríos Cinca y Segre, se distinguió en la jornada del 27 de agosto cuando, retirándose las tropas españo­las de las cercanías de Lérida, fue cargada por treinta escuadrones la caballería francesa, encargada de sostener la marcha, en el paso del río Noguera. En este momento el Real de Asturias, avanzando con su co­ronel brigadier José Carrillo, formó en batalla —con intervalos para dar paso y refugio a los batidos— y se preparó para acometer a los austroingleses que, en vista de esta actitud, se retiraron.

En 1710, con el Rey a la cabeza del ejército, el Real de Asturias peleó para contener a la caballería enemiga sobre Almenar (Lérida) el 27 de julio; pasó el Cinca el 13 de agosto y sostuvo otro gran cho­que con ella en Peñalba (Huesca), obligando a 28 escuadrones a volver grupas, persiguiéndoles hasta Candasnos (Huesca) y tomándole siete estandartes y un par de timbales. El día 20 asistió a la batalla de Zaragoza, en la que hizo heroicos esfuerzos para li­brar al regimiento de Infantería de las Reales Guar­dias Walonas que, sosteniéndose con bravura contra gran número de fuerzas, hubiera perecido si el Real de Asturias no llega a arrojarse sobre el flanco del enemigo, abriendo paso para asegurar la retirada de la guardia real; por las enormes pérdidas que sufrió en esta jornada, fue enviado a Extremadura para re­ponerse.

El 22 de noviembre de 1710, el conde de Monte­mar fue promovido a mariscal de campo y cesó, por tanto, en el mando del regimiento; y, por Decreto de 11 de junio de 1711, se le designó para inspeccio­nar y formar 2 batallones de 600 hombres mandados levantar en Aragón.

En 1713 servía de mariscal de campo en el Ejér­cito de Cataluña, mandado por el general duque de Pópoli, y al año siguiente, con el mismo grado, en el campo volante de Cataluña a cargo del marqués de Thoy.

A consulta del Consejo de Estado, de 27 de noviem­bre de 1714, sobre las desavenencias entre el goberna­dor Juan Esteban Velet y el brigadier Agustín Gon­zález Andrade, los cesó Su Majestad de sus destinos y nombró para gobernador interino de Puerto-Longon (Porto Longone, actual Porto Azzurro, isla de Elba, Italia) al conde de Montemar, por la experiencia que tenía de su celo y capacidad, para arreglar las disensio­nes y el desconcierto que había en dicha plaza. Con este nombramiento da comienzo la que podría lla­marse su “carrera política”.

Por Real Orden de 13 de marzo de 1715 fue desig­nado gobernador de Zaragoza; por Real Decreto de 2 de abril se le confirió la encomienda de Moratalla (Murcia), “muy cargada de pensiones”, y el 6 de oc­tubre se le dio el título de gobernador de Barcelona, en atención a los buenos servicios prestados como go­bernador interino de Porto Longone.

El 2 de julio de 1717 fondeaba en Barcelona una es­cuadra de 13 navíos y 90 transportes. El día 21 queda­ban a bordo 10 batallones y 300 dragones, al mando del marqués de Lede; entre los mandos secundarios iba el conde de Montemar. La expedición zarpó al día siguiente, 22 de julio, y el 21 de agosto fondeó en Cerdeña, a legua y media de Caller (Cagliari).

El 30 de septiembre capituló Caller y entraron en la plaza el 2 de octubre. El día 22 emprendió una opera­ción de trece etapas a través de los pantanos del Oris­tán (Oristano), cuyo objetivo era Alguer (Alghero); la guarnición se pasó en el acto. El día 30, la isla de Cerdeña era española.

En 1718, José Ignacio Carrillo fue nombrado te­niente general.

 El 1 de enero de 1720 se le hizo merced de la encomienda de Moratalla como administrador, por no ser caballero profeso de la Orden de Santiago. El 3 de septiembre se le dio dicha encomienda en propiedad.

El 14 de febrero de 1720, fecha en que continuaba siendo gobernador de Barcelona, se le nombró ins­pector de Caballería, y el 5 de septiembre se declaró que por dicho cargo debía ganar 200 escudos men­suales para gastos de viaje, además de los 500 que te­nía por gobernador de Barcelona.

El 4 de julio del mismo año, por convenir así a la ejecución de la justicia y a la paz y sosiego de la ciu­dad, se le concedió el título de corregidor de Barce­lona durante el tiempo que estuviese sin proveer.

El 6 de noviembre de 1722 se le expidió título de mando interino del Ejército y gobierno político de Ca­taluña durante la ausencia de Francisco Caetano de Aragón, y el 12 de enero de 1723 se le despachó otro título del mando militar y político del Principado de Cataluña, con la presidencia de la Audiencia.

Por estas fechas debió de ser cuando dejó constan­cia escrita de sus experiencias militares en varios libros bajo las denominaciones de Avisos militares y, tam­bién, como Ejercicios que se deben practicar.

El 11 de octubre de 1727, a petición propia, se le aumentaron los 200 escudos mensuales que ganaba como inspector de Caballería a 300, igualándole a su antecesor en el cargo y al inspector de Dragones.

El 29 de noviembre de 1727, también a petición propia, se le concedió la propiedad del título de capi­tán general de la gente de guerra de la costa de Gra­nada, puesto que estaba desempeñando interina­mente, con un sueldo de 12.000 escudos mensuales, al igual que otros capitanes generales, en lugar de los 9.000 de que gozaba. En el escrito de concesión de empleo y sueldo se destaca que los emolumentos que correspondían a ese empleo debían ser, únicamente, de 4.000 escudos mensuales.

En 1732 se decidió la reconquista de Orán, plaza conquistada por el cardenal Cisneros en 1509 y que se había perdido en 1708. Para ello, en la primavera del citado año se reunió en Alicante un ejército com­puesto por cerca de 30.000 hombres, con 110 cañones, 60 morteros, material de sitio y gran cantidad de municiones de boca y guerra; en total, unos 600 bar­cos. Se dio el mando de la Armada al teniente general Francisco Cornejo, y el del Ejército, a José Carrillo de Albornoz, conde de Montemar, que fue ascendido a capitán general de Ejército.

El de Montemar embarcó el 13 de junio en el na­vío San Felipe y el día 15 zarpó la escuadra, que dio vista a Orán el 25. A causa de un temporal, el desem­barco tuvo que aplazarse cuatro días y el 29 el Ejér­cito español, sin gran obstáculo, desembarcó en la playa y campo de las Aguadas, a legua y media del castillo de Mazalquivir; tras unas escaramuzas, los noventa hombres que lo guarnecían capitularon y lo entregaron.

El 5 de julio, Carrillo de Albornoz entró en Orán, al frente de su ejército, y halló los almacenes repletos de víveres y municiones, así como 138 piezas de artillería. El 1 de agosto, el conde de Montemar reembarcó su ejército, dejando 8.000 hombres en Orán al nuevo go­bernador, marqués de Santa Cruz de Marcenado. El 15 de agosto entró en Sevilla el victorioso José Carri­llo, que recibió por esta operación el Toisón de Oro.

El 25 de diciembre de 1732, Su Majestad resol­vió designarle director general de Caballería, ya que, además de estar en posesión del “grado, experiencia y celo, y de las demas circunstancias que requiere la importancia de este empleo”, atendía “á la satisfación con que siempre haveis procedido en los empleos que he fiado a vuestro cuidado”. Con este nuevo empleo se le concedieron 500 escudos mensuales, “demas del que deviereis percivir por otro qualquier empleo no obstante las órdenes que prohiben el goze de mas que un sueldo”.

El 22 de octubre de 1733 se le dio el mando del ejército de Italia y el 1 de noviembre llegó Montemar a Barcelona. Se estaba preparando la expedición que, posiblemente, más fama y prestigio le ha dado.

El primer pacto de familia entre Francia y España (7 de noviembre de 1733) llevó a España a intervenir en la Guerra de Sucesión polaca. De Barcelona salió una escuadra considerable (dieciséis navíos de línea y algunas fragatas). En Antibes (Francia) recogió al conde Montemar con 5.000 caballos y desde ahí se dirigió la escuadra a Italia (Génova, Spézia y Liorna o Livorno), pues las tropas españolas, junto con las que ya había en Toscana, debían concentrarse en Siena, donde tomaría su mando el infante don Carlos, nom­brado generalísimo por su padre Felipe V.

El 24 de febrero de 1734, Don Carlos marchó, al frente de su ejército, hacia el reino de Nápoles. Mon­temar dirigió el ejército, partido en cuatro columnas, por Perúgia, Foligno, Terni, Civita Castellana y Mon­terotondo, donde el 11 de marzo se publicó solemne manifiesto; se le criticó no haber sitiado Orbitello (Orbetello) y Port Ércole, pero no tenía tren de sitio. Se pasó el río Tíber el 15 de marzo y el 27 la van­guardia española pisó suelo napolitano en Aquino. La escuadra seguía al ejército por la costa y, cuando éste cruzó la frontera napolitana, ocupó las islas de Íschia y Prócida. Los austríacos, al no poder oponerse a los españoles, abandonaron Nápoles. El 12 de abril, el infante don Carlos sentaba tranquilamente sus reales en Aversa, donde recibió el homenaje que le rindie­ron los diputados napolitanos.

El 13 de abril, Montemar entró en la capital; uno tras otro fue rindiendo los castillos en que los austría­cos trataron de resistir. El 10 de mayo entró don Car­los en Nápoles, y el 12 se recibía el acta, del anterior 2 de abril, por la que Felipe V cedía a su hijo los derechos que pudiera tener sobre las Dos Sicilias.

El virrey austríaco había reunido unos 7.000 ale­manes en Bari y esperaba 6.000 croatas. Montemar no dio tiempo a que llegasen y les atacó impetuo­samente en Bitonto, obteniendo —el 25 de mayo de 1734— una victoria tan completa como decisiva sobre los imperiales, en número de 6.500 infantes, 1.500 caballos y 400 húsares, mandados por Rodos­qui. Al día siguiente derrotó, igualmente, al príncipe de Belmonte en Bari; fue tan completa la derrota, que para que el príncipe diese cuenta de su desgracia a la Corte de Viena, se hizo preciso darle un oficial de los prisioneros.

El resto de la campaña no ofreció mayores dificul­tades. El 7 de agosto de 1734 cayó Gaeta, tras siete días de cerco, y el 22 de octubre, Cápua tras cuatro meses de bloqueo, con lo que terminó la conquista del reino de Nápoles.

La isla de Sicilia fue recuperada sin gran violencia. Antes de la rendición de Capua, el 21 de agosto de 1734, embarcó en Nápoles la expedición española: 18.000 hombres y 2.000 caballos, a las órdenes de Montemar. El 23 zarparon rumbo a Sicilia y el 29 desembarcó Carrillo en la cala de Solunto, a 12 millas de Palermo, donde le visitó el Senado de esta capital que le acompañó en su entrada en la ciudad el 2 de septiembre. Las demás ciudades fueron reconociendo la soberanía española tan pronto como aparecían ante ellas las tropas de Montemar; únicamente en las de Messina, Trápani y Siracusa se mantenían los austría­cos, pero se rindieron tras cortos bloqueos. Había fi­nalizado la conquista del reino de las Dos Sicilias.

Estas victorias le valieron, al todavía conde de Montemar, la merced que le hizo Su Majestad, el 20 de abril de 1735, del título de grande de España de 1.ª clase con la denominación de duque de Mon­temar y facultad para hacer mayorazgo de dicha grandeza y demás bienes libres que tuviere. Además, por parte napolitana, se le concedió el título de duque de Bitonto.

Antes de completar la campaña de Sicilia, Monte­mar, cumpliendo órdenes del rey Felipe V, dejó al conde de Charni las tropas necesarias y él volvió a Nápoles a fin de organizar un “cuerpo de tropas res­petable” con el fin de pasar a Lombardía y poder ope­rar con separación de los aliados.

Montemar inició la concentración en Toscana, que tuvo lugar entre diciembre de 1734 y febrero del año siguiente. Las hostilidades se reanudaron al llegar la primavera de 1735 y el 27 de mayo se rindieron las plazas de Port Ércole y Orbetello; pero el objetivo era Mantua.

Tras numerosas conferencias entre los aliados, el 8 de mayo se inició el movimiento: los francosardos, pasando el río Adda por Pizzighettone y el Óglio por Bózzolo, marcharon sobre Góito; los españoles avan­zaban por el Modenés. El 31 de mayo, Montemar pisó la raya de Lombardía y se incorporó a los aliados ante Mirándola; el 15 de junio pasó el Po y siguió por Govérnolo y Castèl d’Ario al sitio de Mantua.

El 31 de agosto se tomó Mirándola y Montemar decidió apoderarse de Mantua a toda costa. Asentó su campo en Cerea y el 3 de octubre se movió a orilla del Ádige, pero en noviembre se echaron encima los austríacos y el duque tuvo que retirarse hacia Bolo­nia. El 22 de noviembre llegaron pliegos de Madrid con la sorpresa de la paz y el 30 de enero de 1736 se firmaba el convenio entre Montemar y el austríaco Kewenhüller, en Fiorenzuola, por lo que, en marzo empezaron a regresar las tropas españolas.

La muerte de José Patiño, a finales de 1736, propi­ció el nombramiento del duque de Montemar como secretario de Estado y del Despacho de la Guerra, el 18 de marzo de 1737.

El 27 de marzo del mismo año ordenó el Rey que a José Carrillo de Albornoz, ministro de la Guerra, se le continuasen abonando los mismos 36.000 escudos que había gozado en Italia, desde el 1 de enero de ese año, fecha en la que había cesado en aquel país. Dicha cantidad estaba distribuida de la siguiente forma: 12.000, como capitán general; 6.000 como director general de la Caballería; 12.000, por gratificación; y los 6.000 restantes de “una ayuda de costa”. Además, seguía cobrando el escudo de ventaja que le había sido concedido en 1697 por el sitio de Barcelona. A con­secuencia del Real Decreto de 8 de abril de 1739 que prohibía la duplicación de sueldos, declaró Su Majestad, a instancia del duque, que gozase de 24.000 escudos por secretario de Guerra, sin que sirviera de precedente para sus sucesores.

El 23 de octubre de 1739, Inglaterra declaró la guerra a España que proyectó tres campos estratégi­cos: uno en Galicia, amenazando un desembarco en Irlanda; otro en Cataluña, amagando a Mahón, y el tercero, en Gibraltar. Para el mando de este último todavía se recurrió al casi septuagenario Montemar que, a pesar de ello, no dio aquí por acabada su acti­vidad bélica.

La muerte del emperador Carlos VI, el 20 de octu­bre de 1740, dio origen a otra Guerra de Sucesión eu­ropea; en este caso, la de Austria, llamada de la Prag­mática Sanción. Cuando los prusianos ocuparon la Silesia en 1741, la archiduquesa de Austria necesitó retirar tropas del Milanesado, momento que le pare­ció favorable a España para volver a llevar la guerra a Italia, elaborando un plan de campaña que, posible­mente, fuese obra del duque de Montemar.

Por Real Orden de 12 de octubre de 1741 vuelven a concederse a José Carrillo, capitán general y coronel de guardias españolas, los 36.000 escudos de sueldo que había gozado hasta abril de 1739. Además se le otorgan 1.500 doblones de sesenta reales para hacer un viaje que, sin duda, era para tomar el mando del ejército de Lombardía.

El 27 de octubre de 1741 llegó presuroso Monte­mar a Barcelona, general en jefe del ejército expedi­cionario a Italia. Nada se encontraba preparado y en condiciones y, además, recibió el disgusto de serle presentado un plan de campaña diferente del que traía aprobado de Madrid, pero no tuvo más reme­dio que acatarlo. Para colmo, sólo logró reunir unos pocos batallones, con escasa caballería, faltaba dinero para víveres y pertrechos y carecía de los suficientes transportes.

El 4 de noviembre zarpó la primera parte de la ex­pedición, y al día siguiente el general emprendió el viaje por tierra a Orbetello, donde había de reunirse el ejército que partió de Barcelona con el que acudiría de Nápoles.

Montemar llegó a Orbetello el 3 de diciembre, es­tableció su cuartel general y esperó todo ese mes a que se fueran reuniendo sus tropas. Hasta el 13 de enero de 1742 no pudo salir de Barcelona la se­gunda parte de la expedición, tan mal equipada como la primera y que también se vio dispersada por los temporales.

A principio de 1742 todo parecía favorable a los españoles: un ejército francés iba a pasar a Italia; las tropas napolitanas tenían paso libre por los estados pontificios y las españolas por las tierras genovesas; Toscana era neutral y Cerdeña no era contraria, y, por último, los austríacos apenas tenían fuerzas en el Milanesado.

Sin embargo, Montemar parecía no hacer nada, aunque desde Madrid se le hostigaba para que, al me­nos, ganase alguna batalla; no obstante, lo único que hizo fue moverse con algunos batallones —a partir del 14 de enero— con los que llegó a Pesaro el 20 de febrero, donde quedó atascado hasta el mes siguiente, esperando a la segunda remesa de su expedición, con la que no logró reunirse hasta el 16 de mayo cerca de Bolonia.

Mientras tanto, desde Madrid se continuaba ur­giendo al duque a obrar, mediante órdenes termi­nantes, para que, sin demora, atacase al ejército ene­migo.

Con estas dilaciones se dio tiempo a que la archi­duquesa austríaca enviara tropas a Módena y a que se aliara con ella Carlos Alberto de Saboya, también aspirante al Milanesado. Montemar, en Consejo de generales de 9 de junio, decide desobedecer al minis­tro Campillo y explicar sus razones al Rey. Tras esta resolución se retiró a Bondeno a esperar al ejército francés, mientras el rey de Cerdeña ocupaba Módena y tomaba Mirándola.  José Carrillo, conocedor del peligro que amenazaba al reino de Nápoles, creyó su deber primordial pro­teger a este reino y se retiró por Ferrara a Rímini y Foligno, adonde llegó el 22 de agosto con un ejército deshecho y él mismo enfermo.

Al no corresponder la realidad de la campaña a las esperanzas de Felipe V, el 21 de agosto de 1742 Mon­temar fue relevado del mando del ejército italiano y se le concedió licencia para irse donde le conviniera a su salud, para reponerla. El 11 de septiembre, el teniente general Juan de Gages comunicó haberse hecho cargo del ejército y el 30 de noviembre Montemar comu­nicó su regreso a España; el 11 de enero de 1743, al llegar a las cercanías de Barcelona, en Torre de Fon­tanet, le fue entregada una orden de Su Majestad, de fecha 28 de septiembre de 1742, para que pasase a su encomienda de Moratalla y no saliese de ella sin per­miso del Rey; allí llegó el 27 de febrero de 1743 y per­maneció, al menos, hasta marzo de 1744 en que re­mite un memorial a Felipe V en el que solicitaba se le permita justificar su proceder en la pasada campaña.

 Este hombre, que tan alto había llegado en la polí­tica y más arriba todavía en lo militar, falleció en Ma­drid el 26 de junio de 1747 y fue enterrado el día 28, a las cuatro de la mañana, en el Colegio del Noviciado, sin honores militares y con la única asistencia de su familia y unos pocos oficiales que fueron a la iglesia a acompañar el cadáver y conducirlo a la sepultura.

Posteriormente fue rehabilitado por Carlos III y sus restos, trasladados a Zaragoza, quedaron enterrados en el muro izquierdo de la capilla de San Joaquín, en la catedral basílica de Nuestra Señora del Pilar. En su mausoleo, erigido en 1765, costeado por el rey Car­los III, diseñado por Esteban de la Peña y obra del escultor Lamberto Martínez Lasanta, aparecen dos es­tatuas que representan la Justicia y el Valor.

 

Obras de ~: Exercicio que se debe practicar en la Caballería y Carabineros, Barcelona, 1729; Avisos militares sobre el servicio de la Infantería, Caballería y Dragones, así en guarnición como en campaña, Palermo, 1735, 2 vols.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Estado, legs. 5835, 5842 y 5844; Guerra, leg. 90; Archivo General Militar (Segovia), Célebres, caja 27, exp. 6.J. Almirante, Bosquejo de la historia militar de España hasta fin del siglo XVIII, vol. IV, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1923; P. Aguado Bleye y C. Alcázar Molina, Manual de Historia de España, vol. III, Madrid, Espasa Calpe, 1969.

 

Antonio Bellido Andréu

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