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Simón de Aragorri Olabide

Biografía

Aragorri Olabide, Simón. Marqués de Iranda (I). Hendaya (Francia), 29.IX.1720 – Madrid, 17.IV.1801. Banquero y economista ilustrado.

Escasos datos se tienen de la infancia y juventud de Simón, nacido a unos cientos de metros de la frontera española de Irún. A pesar de su origen francés, la mayor parte de su existencia se desarrolló en España, a cuyos reyes sirvió con admirable entrega y dedicación.

Los primeros años de su vida debió de pasarlos en San Sebastián aprendiendo los secretos de la práctica comercial y financiera en el negocio familiar. En 1753, una vez emancipado de la tutela paterna, se instaló en Madrid, donde, en compañía de su hermano Martín, regentó un establecimiento especializado en el giro de letras de cambio. La casa Aragorri se convirtió con los años en uno de los bancos más importantes del país con corresponsales financieros en las ciudades más populosas de Inglaterra, Francia y las colonias americanas, llegando a ser el corresponsal en España de la Caja de Descuentos de París. Sobre la base de este negocio cambista desplegó una intensa actividad inversora que alcanzó a todos los sectores de la economía de su época.

En la década de los sesenta se benefició de importantes contratos para la provisión de víveres de la Real Armada que no hicieron más que acrecentar su fortuna.

En pocos años, Simón, el más adelantado de los hermanos, se granjeó justa fama y cierta capacidad de influencia en los medios económicos cortesanos. Sus servicios a la Corona le valieron el título de marqués de Iranda, concedido por Carlos III en 1769.

En ese mismo año adquirió unos terrenos en la villa guipuzcoana de Rentería por valor de mil pesos fuertes donde establecería una fanderie, a imagen y semejanza de la que se recogía en la primera impresión parisina de la Enciclopedia. Con maquinaría y operarios extranjeros montó un moderno tren de laminación —el primero en España— que permitía aplanar y alargar el hierro hasta poder doblarlo. Esta industria era capaz de transformar 55.000 libras de materia prima y 30.000 de flejes a la semana.

No es de extrañar que personaje tan audaz y emprendedor ingresara en 1770 como socio de mérito en la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. Hombre generoso con el esfuerzo de este cuerpo patriótico, puso su fortuna al servicio de las iniciativas ilustradas. Suyo fue el dinero que sufragó las andanzas de un espía industrial infiltrado por la Bascongada en las fábricas de cuchillería y quincallería de Sheffield.

La operación contó con el apoyo de Francisco Escarano, secretario de la Embajada española en Londres, y del propio Iranda, quien puso al servicio de la misión su red de amistades en aquel país.

Su influencia en la Secretaría de Estado y en el Consejo de Hacienda, del que formaba parte, fue utilizada por la Real Sociedad para llevar a buen puerto dos proyectos fundamentales para su existencia: la creación del Seminario de Bergara y el establecimiento de la Compañía de Pesca de Cecial. Para financiar los gastos del primero propuso la concesión a la Sociedad de la recaudación de un impuesto de un peso sobre el cacao que entrase en los puertos guipuzcoanos. Colaboró además en las negociaciones emprendidas con Grimaldi para la apertura del seminario que finalmente se establecería en Bergara. Con el mismo entusiasmo participó en el proyecto auspiciado por la Bascongada de crear una compañía que comercializara la merluza seca y salada en los mercados peninsulares.

En 1771 Iranda donó 2.000 reales para financiar los primeros ensayos de salazón y, una vez constituida la Compañía General de Pesca de Cecial en 1775, compró seis de sus acciones. Los problemas de distribución y las dificultades para conseguir un producto de calidad y precio competitivo hicieron fracasar en 1782 esta aventura comercial.

Por estos mismos años participó con su amigo Bernardo de Iriarte en los debates sobre la decadencia comercial de las Islas Filipinas. Coincidían en el análisis que criticaba el sistema restrictivo y pasivo seguido hasta entonces, propugnando la creación de una compañía que canalizara el capital inversor hacia aquellas tierras y dinamizara su comercio. La base de este pensamiento sirvió para que en 1785 la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas se transformara en la Real Compañía de Filipinas. Cuatro años después sería nombrado vocal de su Junta de gobierno en representación del Rey y de la Real Hacienda. Trabajó de forma incansable hasta su jubilación en 1797 por problemas de salud, habiendo ocupado la vicepresidente de la Junta en 1792.

Mucho más amarga debió de ser la misión diplomática que en 1795 le encomendó Godoy. En plena guerra con la Convención francesa, que tenía ocupada buena parte de la provincia de Guipúzcoa, el ministro le otorgó poderes para comenzar a negociar la paz con el general Servan, representante de la Junta de Salud Pública del ejército francés de los Pirineos Occidentales. Lo que parecía un intento de acelerar el proceso de paz iniciado en Basilea no fue más que una maniobra de dilación concebida por Godoy para que las fuerzas francesas no iniciasen una nueva ofensiva que hiciera peligrar la línea de contención instalada en el río Deba. Cuando Iranda solicitó a Madrid nuevos poderes para comenzar a negociar, no obtuvo respuesta, siendo testigo de excepción del desmoronamiento del frente vasco en junio de 1795 y de la firma, un mes después, de la Paz de Basilea, negociada por Iriarte y Barthelemy. El engaño debió de hacer mella en la voluntad del marqués que a finales de ese mismo año, no por casualidad, era recompensado con los honores de consejero de Estado.

Como no podía ser menos, hizo que su vida personal formara parte del negocio bancario, siendo protagonista de una calculada política matrimonial. Bien entrado en años casó el 8 de septiembre de 1777 con Josefa de la Torre, viuda de Fernando Llano y Lezama, caballero de la Orden de Santiago y antiguo miembro del poderoso lobby vizcaíno del marqués de Villarias. La unión supuso una importante inyección de capital en su casa-comercio que a partir de entonces, merced a un nuevo asiento de compañía, quedaría dividida en tres partes iguales.

El marqués de Iranda fue también conocido por organizar una animada tertulia en su domicilio particular.

Por ella desfiló un buen número de amistades vascongadas, así como algunos opositores a la política llevada a cabo por el conde de Floridablanca a finales de la década de los ochenta. Su estrecha relación con el conde de O’Reilly, casado con su sobrina Rosa de las Casas Aragorri, le puso en el centro de estas intrigas por las que en 1788 sería reprendido por Campomanes.

Por su casa de la calle de Fuencarral también pasó en 1799 el viajero Guillermo de Humboldt, quien nos dejó una semblanza de su anciano anfitrión: “Iranda es seguramente una buena cabeza y de inteligencia viva y penetrante. Parece que él se gloria especialmente de analizar rápidamente un asunto extenso, simplificar lo complejo y de que recorre pronto todas las partes de un conjunto, es decir, que tiene método”.

 

Obras de ~: con B. de Iriarte, Reflexiones sobre el establecimiento de una Compañía de Comercio a las Islas Filipinas, Madrid, 1781 (ms.).

 

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Juan Luis Blanco Mozo