Echegaray y Eizaguirre, José. Madrid, 19.IV.1832 – 14.IX.1916. Dramaturgo (Premio Nobel de Literatura), político, matemático y economista.
La niñez y la adolescencia de José Echegaray transcurrieron en Murcia, en un ambiente familiar regido por las ideas liberales y los principios ilustrados. Su padre, José Echegaray Lacosta, médico y cirujano, profesor de Agricultura y de Botánica en el Instituto de Murcia antes de ocupar, en 1850, la cátedra de Agricultura y de Zoonosología en la Escuela Superior de Veterinaria de Madrid, rechazó los castigos corporales en la escuela y mostró en sus escritos la fe depositada en los avances de la ciencia y en la enseñanza como medio de promoción social.
Obtenido el grado de bachiller, José Echegaray marchó a Madrid e ingresó en 1848 en la Escuela de Caminos. Junto a los estímulos familiares, la Escuela de Caminos se convirtió en otra experiencia decisiva.
Por la importancia de los cometidos asignados a los ingenieros, la Escuela se caracterizaba por la disciplina y el rigor académico de sus estudios. Inculcaba a sus alumnos una ética estricta, basada en el esfuerzo, y les recordaba, a cambio, su pertenencia a una selecta minoría por su preparación científica y por el valor de sus trabajos a la hora de fomentar la riqueza y el progreso del país. En la Escuela predominaban, además, las ideas liberales y la admiración por los países europeos más avanzados. Echegaray absorbió las normas y las orientaciones ideológicas de la Escuela y, pese a la severidad de los estudios, se mantuvo como número uno de su promoción hasta concluir la carrera en 1853.
Tras una breve estancia en Almería —su primer destino como ingeniero—, Echegaray volvió a Madrid en 1854, justo cuando se produjo la sublevación de O’Donnell y se inició el Bienio Progresista.
A partir de esa fecha, se incrementaron sus vínculos con la Escuela de Caminos y residió ya en Madrid, donde, en 1857, contrajo matrimonio con Ana Estrada, con quien tuvo dos hijos. En la Escuela desempeñó el cargo de secretario y permaneció como profesor de diversas materias hasta 1868 a pesar de que tanto la enseñanza particular como las compañías privadas dedicadas a la construcción del ferrocarril le ofrecían mejores perspectivas económicas.
A cambio, la Escuela le dio la posibilidad de publicar sus primeros trabajos científicos y le permitió, por ejemplo, viajar a París y Londres para conocer los avances recogidos en las Exposiciones Universales de 1862 y 1867.
De la mano de otro ingeniero y profesor de la Escuela, Gabriel Rodríguez, Echegaray se interesó por una nueva disciplina: la Economía Política. La lectura de las obras escritas por el economista francés Frédéric Bastiat hizo de Echegaray un acérrimo defensor de los principios librecambistas y le permitió encauzar sus inquietudes políticas y sociales al ofrecerle una interpretación global de la conducta del hombre y del funcionamiento de la sociedad. En Bastiat, Echegaray encontró los argumentos necesarios para conciliar las libertades individuales con los valores morales y religiosos, y para defender la concordia entre las diferentes clases sociales al reconocer tanto la dignidad del trabajo como la legitimidad de las diferencias basadas en el talento y en el esfuerzo personal. De esta forma, Echegaray empezó a ser conocido en los ambientes culturales madrileños, donde destacó por la vehemencia con que defendía el librecambio en agrupaciones como la Sociedad de Economía Política o la Asociación para la Reforma de los Aranceles, y en publicaciones como El Economista (1856-1857), que dirigió junto a Gabriel Rodríguez.
Con las ideas descubiertas en los libros de Bastiat y con la rigurosa formación moral y académica recibida en la Escuela de Caminos, Echegaray aprovechó las favorables condiciones creadas por el Bienio Progresista y se unió a los miembros más destacados del krausismo o del Partido Demócrata para censurar el autoritarismo del sistema político establecido. Junto a los jóvenes y prestigiosos profesionales vinculados a la universidad —Castelar, Salmerón, Francisco de Paula Canalejas o Gabriel Rodríguez—, Echegaray colaboró en la tarea de elaborar un discurso propio en el que los derechos individuales, el cumplimiento del deber, la movilidad social y el establecimiento de una nueva jerarquía fundada en la capacidad y en los méritos personales se esgrimían como nuevos valores frente a la estructura clasista de la sociedad isabelina y frente a las corruptelas de la política o de las finanzas.
En los años que precedieron a la Revolución de Septiembre, Echegaray intervino en la Sociedad Abolicionista, en los debates del Ateneo, y participó, junto a Castelar, Canalejas, Moret, Rodríguez o Saavedra, en publicaciones como La Razón (1860-1861) o La Revista Hispanoamericana (1866). En ellas, mostró sus simpatías por la revolución en Italia; apoyó a los individualistas en las polémicas que mantuvieron con los socialistas dentro del Partido Demócrata; y defendió la existencia de unas normas rigurosas en el campo del derecho, la filosofía, la historia, la economía o la moral, capaces de superar las disputas y “el tosco empirismo” de los partidos políticos.
Al mismo tiempo, Echegaray continuó publicando estudios de matemáticas —sin duda, su gran afición— y de física: Calculo de Variaciones, Problemas de Geometría, Teorías modernas de la física, Termodinámica, Teoría de los determinantes. Por sus trabajos en este campo, ingresó en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales el 11 de marzo de 1866. De nuevo, su discurso de ingreso, Historia de las matemáticas puras en nuestra España, reflejó la ideología y las inquietudes políticas de Echegaray, y originó una enconada polémica en la prensa por su radicalismo y por vincular el atraso español en estas materias con “el despotismo político y la intolerancia religiosa”. Dentro de la Academia, dejó la sección de Exactas y pasó a la de Física en enero de 1868.
La Revolución de 1868 cambió por completo la vida de Echegaray. A pesar de no haber intervenido en las conspiraciones que precedieron a La Gloriosa, los ingenieros y los economistas como Echegaray se adaptaban a las nuevas exigencias de la política, pues los partidos necesitaban hombres competentes por sus conocimientos técnicos y capaces, por su dominio de la oratoria, de argumentar y sostener las ideas liberales en las Cortes. Por recomendación de Figuerola, Echegaray fue nombrado director general de Obras Públicas en el Ministerio de Fomento, dirigido por Ruiz Zorrilla. En la nueva coyuntura, Echegaray se unió a los cimbrios o demócratas monárquicos, el grupo dirigido por Martos y Rivero, que se coligó con el Partido Progresista y la Unión Liberal para constituir la mayoría gubernamental, y que se alejó de los republicanos por considerar que la forma de gobierno —la opción entre monarquía o república— no era lo esencial en ese momento.
Echegaray obtuvo un escaño en las diferentes elecciones convocadas durante el Sexenio salvo en las celebradas en abril de 1872 y en las organizadas por la Primera República, y tomó con frecuencia la palabra en las Cortes. De acuerdo con el ideario y la estrategia de los cimbrios, destacó por su habilidad para legitimar teóricamente el nuevo sistema y cubrir los ataques al gobierno lanzados desde la izquierda por los republicanos. Durante el Sexenio, Echegaray defendió las libertades y los derechos individuales, y la necesidad de mantener en la política los rígidos preceptos de la ética; pero, al mismo tiempo, aceptó en la práctica, como el resto de los cimbrios, la conveniencia de actuar con moderación y de tutelar a los ciudadanos hasta que tuvieran la preparación necesaria para ejercer correctamente las libertades.
El Ministerio de Fomento, alejado de los problemas de Hacienda y de los relacionados con el orden público, permitió a Echegaray emprender una carrera política fulgurante. Muy pronto, sus excelentes relaciones personales con Ruiz Zorrilla, los éxitos logrados ante la opinión pública como director general por sus decretos sobre enseñanza, la minería o la creación de sociedades anónimas, así como el triunfo obtenido en las Cortes al defender la libertad religiosa, lo llevaron a ocupar el Ministerio de Fomento desde julio de 1869 hasta la formación del primer gabinete de Amadeo I en enero de 1871.
Como ministro de Fomento, Echegaray aumentó los presupuestos destinados a la enseñanza, mostró su preocupación por mejorar la instrucción de la mujer y las escasas retribuciones del profesorado. Intervino en las frustradas gestiones gubernamentales para buscar un nuevo monarca y, de acuerdo con la flexibilidad de los demócratas-monárquicos para distinguir entre sus principios teóricos y las necesidades del momento, se apartó de las ideas librecambistas para apoyar la intervención del Estado a la hora de extender la red ferroviaria.
Tras el asesinato de Prim, en diciembre de 1870, desempeñó, junto a Topete, la delicada tarea de recibir al nuevo monarca en Cartagena.
Una vez proclamado Amadeo I, Echegaray dejó el Gobierno y se dedicó a las actividades privadas vinculadas con la construcción del ferrocarril. En 1871, al producirse la escisión entre Sagasta y Ruiz Zorrilla, se integró, al igual que los cimbrios, con Ruiz Zorrilla en el Partido Radical o Progresista-Democrático.
En esta etapa, Echegaray defendió la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, consideró que el Gobierno no tenía competencias para ilegalizar la Internacional e intervino en las luchas políticas del momento apoyando la ruptura de los radicales de Ruiz Zorrilla con Sagasta. Cuando Ruiz Zorrilla ocupó la presidencia del Gobierno, en junio de 1872, Echegaray fue nombrado de nuevo ministro de Fomento y, más tarde, de Hacienda.
Tras la abdicación de Amadeo I, Echegaray participó como ministro de Hacienda en el Gobierno formado por radicales y republicanos en febrero de 1873. Como miembro de la Comisión Permanente creada al disolverse la Asamblea colaboró activamente en los intentos frustrados de los radicales para impedir la convocatoria de elecciones y el establecimiento, por tanto, de una mayoría republicana. Por este motivo, en abril de 1873, Echegaray abandonó las Cortes, protegido por Castelar, Salmerón y Estévanez, para escapar de una multitud enfurecida y tuvo que partir durante unos meses para el exilio.
De enero a mayo de 1874, volvió a dirigir el Ministerio de Hacienda en el Gabinete constituido por Serrano tras el golpe de Pavía. Ante la situación por la que atravesaba el país, sacudido por la guerra civil, Echegaray dejó a un lado las ideas librecambistas y otorgó el monopolio de emisión al Banco de España en marzo de 1874 con el fin de conseguir un apoyo financiero para el Gobierno.
Durante los primeros años de la Restauración, Echegaray permaneció vinculado a los grupos políticos de oposición al canovismo dirigidos por Martos y Ruiz Zorrilla, partidarios del retraimiento en las elecciones.
Asistió a las reuniones de los dirigentes radicales y redactó, incluso, los manifiestos en los que se fijaron las posturas del partido. En 1877, intervino en las Cortes sólo para defenderse de las acusaciones que se habían lanzado sobre sus actuaciones al frente del Ministerio de Hacienda durante el Sexenio.
A partir de 1879, tras optar los radicales por acudir a las elecciones, Echegaray obtuvo un escaño por Madrid y participó en los debates del presupuesto con su habitual vehemencia. Redactó el manifiesto de 1 de abril de 1880 en el que los antiguos radicales proclamaban su fidelidad a la Constitución de 1869.
Sin embargo, cuando Sagasta ocupó la presidencia del Gobierno en 1881, Echegaray intervino en las reuniones celebradas en Biarritz y luego en Madrid.
En ellas, se opuso a Ruiz Zorrilla y apoyó las propuestas de Martos y Montero Ríos, partidarios de aceptar la nueva situación y de reconocer la legalidad vigente.
La derrota de estos planteamientos dentro del partido provocó la escisión de Martos y su integración en Izquierda Dinástica. Desde ese momento, Echegaray dejó la política hasta 1905, fecha en la que volvió a ocupar el Ministerio de Hacienda.
Durante la Restauración, Echegaray se dedicó a otras actividades al margen de la política. Participó intensamente en la labor colectiva de quienes consideraron que el fracaso del Sexenio significaba ante todo que la sociedad española no estaba preparada para aceptar los nuevos ideales y que era necesario emprender una larga campaña de propaganda.
Los principales diarios y revistas —El Imparcial, El Globo, El Liberal, El Heraldo de Madrid, Revista Contemporánea, Revista Hispanoamericana, Revista de la Marina de La Habana, La España Moderna, Madrid Científico, La Ilustración Artística, Blanco y Negro, etc.— acogieron los trabajos de divulgación sazonados con abundantes imágenes, en los que Echegaray exponía las aportaciones teóricas y la utilidad de la ciencia. Asimismo, Echegaray figuró entre los socios fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, la apoyó económicamente y participó en sus ciclos de conferencias. En diciembre de 1875 figuró, junto a Canalejas, Azcárate y Rodríguez, en la candidatura que otorgó la presidencia del Ateneo a Moreno Nieto. Echegaray dirigió en diversas ocasiones las secciones de Literatura y de Ciencias Exactas; continuó divulgando las teorías matemáticas que habían surgido a principios del siglo XIX e impartió cursos sobre la teoría de Galois, las funciones elípticas y las ecuaciones diferenciales; y, como presidente del Ateneo, inauguró el curso 1898-1899 con una reflexión titulada ¿Qué es lo que constituye la fuerza de las naciones? Al margen de los prólogos, las continuas participaciones en jurados y en comisiones relacionadas con sus conocimientos técnicos o literarios, se sumaron a estas tareas culturales sus trabajos en la Revista de la Real Academia de Ciencias de Madrid, así como sus frecuentes intervenciones en la Academia de Ciencias, que presidió desde 1901, y en la Española, en la que ingresó en 1894 con un discurso titulado Reflexiones sobre la crítica y el arte literarios. A finales de siglo, participó en la Escuela de Estudios Superiores creada por Moret; se integró, como asesor científico, en el equipo formado por Lázaro Galdiano en torno a La España Moderna, e impartió clase en Madrid, en la Facultad de Ciencias, como catedrático honorario a partir de 1905.
Pese a la importancia de las actividades señaladas, el teatro fue, sin duda, la ocupación que marcó decisivamente la biografía de Echegaray tras el estreno de su primer drama, El libro talonario, el 18 de febrero de 1874. Desde esa fecha y durante más de treinta años, Echegaray ocupó con éxito los escenarios con obras como El gran Galeoto (1881), En el puño de la espada (1875), Cómo empieza y cómo acaba (1876), O locura o santidad (1877), Conflicto entre dos deberes (1882), Un crítico incipiente (1891), Dos fanatismos (1887), El hijo de don Juan (1892), Mariana (1892) o Mancha que limpia (1895).
Al margen de su talento como dramaturgo y de su habilidad para componer una intriga que captara la atención de los espectadores, el triunfo de Echegaray durante casi treinta años en los escenarios se debió también a sus excelentes relaciones con la prensa liberal, a su habilidad para adaptarse a los recursos de los actores como Antonio Vico, Rafael Calvo y María Guerrero, y a su capacidad de trabajo, que le permitió ofrecer, al menos, dos estrenos cada año a los empresarios.
Aparte de los móviles económicos, Echegaray aprovechó sus dramas para exponer sus concepciones liberales y, en sus obras, ambientadas en la Edad Media o en la sociedad de su tiempo, planteó los problemas relacionados con la libertad religiosa, los conflictos entre el individuo y las normas sociales, así como las luchas entre el sentido del deber y los impulsos pasionales.
De esta forma, el teatro de Echegaray se inscribió, pues, también en esas tareas de propaganda y educación a las que se dedicó buena parte de su generación tras la fracasada experiencia del Sexenio. Y, al exponer sus ideas estéticas, Echegaray empleó los mismos argumentos utilizados para justificar sus actuaciones en la política. Para Echegaray, el valor de una obra se debía medir teniendo en cuenta los condicionamientos que imponían el público y los actores. La tarea del dramaturgo consistía en aumentar progresivamente la sensibilidad de los espectadores, en modificar lentamente los gustos del público. Sus obras, censuradas con dureza por sus inverosimilitudes y por sus planteamientos melodramáticos por críticos como Manuel de la Revilla, fueron, en cambio, defendidas por Leopoldo Alas, Clarín, pues en ellas veía recogidos los principios liberales del Sexenio.
A principios del siglo XX, Echegaray siguió manteniendo las ideas librecambistas. Se alejó así de las nuevas preocupaciones centradas en la forma de distribuir equitativamente los recursos económicos, en las ideas generadas por el socialismo y en la crítica lanzada por las nuevas promociones de intelectuales contra el supuesto rigor de los preceptos filosóficos y la pretensión de establecer unas normas morales de validez universal. Por este motivo, para las nuevas generaciones, la figura de Echegaray dejó de representar el liberalismo del Sexenio para identificarse con los privilegios, las ideas y los vicios del sistema político de la Restauración.
Sin embargo, el Premio Nobel de Literatura concedido a Echegaray y a Frédéric Mistral en 1904 incrementó de nuevo su popularidad. En principio, como portavoces de los sectores disconformes con el dramaturgo, Azorín y, poco después, Unamuno, Rubén Darío y Maeztu, entre otros, mostraron su desacuerdo con los homenajes proyectados por la concesión del Nobel. Paradójicamente, los comentarios de los jóvenes literatos proporcionaron mayor resonancia a los actos organizados en honor del dramaturgo. Las instituciones oficiales y las figuras más destacadas de la cultura y la política, encabezadas por Alfonso XIII, organizaron en marzo de 1905 un multitudinario homenaje que consagraba los méritos de Echegaray en el campo de la ciencia y de las letras. Poco después, en julio de 1905, como si se quisiera confirmar la vigencia de los hombres del Sexenio, Echegaray, llamado por Montero Ríos, ocupó de nuevo la cartera de Hacienda y señaló la necesidad de mantener “el santo temor al déficit” en los presupuestos.
En diciembre de 1905, liberado ya de las tareas gubernamentales, Echegaray continuó con su labor como presidente de Tabacalera y volvió a sus ocupaciones vocacionales: las clases de doctorado sobre Física Matemática en la Central, las tertulias con otros ingenieros en el Ateneo y los trabajos relacionados con la dirección de la Academia de Ciencias y la creación de la Sociedad Matemática Española. Conservó la lucidez hasta sus últimos momentos, por lo que pudo aún condenar los afanes belicistas que surgieron con la Primera Guerra Mundial y siguió expresando en sus artículos de divulgación el afán por conseguir la armonía entre las distintas clases sociales y por encontrar unas normas en los ámbitos de la política, la economía o la moral, tan rigurosas como las leyes de la ciencia. Su pasión por la ciencia la confirmaron los actos del último homenaje que Echegaray recibió, en marzo de 1916, vestido con el uniforme de ingeniero de Caminos, y la entrega a su muerte de su biblioteca y de la medalla del Nobel a la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Obras de ~: “El criterio histórico y el criterio filosófico”, en La Razón, I (1860-1861), págs. 89-111; “Sobre el libro de Mr. Proudhon titulado La guerra y la paz”, en La Razón, III (1861), págs. 273-293; “Examen de los principios del sistema protector bajo el punto de vista filosófico”, en Conferencias librecambistas [...], Madrid, M. Galiano, 1863, págs. 83-100; Problemas de geometría analítica, Madrid, 1865; Teorías modernas de la física. Unidad de las fuerzas materiales, Madrid, 1865; “El derecho y la sociedad moderna”, en Revista Hispanoamericana, IV (1866), págs. 207-210, 291-296, 415-421 y 633-636; “Historia de las matemáticas puras en nuestra España”, 1866 [ed. en E. y E. García Camarero, La polémica de la ciencia española, Madrid, Alianza [1970]; “Termodinámica”, en Revista de Obras Públicas (Madrid) (1868, 1869 y 1971) (ed. digital en http://ropdigital.ciccp.es/); Teoría de los determinantes, Madrid, 1868; Influencia del estudio de las ciencias físicas en la educación de la mujer, Madrid, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, 1869 (col. Conferencias dominicales sobre la educación de la mujer, 8); Discurso pronunciado por el Sr. Don José Echegaray en la sesión celebrada en las Cortes Constituyentes, el día 5 de mayo de 1869, en pro de los artículos 20 y 21 del proyecto de Constitución, Madrid, Imprenta M. Rivadeneyra, 1869; “Discurso sobre los presupuestos para el año económico de 1869-1870”, en Diario de Sesiones de las Cortes, 28 de junio de 1869; “Discurso contra la propuesta de que se impidiera por ley que la dinastía de Isabel II volviera a reinar en España”, en Diario de Sesiones de las Cortes, 24 de enero de 1870; Teoría matemática de la luz, Madrid, Viuda de Aguado e Hijo, 1871 (Separata de Revista de los progresos de las Ciencias, t. 19); “Discurso contra la disolución de la Asamblea Nacional”, en Diario de Sesiones de las Cortes, 8 de marzo de 1873; Discurso y rectificación del Señor Don José de Echegaray pronunciados en las sesiones de los días 7, 9 y 11 de julio de 1877, con motivo del dictamen de la comisión de Información parlamentaria referente a las operaciones del Tesoro, Madrid, Imprenta de la Viuda e Hijos de G. Antonio García, 1877; “Consideraciones sobre la metafísica de la belleza”, en Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), 1877, págs. 4 y 19; Obras dramáticas escogidas, s. l., A. Mélida, 1884, 2 vols.; Teorías modernas de la física. Tercera serie, Madrid, Librería de Fernando Fé, 1889; Reflexiones generales sobre la crítica y el arte literarios, 1894 (ed. en Discursos leídos en las recepciones públicas de la Real Academia Española, IV, Madrid, 1948, págs. 9-57); [¿Qué es lo que constituye la fuerza de las naciones?] Discurso leído por el Excmo. Sr. D. José Echegaray el día 10 de Noviembre de 1898 en el Ateneo científico, literario y artístico de Madrid con motivo de la apertura de su cátedra Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1898; “Discurso sobre el Banco de España”, Senado, 8 de mayo de 1902; Lecciones sobre resolución de ecuaciones y teoría de Galois, Madrid, 1898- 1902; Ciencia popular: Colección de artículos publicados en “El Imparcial” y “El Liberal”, Madrid, Hijos de J. A. García, 1905; Observaciones y teorías sobre la afinidad química, Madrid, Antonio Marzo, 1905; “Discurso pronunciado en el Congreso sobre el proyecto de la ley de presupuestos para el año 1906”, en Diario de Sesiones de las Cortes, 20 de noviembre de 1905; Conferencias sobre física matemática, Madrid, Imprenta de la Gaceta de Madrid, 1905-1916; Recuerdos, Madrid, Ruiz Hermanos, 1917, 3 vols. (Recuerdos de mi vida, intr. de J. M. Sánchez Ron, Madrid, Analecta editorial, 2016); Teatro escogido, Madrid, Aguilar, 1955 (col. Biblioteca Premios Nobel); El gran Galeoto, ed. de J. H. Hoddie, Madrid, Cátedra, 1989; José Echegaray: matemático y físico-matemático, ed. de J. M. Sánchez Ron, Madrid, Fundación Banco Exterior, 1990; El gran Galeoto, ed. de J. Fornieles, Madrid, Castalia, 2002.
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Javier Fornieles Alcaraz