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Juan José Navarro de Viana y Búfalo

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Biografía

Navarro de Viana y Búfalo, Juan José. Marqués de la Victoria (I). Mesina (Italia), 30.XI.1687 – San Fernando (Cádiz), 5.II.1772. Soldado, ingeniero militar, marino, dibujante y escritor.

Nació en el seno de una familia hidalga siciliana. Su padre, Ignacio Navarro de Viana y Giantomassi, capitán del Ejército, mandaba en propiedad una compañía del Tercio de Nápoles, y su madre, Livia Búfalo, era de la nobleza menor local. Tuvieron dos hijos, el mayor Juan José y ambos dedicados como su padre a la carrera de las armas. Procedía de una familia de militares, oriundos de Viana y más tarde asentados en Játiva, que había acabado adoptando el nombre de “Navarro” por su origen. Hidalgos sin fortuna, a su abuelo, Juan José como él, le fue recompensada su valiente conducta en un combate, donde quedó mutilado de un brazo, con el destino en el castillo de Palermo y el empleo de sargento mayor.

Los primeros años de su vida trascurrieron sin hechos destacables en la casa paterna siciliana. Sus padres pretendieron darle la formación más completa aplicada al estudio del Latín, la Retórica y la Filosofía; con muy pocos años hablaba y escribía en español e italiano, sabía y se interesaba por las cuentas y la mecánica, tenía una clara vocación artística (pintura y música) a la par que militar, y una sólida formación religiosa. En 1695 obtuvo plaza en el Tercio Fijo de Nápoles y comenzó su aprendizaje militar. Después de tres años de estudios, en que dio muestras de su inteligencia y su afición a los asuntos militares, en 1698 pasó como soldado noble al Tercio Viejo de la Mar de Nápoles. En aquellos años, el Tercio se encontraba guarneciendo el Milanesado. Cursó Humanidades, Filosofía y Matemáticas.

En el norte de Italia, el joven Navarro hizo sus primeras armas. Alférez a los dieciséis años, asistió a no pocas acciones de guerra, entre otras, al famoso sitio de Berruá (1704) y la batalla sobre el río Adda, que en vano trató de vadear el enemigo austríaco; menos positiva resultó su participación en la defensa de San Osetto (1705), donde cayó preso. Canjeado y de guarnición en el castillo de Portoglio, volvió a ser hecho prisionero. Continuó la guerra al ser liberado y empezó a destacar; se halló sitiando el castillo de Ceba (Piamonte), sobresaliendo al tomar una noche, con gran riesgo de su persona, un puesto avanzado del enemigo. En el verano del mismo año (1706) se encontró en la batalla librada contra el general Ramante Perela, que fue derrotado, herido y apresado.

Dispuesta la defensa del sitiado castillo de Milán, fue nombrado para reparar sus muros y baluartes, por ser ya notorios los especiales conocimientos en fortificación permanente de aquel joven de diecinueve años, poniéndolo en excelentes condiciones de defensa. El 13 de mayo de 1707 las tropas españolas recibieron la orden de evacuar el Milanesado. El Tercio de Mar, en el que ya era teniente Navarro, salió para Valencia, pasando su regimiento a denominarse Regimiento de Granaderos de la Corona. Se incorporó a la expedición (1708) para auxiliar a Orán, atacada continuamente por los moros; iban también en esta expedición su padre y su hermano Ramón, para reforzar la guarnición de la plaza. Él iba a reconocer las obras de defensa y hacer un proyecto para proceder a su reconstrucción. Volvió a España, cumplida su misión, y se dirigió a la corte, donde recibió la noticia de la caída de Orán, el fallecimiento de su hermano y el apresamiento de su padre, que poco después también murió en su cautiverio de Argel. Recibió el mando de la compañía del Tercio que mandaba su padre, se incorporó a las fuerzas del caballero D’Ansfeld y tomó parte en el sitio a Valencia y Alicante, distinguiéndose nuevamente como competente ingeniero, al preparar la mina destinada a quebrar la defensa del castillo de la última ciudad, donde se defendían los anglo-austríacos. Capituló, al fin, la fortaleza, y salió Navarro para los frentes de Aragón y Castilla. Estuvo en diferentes episodios; se distinguió en el asalto del castillo de Miravete de la Sierra (Teruel) y en la acción de Peñalba (Huesca). Combatió en la batalla de Zaragoza, donde volvió a caer prisionero de los imperiales con seiscientos oficiales más. Pudo salir y se incorporó inmediatamente a sus fuerzas. Formó parte de la columna que asaltó el castillo de Brihuega el 9 de diciembre de 1710, en que todos los ingleses, con su general a la cabeza, cayeron en poder de Felipe V; y al día siguiente se distinguió por su ingenio y valor en la ya decisiva batalla de Villaviciosa de Tajuña (Guadalajara) contra los austríacos, que venían a apoyar a los ingleses. Aún participó en las acciones de Coll de Argentera y de Porreras (ambas en Tarragona), donde nuevamente destacó. También en el castillo de Albiol y en las acciones de Montblanc, Montroig y de la Selva (todas en Tarragona, excepto la última en Gerona). En 1713 se firmó la Paz de Utrecht, por la cual Felipe V fue reconocido como rey de España e Indias, pero los territorios europeos de la Monarquía pasaron a Austria, Sicilia a los Saboya y las fortalezas de Bélgica a Holanda; Inglaterra obtuvo Gibraltar y Menorca (que había conquistado en nombre del bando español vencido) y logró el monopolio del comercio de esclavos con América (Tratado de asiento de negros). Las consecuencias de la guerra fueron la victoria de la política de equilibrio, por la que Inglaterra se convertía en el árbitro de Europa y en la mayor potencia marítima del mundo y, en el interior, una nueva política centralista, por la cual quedaban suprimidos los privilegios de los reinos periféricos y se iniciaba un período moderado de reformas económicas, sociales y políticas.

Ni durante la campaña ni durante sus cautiverios permaneció ocioso Navarro. Una de las más destacadas aficiones suyas era el dibujo, en el que destacó; los que realizó en este primer período bélico de su vida pueden ser calificados de verdaderas fotografías por su exactitud y minuciosidad, según se deduce de las opiniones de quienes pudieron admirarlos. Alcanzada la ansiada paz, fue destinado a Tarifa. Para allí salió acompañado de su esposa, pues había contraído matrimonio, en Lérida, con Josefa Gacet (1711), con la que tuvo cinco hijos, los dos primeros varones, que murieron en la infancia, y tres niñas: Ignacia, casada con el barón de Oña; Rosalía, con Gutierre de Hevia, marqués del Real Transporte, y María Lutgarda con Juan de Lángara y Huarte. Antes de salir, se le confirmó la propiedad del mando de su compañía de granaderos. Y en Tarifa iba a ocurrir, a los pocos años (1717), el acontecimiento que modificaría la trayectoria su vida. Tras largas vicisitudes, la Real Armada agonizaba. El intendente José Patiño había sido encargado de reorganizarla por el cardenal Alberoni, para el desarrollo de sus vastos planes. Creado el arsenal de Cádiz, los primeros cambios de Patiño fueron: la organización de los batallones de Marina, sustituyendo los antiguos tercios, y la formación de un centro de enseñanza, que facilitase en lo sucesivo oficiales aptos para el mando de buques. Así que los granaderos de la Corona volvieron a su antiguo ser, constituyendo el Cuerpo de Batallones de Marina, y el capitán de ellos, Navarro, pasó con su regimiento a la Real Armada y, además, fue elegido como primer alférez de la Compañía de Guardias Marinas Nobles. Los motivos que movieron a Patiño a elegirle fueron primordialmente, además de sus brillantes hechos de armas en Italia y España, una preparación nada común: poseía una cultura vasta y profunda, tanto eclesiástica como profana, dominaba la alta matemática, le era familiar la geometría, era un experto dibujante, hablaba varios idiomas. El 1 de marzo de 1717 Felipe V le encomendó el régimen, educación y disciplina de los nuevos cadetes.

En la escuadra, organizada por Patiño y al mando del marqués Esteban de Mary, que salió para la conquista de Cerdeña y, al frente de cien guardias marinas, Navarro fue por primera vez en una operación naval. Embarcó en el buque insignia, el Real, navío de sesenta y cuatro cañones, y asumió las funciones de segundo comandante. Esta conquista dio inicio a lo que más tarde sería conocido historiográficamente como “irredentismo borbónico”, por el cual la nueva casa dinástica de la Monarquía hispánica pretendió recuperar aquellos territorios, en especial los italianos, que habían estado bajo dominio español. Navarro ascendió en 1719 a teniente coronel sin perjuicio de continuar al frente de la compañía de Guardia Marinas como alférez. Se dedicó con especial interés al estudio de la construcción de navíos y organización de arsenales, y se propuso un plan de trabajo que desarrolló a lo largo de toda su vida activa, dando como resultado su obra científica y técnica, también de reconocido valor literario, en su mayor parte ligada a las propias circunstancias de su carrera. Dio a conocer a la renacida Armada las normas modernas y conceptos en vigor en las otras potencias marítimas. La llegada de Patiño a la Secretaría de Despacho de Marina representó su permanencia definitiva en la Real Armada; en marzo de 1728 fue nombrado capitán de fragata. En 1729 ocurrió un acontecimiento que había de repercutir en su carrera; durante una visita de Felipe V e Isabel de Farnesio a la compañía de Guardias Marinas sucedió que, al demostrar los guardias marinas sus conocimientos, entre ellos los que se referían al baile, pudieron enterarse los Reyes de sus habilidades, de sus servicios y cualidades, atrayéndoles especialmente su habilidad en el dibujo, compartiendo con él durante casi veinte días otras tantas veladas, mientras practicaba este ejercicio y ordenándole incorporarse a la Corte en Sevilla. Desde este primer encuentro contó con la simpatía y confianza del Rey. Por su influencia ascendió a capitán de navío el 17 de marzo de 1729, con el mando del navío San Fernando, de 64 cañones, muy pronto modelo de los de su clase, especialmente en ejercicios al cañón. Pero, al mismo tiempo, obtuvo la enemistad de Patiño, debido a los celos, creyendo ver en su subordinado a un probable rival. Desde ese momento, fue idea fija el alejar a su eventual competidor de la corte. En efecto, Navarro fue designado, en mayo de 1730, para traer valores de Indias con la Flota de galeones. En esta expedición concibió su proyecto de señales, numerando las banderas. Regresó en septiembre del mismo año y Patiño le ordenó que tomase inmediatamente el mando del navío Castilla e incorporarse a la expedición de Orán para llevar al ejército del duque de Montemar, que saldría el 15 de marzo de 1732 del puerto de Alicante. Las fuerzas navales iban mandadas por el general Cornejo y en el Castilla habían de reunirse tres ilustres militares: Navarro, su comandante, el general del ejército, marqués de Santa Cruz de Marcenado, y el entonces joven Jorge Juan, que hacía sus primeras armas. Marcenado y Navarro trabaron una gran amistad. El 28 de junio fondearon los buques en Orán; acudió Navarro al insignia para asistir a la junta que había de diseñar el desembarco; fueron nombrados para dirigirlo, como marinos, Francisco Liaño, el conde de Bene de Masserano y Navarro. Se realizó la operación con notable desorden, pero con gran decisión. Marcenado mandaba la primera “barcada” de tropas que pisó tierra, y Navarro, como capitán más antiguo, las embarcaciones que las llevaban; el primero en saltar a tierra fue el general y el segundo Navarro. Después, éste fondeó su barco frente a un barranco, en el que ocupaban posiciones ventajosas los moros, para batirlas con sus fuegos. La protección artillera del Castilla permitió a los granaderos arrollar al enemigo. En toda la escuadra hubo unanimidad en reconocer que el lugar elegido por Navarro para batir el barranco decidió el combate del 30 de junio de 1732. Regresó la escuadra, excepto Navarro que permaneció en Orán para vigilancia costera y asegurar las comunicaciones con Cartagena, con el Castilla y el navío San Fernando, hasta el 29 de septiembre, que entró en Cádiz escoltando un convoy de seis velas. A la muerte de Patiño (1736), Navarro ascendió al generalato, nombrándosele jefe de la Escuadra de Cádiz, en 1737, reparando la postergación a que Patiño le había sometido. Entregó a Jorge Juan el mando de la Real Compañía de Guardias Marinas. A finales de 1739 solicitó a la Real Academia Española su admisión, en interesante memoria. Los académicos votaron unánimemente su aceptación.

España se encontraba con Francia en el grupo de las potencias impugnadoras de la Pragmática de Carlos VI (el famoso archiduque Carlos), con motivo de los derechos que España alegaba sobre Italia. La intervención española en la guerra originada (23 de octubre de 1739), denominada por los ingleses de la Oreja de Jenkins, debía tener lugar en Italia y había sido preparada por José del Campillo, sucesor de Patiño. La segunda expedición, a las órdenes del marqués de Castelar, sería escoltada y protegida por la escuadra de Navarro. Arbolaba su insignia en el Real Felipe, de tres puentes y 112 cañones, reuniendo bajo su mando quince navíos, de los cuales, seis pertenecían a la Real Armada y nueve lo eran de la Carrera de Indias. Recibió en Cádiz la orden de salir para Barcelona, a escoltar la segunda expedición, que se disponía a marchar al norte de Italia para socorrer y reforzar al duque de Montemar. Un oportuno temporal obligó a Haddock a levantar el bloqueo a que sometía a Cádiz y refugiarse en Gibraltar. Aprovechó verse libre del enemigo para salir con la Escuadra rumbo a Barcelona (15 de noviembre de 1741), pasó sin novedad el Estrecho, perseguido por Haddock, que le alcanzó frente a Cartagena, en el preciso momento en que salía la escuadra francesa de De Court de la Bruyere. Éste, de acuerdo con órdenes de su corte, hizo saber al inglés que no le atacaría, pero que protegería a la Escuadra del rey de España. Haddock se retiró con el grueso de sus fuerzas a Mahón, dejando únicamente fuerzas ligeras (dos navíos) que observasen las maniobras de la flota hispano-francesa. El 4 de enero de 1742 fondeó en Barcelona. No tardó en salir de nuevo (el día 14) convoyando a los 52 buques que conducían la expedición, poniendo rumbo a Orbetello (Toscana). A consecuencia de los temporales, entraron en Génova, en lugar del previsto, desembarcando el cuerpo expedicionario de Castelar. Allí recibió la mala noticia de que el vicealmirante Lestock había reforzado a Haddock con seis navíos de línea más, disponiendo así de una no despreciable superioridad, incluso contando con que su colega francés se batiese a su lado. De Court recibió órdenes para que regresase a Tolón y que Navarro le acompañase, allí sería auxiliado. De acuerdo con la orden recibida por su colega, salió de Génova y el 24 de marzo de 1742 entró en Tolón. Cerca de dos años permaneció Navarro con sus navíos en Tolón y, como de costumbre, no perdió el tiempo, pues se ocupó de instruir y disciplinar a sus dotaciones. Haddock fue sustituido por Matthews al mando de los veintinueve navíos de línea de la flota del Mediterráneo. La primera medida fue ordenar un bloqueo de Tolón, fijando su posición en Hyères.

A comienzos de 1744, el teniente general De Court recibió orden de salir y batirse con la escuadra inglesa; Navarro se mostró completamente conforme con esa decisión y comenzaron los preparativos para la empresa. El día 20, por la mañana, salió la escuadra combinada, con viento NO, dando poco después vista a las islas Hyères y a la escuadra inglesa fondeada allí. Permaneció la combinada frente a dicho punto, y el día 21, a mediodía, De Court ordenó a Navarro que se situase en vanguardia con sus navíos, tal como estaba acordado. Al amanecer del día 22 había rolado el viento al primer cuadrante (NE), quedando a barlovento la línea británica, que había levado el día 21, y ambas a siete leguas de cabo Siciè. Iniciaron rumbo ESE para caer después las vanguardias al ENE. La comparación de fuerzas era la siguiente: combinada, veintiocho navíos, de ellos doce españoles, con 1.806 cañones, y la inglesa de treinta y dos navíos, once de éstos de tres puentes, con un total de 2.280 cañones. La línea británica tardó en formarse en una mal compuesta línea curva, con tendencia a crear pelotones, lo que estaba en contradicción con los principios de la táctica; la línea combinada se formó en el orden previsto, pero a media mañana De Court realizó una extraña maniobra: en vez de tratar de cerrar con la cabeza de la retaguardia (Navarro-doce navíos), forzó vela, estableciendo un hueco entre su cola y la cabeza española que, no obstante, siguió en la línea separándose cada vez más. Apercibida la brecha en la línea combinada, Matthews, sin tener completamente formada la suya, cayó con su vanguardia (Rowley-nueve navíos) y su cuerpo de batalla (Matthews-diez navíos) sobre la ya únicamente línea española. Después de más de cuatro horas de combate de reñido fuego, se retiró Matthews con su grupo. En esta primera fase de la lucha, Navarro recibió dos heridas leves, una en la cabeza y otra en la pierna derecha. Repuestos, en lo posible, los ingleses de los destrozos de la artillería de Navarro y estimando el almirante inglés que era imposible rendir o hundir al Real Felipe, insignia de Navarro, decidió volver al ataque utilizando sus brulotes. Fracasada la maniobra y el ataque de los brulotes, continuó el Namur, insignia de Matthews, y los seis navíos inmediatos a él batiendo al Real, Halcón, Brillante y San Fernando con toda energía, a cuyo fuego replicaban éstos sin desmayo. Próximo a terminar el corto día invernal y convencido el almirante Matthews de la inutilidad de sus esfuerzos para rendir al Real por su decidida defensa, y de los navíos que le rodeaban, viendo también los destrozos de sus buques por los cañones españoles y observando que la vanguardia (Gabaret-siete navíos franceses) y el cuerpo de batalla (De Court-nueve navíos franceses) de la combinada caía, por fin, hacia el lugar del combate, dio orden de retirada, que cumplieron sus navíos ya entrada la noche, a las seis y media de la tarde, quedando los españoles Real Felipe, Brillante, Halcón, San Fernando, Soberbio y Santa Isabel dueños del lugar del combate. El 9 de marzo entró la escuadra española en Cartagena y la francesa dos días después.

La actitud de la escuadra francesa se prestó a toda clase de comentarios y críticas. Que el general francés no quiso combatir es un hecho, quizás relacionado con posibles instrucciones superiores de conservar sus buques en momentos en que la Marina francesa sufría un notable retroceso. El resultado de la batalla se estimó como una gran victoria de la escuadra hispano-francesa y especialmente de los navíos españoles; Navarro fue recompensado, Matthews condenado y separado del servicio. Desde un punto de vista estratégico, la retirada de la escuadra británica a Mahón permitió la salida de convoyes con pertrechos y refuerzos para el ejército que operaba en el norte de Italia. El Monarca le concedió a Navarro el marquesado de la Victoria y, además, fue ascendido a teniente general de la Armada. Su actuación le convirtió en uno de los generales más valiosos de su época con renombre universal. Permaneció Navarro en Cartagena con su escuadra. El 20 de julio de 1744 salió a la mar para hostilizar y perturbar el tráfico enemigo con diez navíos de línea y una fragata, izando su insignia en el Santa Isabel de 74 cañones, cobrando bastantes presas, hasta que Rowley le bloqueó en Cartagena con veintiún navíos, para poner remedio a la perniciosa actividad de los buques españoles. A bordo de su insignia se dedicó a estudiar, examinar y meditar las condiciones de Cartagena y las reformas necesarias para hacer de su puerto uno de los primeros puertos militares del Mediterráneo. La Real Armada no estimó conveniente hacer caso de sus propuestas, aunque siguió trabajando para que, al menos, se mejorasen las condiciones de Cartagena.

En marzo de 1748, Navarro fue nombrado comandante general del departamento de Cartagena, donde no escatimó esfuerzos en las actividades de su nuevo cargo. A principios de 1750, falleció el conde Bene de Masserano, comandante general de Cádiz, y, en marzo del mismo año, el Rey le designó para sustituirle allí y en la Dirección General de la Real Armada, anexa al mismo. En 1756 se le concedió en propiedad el gobierno de la Real Armada.

Se pensó en ir a buscar al nuevo Rey a Nápoles con una escuadra al mando del director general de la Real Armada, pero en la corte se trató de impedirlo; enterado a tiempo el propio Rey, impuso a Navarro. El 29 de agosto de 1759 salió Navarro de Cádiz con el navío Fénix, de ochenta cañones. Un mes después llegaba a Nápoles, donde ya estaba la escuadra que debería escoltar al nuevo Rey. Éste recibió al marqués con muestras de simpatía y afecto, concediéndole la Gran Cruz de la Real Orden de San Genaro. El 7 de octubre de 1759 salió la escuadra con veintiún navíos y varias unidades menores. El día 15 llegó el convoy regio a Barcelona y, al día siguiente, nombró el Rey a Navarro capitán general de la Real Armada, el primero de los treinta y nueve que han existido, y le regaló un bastón de oro para que lo usase con el grado supremo de la milicia. Durante la navegación vio el Soberano el empleo de señales entre los buques de la escuadra, siguiendo el sistema inventado por él mismo y copiado en 1736 por el vizconde de Morogues para la armada francesa y que hasta el momento no había sido aprobado en la española por la oposición de algunos generales, pese a las favorables opiniones de Jorge Juan y Ulloa; por su deseo quedaron en uso en la Real Armada.

En enero de 1765 recibió orden de Carlos III, por medio del bailío Arriaga, de preparar la escuadra que debía llevar a Italia a la infanta María Luisa, prometida con el archiduque Leopoldo, gran duque de Toscana, y traer a España a la princesa María Luisa de Parma, que lo era del príncipe de Asturias, Carlos. Cumplió el cometido al mando de nueve navíos; en julio de dicho año, entregada la infanta española a su esposo, y embarcada la futura soberana de España, salió de Génova, dando fondo, el 2 de agosto, en Cartagena, donde entregó el mando al teniente general Luis de Córdova y acompañó a la princesa a la corte. Tuvo entonces la satisfacción de ver cómo iban ganando buena parte de sus propuestas: navíos de tres puentes, aumento en cuatro batallones los ocho existentes, la creación del Cuerpo de Inválidos y otras gracias, que publicó el Decreto de 30 de abril de 1767. A principios de 1766 sufrió la pérdida de su mujer, que se encuentra sepultada en el Convento del Carmen de Cádiz. En 1770 se hizo efectivo el traslado de las dependencias de la Real Armada de Cádiz a la isla de León. El día de Navidad del año 1771 tuvo el anciano general un desmayo, primer signo que presagiaba su fin; había disfrutado siempre de una excelente salud; pero una herida en un pie le ocasionó, sin duda por no haber sido bien curada, una erisipela que originó, a su vez, la infección y gangrena de la herida. Falleció el 5 de febrero de 1772. Había vivido 84 años, de ellos, 76 de servicio con cinco monarcas: Carlos II, Felipe V, Luis I, Fernando VI y Carlos III, y en los cuales se halló en cincuenta batallas y cinco sitios. Fue religioso, pío y adornado de todas las virtudes que lo hacían respetado de propios y extraños. Murió pobre; el intendente de Marina adelantó 1000 pesos (que el Rey dispuso que no se adeudasen a su familia) para preparar la capilla ardiente; y en el Convento del Carmen, de la isla de León, se dio sepultura a sus restos mortales, con toda la solemnidad que prevén las Ordenanzas y rodeado del sincero dolor de amigos y conocidos. Un año después se trasladó su cadáver al monumento de mármol que el Cuerpo General de la Armada le erigió a sus expensas para venerar su memoria, y el 2 de mayo de 1870 al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando. El marqués de la Victoria es conocido por su brillante actuación en cabo Siciè y apenas por sus abundantes y valiosos estudios científicos y sobre la Marina, donde alcanzó un nivel comparable al de tan ilustres marinos como fueran Jorge Juan y Antonio de Ulloa.

 

Obras de ~: Traducción de los diccionarios de marina, francés y holandés, Madrid, 1720; Evoluciones navales (adaptación al esp. del Art des Armèes ou Traitè des evolutions del jesuita francés Pablo Hoste), Cádiz, 1723; Teoría y práctica de la maniobra de los navíos con sus evoluciones, Madrid, 1724, 3 vols.; El capitán de navío de guerra, instruido en las ciencias y obligaciones de su empleo, Cádiz, 1725; Práctica de la Maniobra, Madrid, 1729; Diario del viaje del navío la Castilla, uno de la escuadra de guerra mandada por el teniente general Francisco Cornejo y mandado por el capitán del alto bordo Juan José Navarro, alférez de la Real Compañía de Caballeros Guardiamarinas, desde el día que salió de Cádiz para Alicante mandando y conduciendo un conboy de víveres con el paquebote de guerra (mandado por José Manuel Guerrero, alférez de navío), Madrid, 1732 (Museo Naval); Práctica de la Maniobra, Cádiz, 1737; Escuela teórica y práctica de la Marina, Cádiz, 1739; Plan de Ordenanzas militares de Marina, Cádiz, 1739; Geografía nueva y método breve y fácil para aprenderla, Madrid, 1740; Vocabulario para el perfecto uso de las voces y manejo de las maniobras en los navíos del Rey, Madrid, 1740 (desapar.); Diarios de navegación de las Escuadras al mando de Juan José Navarro, marqués de la Victoria, Madrid, Museo Naval, 1741-1744; Relación y estado general e individual del detalle completo de una Armada de mar dividida en tres escuadras, con la denominación de sus colores, Madrid, 1750; Disciplina militar de las Armadas, Madrid, 1753; Diccionario demostrativo, con la configuración y anatomía de toda la arquitectura naval, Madrid, 1756; Discursos y diferentes puntos particularmente sobre la Real Armada, que expone a los RR.PP. de Vuestra Majestad el marqués de la Victoria, Capitán General de Vuestra Real Armada, Madrid, 1761; Reglamento de las tripulaciones que deben tener todos los navíos del porte de ciento y más cañones hasta las fragatas, formado para la preparación de los estados correspondientes a cada buque para los días de combate, Cádiz, 1762; Compendio de instrucciones para el mando de escuadras disciplinadas; nuevas reglas para la práctica de sus principales evoluciones por el método más exacto, fácil, simple y más natural para todos los oficiales de la Real Armada, Madrid, 1764; Instrucciones de navegación, Cádiz, 1764; Señales que han de observar y practicar los navíos de la presente escuadra del mando del Capitán General de la Real Armada, marqués de la Victoria, y de las que ejecuten todas las escuadras del Rey Nuestro Señor, según su Real Orden, dada en 8 de octubre de 1759, estando embarcado en el navío real Fénix, Madrid, 1765; Plano de señales para las evoluciones de las armadas y escuadras en cualquier formación que estén, Madrid, Museo Naval, s. XVIII; Plano de señales para los movimientos y operaciones de guerra en las armadas y escuadras formadas en línea de combate antes de entrar en él y durante la función, Madrid, s. XVIII; Tratado de navegación, Madrid, Museo Naval, s. XVIII; Breve instrucción y documentos, para todos los oficiales que ejercen el empleo de mayores generales de las escuadras: donde se encuentran casi todas las reglas de un exacto servicio y la disciplina uniforme, de todo número de navíos que la compongan, Madrid, Museo Naval, s. XVIII.

 

Bibl.: P. Hoste, LArt des Armes Navales ou Traité des Evolutions Navales, Lyon, 1727; J. de Vargas y Ponce, Vida de D. Juan Josef Navarro, primer marqués de la Victoria, Madrid, Varones Ilustres de la Marina Española, 1808; F. P. Pavía, Galería biográfica de los generales de Marina, jefes y personajes notables, Madrid, 1873; F. Salomón y Quintero, El marqués de la Victoria, Madrid, conferencia pronunciada en el Centro del Ejército y de la Armada en la noche del 24 de mayo de 1889; V. Ramírez Suárez, Glorias de la infantería española, el Capitán General de la Armada, marqués de la Victoria: juicio crítico sobre un periodo interesante de nuestra marina, Toledo, Colegio de María Cristina para Huérfanos de Infantería, 1913; J. Cervera y Jácome, El Panteón de marinos ilustres, Madrid, 1926; J. F. Guillén Tato, El manuscrito sobre arquitectura naval del marqués de la Victoria, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1933; I. Oyarzábal, D. Juan José Navarro, marqués de la Victoria y su tiempo, Madrid, Biblioteca de Camarote de la Revista General de Marina, 1944; L. Taxonera, Honor y amor al mar: cuatro vidas de navegantes españoles, Madrid, Alhambra, 1945; J. Cervera Pery, La marina del Reformismo borbónico, vista desde el centenario de Carlos III, Madrid, Revista General de Marina, 1984; J. E. Rivas Fabal, Historia de la Infantería de Marina española, Madrid, 1985; J. Cervera y Pery, La marina de la Ilustración, resurgimiento y crisis del poder naval, Madrid, Editorial San Martín, 1986; “Hombres y nombres de la marina romántica”, en Revista General de Marina (Madrid), n.º 213 (1987), págs. 171-176; V. Palacio Atard, España y el mar en el siglo de Carlos III, Madrid, Marinvest, 1989; Álbum del marqués de la Victoria, Madrid, Lunwerg, 1995; A. Palau-Dulcet Claveras, Biblioteca marítima española de Martín Fernández de Navarrete, t. III, Barcelona, 1995; Instituto de Historia y Cultura Naval, D. Juan José Navarro, marqués de la Victoria, en la España de su tiempo, Madrid, Cuaderno monográfico n.º 28, 1996; M. Piera Miquel, “El álbum del marqués de la Victoria y su aportación a la historia del mueble”, en Archivo Español del Arte y Arqueología (Madrid), t. LXXI, n.º 281 (1998), págs. 79-84; J. I. González-Aller, España en el mar. Una historia milenaria, Madrid, 1998; H. O’Donnell y Duque de Estrada, El primer marqués de la Victoria, personaje silenciado en la reforma dieciochesca de la Real Armada, Madrid, Real Academia de la Historia, 2004.

 

José María Madueño Galán

 

 

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