Alberoni, Giulio. Piacenza (Italia), 21.V.1664 – 26.VI.1752. Estadista, diplomático y cardenal de la iglesia católica.
Nacido en el seno de una familia de humildes campesinos, fue el primero de los seis hijos del matrimonio formado por Giovanni Maria y Laura Ferrari, quedando huérfano de padre a la edad de doce años.
Su etapa de formación comenzó de la mano del párroco, pasando luego, sucesivamente, por las escuelas de los barnabitas y de los jesuitas, donde adquirió su formación laica y religiosa. Con su compañero Ignazio Gardini se trasladó a Ravena, donde entabló relación cercana con el vicelegado pontificio, monseñor Barni, que, convertido más tarde en el obispo de Piacenza (1688), lo acogió en su séquito como maestro de casa, encargándole además la educación de su sobrino y ordenándole sacerdote (1689). Las oportunidades ofrecidas por estos puestos de confianza fueron decisivos: por una parte, en la perfección de su formación, ya que tuvo la oportunidad de profundizar en aquellos años en sus estudios de derecho canónico, historia de la Iglesia y francés y, por otra, en la consolidación de su experiencia como hombre político, ya que habiendo perdido a su madre en 1692, acompañó al joven sobrino de su señor a Roma (1696), donde permaneció dos años instruyéndose en los mecanismos complejos de la corte romana. Fue en esta época también cuando conoció a no pocos personajes influyentes, como Alessandro Roncovieri, obispo de Borgo San Donnino (hoy Fidenza), el conde Ignazio Rocca, político importante del ducado de Piacenza (con el que mantuvo una variada correspondencia, aún hoy conservada), o Alessandro Aldobrandini, poco más tarde cardenal y nunzio papal en España, que demuestran y constatan el desarrollo y la capacidad de sus dotes sociales.
El cierre de su etapa de formación vino provocado por la apertura de la dedicada a la acción política y diplomática.
La primera fase (de 1702 a 1712) estuvo jalonada por los acontecimientos desarrollados durante la Guerra de Sucesión española (1700-1715). Éstos le hicieron tomar parte activa en el mundo diplomático europeo a través de las iniciativas desarrolladas por el duque de Parma, Francesco Farnese, que, necesitado de contactos diplomáticos con Francia, envió a entrevistarse con el duque de Vendôme, comandante de las fuerzas francesas, al obispo Roncovieri, que, a su vez, llevó consigo a Alberoni como intérprete y secretario (1702). Caído enfermo el obispo a fines de 1703, el abate se hizo cargo de toda la responsabilidad y consiguió el objetivo encomendado por su señor: que las campañas francesas en Italia no lograran atacar ni dañar los territorios farnesianos. Convertido además en leal consejero de Vendôme, fue gracias a éste como alcanzó la concesión por parte de Luis XIV de una pensión. Alberoni permaneció con el general francés y se trasladó con él a Flandes (1706) y luego a Versalles, donde se relacionó con los grandes personajes europeos de la época y en donde pudo observar los mecanismos complejos de funcionamiento diplomático y político cortesanos. En 1710, Vendôme fue trasladado a la Península Ibérica para comandar a los ejércitos franceses y Alberoni lo acompañó. Fue en esta primera estancia ibérica cuando entró en contacto con el monarca Felipe V y la princesa de los Ursinos, logrando su cercanía y confianza y consiguiendo con ello el anulamiento por parte del soberano español de la prohibición comercial entre España y el ducado de Parma. La muerte del militar francés (10 de junio de 1712) marca el fin de esta etapa y el inicio de la siguiente, ya que vuelto a París por un breve período, retornó a España para establecerse en la corte de Madrid. Todos aquellos años sirvieron a Alberoni para entender y captar en la práctica los mecanismos a través de los cuales se diseñaba el gobierno y se gestionaba el poder.
La segunda fase de su actividad política (y la principal) se desarrolló ya en España bajo el reinado de Felipe V, concretamente, entre los años 1712 y 1719. Su vuelta a Madrid se produjo al entrar como consejero en el séquito del conde Casali, representante de los farnesio en la corte borbónica madrileña, logrando fundamentar su posición al ser nombrado él mismo el representante oficial del duque de Parma (abril de 1713) y al conseguir el título de conde, ennobleciendo así su humilde origen. Pero en realidad su consolidación como hombre de estado vino gracias al significativo papel desempeñado en la búsqueda de nueva esposa para el rey Felipe. Ya en la corte del primer borbón español, y a través de su influencia en la princesa de los Ursinos, intentó y logró que se considerara como candidata ideal para las segundas nupcias del rey viudo a Isabel de Farnesio, que él mismo había presentado, por conveniencia con la princesa francesa, como “una fanciulla buona, di carattere maneggevole e di poca cultura sopratutto politica”. Las negociaciones, desarrolladas a partir de junio de 1714 en permanente contacto con la corte francesa, llegaron a buen término al mes siguiente y Alberoni consiguió sus fines. La importancia de esta acción política se reveló luego como fundamental para la carrera del abate italiano, pues Isabel, en nada tan manipulable y voluble como había sido presentada, consiguió fundamentar los sueños políticos del futuro cardenal. Entrevistados éste y la nueva soberana por iniciativa del rey en Pamplona el 11 de diciembre de 1714, logró forjar la enemistad de ésta hacia la Ursinos (camarera mayor de la casa de la reina), y encontrándose ambas mujeres en Jadraque el 23 del mismo mes, la parmesana la constriñó a abandonar España inmediatamente, poniendo fin, con ello, a su influencia en el ánimo del monarca y de la corte de Madrid.
Despejado el camino hacia el gobierno, el procedimiento utilizado por Alberoni para la ostentación del poder fue a través de la llamada “vía reservada”, que, según José Antonio Escudero, “venía sustancialmente a significar la sustracción de competencias a los Consejos mediante la orden de que determinados asuntos fueran encaminados directamente a los ministros responsables”. Este mismo historiador ha señalado cómo, pese a que en teoría se había impuesto ya la nueva organización administrativa en Secretarías del Despacho, en la práctica “la imposición política de Alberoni oscureció el papel de los tres ministros existentes, imposibilitó el funcionamiento del Consejo de Despacho e hizo inviable cualquier tipo de reunión global de aquellos ministros con el rey”. Alberoni gobernó por tanto sin un título jurídico preciso, sustentando su poder e influencia en su especial relación con la reina y evitando que, tras la dimisión final del cardenal del Giudice (12 de julio de 1716), que se había convertido en el hombre fuerte tras la caída de la Ursinos y de Orry (diciembre de 1714-febrero de 1715), ningún otro hombre de la corte gozase de mayor confianza regia que él mismo.
La importancia de todos estos hechos trasciende lo puramente circunstancial, ya que con tales principios de acción Alberoni logró imponer un cambio de rumbo en la corte española. Tutelada hasta ese momento desde Francia, con personajes y nobles franceses instalados en la corte madrileña, el abate consiguió, con el apoyo personal de la nueva soberana, virar esa influencia hacia el lado italiano, siendo él mismo el exponente de un nuevo grupo de poder en la corte. El príncipe Pío, el de Cellamare, el duque de Popoli, el de Giovenazzo [...] son algunos de los hombres que lograron imponerse en los asuntos de estado al lado de Alberoni y conseguir con ello que la corte de Felipe se distanciase de Francia y comenzara a fijarse en otros objetivos. A los partidos francés y español, que hasta ese momento dominaban y luchaban en facciones dentro de la corte, venía ahora a sumársele el italiano, representado en Alberoni y reforzado por la figura indiscutible de la joven reina.
Instalado por tanto en la cumbre del poder, la labor desempeñada en este período (1716-1719), el más brillante de su carrera, puede ser dividida en varios apartados. En primer lugar, su figura es fundamental para la comprensión en profundidad de lo que se ha dado en llamar el revisionismo mediterráneo llevado a cabo por la corona española a partir de 1715. Uniéndose en tal año las circunstancias de la muerte del Rey Sol (y, por lo tanto, el consecuente y progresivo distanciamiento entre las monarquías española y francesa), el casamiento en segundas nupcias del monarca con una italiana (que ya madre en 1716 veía la imposibilidad de ofrecer un futuro a su hijo, segundón y sin trono, dentro de las perspectivas ofrecidas por su marido) y el acentuado empeoramiento psíquico de Felipe V (que lo llevaban a no reinar de facto), la monarquía española modificó las directrices de su política internacional. Molestos con los resultados de los tratados de Utrecht y Rastatt y la posición que la corona española debía jugar ahora en el panorama de las potencias europeas, se comenzó a cuestionar el juego desarrollado por las mismas, y fue así por tanto como, con el apoyo decidido de la reina, Alberoni intentó desplegar un programa de política internacional con el que conciliar nuevas voluntades (las de la misma Isabel, las de la corona española y, al tiempo, las de su todavía señor Francesco Farnese). Los objetivos eran impedir la perpetuación del dominio austríaco en Italia (que había logrado hacerse con el virreinato de Nápoles y con Milán), lesivos para los propios intereses hegemónicos españoles, y conseguir un territorio para el primogénito de Isabel, Carlos de Borbón (nacido en 1716, futuro rey de Nápoles y, luego, más tarde, el Carlos III español).
Con todas estas aspiraciones, Alberoni comenzó a trazar las estrategias desde 1715. Atendiendo que una intervención en Italia no contaría con el apoyo de Francia (deseosa de paz después de tantos años de guerra y en tensión con España debido a la mala relación del soberano hispánico con el regente duque de Orleans, ya que ninguno quería renunciar a sus derechos dinásticos), tentó la relación, si no amistosa, al menos neutral de Inglaterra. Pese a lograr dos tratados comerciales con ella (14 de diciembre de 1715 y 25 de mayo de 1716), la monarquía británica no podía enemistarse con el Imperio, pues el nuevo rey inglés, Jorge I, era también el señor de Hannover, y por tanto, interesado en no deteriorar las buenas relaciones con Austria para no perjudicar sus estados germánicos.
Es más, roto el entendimiento entre Francia y España, la primera buscó la alianza con el soberano inglés, pues temía un aislamiento en nada favorable.
Fruto de todo ello fue la Triple Alianza (11 de enero de 1717), formada por las dos potencias señaladas más Holanda. El equilibrio y las aspiraciones expuestas en Utrecht venían a ser revalidadas con este pacto, pues se fundamentaba su espíritu incluso con el consetimiento y apoyo francés, con lo que España perdía su primera batalla por poner en revisión lo acordado hasta la fecha por las grandes potencias. No obstante, el rumbo cambió a partir de un acontecimiento puntual: detenido en Milán por las autoridades imperiales el inquisidor general español José de Molinés (27 de mayo de 1717), España decidió, pese a la oposición de Alberoni, consciente de la delicada situación internacional de la monarquía hispánica, entrar en guerra.
Mientras, el abate italiano trabajaba para sí. Advertido de lo efímero de su poder y de su humilde origen, se afanaba en alcanzar una mayor dignidad eclesiástica con la que consolidar así su posición social y un futuro más seguro y menos inestable. Gracias al apoyo de la soberana Isabel, el impulso dado al concordato con la Santa Sede (1717) y la promesa de envío de fuerzas españolas a luchar contra el turco, le fue concedido el capelo cardenalicio (12 de julio de 1717) y la sede del obispado de Málaga (6 de diciembre de 1717), logrando con todo ello un seguro de vida más allá de los circunstanciales apoyos políticos de las cortes europeas.
Las acciones de la política exterior de la corona española continuaron y se preparó una escuadra en Barcelona diseñada para atacar Cerdeña. El 21 de agosto de 1717 un cuerpo formado por veinte navíos de guerra desembarcó en Cagliari logrando la conquista de la isla. La reacción diplomática del emperador fue inmmediata, pues habiendo vencido a los turcos (salvaguardando por tanto el flanco oriental de sus estados), podía ya concentrar sus esfuerzos en la consolidación y defensa de su poder en la península itálica. Decidido a acercarse a la Triple Alianza, pues se encontraba sin la fuerza naval necesaria con la que enfrentarse a España, sus aproximaciones diplomáticas a las potencias coaligadas fueron por buen camino. Mientras, el primer borbón español, Isabel y el cardenal intentaban crear dudas en el sistema internacional establecido: acuerdos con Rusia para un eventual ataque en sus fronteras con el Imperio, el apoyo al pretendiente estuardo para su pretendida ascensión al trono inglés o el azuzamiento de los descontentos en Hungría, fueron algunas de las acciones desarrolladas con el fin de hacer mella en la nueva coalición internacional. No obstante todo ello, los augurios de que la Triple quedaría transmutada en Cuádruple con la adhesión de Austria se cumplieron tras meses de intercambios entre las cortes europeas (abril de 1718) y Francia, Inglaterra, Holanda y el Imperio instaron a España a adaptarse a él en el plazo de tres meses. Sin embargo, la monarquía española proporcionó una respuesta negativa y quedó, consecuentemente, aislada y comprometida ante Europa.
Lanzada como estaba ya en el territorio italiano, decidió seguir la campaña bélica en solitario, y preparó una nueva fuerza naval de cuarenta navíos con sus transportes que salió de Barcelona el 18 de junio de 1718 y desembarcó en Palermo el 1 de julio, en busca de la conquista de la isla de Sicilia. Con ciertos éxitos, la flota española continuó en aguas italianas, pero una escuadra inglesa al mando del almirante Byng terminó por desfigurarla y ponerla en entredicho en el mes de agosto, propiciando con ello la entrada de las tropas imperiales en la isla y su progresiva reconquista.
En tales circunstancias, la crisis se agudizó aún más e Inglaterra y Francia terminaron por declarar formalmente la guerra a la obstinada España (29 de diciembre de 1718 y 9 de enero de 1719, respectivamente) que insistió, pese a las objeciones de Alberoni, pero con la obcecación de Felipe V y la reina, en continuar sola. Comenzadas las campañas bélicas contra la monarquía hispánica (Inglaterra ostigando la costa gallega, Francia entrando por los pirineos y atacando los puertos de Santoña y Pasajes), Alberoni y el rey intentaron en vano dividir a los aliados con propuestas diplomáticas de diversa índole. La imposibilidad de una victoria debido a la superioridad numérica de los enemigos y la unidad de las cortes europeas ante las pretensiones españolas, impedían una salida a la crisis sin la despedida misma de Alberoni, que comenzó a ser fuertemente denostado con una campaña internacional de desprestigio. Artífice o no de la derrota final, partidario u opositor a la guerra en el Mediterráneo, el caso es que no se podía hacer responsable de todo ello a la pareja real y, finalmente, el ya cardenal italiano fue responsabilizado del fracaso.
El 5 de diciembre de 1719, después de una trabada acción del partido antialberoniano desarrollado en la corte a instancias del regente de Francia, Alberoni fue invitado a dejar la corte madrileña en ocho días y la monarquía española en tres semanas.
No obstante, las acciones gubernativas del cardenal no se redujeron exclusivamente al despliegue de una nueva política internacional. Fue también en aquellos mismos años, y al calor de la política de Estado llevada a cabo en Italia, cuando Alberoni alentó reformas estructurales en las distintas instancias del poder estatal, pues consideraba que España no era pobre en recursos, sino que lo que fallaba era la organización y aprovechamiento de los mismos. Como él mismo había escrito, “la Spagna, bene amministrata, è un prodigio di possibilità sconosciute”.
De un lado, reorganizó las finanzas y el sistema fiscal, logrando con ello que los ingresos por impuestos aumentaran en una tercera parte desde 1700. Reformó el ejército logrando que a la altura de 1718 estuviera formado por cerca de 70.000 hombres uniformados y pagados regularmente y promocionó y reformó las fortificaciones en la Península. De otro, fundamental para la realización de los proyectos mediterráneos de Alberoni y la reina era la consecución de una marina capaz y fuerte con la que lograr los objetivos propuestos, tal y como ha estudiado Didier Ozanam.
Atrayéndose a Patiño, que fue nombrado intendente general de la Marina y presidente del Tribunal de la Contratación (28 de enero de 1717), Alberoni diseñó todo un plan de acción con el que reconstruir la fuerza naval hispánica. Se fundó la Academia de Guardias Marinas y la Comisaría de Ordenación y Contaduría de la Marina, se remodeló el cuerpo general (de los oficiales), se creó el de los administradores (cuerpo del ministerio), se reglamentó la infantería y la artillería de Marina y se mejoró el reclutamiento de los marineros. Además, el cardenal se empeñó en la mejora de la base naval de Cádiz, alentó la creación de la de Ferrol, promocionó la construcción de navíos en Cataluña, Guipúzcoa y Galicia y desarrolló la creación de fábricas de lonas y jarcias, terminando así con la compra de tales suministros en el extranjero, mucho más costosa para el erario público.
A Alberoni se le debe además la consecución definitiva del concordato con Roma en fecha de 10 de julio de 1717, que, aunque nacido con tintes de provisionalidad, como ha estudiado Mestre Sanchís, ayudó a acercar posiciones entre España y Roma.
Después de su caída en la corte de Madrid (diciembre de 1719), Alberoni sufrió la etapa más dura de su vida al ser perseguido desde fecha temprana por aquellos mismos que le habían apoyado: los monarcas españoles, el papa que lo había nombrado cardenal (Clemente XI) y el mismo duque de Parma. Apresado en Barcelona, logró pasar a Francia aún con sus principales documentos y llegar hasta Génova, donde se detuvo en la localidad de Sestri Levante. Fue el Papa quien comenzó la persecución judicial con el fin de arrebatarle la dignidad de purpurado y consecuentemente lo mandó apresar (18 de febrero de 1720) acusado de graves delitos. La conjura estaba hecha y mientras el proceso que tomó cuerpo en Piacenza (dirigido por el obispo Barni) iba encaminado a fundamentar una supuesta vida privada irregular, en España se instruía otra causa (encargada al arzobispo de Toledo) con la que demostrar sus delitos políticos. Tras consultas y polémicas en diversos organismos papales, en las que Alberoni se defendió a través de un largo memorial de defensa, consigue escapar de Génova, estableciéndose en Godiasco, ya en los dominios imperiales para los cuales tenía salvoconducto.
El proceso de Piacenza se quedó, por motivos obvios, en proyecto muy pronto, mientras el de Madrid seguía creciendo y vivo. Pero la muerte del papa (19 de marzo de 1721) ralentizó este último y desaceleró los impulsos. En tales circunstancias, Alberoni, que como purpurado tenía derecho a ser protagonista del cónclave con el que escoger sucesor de san Pedro, fue llamado por el colegio cardenalicio para participar en el proceso electivo y llegó a Roma el 8 de abril de 1721, estableciéndose en la ciudad a través de la compra de un palacio en la ciudad eterna y una finca a las afueras de Porta Pia. Elegido el nuevo papa, Inocencio XIII, el proceso continuó en manos de una comisión formada por cardenales. El examen de los delitos que se le imputaban concluyó que había ciertas irregularidades en el comportamiento del cardenal (se tenían como fundadas las acusaciones de violación de la jurisdicción eclesiástica, la usurpación de rentas de beneficios y la orden de secuestro de bienes eclesiásticos en Sicilia, pero no, sin embargo, las de acuerdos con el turco, extorsión de su cargo cardenalicio, el uso abusivo del sigilo regio o la expulsión del nuncio), pero argumentaba al tiempo que las irregularidades políticas de Alberoni no debían de ser mezcladas con su condición estrictamente eclesiástica, y, por tanto, no había fundamento para que fuera privado de su condición de cardenal (3 de septiembre de 1723). La resolución además era definitiva y no revocable.
Salvado finalmente de los procesos y cerrando la etapa más dura de su vida, Alberoni consiguió poco a poco ir restituyendo su posición y, si bien jamás llegó a instancias de poder como las que había disfrutado en España, consiguió, no obstante, llevar una vida holgada y digna hasta el final de sus días. Retirado a una vida tranquila en una propiedad que compró en Castelromano, el 12 de julio de 1724, Benedicto XIII le concedió el título de San Adriano in Campo Boario y resolvió la cuestión del obispado de Málaga consagrándolo el 10 de noviembre de 1725, aunque supeditando dicho nombramiento a su renuncia inmediata a cambio de una renta sobre el mismo obispado de diez mil escudos romanos. En 1732, Alberoni aceptará del nuevo papa, Clemente XII, un encargo que si bien no era nada ambicioso, le permitió tener un nuevo proyecto hasta el final de sus días y beneficiar con ello a su ciudad natal. Muerto el cardenal Collicola, administrador del hospital de San Lázaro en Piacenza, el cardenal fue nombrado su siguiente director. Totalmente desvirtuado de sus funciones y en un estado de decadencia absoluta, Alberoni pensó en formar un colegio eclesiástico, obteniendo la licencia pontificia el 13 de julio de 1732. Implicado de lleno en este nuevo proyecto, se estableció pronto en Piacenza, reformando el edificio por completo y encargando a la Congregación de la Misión, fundada por san Vicente de Paúl, la tarea de la formación de los alumnos. Entretenido en tales menesteres, vino a ser nombrado por el papa nuevo legado para la región de Romagna y, aunque en principio pareció mostrar cierta reserva, acabó por aceptar y trasladarse a Ravena en el 1735. Allí impulsó iniciativas de envergadura, como las obras de ingeniería hidráulica de los ríos Ronco y Montone con las que controlar las frecuentes crecidas que arruinaban la agricultura de la región. Tampocó se libró de la polémica en aquel cargo, puesto que tuvo que hacer frente a un conflicto diplomático con el estado de San Marino que resolvió favorablemente. Gran amigo del nuevo papa Benedicto XIV, fue nombrado por éste legado de la región de Bologna mientras el colegio patrocinado por él seguía su marcha. Los incidentes de la nueva guerra por el trono de Parma (que terminarían por permitir al infante Felipe, segundogénito de su antigua señora Isabel de Farnesio, ceñir la corona ducal), destruyeron buena parte de los esfuerzos realizados hasta el momento (1746), pero Alberoni impulsó de nuevo los trabajos (1749) y al fin en 1751 él mismo recibió a los dieciocho primeros alumnos. Muerto de rápida enfermedad en junio de 1752, fue enterrado en la iglesia de San Lazzaro.
La figura de Alberoni ha sido bastante denostada por parte de la historiografía española y europea hasta fechas recientes, arrancando tal tendencia en los escritos dieciochescos de Macanaz (que, no menospreciando sus cualidades personales, estableció negativamente las calidades morales del personaje a través de su ambición y ansia de poder, sobre las que se han insistido desequilibradamente) y los testimonios de Saint-Simon y una corriente hostil francesa. En los últimos años, sin embargo, a través de un renovada visión de la política exterior española de Felipe V, protagonizada por historiadores franceses (Ozanam) o italianos (Valsecchi), y también gracias a la revalorización de la principal valedora del italiano, la misma reina Isabel de Farnesio (Mafrici, Lavalle-Cobo o Pérez Samper), se ha venido a recolocar su figura, intentando comprender sus acciones en las especiales características políticas de la España de su época. No obstante, todavía se carece de una biografía política adecuada que actualice y recomponga la fundamental aún hoy de Castagnoli y en la que puedan observarse, en complejidad, sus actuaciones políticas. Quizás con todo ello podrá confirmarse, o desmentirse, aquello que decía el editor a la obra de Melchor de Macanaz: “negar a Alberoni un grande entendimiento, y una razón de Estado acendradísima, no puede hacerse sin temeridad [...]”.
Bibl.: J. Rousset, La storia del Cardinale Alberoni del signor J. R. tradotta dallo spagnuolo, divisa en due parti, con aggiunta di due manifesti pubblicati da sua eminenza, L’Haya, Vedova D’Adriano Moetjeus, 1721-1724; M. R. de Macanaz, “Disertación histórica, que sirve de explicación a algunos lugares obscuros que se encuentran en la historia. Cartas, alegaciones y apología que ha dado a luz el Cardenal Alberoni”, en Semanario Erudito, XIII (1788), págs. 3-90; V. Papa, L’Alberoni e la sua dipartita dalla Spagna: saggio di studio storico critico, Torino, Tipografía Botta, 1876; C. Malagola, Il Cardinale Alberoni e la Republica di San Marino: studi e ricerche, Bologna, Nicola Zanichelli, 1886; A. Professione, Giulio Alberoni, dal 1708 al 1714, Siena/Verona, Carlo Druckeer, 1890; A. Professione, Il ministero in Spagna e il processo del cardinale Giulio Alberoni: studio storico documentato, Torino, Carlo Clausen, 1897; E. Bourgeois, Lettres intimes de J. M. Alberoni adressées au comte I. Rocca et publiées d’après le manuscrit du Collége de S. Lazaro Alberoni, Paris, Masson, 1892; C. Pariset, Il cardinale Giulio Alberoni: monografia storica, Bologna, Zanichelli, 1905; E. Bourgeois, Le Secret des Farnèse: Philippe V et la politique d’Alberoni, Paris, A. Colin, 1909; R. Quazza, La cattura del cardinal Giulio Alberoni e la Repubblica di Genova: da documenti inediti tratti dall’Archivio di Stato di Genova, Genova, Peyre & Cardellini, 1913; M. Pacia Patriarca, La spedizione in Sardegna del 1717 e il cardinale Giulio Alberoni: con documenti inediti, Teramo, Stab. Tipografía del Lauro, 1921; R. Quazza, La lotta diplomatica tra Genova e la Spagna dopo la fuga dell’Alberoni dalla Liguria, Firenze, R. Deputazione Toscana di Storia Patria, 1920; A. Arata, Il processo del Cardinale Alberoni (dai documenti dell’Archivio Segreto Vaticano), Piacenza, Collegio Alberoni, 1923; P. Castagnoli, Il Cardinale Giulio Alberoni, Piacenza/Roma, Collegio Alberoni-Franc. Ferrari, 1929-1932, 3 vols.; S. Harcourt-Smith, Una conspiración en la Corte de Felipe V, Madrid, La Nave, 1943; J. M. Marchesi, El Cardenal Alberoni y la política internacional de España, tesis doctoral, Madrid, Universidad Central, 1945 (inéd.); L. de Taxonera, El Cardenal Julio Alberoni: forjador de una nueva España en el siglo XVIII, Madrid, Editora Nacional, 1945; M.ª E. Bertoli, “Elisabetta Farnese e la principessa Orsini”, en Hispania, XV, 61 (1955), págs. 582-599; R. Quazza, “Alberoni, Giulio”, en VV. AA., Dizionario Biografico degli Italiani. Vol. I, Roma, Enciclopedia Italiana, 1960, págs. 662-668; F. Valsecchi, “La política italiana de Alberoni. Aspectos y problemas”, en Cuadernos de Investigación Histórica, 2 (1978), págs. 479-492; VV. AA., Historia de España fundada por Ramón Menéndez Pidal. La época de los primeros borbones, I. La nueva monarquía y su posición en Europa (1700-1759), Madrid, Espasa Calpe, 1985; R. Gómez Marín, “Nueve años sin obispo: Alberoni, Málaga, 1717-1726”, en Hispania Sacra, 46 (1994), págs. 651-662; D. Perona Tomás, “Apuntes sobre el perfil institucional de Alberoni, Riperdá y Godoy”, en Anuario de Historia del Derecho Español, LXVIII (1998), págs. 83-150; M. Mafrici, Fascino e potere di una Regina. Elisabetta Farnese sulla scena europea (1715-1759), Napoli, Cava de Tirreni, 1999; T. Lavalle-Cobo, Isabel de Farnesio: la reina coleccionista, Madrid, Fundación de Apoyo a la Historia del Arte Hispánico-Fundación Caja Madrid, 2002; M.ª A. Pérez Samper, Isabel de Farnesio, Barcelona, Plaza y Janés, 2003.
Pablo Jesús Vázquez Gestal