Lázaro Galdiano, José. Beire (Navarra), 30.I.1862 – Madrid, 1.XII.1947. Editor, abogado, financiero, coleccionista de arte y bibliófilo.
José Lázaro Galdiano nació en Beire, pueblecito navarro cercano a Tafalla, en el seno de una familia de hidalga estirpe, que en la segunda mitad del siglo xix eran modestos terratenientes, aunque sin el menor renunciamiento a su prosapia personal e histórica.
A temprana edad quedó huérfano de madre y, tras su paso por la escuela rural, su padre dispuso que estudiase el bachillerato en los escolapios de Sos del Rey Católico. Cuando tenía sólo quince años, en septiembre de 1877, entró como escribiente en la sucursal del Banco de España en Pamplona y desde aquella fecha hasta 1887 su trayectoria personal y sus lugares de residencia están relacionados con su empleo en esta entidad y con sus deseos de cursar estudios universitarios.
Así, se estableció en Valladolid, desde octubre de 1880 hasta agosto de 1881, y más tarde en Málaga, hasta agosto de 1882, año en el que se trasladó a Barcelona.
Después de una breve estancia de menos de dos meses en Valencia en 1887, regresó a la Ciudad Condal y allí, a finales de este mismo año, presentó su dimisión en su destino y puso fin a su actividad como empleado de banca sin haber ocupado cargos relevantes.
En su etapa vallisoletana, donde comenzó los cursos preparatorios de la carrera de Derecho, se encargó de la dirección de El Liceo, revista que abarcaría una amplia temática de ciencias, artes y letras y que fue un claro antecedente de La España Moderna, la publicación que dirigió durante veintiséis años. Sin embargo, fue en Barcelona en donde, junto a escarceos periodísticos, se desarrolló con la ilusión y entrega propias de la juventud lo que constituiría una de las claves permanentes de su vida: su afición al coleccionismo, tanto de libros como de obras de arte, que bien puede decirse que fue en él constante invariable.
Por estas fechas Lázaro había comenzado su actividad periodística, publicando artículos sobre temas artísticos en La Vanguardia, reseñas de exposiciones y crónicas de sociedad y gracias a esta labor entró en contacto con la sociedad barcelonesa más distinguida y tuvo la suerte de conocer y entablar relaciones con personajes de prestigio en ambientes relacionados con la prensa y la bibliofilia y con los escritores catalanes más destacados. Formó parte de la Comisión de Festejos en la Exposición Universal que se celebró en la Ciudad Condal en 1888, y durante la muestra tomó parte activa en algunas comisiones como las del Torneo a la moderna, Fuegos artificiales y Cabalgata animadora.
Mientras se celebraba esta Exposición, concretamente en el mes de mayo de 1888, conoció a Emilia Pardo Bazán, que más tarde sería una eficaz colaboradora en la empresa que se propuso Lázaro, apoyándole con su habilidad, talento e influencias.
Lázaro se trasladó a Madrid en los últimos meses de aquel año e inmediatamente se ocuparía de la preparación de una revista de gran predicamento en la época, La España Moderna. En el “Prospecto” que, como director, insertó en el primer número —correspondiente a enero de 1889—, definía detalladamente su proyecto, si bien después éste se ampliaría con la editorial homónima en la que tuvo a su cargo la publicación de numerosas obras de carácter literario, histórico, filosófico, jurídico y médico, entre otras materias, que superaron los seiscientos títulos, aparte de diferentes publicaciones periódicas de vida más breve: La Nueva Ciencia Jurídica, Revista Internacional y Revista de Derecho y Sociología. En la primera etapa de la revista y de la editorial es evidente el apoyo y la influencia de Emilia, pero a partir de 1894, Lázaro siguió los consejos de Unamuno y de Menéndez Pelayo hasta el punto de que, de la presencia abrumadora de autores franceses y rusos, pasó a una etapa con una mayor difusión de la ciencia germánica y la inclusión de ensayos de hispanistas alemanes. La España Moderna fue una de las mayores iniciativas culturales de su época y una tarea de mecenazgo ante el depauperado mundo intelectual y cultural del momento.
Con la pretensión de difundir la producción editorial, Lázaro no regateó esfuerzo e inversión económica; los beneficios, si los hubo en algún caso, no parece que fueran suficientes para mantener la empresa, pues se vendían muy pocos libros: al parecer, se agotó sólo el diez por ciento del catálogo. Está situación tan desfavorable, si se considera sólo como actividad empresarial, habría sido insostenible para otro editor, pero él siguió arriesgando capital, guiado por el afán cultural que proclamaba constantemente y por el deseo de éxito y prestigio en los ambientes intelectuales y sociales que frecuentaba.
Entre 1896 y 1902 estuvo vinculado a la actividad que llevaba a cabo la Sociedad Española de Excursiones y él personalmente se ocupó de la organización de algún itinerario, como el que la Sociedad realizó por Valladolid, Frómista, Villalcázar de Sirga, Carrión de los Condes y Palencia en 1898. Los títulos de las conferencias pronunciadas en el Ateneo de Madrid, donde ocupó la vicepresidencia de la mesa de la Sección de Ciencias Históricas en el curso 1900-1901, son testimonio de sus frecuentes viajes.
Por otra parte, con su llegada a Madrid, Lázaro pudo encontrar las circunstancias propicias para desarrollar su afición al coleccionismo de arte y de libros.
Sin olvidar su condición de viajero infatigable, junto a la actividad editorial, la formación de sus colecciones habría de absorber considerablemente su tiempo e ilusiones. Y a esta tarea, llevada con ejemplar perseverancia, dedicó las posibilidades a su alcance y su disponibilidad económica.
En el Madrid de finales del siglo xix encontró acomodo adecuado para la instalación de las obras adquiridas, citándose particularmente, como emplazamientos conocidos su residencia en la Cuesta de Santo Domingo, n.º 16, y en la calle de Fomento, n.º 7, en el piso bajo de la casa de la marquesa de Aguiar. En la primera, donde recibía a las figuras notables de la literatura y de la sociedad madrileña —“la mejor puesta que existía en Madrid” según Rubén Darío—, fue donde éste pudo atestiguar la realidad incuestionable de los desvelos coleccionistas de su propietario en 1899. El escritor nicaragüense definió a Lázaro en esas fechas como “soltero, joven y muy rico”. Se puede aportar otro retrato, el que trazó el médico que le atendió en los últimos años de su vida, Carlos Blanco Soler, siguiendo los apuntes que le proporcionó Rodolfo Lázaro, sobrino del coleccionista y bibliófilo: “No era muy alto, pero de armónica proporción, resuelto de gesto y sabiendo contener su brusquedad navarra bajo educadas formas. [...] La tez blanquísima y sonrosada, contrastaba con su rubianca barba cuidada en extremo. Sus cabellos rizados con cierta gracia, se escapaban perfectamente peinados y brillantes bajo un impecable sombrero de copa”.
Cabe señalar que después de numerosas interrupciones, ocasionadas por los traslados de domicilio, y de años de abandono de los estudios, concluyó su licenciatura en Derecho y en 1898 obtuvo el grado de licenciado en Derecho Civil y Canónico por la Universidad Literaria de Santiago, después de haberse matriculado en distintas fechas en las Universidades de Valladolid, Barcelona y Central de Madrid.
En 1903 contrajo matrimonio en Roma con Paula Florido y Toledo. Anteriormente, esta distinguida dama argentina se había casado con un español residente en Argentina, Juan Francisco Ibarra (1873), con el gallego Manuel Vázquez Barros (1884) y con el bonaerense Pedro M. Gache (1887). Juan Francisco Ibarra, Manuela Vázquez Barros y Rodolfo Gache eran los tres hijos de Paula que vivían cuando se casó con Lázaro.
El nuevo matrimonio muy pronto comenzó a construir una señorial residencia en la calle de Serrano de Madrid, Parque Florido, que se inauguró el 27 de mayo de 1909 con la presencia de Menéndez Pelayo, Echegaray, el marqués de Pidal, el marqués de Laurencín, Pablo Bosch y Ricardo de Madrazo, entre otros eruditos, artistas y escritores. Si bien alcanzó un perfil singular como punto de encuentro en el Madrid de la época, el fallecimiento en plena juventud de Rodolfo Gache, en 1916, cuando ya había dado muestras de sus cultas aficiones artísticas y literarias y la temprana muerte de Manolita Vázquez Barros en 1919 ocasionaron el cierre definitivo de sus salones y la desaparición de la casa de los señores Lázaro en las columnas dedicadas a temas de sociedad en la prensa diaria.
En esta fecha Lázaro ya había concluido su andadura editorial de veintiséis años al frente de La España Moderna, en parte por la aparición de publicistas que sacaron a la luz colecciones similares y porque los autores que admiraba, como Menéndez Pelayo, Valera, Campoamor o Echegaray, habían fallecido.
Su entusiasmo juvenil por esta actividad daría paso a cierto cansancio o desilusión, cuando otras aficiones, como el coleccionismo de arte y la bibliofilia, le proporcionaban satisfacciones y prestigio.
La colección Lázaro, tal como se conocía y titulaba su creador, es una “colección de colecciones”, pues Lázaro orientó sus aficiones hacia las más variadas manifestaciones del arte español y universal. Así, podrían destacarse secciones como pintura, escultura, platería, joyería, tejidos o medallas y monedas, pero también conserva piezas selectas en materias como cerámica, sigilografía, arqueología, abanicos y muchas otras; podríamos mencionar su predilección por la obra de Goya, pero no es necesario enumerar piezas que figuran en cualquier manual de historia del arte.
Estas colecciones gozaban de gran prestigio y fama en vida de Lázaro, sin embargo, su faceta de bibliófilo, afición restringida a grupos muy concretos y selectos, sólo se mencionó en raros estudios, que tuvieron difusión entre bibliófilos, bibliógrafos o libreros de viejo. En su biblioteca se pueden encontrar desde notables códices medievales hasta autógrafos de sus contemporáneos, pasando por ejemplares únicos de ediciones incunables, impresos sobresalientes por su belleza tipográfica o encuadernaciones artísticas. Una de las obras más apreciadas por el bibliófilo Lázaro era el Libro de retratos de Francisco Pacheco.
Por otra parte, es necesario recordar que formó parte del Patronato del Museo del Prado desde 1912 a 1918 y que presidió el Congreso Internacional de Historia del Arte celebrado en la Sorbona de París en 1921. Facilitó siempre la tarea de los investigadores —aunque en alguna ocasión dijo que su colección “no se había formado para la contemplación y el elogio públicos, sino para su íntimo deleite” y para los amigos que sintieran la “estética clásica”— y colaboró con frecuencia con la Sociedad Española de Amigos del Arte, prestando sus obras para exposiciones. También dio a conocer sus colecciones en muestras que exclusivamente presentaban piezas de su propiedad: Goya, en 1928, Encuadernaciones, en 1934, ambas en Madrid, La estética del libro español, en 1936, en París, La colección Lázaro de Nueva York, en 1945, en Lisboa.
Hay que decir que en él se dieron unas condiciones especiales; la primera es que fue un espíritu sensible y de un exquisito gusto, unidos a una sólida formación cultural; la segunda, su larga vida, pues vivió ochenta y cinco años y, desde joven, no desalentó en su afición de coleccionista y de bibliófilo; y la tercera, importantísima y envidiable para cualquier aficionado al arte y a los libros, fue su extraordinaria fortuna.
La muerte de Paula Florido, acaecida el 31 de octubre de 1932, supuso una nueva adversidad y el cierre de la casa. La mayor preocupación de Lázaro en aquellos momentos de soledad fue el destino de sus colecciones artísticas y bibliográficas y, tal vez, siguiendo los consejos de Cristina de Arteaga, hija del duque del Infantado, y contando con su colaboración, ideó la creación de una institución cultural que amparase su patrimonio. El ingreso de Cristina de Arteaga en la Orden Jerónima y los azares de la contienda bélica inmediata, truncaron aquel proyecto y José Lázaro permaneció largas temporadas fuera de España: durante la Guerra Civil recorrió Europa y, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, se trasladó a Nueva York. En Estados Unidos siguió adquiriendo obras de arte, al parecer el único consuelo en su aislamiento, y el traslado definitivo a España con la colección reunida en Nueva York tuvo lugar en 1945.
Finalmente, ha de consignarse su fallecimiento el día 1 de diciembre de 1947 en su casa de la calle de Serrano. Había otorgado testamento dos días antes y en esta disposición consta claramente su deseo: instituye heredero al Estado español.
Al año siguiente se creó la Fundación Lázaro Galdiano con el fin de conservar y difundir del patrimonio heredado, así como de perpetuar la memoria de quien —como dijo Unamuno— “supo rodearse de preciosidades artísticas seleccionadas con la más exquisita inteligencia, en aquella casa radiante de reflejos de pasadas grandezas”.
Obras de ~: Exposición de obras del Divino Morales, celebrada en el Museo del Prado, prelim. de ~, Madrid, 1917; Los incunables bonaerenses, Madrid, La España Moderna, 1925; Un retrato de Gilbert Stuar en España, Madrid, La España Moderna, 1925; El robo en la Real Armería y las Coronas de Guarrazar, Madrid, La España Moderna, 1925; El vandalismo en una Catedral, Madrid, La España Moderna, 1925; La Colección Lázaro de Madrid, I-II, Madrid, La España Moderna, 1926-1927; Un museo español en París, Madrid, La España Moderna, 1927; Colección Lázaro: exposición de diversas obras de Don Francisco de Goya, sus precursores y sus contemporáneos, en la casa de “Blanco y Negro” y “ABC”, Abril de 1928, Madrid, 1928; Un supuesto breviario de Isabel la Católica, Madrid, La España Moderna, 1928; La valorización de la peseta, Madrid, La España Moderna, 1928; Exposición de la estética del libro español. Madrid, 1936; Deux, Les deux Lucas: Collection J. Lázaro de Madrid, prelim. de ~, Paris, 1936; Lucas and his son from the Collection of José Lázaro, Madrid, prelim. de ~, New York, 1942; Colecçao Lázaro de Nova Iorque: Catálogo da exposiçao, Lisboa, 1945.
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Juan Antonio Yeves Andrés